El misterio de los siete goles en propia puerta

El misterio de los siete goles en propia puerta


Capítulo 30

Página 32 de 52

Terra Mítica es un parque temático enorme.

Está a unos pocos kilómetros de Benidorm. Y todas las atracciones están inspiradas en la gente que vivió en el Mar Mediterráneo hace muchos años.

La visita la habían organizado los patrocinadores del Torneo y del Cronos, a sea, Dream.

Iban a presentar allí un juego nuevo para su consola y por eso invitaron a los jugadores de los cuatro equipos.

Los que íbamos a jugar la final, y los que estaban ya eliminados pero se habían quedado a jugar por el tercer y cuarto puesto.

Cuando llegamos, nos subieron a todos a un barco que se llamaba Seker, desde el que se veían todas las atracciones.

En el barco pusieron un vídeo que hablaba de dioses y héroes de la Antigüedad, y decían que todas las atracciones estaban basadas en sus hazañas.

Pero nosotros solo hablábamos de una cosa.

¿Habíamos ganado de verdad los partidos, o los otros equipos se habían dejado?

Decidimos empezar por el principio. Por el Inter de Milán.

Buscamos por el barco al portero, Gabriele, el que miraba a la grada cuando se metieron en propia puerta el primer gol.

Por lo visto, Gabriele era hijo del famoso portero Gabriele, el de la selección Italiana.

—¿Y eso qué? —preguntó Tomeo.

—Pues que Gabriele padre fue portero de los tres equipos que ganaron la Champions con Habermas —dijo Helena, que siempre era la que más sabía de fútbol.

—O sea, que Habermas y el portero del Inter se conocen —dijo Toni.

—Eso parece —dije.

Cada vez había más casualidades en esta historia. Demasiadas.

Nos miramos. Todos estábamos pensando lo mismo.

¿Y si lo que Luccien había dicho era verdad y los partidos estaban amañados?

¿Le habría ordenado Habermas a Gabriele que se dejara meter un gol?

Si era así, estábamos ante algo muy gordo. Había que hablar con Gabriele.

Mirarle a la cara.

Y preguntarle si se había dejado meter el gol a propósito. Eso es lo que había que hacer.

No podíamos ir los nueve al mismo tiempo a preguntarle, porque seguramente se asustaría y no querría contestar.

Decidimos que Camuñas y yo fuéramos en nombre de todos. Le vimos enseguida en la proa, que es la parte delantera del barco, como todo el mundo sabe.

La popa es la parte de atrás, y ya no sé más partes.

Gabriele estaba sentado en un banco, junto a la barandilla. Mirando las atracciones que pasaban delante de nosotros. Sin pensarlo más, fuimos a por él.

Mientras nos acercábamos, Camuñas me miró preocupado.

—Un momento, Pakete. ¿Tú sabes cómo se interroga a alguien?

—¿Eh? —dije, sin entender a qué se refería—. No vamos a interrogarle, solo vamos a hacerle unas preguntas y ya está.

—Cómo que preguntarle y ya está. Antes hay que preparar al testigo, hacerle un poco de guerra psicológica —siguió Camuñas.

—No sé qué quieres decir.

—Exacto, no sabes —dijo Camuñas—. Puede que el testigo no quiera contestar. O que se vuelva hostil. O que responda con evasivas. Deberías dejarme a mí.

—¿Por qué te voy a dejar a ti? —protesté—. Además, mi padre es policía y ha interrogado a un montón de gente.

—Municipal. Tu padre es policía municipal. Se dedica a poner multas y cosas así —dijo Camuñas—. y no es por nada, pero yo soy portero igual que Gabriele, y entre porteros siempre hay como una conexión especial. Lo importante es que no se dé cuenta de que le estamos interrogando, que parezca una charla casual.

Miré al italiano y miré a Camuñas.

Al fin y al cabo, el portero del Inter tenía muy mal genio, y había discutido con el árbitro y con los de las paelleras. Incluso había discutido con los de su propio equipo.

