El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 16

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Lo voy a decir cuanto antes:

Nunca en la historia del fútbol, que se sepa, un equipo se ha marcado dos goles en propia puerta durante un partido.

Nunca jamás.

Los de las paelleras no sé si lo sabían, pero estaban entusiasmados.

Y gritaban:

—¡Otro, otro, otro, otro, otro…!

Querían que el Inter se metiera otro gol en su portería. Casi no quedaba tiempo.

El partido estaba a punto de acabar.

Según las normas del TIFIB, si se llegaba con empate al final de partido, se iba directamente a los penaltis. Ni prórroga ni nada. A los penaltis.

Así que estábamos a punto de jugarnos todo en una tanda de penaltis.

Tal vez en los penaltis podíamos tener un poco de suerte y eliminar al Inter.

¡Eliminar al lnter de Milán!

Solo de pensarlo, parecía un sueño.

Pero los jugadores del lnter no parecían estar de acuerdo. Nada más sacar de centro, atacaron en tromba.

Querían solucionar el partido por la vía rápida, como es lógico. Sin esperar a los penaltis.

Se veían muy superiores.

Habían tenido mala suerte.

Así que hicieron una jugada rápida, y la pequeña jugadora con el número 7 pegó un zapatazo y tiró desde fuera del área.

Camuñas se puso en la trayectoria del balón y este le dio en toda la barriga.

¡La había parado!

Su padre aplaudía como un loco desde la grada.

—¡Ese es mi niño! —gritó.

Pero al sacar con la mano, Camuñas dio un pase demasiado largo, y enseguida la volvieron a coger los del Inter.

Quedaban pocos segundos.

El número 11 del Inter regateó a Angustias, regateó a Tomeo y, cuando estaba solo delante de Camuñas, disparó con toda su alma.

Camuñas cerró los ojos y se quedó allí quieto en mitad de la portería, sin atreverse a mover ni un solo músculo.

El tremendo trallazo parecía que iba a entrar… Pero en el último segundo, se estrelló contra Camuñas y salió rebotado.

¡Camuñas la había parado con la cara!

Se quedó en el suelo, con la cara totalmente roja del golpe y un poco mareado.

—La he parado, la he parado —decía.

Aunque yo creo que no sabía ni lo que decía.

El balonazo había sido tan fuerte que la pelota salió rebotada casi hasta el centro del campo… y allí la cogí yo.

En esos momentos era el jugador más adelantado de nuestro equipo.

Vi a Toni y a Marilyn un poco retrasados, abiertos en las bandas, y pensé en pasarles el balón para intentar ganar tiempo.

Pero en una décima de segundo pensé que no quería ganar tiempo.

Quería meter un gol.

Así que corrí con el balón controlado hacia la portería del Inter. Tenía delante de mí dos defensas y el portero, y posiblemente era la última oportunidad del partido.

Corrí con toda mi alma.

Salió el primer defensa y me hizo una entrada tirándose al suelo a por mí con las piernas por delante.

Pensé: «Ahora o nunca».

Así que salté por encima de él. y seguí adelante.

Aún tenía el balón en mi poder.

Todo el mundo en la grada se puso en pie. En silencio.

Hasta los de las paelleras se callaron por primera vez. El partido estaba a punto de acabar.

Tenía el balón y delante de mí solo estaban el defensa central y el portero. Pensé en tirar desde lejos.

Pero en lugar de eso, me fui con el balón hacia un lateral del área.

El defensa me siguió, intenté regatearle, pero era muy rápido. Así que… chocamos, y los dos caímos al suelo.

El portero salió como un rayo a por el balón.

Vi que el balón se había quedado muerto delante de nosotros. El portero venía corriendo a por él, y el defensa y yo estábamos enredados, caídos en el suelo de manera absurda.

Si hacía un esfuerzo, tal vez podría llegar al balón y darle un toque hacia la portería.

Como el portero venía tan deprisa, quizá con un pequeño toque podría meter gol.

Lo intenté con todas mis fuerzas.

Pero el defensa italiano era más grande que yo. Y como ya he dicho, estábamos enredados en el suelo.

Todo parecía que estaba ocurriendo a cámara lenta. Conseguí moverme.

Podía llegar al batón…

Pero el defensa vio mis intenciones, y consiguió incorporarse un poco y darle al balón antes de que llegara yo, y delante de mí solo estaban el defensa central y el portero. Pensé en tirar desde lejos.

El defensa le dio al balón para evitar que le diera yo.

Pero como él también se estaba levantando del suelo, no pudo darle bien.

Solo quería alejar la pelota de mí.

Lo que pasó fue que, al alejar el balón de mí, lo mandó… hacía su propia portería.

El portero Totó, que estaba a punto de llegar al balón, vio cómo su defensa se lo quitaba.

La pelota pasó por debajo del portero sin que este pudiera hacer nada.

Y…

¡Sí!

¡El balón entró en la portería del lnter! ¡Goooooool!

¡Gol! ¡Gol! ¡Gol!

Era el tercer gol en propia puerta. Era el 3 a 2.

Era un récord mundial.

Y nada más entrar el balón en la portería, el árbitro pitó el final del partido.

Habíamos ganado.

Al Inter de Milán, y lo más increíble de todo: habíamos ganado sin tirar ni una sola vez a portería.

La locura se desató en todo el campo.

Mi madre y el padre de Camuñas se abrazaban como locos. Mis compañeros y Felipe y Alicia se tiraron encima de mí y estuvieron a punto de asfixiarme.

Los de las paelleras montaron una tremenda fiesta y dijeron que estábamos invitados a paella en Benidorm siempre que quisiéramos.

Desde el suelo, mientras celebrábamos la victoria, pude ver que en la grada también había alguien más.

Estaban los del Cronos, observando todo lo que había ocurrido. Estaba Luccien y también los otros jugadores.

La niña turca, Nihal, me miraba con cara de pocos amigos. También estaba Griselda, la relaciones públicas del equipo, y el entrenador Habermas, la leyenda.

Y dos hombres mayores, que yo en ese momento no conocía de nada, pero que poco después iba a saber perfectamente quiénes eran.

Pero ahora no era el momento de pensar en el Cronos. ¡Habíamos ganado al Inter de Milán!, y al día siguiente teníamos que jugar contra el equipo local, el Colci, y aquello no iba a resultar fácil: los de las paelleras ya no iban a ir con nosotros.

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