El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 13

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Nuestro partido se retrasó hasta que los de las paelleras y el resto de la gente salíeron del campo.

Estaban celebrando el triunfo del Colci, y sinceramente, nuestro partido con el Inter yo creo que les daba igual.

Al final tuvo que intervenir la policía municipal de Benidorm para retirar a los últimos, que eran los de la peña de las paellas, claro.

Por fin salimos al campo, y entonces nos dimos cuenta realmente de lo grande que era. El Benidorm Arena era el campo más grande en el que habíamos jugado nunca.

Además tenía unas gradas enormes, y parecía que tenías al público encima.

La verdad es que imponía jugar allí. y más con el Inter de Milán.

Yo miré a Camuñas y a los demás, que parecían tan asustados como yo.

Angustias resumió lo que estábamos pensando todos en dos palabras:

—Ay, madre.

Íbamos con nuestras camisetas y nuestros bañadores de guiris. y aunque no lo parecía, con esa pinta que llevábamos, era un momento histórico para nosotros.

Íbamos a jugar el partido más importante de la historia de Soto Alto.

Entonces sucedió algo muy extraño.

Me agaché para atarme otra vez las botas que nos habían regalado, que me estaban un poco grandes, y al levantarme, nos miramos los unos a los otros, con esas camisetas ridículas.

Miré a Camuñas… y empecé a reírme.

Él me miró como sí me hubiera vuelto loco.

Pero después, al ver la cara que se le había quedado a Tomeo y la pinta que tenía con la camiseta, que encima le estaba pequeña y se le salían los michelines, también empezó a reírse, y así, uno a uno, todos empezamos a reírnos.

Era una imagen muy curiosa:

En un lado del campo, el Inter de Milán. Perfectamente vestidos, alineados, y muy serios y concentrados.

Y en el otro lado, siete niños y niñas con bañadores y camisetas de mercadillo barato, riéndose sin parar.

El árbitro nos llamó la atención.

—¿Empezamos a jugar o nos ponemos a contar chistes, señores? —dijo.

Por fin empezó el partido, y ocurrieron dos cosas que nadie se esperaba. Ni siquiera nosotros mismos.

Lo primero que pasó es que los de las paelleras, que aún no se habían ido, vieron nuestras camisetas de «I love Benidorm» y les hizo mucha gracia, así que se quedaron a animarnos.

—¡Vamos, chavales!

—¡A mojarles la oreja a los italianos!, y venga a golpear las paelleras una y otra vez.

Sin esperarlo, teníamos al público de nuestra parte. Y totalmente entregados.

La segunda cosa que ocurrió fue que los dos delanteros del Inter nos robaron el balón nada más sacar de centro, hicieron una pared perfecta hasta nuestra área, se plantaron solos delante de Camuñas … y nos metieron un gol casi antes de que pudiéramos enterarnos.

¡Gol del lnter!

No había sido tan rápido como el del Cronos. Habían tardado siete segundos.

¡Siete segundos y ya íbamos perdiendo por uno a cero! La cosa no pintaba muy bien.

Inter de Milán, 1 - Soto Alto, 0.

Aunque al menos teníamos a los de las paelleras de nuestra parte.

—En realidad nos animan porque si ganamos tendríamos que jugar contra ellos, y saben que contra nosotros va a ser más fácil llegar a la final —dijo Angustias.

—Y qué más da por qué. El caso es que nos animan —dijo Marilyn.

—Exacto —dijo Helena—. Tenemos que estar más concentrados, vamos a jugar, esto va en serio.

Felipe y Alicia hacían gestos desde la banda.

—No pasa nada, vamos —dijo Alicia.

—¡No perdáis la posición! —gritó Felipe—. Podemos aguantar.

Los italianos eran tremendos.

El mejor equipo contra el que habíamos jugado, y posiblemente el mejor contra el que jugaríamos nunca. Sacamos de centro, Toni cogió el balón, pero una jugadora muy chiquitilla del Inter, la número 7, pasó a su lado a toda velocidad y se lo robó.

Sin pensarlo ni medio segundo, montaron un contra ataque rapidísimo, y antes de que pudiéramos reaccionar, ¡zas!

Otro golazo.

¡El segundo gol del lnter!

Camuñas estaba en el suelo lamentándose. Minuto uno y medio de partido. Internazionale de Milán, 2 - Soto Alto, 0.

La cosa no pintaba muy bien.

Mi madre saltó al terreno de juego y dijo:

—¿Qué pasa, se os ha olvidado jugar al fútbol?

El árbitro, al verla, le dijo que hiciera el favor de salir de allí ahora mismo.

—Señora, por favor, salga de aquí —dijo.

Pero mi madre es muy cabezota, y cuando se le mete algo entre ceja y ceja no para.

Sin hacer ni caso al árbitro, nos dijo:

—Entre las risas y las paelleras y las camisetas ridículas, se os ha olvidado que esto es un partido de fútbol, y que tenéis delante al Inter y que van a por todas…

El árbitro se puso muy serio.

—Señora, o sale ahora mismo del terreno de juego, o aviso a la policía.

Desde la banda, Quique le hacía señas a mi madre.

—Vamos, Juana, por el amor de dios —dijo.

Los de las paelleras no paraban de dar golpes y de animar… a mi madre. Por lo visto, también les hizo gracia que una señora estuviera allí en medio dando voces a los jugadores. Se lo pasaban tan bien que cualquier cosa era una buena excusa para armar bulla y golpear las paelleras.

Mi madre hizo un gesto a la grada como diciendo: «Vale, vale». Luego nos miró a nosotros y, antes de irse, dijo:

—Yo ahora me voy a sentar, pero haced el favor de concentraros y jugar al fútbol.

Mientras salía, se cruzó con Felipe en la banda.

—Muchas gracias, Juana, pero para decirles cosas a los chicos durante los partidos ya estamos nosotros, que somos los entrenadores —le dijo él.

—Pamplinas —respondió ella, y sin más, se sentó de nuevo en la grada junto al padre de Camuñas.

Teníamos que sacar de centro por tercera vez en menos de dos minutos.

Nos miramos, y nos pusimos a hacer lo que más nos gusta en el mundo: jugar al fútbol.

Bueno, más o menos. No hacíamos más que correr detrás del balón, porque ellos se la pasaban a toda velocidad.

Pero por lo menos estábamos concentrados en el partido. Tomeo estaba sudando como un pollo.

—Me mareo, Pakete, me mareo. Yo creo que es una bajada de azúcar o algo —dijo medio ahogado—. ¿Alguien me puede traer unos donuts, por favor?

—¡A callar y a correr! —le gritó Marilyn, en plan capitana. Corrimos como en nuestra vida, pero aun así era casi imposible contenerlos.

A medida que pasaban los minutos, los italianos apretaban más y más. Parecía que eran ellos los que iban perdiendo.

Aquello era una auténtica avalancha.

Por lo menos, en los siguientes minutos no metieron más goles. Camuñas despejaba balones a destajo. Tantos, que a ratos hasta parecía un buen portero. Cuanto más fuerte y mejor le tiraban, más balones paraba.

—A lo mejor es que hay que tirarle muy fuerte y no nos habíamos enterado —dijo Toni.

Pero ni con Camuñas en su mejor día bastaba contra el campeón de Italia.

Seguíamos perdiendo por dos a cero. Aquello tenía muy mala pinta.

Estaba a punto de acabar la primera parte. y todo cambió de repente.

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