Así que tampoco tenía yo mucho interés en que se enfadara conmigo.

—Muy bien, pregúntale tú. Yo me quedo a tu lado por si acaso —dije echándome a un lado.

—Ya verás cómo no se va a dar cuenta —dijo.

Camuñas dio unos pasos y se sentó junto al italiano. Y puso lo que él llamaba «cara de disimular».

En realidad, yo creo que no disimulaba nada, sino todo lo contrario, la verdad.

Gabriele le miró, muy extrañado.

—¿Te pasa algo? —preguntó Gabriele.

—¿A mí? No, no, no… Estoy aquí tranquilamente, tomando el aire, ya ves.

—Es que parecía que me estabas mirando —insistió el italiano.

—¿Yo? No, estoy mirando un poco todo… y nada. Pero vamos, que no te miraba a ti.

Por un instante, ninguno de los dos dijo nada más. Camuñas siguió «disimulando».

Y Gabriele parecía cada vez más incómodo. Hasta que, en un momento dado, se levantó.

—Hasta luego —dijo Gabriele, y se fue hacia otra parte del barco.

—Adiós —dijo Camuñas.

Y ya está.

Cuando Gabriele se alejó, me acerqué a Camuñas.

—Te has dado cuenta, ¿eh? —dijo Camuñas.

—¿De qué?

—Pues del interrogatorio… Gabriele no ha sospechado nada.

—¿Pero cómo va a sospechar si no le has preguntado nada?

—Ya te he dicho que lo importante es que no se dé cuenta…

—¿Pero cómo se va a dar cuenta si no le preguntamos nada?

—Hay que ir paso a paso.

Negué con la cabeza.

No había tiempo para tonterías.

Me acerqué a Gabriele y le toqué el hombro por detrás. Él se giró.

—¿Qué pasa?

Dudé un momento, y pensé que lo mejor era soltarlo de golpe.

—Gabriele, perdona que te moleste, pero… ¿alguien te obligó a dejarte meter el primer gol contra nosotros? ¿Habló contigo Habermas?

El portero se quedó pasmado.

—¿¿¿Cómo??? ¿Qué estás diciendo?

—Es que han pasado muchas cosas raras, y si te dejaste meter ese gol, es mejor que lo digas cuanto antes.

—Mira, enano —dijo Gabriele—, nunca en mi vida me he dejado meter un gol, ni por Habermas ni por nadie en el mundo. Tuvisteis mucha suerte, pero el Cronos os va a meter una paliza. Y no vuelvas a hablarme nunca más si no quieres que te tire al agua ahora mismo.

Y nada más decir eso, se dio media vuelta y se fue.

—Qué manía con llamarme enano, igual que mi hermano mayor —dije.

—Ahora sí que se ha dado cuenta de que era un interrogatorio

—Protestó Camuñas.

Le miré, pero no me dio tiempo a decirle nada más porque una voz nos interrumpió.

—¿Se puede saber qué hacéis aquí? ¡OS estamos buscando por todo el barco!

Era Quique, el padre de Camuñas.

Dijo que no podíamos ir por nuestra cuenta, y que además teníamos que hacernos unas fotos con los patrocinadores, que para eso nos habían invitado al parque.

Volvimos con el resto del grupo, y les contamos lo que había dicho Gabriele.

—Yo le creo —dije.

—Pues vaya cosa —dijo Toni.

—¿Qué pasa? —pregunté.

—Pues que si se dejó meter el gol a propósito, no lo iba a decir —insistió Toni.

—No sé, parecía muy enfadado —dije—. A mí me parece que estaba diciendo la verdad.

Helena propuso que siguiéramos con los interrogatorios a ver si llegábamos a alguna conclusión.

El siguiente de la lista era el que se marcó el gol en propia puerta en la semifinal.

El número cinco del Colci: Maxi.

Ir a la siguiente página

Report Page