El misterio de los siete goles en propia puerta
Capítulo 48
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Durante el descanso, los dos equipos nos quedamos juntos en el mismo vestuario. Mezclados.
Era algo nunca visto. Dos equipos rivales compartiendo vestuario.
Pero los entrenadores de los dos equipos hablaron al final de la primera parte y se pusieron de acuerdo. Habermas y Felipe y Alicia, por lo visto, estaban muy preocupados por lo que había pasado.
También estaban allí Griselda Günarsson y el padre de Camuñas y mi madre y un montón de gente del comité de organización del torneo. Y todos hablaban sin parar, como si aquello fuera un escándalo.
¿Cómo había podido ocurrir? ¿Otro gol en propia puerta? ¿Qué estaba pasando?
Yo no hablaba.
No podía dejar de pensar en la cara de Luccien y en lo que me había dicho en mi habitación: «Vais a ganar la final»,
¿Sería verdad?
—¿Se puede saber qué estar pasando? —preguntó Habermas—. Nihal, ¿ese gol es accidente?
Todos se callaron y miraron a Nihal. La turca se encogió de hombros.
—Mala suerte —dijo.
Pero no parecía muy convencida.
La señora Günarsson se agachó y habló con Nihal en un tono más suave y dulce.
—¿Alguien te ha dicho algo antes del partido, cariño? Nihal la miró un buen rato a los ojos y después dijo que no. y repitió:
—Mala suerte.
Habermas dijo algo en alemán, y Griselda se puso a discutir con él, no sé si en francés o en inglés o en qué idioma, pero yo no entendí nada porque además hablaban muy rápido.
Mientras discutían, la puerta del vestuario se abrió y aparecieron los dos búhos, Carrlere y Scholl, acompañados de mi padre.
No había visto a mi padre desde la noche anterior.
Detrás de ellos venía el árbitro del partido, y otro grupo de hombres que no sé quiénes eran. Al frente de ellos venía un señor con una barba enorme y con cara de malas pulgas.
—Buenas tardes —dijo el hombre de la barba—. Soy el comisario Ferrada, jefe de la policía de Benidorm.
Habermas siguió dando gritos.
No parecía impresionarle la policía ni nadie.
Mi padre se acercó a Alicia y le dijo algo al oído. Después, Alicia se acercó a Camuñas y se lo llevó de allí.
—Camuñas, ¿puedes venir conmigo fuera un momento? —le dijo mientras le acompañaba.
Cuando salieron del vestuario, mi padre se dirigió a Habermas y le preguntó si, por favor, podía callarse un momento.
Habermas se sorprendió.
Yo creo que no está acostumbrado a que nadie le diga que se calle.
Miró a mi padre.
Luego miró a Carriere y Scholl, que estaban a su lado.
Y también al comisario Ferrada, que, como he dicho, tenía cara de pocos amigos.
Y por fin se calló.
El jefe de la policía de Benidorm dijo:
—Señores, por favor.
Carriere y Scholl dieron un paso al frente y dijeron que por fin habían descubierto lo que había ocurrido.
—Por fin sabemos lo que ha ocurrido —dijo Carriere,
—Exactamente —dijo Scholl.
Todos los miramos con mucha atención. Scholl añadió:
—Alguien ha intentado comprar la final. Un murmullo recorrió el vestuario.
—¿Pero quién ha sido? —pregunté yo.
Al darme cuenta de que era un asunto muy serio, me volví a sentar.
—Perdón —dije.
Mi padre pidió permiso al comisario Ferrada y tomó la palabra. Dijo que aquella había sido una noche larga y muy complicada, pero que tras mi insistencia en lo que había dicho Luccien, habían seguido investigando y habían descubierto que la persona que menos podían esperar estaba detrás de todo.
—La última persona que yo esperaba —dijo mi padre—.
Scholl y Carriere se giraron y miraron a…
… Camuñas padre.
—¿Quique? —preguntó Felipe.
—Señor Camuñas, queda detenido por los delitos de estafa, intento de soborno y conspiración para amañar un resultado deportivo —dijo el comisario Ferrada, que mostró su placa de policía.
Los hombres que habían entrado con él agarraron a Camuñas padre y le sujetaron.
Yo pensé que lo iba a negar todo y que iba a protestar.
Pero en lugar de eso, lo único que dijo fue:
—Lo siento mucho.
Parecía muy triste. Todos nos quedamos helados.
Mi madre le miró sin creérselo.
—Pero cómo ha podido ser, Quique…
El padre de Camuñas iba a decir algo, pero pensó que era mejor callarse, negó con la cabeza y lo único que dijo fue:
—Tengo que llamar a mi abogado.
Y se lo llevaron de allí.
—Todo por dinero —dijo mi padre—. Pero no lo ha hecho solo.
El comisario Ferrada se dirigió a otra persona que había allí en el vestuario.
Dijo:
—Señora Günarsson, usted también queda detenida por los delitos de estafa, intento de soborno y conspiración para amañar un resultado deportivo
¡Griselda Günarsson!
La relaciones públicas del Cronos. Ella respondió en inglés.
Creo que dijo algo sobre sus derechos, pero no me enteré muy bien.
Scholl le contestó muy serio. Luego, no dijo nada más.
Se llevaron a los dos detenidos. ¡Griselda y el padre de Camuñas! ¿Cómo podía ser?
