El horror según Lovecraft (vol. I)

El horror según Lovecraft (vol. I)


Charlotte Perkins Gilman » El papel amarillo

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EL PAPEL AMARILLO

NO es nada frecuente que personas corrientes como John y yo consigan alquilar una casa solariega para pasar el verano.

Disponer de una mansión colonial, de una heredad transmitida de generación en generación, diría incluso que de una casa encantada, y alcanzar así la cumbre de la felicidad romántica…, ¡pero eso sería pedirle demasiado al destino!

Sin embargo debo declarar con orgullo que hay algo extraño en todo ello.

De lo contrario, ¿por qué tendrían que alquilarla tan barata? Y, ¿por qué lleva tanto tiempo sin que nadie la ocupe?

John se ríe de mí, por supuesto, pero eso es algo con lo que siempre se cuenta en el matrimonio.

John es una persona extraordinariamente práctica. Le saca de sus casillas todo lo que tenga relación con la fe, le horroriza la superstición, y se toma a broma cualquier intento de hablar sobre cosas que no se pueden sentir ni ver ni reducir a cifras.

John es médico y quizá (no se lo diría nunca a nadie, por supuesto, pero esto no es más que un simple papel y un gran alivio para mí), quizá sea ésa una de las razones de que no me ponga bien más deprisa.

¿Se dan cuenta? ¡No se cree que esté enferma!

¿Y qué puedo hacer?

Si un médico muy prestigioso, que además es el marido de la persona enferma, asegura a amigos y parientes que a su mujer no le pasa nada en realidad excepto una pasajera depresión nerviosa, una leve tendencia al histerismo, ¿qué se puede hacer?

Mi hermano, también médico e igualmente prestigioso, dice lo mismo que mi marido.

De manera que tomo fosfatos o fosfitos —no sé bien cuál de los dos—, tónicos y aire libre, y hago viajes y ejercicio; y se me ha prohibido absolutamente «trabajar» hasta que esté bien de nuevo.

Yo, por mi parte, no estoy de acuerdo con todo eso.

Personalmente creo que un trabajo apropiado, que suponga emoción y cambio, me haría bien.

Pero ¿qué puedo hacer?

Escribí durante algún tiempo aunque me lo tenían prohibido; pero es cierto que me agota mucho, porque no me quedaba más remedio que hacerlo a escondidas o enfrentarme con una oposición tremenda.

A veces se me ocurre que, en mi situación, si encontrara menos oposición y tratase con más gente y tuviera más estímulos…, pero John dice que lo peor que puedo hacer es pensar en mi enfermedad, y confieso que eso siempre hace que me sienta mal.

De manera que voy a olvidarme de ello y a hablar de la casa.

¡No es posible imaginar un sitio más hermoso! Se trata de una casa completamente aislada, muy distante de la carretera y casi a cinco kilómetros del pueblo. Me hace pensar en esas mansiones inglesas que describen en los libros, porque hay setos y muros y portones que se cierran con llave y muchas casitas separadas para los jardineros y otras personas.

¡Y un jardín delicioso! Nunca he visto un jardín así, tan amplio y sombreado, lleno de senderos bordeados de boj y largos emparrados con asientos debajo.

Hubo también invernaderos, pero ahora están todos rotos.

Creo que en algún momento surgieron problemas jurídicos, algo relacionado con los herederos y coherederos; en cualquier caso lo cierto es que la finca lleva años vacía.

Todo eso quita valor a mi teoría de la casa encantada, mucho me temo, pero me da igual: hay algo extraño aquí, lo noto con claridad.

Incluso se lo comenté a John una noche de luna, pero dijo que era una corriente y cerró la ventana.

A veces me enfado con él de manera muy poco razonable. Estoy segura de que antes yo no era tan susceptible. Creo que se debe a mis trastornos nerviosos.

Pero John dice que tener esos sentimientos significa que descuido mi autodominio; de manera que me esfuerzo mucho por dominarme, por lo menos delante de él, y eso me cansa mucho.

No me gusta nada nuestro dormitorio. Yo quería ocupar otro del piso bajo que da al porche, tiene rosas por encima de la ventana y unas preciosas cortinas antiguas de zaraza, pero John no quiso ni oír hablar de ello.

Mi marido es muy cariñoso y muy atento, y casi no me deja que me mueva sin darme instrucciones especiales.

Tengo programadas todas las horas del día; John se ocupa de todo, de manera que me siento terriblemente desagradecida por no valorar más sus desvelos.

