El mazo y el café

El mazo y el café

Ángel Gabriel Cabrera

Barajó las cartas. Cortó el mazo. Escogió una carta de amor intacta y perseverante que, a falta de destinatario, fue a parar a sus arcas. También tomó un comodín (nunca entenderé el uso de diminutivos). Recitó cual enamorado el contenido, y en sus castillos mentales se dibujó un niño fundamental.

Eso era todo. Nirbusio no conocía a los niños fundamentales, de los cuales se dice que sólo nace uno por raza, cuando es concebido habiendo una taza de café humeante y espumoso en la cocina. También se dice que la única bebida que aceptan es el café con leche descafeinado.

Se propuso averiguar el motivo de su visión, mas no quería actuar como las adivinas del pueblo, que veían la borra cósmica en un plato de plata cuidadosamente pulido. Estiró los brazos y la columna vertebral, se puso el sobretodo y salió a caminar bajo la lluvia. En cada lágrima del cielo podía contemplar los diferentes momentos de la vida mental y espiritual de los distintos seres humanos y —¿por qué no?— de la fauna y la flora autóctona.

De pronto encontró que una de las gotas era de café, y disimuladamente dio un salto y se sumergió en la gota. Apareció adentro de una mina aurífera. En ésta trabajaba una adolescente de unos catorce años, pelo rubio, piel blanca y ojos verdes de baja clase social, quien estaba esperando un hijo. Nadie conocía al padre de la criatura, por lo cual había sido moralmente penada a realizar trabajos forzados en la mina. Lo único que nunca se le negaba era el café, siempre el café caliente y amargo como su vida, que se bebía a las siete de la madrugada, de un solo sorbo.

Nirbusio la conoció y ella le confió su situación, argumentando que en su casa la familia estaba acostumbrada a beber únicamente café, una extraña costumbre por la que nunca nadie se animó a preguntar y que venía de tiempos inmemoriales. El muchacho sintió escalofríos y se desmayó.

Pasó cerca de una hora de reloj (varía según qué reloj miren). Nirbusio despertó y se encontró en una mesa, frente a un mazo de cartas... ¿Un sueño? Eso mismo se preguntaba cuando apareció frente a él una niña de diez años, junto a una mujer idéntica a la de la mina, bebiendo café con leche y extendiéndole una taza a él. Le preguntó la edad.

—Veinticuatro —le contestó la joven.

—¿Dónde estabas?

—En la mina de oro, trabajando con don Leocadio, pero me sentí mal y el médico me dio licencia.

Éste es un diálogo extraño. Nunca supo Nirbusio por qué lo dijo, ni lo supo la esposa. Tampoco quiso saber si fue un sueño o si pasó diez años atrás y no lo recordaba. Lo que sí les puedo contar es que Níbala, que es como se llama su hija, guarda un As de corazones muy especial en su mesa de luz, y que encontró antes siquiera de ser concebida, característica exclusiva de los niños fundamentales. Lo afirman las adivinas de los platos de plata. Yo no sé.


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