El planeta de los simios

El planeta de los simios


Tercera parte » Capítulo V

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Capítulo V

El mes que siguió a mi regreso lo pasé en cama, atacado de un mal que probablemente contraje en el camastro de hojas y que me producía accesos violentos de fiebre, parecidos a los del paludismo. No padecía, pero mi cabeza ardía e iba dando vueltas sin parar a todos los elementos de la verdad pavorosa que había entrevisto. Ya no había duda alguna para mí que a la era simiesca del planeta Soror había precedido una era humana y esta convicción me producía como una especie de curiosa embriaguez.

De todas maneras, bien reflexionado, no sé si debía estar orgulloso de este descubrimiento o profundamente humillado. Mi amor propio comprobaba con satisfacción que los monos no han inventado nada, que han sido simples imitadores. Mi humillación se debe al hecho de que una civilización humana haya podido ser asimilada con tal facilidad por los monos.

¿Cómo ha podido producirse esto? Mi delirio va dando vueltas incesantes alrededor del problema. Ciertamente, nosotros, los civilizados, sabemos desde hace tiempo que somos mortales, pero una desaparición tan total abruma el espíritu. ¿Choque brutal? ¿Cataclismo? ¿Degradación lenta de unos y elevación progresiva de los otros? Me inclino por esta última hipótesis y en la condición y en las preocupaciones actuales de los simios encuentro indicios extremadamente sugestivos con respecto a esta evolución.

Por ejemplo, la importancia que dan a las investigaciones biológicas. Yo comprendo su origen con toda claridad. En el orden antiguo, muchos monos debían de servir de sujetos experimentales a los hombres, como sucede en nuestros laboratorios. Debieron de ser aquellos los primeros en alzar la antorcha, los pioneros de la revolución. Habrán empezado, naturalmente, por imitar los gestos y aptitudes de sus amos y aquellos amos eran investigadores, sabios biólogos, médicos, enfermeros y guardianes. De ahí aquel sello insólito de la mayor parte de sus empresas que subsiste aún hoy.

¿Y los hombres durante este tiempo?

¡Basta ya de especulaciones sobre los simios! Hace dos meses que no he visto a mis antiguos compañeros de cautividad, a mis hermanos humanos. Hoy me encuentro mejor. Ya no tengo fiebre. Ayer le dije a Zira, que me ha cuidado como una hermana durante mi enfermedad, que quería reemprender mis estudios en el servicio que tiene a su cargo. No ha parecido gustarle mucho, pero no ha hecho ninguna objeción. Ya es hora de que vaya a hacerles una visita.

Heme aquí de nuevo en la sala de las jaulas. Al llegar al dintel me sobrecoge una gran emoción. Ahora veo aquellas criaturas bajo un aspecto distinto. Antes de decidirme a entrar, me he preguntado con angustia si me reconocerían. Me han reconocido. Todas las miradas se han dirigido a mí, como antes e incluso con una especie de deferencia. ¿Se trata simplemente de una ilusión más cuando creo descubrir en su mirada un matiz nuevo que me está destinado y que es muy distinto de las miradas que dirigen a los monos guardianes? Un reflejo imposible de describir en el que me parece ver una curiosidad despierta, una emoción insólita, sombras de recuerdos ancestrales que buscan emerger de la bestialidad y quizás… el destello incierto de la esperanza.

Estoy convencido de que esta esperanza la estoy alimentando inconscientemente desde hace algún tiempo. ¿No será ella la que me mantiene en esta excitación febril? ¿No seré yo, Ulises Mérou, el hombre que el destino ha conducido a este planeta para ser el instrumento de la regeneración humana?

He aquí, por fin, explícitamente enunciada, esta idea vaga que viene atormentándome desde hace un mes. Como decía antes un físico, el buen Dios no juega a los dados. En el cosmos no existe el azar. Mi viaje al mundo de Betelgeuse ha sido decidido por una conciencia superior. Ahora me toca a mí mostrarme digno de esta elección y ser el nuevo Salvador de esta humanidad caída.

Como antes, doy lentamente la vuelta por la sala. Me esfuerzo en no correr hacia la jaula de Nova. ¿Tiene derecho el enviado del destino a tener favoritos? Me dirijo a cada uno de mis sujetos… Hoy todavía no hablarán. Me consuelo porque tengo toda la vida para cumplir mi misión.

Me acerco ahora a mi antigua jaula con fingida desenvoltura. Miro a hurtadillas, pero no veo los brazos de Nova tendidos por entre las rejas ni escucho los gritos alegres con los que tenía costumbre de acogerme. Me invade un presentimiento sombrío. No puedo retenerme. Corro hacia la jaula. Está vacía.

Con voz autoritaria que hace estremecer a los cautivos llamo a uno de los guardianes. Es Zanam quien viene. No le gusta mucho que le dé órdenes, pero Zira le ha dicho que se ponga a mi servicio.

—¿Dónde está Nova?

Con aire enfurruñado me contesta que no sabe nada. Se la llevaron un día sin darle explicación alguna. Insisto, sin resultado. Finalmente, por fortuna, he aquí Zira que viene a hacer su inspección diaria. Me ha visto ante la jaula vacía y adivina mi emoción. Me parece molesta y es la primera en hablar sobre otro asunto.

—Cornelius acaba de llegar. Quiere verte.

En aquel momento no me importaba nada Cornelius, ni ninguno de los chimpancés, ni los gorilas, ni cualquier otro monstruo que pueda poblar el cielo o el infierno. Le señalo la jaula con el dedo.

—¿Nova?

—Enferma —dice la simia—. La han mandado a un edificio especial. Me hace una seña y me lleva fuera, lejos del guardián.

—El administrador me ha hecho prometer que guardaría el secreto. No obstante, creo que tú debes saberlo.

—¿Está enferma?

—Nada grave, pero es un acontecimiento bastante importante para alarmar a nuestras autoridades. Nova está llena.

—Está… ¿qué?

—Quiero decir que está encinta —aclaró la mona observándome con curiosidad.

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