Dijo que veníamos aquí únicamente por mí; que yo tenía que descansar al máximo y tomar mucho el aire. «La posibilidad de hacer ejercicio depende de las fuerzas que tengas, cariño», dijo, «y los alimentos del apetito, pero el aire puedes absorberlo constantemente». De manera que elegimos la habitación de los niños en lo alto de la casa.

Es una habitación grande y espaciosa que ocupa prácticamente la totalidad del piso, con ventanas hacia los cuatro puntos cardinales y todo el aire y el sol que pueda desearse. Me parece que fue primero habitación para los niños y después cuarto de juego y gimnasio, porque las ventanas tienen barrotes para prevenir caídas y hay argollas y otras cosas por el estilo en las paredes.

Se diría que un colegio entero de chicos ha tenido a su disposición la pintura y el papel de las paredes. De éste último faltan grandes trozos —arrancados— todo alrededor de la cabecera de la cama, más o menos hasta donde alcanzo con las manos, y en otro sitio en el lado opuesto de la habitación, cerca del suelo. Nunca he visto un papel más feo en mi vida.

Es uno de esos papeles con dibujos extravagantes de muchas ramificaciones y que cometen todos los pecados artísticos imaginables.

Es lo bastante impreciso para confundir al ojo que se pone a mirarlo y lo bastante marcado para irritar constantemente y provocar el examen, pero cuando se siguen un poco las inciertas y poco convincentes curvas, de repente se suicidan: se desvían formando ángulos absurdos y se destruyen a sí mismas en inauditas contradicciones.

El color es repelente, casi nauseabundo; un amarillo sucio de fuerza contenida, extrañamente desteñido por el lento girar de la luz del sol.

En algunos sitios el color es naranja y resulta chillón aunque esté descolorido; en otros el papel consigue una enfermiza tonalidad azufrosa.

¡No me extraña que no les gustase a los niños! A mí me pasaría lo mismo si tuviera que vivir mucho tiempo en este cuarto.

Aquí llega John; tengo que esconder el diario porque no le gusta nada que escriba.

Ya llevamos dos semanas en esta casa y desde el primer día no había vuelto a tener ganas de escribir.

Estoy sentada junto a la ventana, en este atroz cuarto para los niños, y no hay nada que me impida escribir todo lo que quiera, excepto la falta de fuerzas.

John pasa fuera todo el día, y a veces incluso las noches cuando tiene enfermos graves.

¡Yo me alegro mucho de que mi enfermedad no sea grave!

Pero estos trastornos nerviosos míos resultan terriblemente deprimentes.

John no sabe lo mucho que sufro en realidad. Sabe que no hay razones para que sufra, y eso le basta.

Por supuesto es sólo nerviosismo. ¡Me abruma tanto no cumplir de ningún modo con mis deberes!

Quisiera ayudar mucho a John, facilitarle el descanso y todas las comodidades, pero aquí estoy, ¡convertida más bien en una carga!

Nadie creería el esfuerzo que supone hacer lo poco de lo que soy capaz: vestirme y recibir invitados y algunas cosas relacionadas con el orden de la casa.

Es una suerte que Mary se porte tan bien con nuestro hijo. ¡Es un niño tan encantador!

Y, sin embargo, no puedo estar con él porque me pongo muy nerviosa.

Supongo que John nunca ha estado nervioso. ¡Se ríe tanto de mí cuando le hablo del papel de la pared!

Al principio habló de volver a empapelar la habitación, pero después dijo que yo estaba permitiendo que el papel me dominara, y que no había nada peor para un enfermo nervioso que ceder ante ese tipo de fantasías.

Añadió que después de que cambiáramos el papel sería la cama y luego las ventanas enrejadas y después la puerta de hierro en lo alto de la escalera, y así sucesivamente.

—Tú sabes que estás mejorando —dijo—, y pensándolo bien, cariño, no es cuestión de arreglar una casa que sólo alquilamos por tres meses.

—Entonces vayámonos al piso bajo —propuse yo—; hay unas habitaciones muy bonitas.

Pero me cogió en brazos y me llamó tontina y dijo que estaba dispuesto a irse al sótano, si era eso lo que yo quería, y a hacer que lo encalaran por añadidura.

Pero tiene razón en cuanto a las camas, las ventanas y las otras cosas.

Es una habitación todo lo espaciosa y cómoda que pueda desearse y, por supuesto, no voy a cometer la tontería de incomodarle por un simple capricho.

En realidad está empezando a gustarme nuestro dormitorio, todo menos ese papel espantoso.

Desde una de las ventanas veo el jardín, esos misteriosos emparrados tan en sombra, las llamativas flores antiguas, los arbustos y los árboles nudosos.