En cuanto salieron por la puerta, todo el mundo en el vestuario empezó a murmurar y a decir «lo sabía», «si estaba claro que todo esto era muy raro» y otras cosas así, pero la verdad es que nadie, ni yo tampoco, nos imaginábamos que la señora Griselda y, mucho menos, el padre de Camuñas estaban metidos en una estafa para amañar el partido.
Mi padre pidió un momento de silencio y nos habló a todos.
—A ver, por favor, un momento de silencio —dijo mi padre—. Gracias a la colaboración del comisario Ferrada, la policía de Benidorm, la policía francesa y el Comité de Ética de la compañía Dream, hemos podido hablar esta mañana con Luccien y con su familia. Ellos, por lo visto, le deben mucho a Griselda. Fue ella quien le descubrió como futbolista y la que le fichó para el Cronos. Esta semana, ella ha intentado utilizar esa influencia para amañar el partido. Pero Luccien y su madre se negaron en rotundo y se fueron de Benidorm, como ya sabéis. En un principio, no quisieron denunciarla, y por esa razón decidieron hacer las maletas y marcharse.
—Por eso me dijo Luccien que íbamos a ganar la final —dije yo—, porque habían intentado comprarle para que perdiera a propósito.
Por fin algo tenía sentido.
—Eso es —dijo mi padre—. En las apuestas deportivas se puede ganar mucho dinero si sabes cuál va a ser el resultado del partido. Así que todos los indicios llevan a que la señora Günarsson y el padre de Camuñas se pusieron de acuerdo para amañar el resultado. Como no lo consiguieron con Luccien, intentaron sobornar a otros jugadores del equipo.
Mi padre miró a Nihal. Nihal miró hacía otro sitio.
—Gol mala suerte —insistió ella.
Volvió a decir que no lo había hecho a propósito.
—Sabemos que Griselda habló contigo y con tu familia —dijo Carriere con una mezcla de seriedad y tristeza—. Tienes que acompañarnos para declarar. No te preocupes: si dices la verdad, no pasará nada.
Le pidieron a Nihal que se fuera con ellos.
Ella se encogió de hombros y salió del vestuario acompañada de Carriere y Scholl.
Justo antes de salir, se giró y me lanzó una última mirada.
Si era verdad que se había metido el gol a propósito, lo había hecho muy bien, desde luego.
Nunca había conocido a nadie como Nihal. Ella salió de allí.
Vi que Helena también me estaba mirando.
Yo puse cara como de no saber por qué me había mirado la turca. Pero en ese momento tuve la sensación de que Helena sabía que Níhal y yo nos habíamos dado dos besos.
Seguramente era cosa mía, pero Helena siempre parecía que lo sabía todo.
Carriere y Scholl se fueron del vestuario con Nihal. Todos nos miramos un poco desconcertados.
—Perdón, una pregunta —dijo Torneo.
—¿Qué sucede? —preguntó mi padre.
—Entonces, ¿los dos primeros partidos los ganamos sin trampas? ¿Los goles en propia puerta del Inter y del Colci fueron por casualidad?
Era una buena pregunta.
Por lo que habían explicado, el padre de Camuñas y Griselda estaban detenidos por intentar amañar la final, pero ¿y los dos primeros partidos del torneo?
—Lo único que sabemos es que han intentado comprar la final —dijo mi padre—. ¿No es así, comisario?
—En los dos primeros partidos no había apuestas, así que seguramente los goles en propia puerta fueron pura casualidad —dijo el comisario Ferrada—. Es más, puede que se les ocurriera amañar la final después de ver lo que había pasado en esos dos partidos.
—Si ya lo sabía yo… —dijo Torneo, muy contento.
De nuevo, todos los presentes empezamos a hablar al mismo tiempo.
—Todo eso está muy bien, ¿pero ahora qué pasa con la final? —preguntó Toni.
El comisario Ferrada se rascó la barba. Mi padre se tocó la cabeza.
—La investigación tendrá que seguir hasta que se demuestre exactamente lo que ha pasado. No sabemos si hay más implicados, ni tampoco cuánto dinero había en juego —dijo mi padre—. En cuanto al partido de hoy, está claro que el gol de Nihal es más que dudoso…
—Mientras no haya una orden judicial, yo no puedo anular el gol —dijo el árbitro.
—Ahí afuera hay 20.000 personas esperando —dijo uno del comité organizador—. No podemos suspender el partido. Hay que seguir…
—Que suspendan apuestas, pero no partido —dijo Habermas—. Yo también quiero jugar,
—Y yo —dijo Alicia.
—Y yo… y yo… —fuimos diciendo todos los jugadores de los dos equipos.
—Un momento, señores, por favor —dijo el comisario Ferrada—. Esto hay que pensarlo bien.
El árbitro dijo que el partido podía continuar si los dos equipos estaban de acuerdo, y que luego, cuando se acabara la investigación, ya se vería si se tomaba alguna medida con el resultado.
Mi padre y el comisario Ferrada hablaron un momento y decidieron que, por el bien de la seguridad pública, era mucho mejor que se terminara el partido.
—Que se termine el partido —dijo el comisario. Todos estábamos de acuerdo.
—Pues entonces, a jugar —dijo mi madre.
—¿Pero qué pasar con gol? —preguntó Habermas.
—Ya he dicho que no puedo anular el gol. Si quieren seguir, tiene que ser con este resultado —dijo el árbitro.
—Pero ser injusto si gol fue trampa —insistió Habermas. En eso tenía razón.
Entonces me levanté y dije:
—Tengo una idea.