Desde otra se divisa una preciosa vista de la bahía y de un pequeño embarcadero que pertenece a la finca. Hay un hermoso camino sombreado que lleva hasta allí desde la casa. Siempre me imagino que veo gente andando por los numerosos senderos y emparrados, pero John me ha prohibido que dé rienda suelta a mi imaginación. Dice que con mi fantasía y la costumbre de inventar historias, la debilidad nerviosa puede llevarme con seguridad a todo tipo de ilusiones capaces de excitarme, y que tengo que utilizar mi voluntad y sentido común para reprimir esa tendencia. Así que procuro hacerlo.

A veces pienso que si estuviera lo bastante bien para escribir un poco encontraría alivio a la presión de las ideas y eso me descansaría.

Pero descubro que me canso mucho cuando lo intento.

Resulta muy descorazonador no tener a nadie que me aconseje o me haga compañía en todo lo relacionado con mi trabajo. Cuando me ponga realmente bien, John dice que invitará al primo Henry y a Julia para que pasen una larga temporada con nosotros; pero añade que ahora mismo tener aquí a unas personas tan estimulantes sería como ponerme fuegos artificiales en la almohada.

Me gustaría mejorar más de prisa.

Pero no tengo que pensar en eso. ¡El papel me mira como si supiera la perniciosa influencia que tiene!

Hay un trozo repetido donde el dibujo cuelga como un cuello roto y dos ojos saltones te miran fijamente cabeza abajo.

La impertinencia de ese dibujo y su constante presencia consiguen irritarme de verdad. Se arrastra arriba y abajo y de lado y esos absurdos ojos que no parpadean están en todas partes. Hay un sitio donde dos rollos no encajan, y a todo lo largo de la línea de unión uno de los ojos queda un poco más alto que el otro.

¡Nunca he visto tanta expresión en una cosa inanimada y todos sabemos que las cosas pueden ser muy expresivas! De niña me quedaba despierta tumbada en la cama y me divertía más y pasaba más miedo mirando paredes desnudas y muebles corrientes que la mayoría de los niños visitando una tienda de juguetes.

Recuerdo el amable guiño que solían hacerme los nudos del gran escritorio antiguo, y también me acuerdo de una silla que era siempre como un amigo muy poderoso.

Tenía la impresión de que si cualquier otra cosa me miraba con ferocidad siempre podía subirme de un salto a aquella silla y sentirme segura.

El único inconveniente de los muebles de este cuarto es su falta de armonía, porque tuvimos que subirlos todos del piso bajo. Supongo que cuando se utilizó como sala de juegos retiraron todas las cosas de los niños y no me extraña, porque nunca he visto destrozos tales como los que los niños hicieron aquí.

El papel de las paredes, como he dicho antes, está arrancado a trozos y lo cierto es que estaba muy bien pegado; hizo falta perseverancia además de aborrecimiento.

También el suelo está arañado y arrancado y astillado, el yeso mismo sacado en algunos sitios, y esta cama tan grande y pesada, que es lo único que encontramos en la habitación, tiene todo el aspecto de haber participado en varias guerras.

Pero eso no me importa nada: tan sólo el papel.

Aquí llega la hermana de John, una chica encantadora que está siempre pendiente de mí. Tengo que evitar que me encuentre escribiendo. Es una perfecta ama de casa llena de entusiasmo y no desea otra profesión mejor. ¡Estoy convencida de que cree que escribir es lo que me pone enferma!

Pero puedo escribir si está fuera y verla desde muy lejos por las ventanas cuando vuelve.

Hay una ventana que domina la carretera, una deliciosa carretera sombreada con muchas vueltas y revueltas, y otra que da al campo. El campo también es muy bonito, lleno de grandes olmos y prados de terciopelo.

El papel de la pared tiene una especie de dibujo secundario en un tono diferente, especialmente irritante porque sólo se lo ve con determinadas luces y ni siquiera entonces con claridad.

Pero en los sitios donde no está descolorido, y la luz del sol lo ilumina de una manera muy precisa, veo algo así como una extraña figura informe, molesta, que parece agazaparse detrás de ese primer dibujo tan estúpido y llamativo.

¡Oigo a mi cuñada en la escalera!

¡Ya ha pasado el cuatro de julio! La gente se ha marchado y yo me encuentro agotada. A John se le ocurrió que tal vez me sentara bien estar un poco más acompañada, así que hemos tenido aquí a mi madre, Nellie y los niños durante una semana.

Por supuesto yo no he hecho nada. Ahora es Jennie la que se ocupa de todo.

Pero yo estoy cansada de todas formas.

John dice que si no me recupero más deprisa me enviará a Weir Mitchell en otoño.

Pero yo no quiero tener nada que ver con él. En una ocasión estuvo tratando a una amiga mía y, según me ha contado ella, es como John y mi hermano, ¡sólo que peor!

Además, es un esfuerzo demasiado grande ir tan lejos.

Tengo la impresión de que no merece la pena mover una mano por nada y noto que me vuelvo terriblemente irritable y descontenta.

Lloro por nada mucho tiempo seguido.

Por supuesto no lo hago cuando John, o cualquier otra persona, están aquí; únicamente cuando me quedo sola.

Y ahora mismo paso sola mucho tiempo. John tiene que quedarse con mucha frecuencia en la ciudad para atender a enfermos graves, y Jennie es muy comprensiva y me deja sola cuando se lo pido.

Así que paseo un poco por el jardín o por ese camino tan bonito que lleva al embarcadero, me siento en el porche bajo las rosas y paso mucho tiempo echada aquí arriba.

Me estoy encariñando de verdad con este cuarto a pesar del papel. Quizá precisamente por el papel.

¡Pienso tanto en él!

Tumbada en esta gran cama inmóvil —creo que está clavada al suelo— sigo el dibujo de la pared durante horas. Les aseguro que es tan bueno como hacer gimnasia. Empiezo, pongamos, por abajo, en la esquina donde nadie lo ha tocado, y decido por enésima vez que voy a seguir ese absurdo dibujo hasta alcanzar algún tipo de conclusión.

Tengo algunos conocimientos sobre la teoría del dibujo, y me doy cuenta de que este papel no sigue ninguna ley de radiación ni de alternancia ni de repetición ni de simetría ni de ninguna otra cosa que yo haya oído nunca.

Se repite, por supuesto, en cada ancho, pero eso es todo.

Si se mira de cierta manera, cada uno de los anchos se diferencia de los demás: las hinchadas curvas y adornos —una especie de «románico degenerado» con delírium trémens— suben y bajan contoneándose en separadas columnas de fatuidad.

Pero, por otra parte, se relacionan diagonalmente, y esos contornos se extienden en grandes curvas inclinadas que crean una especie de horror óptico, como una multitud de algas ondeantes en plena persecución.

Todo el conjunto funciona también horizontalmente, por lo menos eso es lo que parece, y yo me agoto tratando de distinguir cómo se ordena su marcha en esa dirección.

Además utilizaron un ancho para colocarlo horizontalmente a manera de cenefa, y eso aumenta extraordinariamente la confusión.

Hay un extremo de la habitación donde está casi intacto y allí, cuando las luces laterales se desvanecen y el sol poniente lo ilumina directamente, casi logro imaginar una irradiación de todo: los interminables grutescos parecen formar un centro común y separarse luego a toda velocidad en precipitadas zambullidas igualmente caóticas.

Me cansa seguirlo todo. Creo que voy a dormir un rato.

No sé por qué tengo que escribir esto.

No quiero hacerlo.

No me siento capaz.

Y sé que a John le parecería absurdo. Pero tengo que decir lo que siento y lo que pienso de alguna manera: ¡me produce tanto alivio!

Pero el esfuerzo está llegando a ser mayor que el alivio.

Ahora la mitad del tiempo me noto terriblemente perezosa, y paso muchísimo tiempo tumbada.

John dice que no debo perder fuerzas, y me hace tomar aceite de hígado de bacalao y tónicos y otras cosas por el estilo, además de cerveza, vino y carne poco hecha.

¡Pobre John! Me quiere con toda el alma y sufre viéndome enferma. El otro día traté de tener con él una conversación seria y razonable y explicarle cuánto me gustaría que me dejara hacer una visita al primo Henry y a Julia.

Pero dijo que no estaba en condiciones de ir, ni tampoco podría soportarlo después de llegar allí; y por mi parte no conseguí ofrecer argumentos muy convincentes, porque me eché a llorar antes de acabar.

Se está convirtiendo para mí en un gran esfuerzo pensar correctamente. Imagino que todo viene de mi debilidad nerviosa.

Y el bueno de John me cogió en brazos, subió las escaleras, me dejó en la cama, se sentó a mi lado y me estuvo leyendo hasta que se me cansó la cabeza.

Me dijo que yo era su tesoro y su consuelo y todo lo que tenía en el mundo, y que tenía que cuidarme por él y conservar la salud.

Dice que yo soy la única que puede ayudarme a salir adelante, que debo utilizar toda mi voluntad y autodominio y no permitir que una estúpida fantasía se apodere de mí.

Me queda un consuelo y es que el niño está bien y contento, y no tiene que ocupar esta habitación con este horrible papel en las paredes.

¡Si no la hubiéramos utilizado nosotros, le habría tocado a ese pobre niño! ¡Ha sido una verdadera suerte! No hubiese querido ni por todo el oro del mundo que un hijo mío, una criaturita impresionable, viviera en un cuarto así.

Nunca se me había ocurrido antes, pero después de todo es una suerte que John me tenga aquí, porque estoy en condiciones de soportarlo mucho mejor que un bebé.

Por supuesto no he vuelto a mencionárselo —estoy demasiado escarmentada—, pero sigo vigilándolo de todas formas.

Hay cosas en ese papel que nadie sabe, ni sabrá nunca, excepto yo.

Detrás del dibujo exterior las formas borrosas se aclaran más cada día.

Es siempre la misma forma, pero en gran número.

Y es como una mujer que se agacha y se arrastra por detrás del dibujo. No me gusta nada. Me pregunto…, empiezo a pensar…, ¡me gustaría que John me sacara de aquí!

Es realmente difícil hablar con John de lo que me pasa, porque es una persona que sabe mucho y además está muy enamorado.

Pero lo intenté anoche.

Había luz de luna. La luna brilla por toda la habitación igual que sucede con el sol.

A veces no me gusta nada verlo: se arrastra muy despacio y siempre entra por una u otra ventana.

John estaba dormido y no quería despertarle, de manera que me quedé quieta viendo la luz de la luna sobre ese papel ondulante hasta que se me puso la carne de gallina.

La figura borrosa de detrás parecía sacudir el dibujo, exactamente como si quisiera salir.

Me levanté con mucho cuidado y me acerqué para ver y para sentir si el papel se movía de verdad, y cuando volví a la cama John se había despertado.

—¿Qué sucede, niñita mía? —preguntó—. No debes andar así…, cogerás frío.…

Se me ocurrió que era un buen momento para hablar, de manera que le conté que en realidad no estaba mejorando aquí y quería que me llevara a otro sitio.

—¿Cómo se te ocurre una cosa así? —respondió—; el alquiler acaba dentro de tres semanas y no podemos marcharnos antes. Aún no están terminados los arreglos en nuestra casa y yo no estoy en condiciones de dejar la ciudad en este momento. Sería otra cosa si de verdad estuvieras grave, pero lo cierto es que te encuentras mejor, aunque tú no te des cuenta. Soy médico, cariño, y lo sé. Estás ganando peso, tienes mejor color, comes con más apetito y en realidad estoy mucho menos preocupado que antes.

—No peso ni un gramo más —dije—; te aseguro que no; y quizá coma con más apetito por la noche cuando estás aquí, ¡pero siempre estoy desganada por la mañana cuando te has ido!

—¡Que Dios te bendiga, corazoncito! —me respondió, abrazándome muy fuerte—, ¡puedes estar todo lo enferma que te apetezca! Pero vamos a procurar estar mejor durante el día durmiéndonos ahora, y ¡ya hablaremos de eso por la mañana!

—Entonces, ¿no vamos a irnos? —pregunté muy triste.

—¿Cómo quieres que nos vayamos, cariño? No son más que tres semanas, y luego haremos un viaje corto muy agradable mientras Jennie prepara la casa. ¡Es cierto que estás mejor, créeme!

—Quizá mejor corporalmente… —empecé, y me detuve en seco, porque se sentó muy derecho en la cama y me lanzó una mirada tan severa y cargada de reproche que no fui capaz de decir una palabra más.

—Cariño —me dijo—, te suplico, por mí y por nuestro hijo, y también por ti misma, que no dejes entrar esa idea en tu cabeza ni un solo instante. No hay nada tan peligroso y fascinante para un temperamento como el tuyo. Es una fantasía falsa y absurda. ¿Por qué no tienes confianza en mí como médico cuando te lo aseguro?

Así que, por supuesto, no dije nada más sobre aquel asunto, y no tardamos mucho en tratar de conciliar el sueño. John creyó que yo me había dormido primero, pero no era verdad, y seguí allí durante horas tratando de decidir si el dibujo de delante y el que queda en segundo término se movían juntos o por separado.

A la luz del día, en un dibujo como éste hay una falta de continuidad y un desafío de las leyes que resulta motivo constante de irritación para una mente normal.

El color es francamente horrendo, e inestable y exasperante, pero el dibujo es una verdadera tortura.

Piensas que ya lo has dominado, pero cuando llevas un buen rato siguiéndolo, da un salto mortal hacia atrás y estás perdida.

Te da un bofetón, te tira al suelo y luego te pisotea. Es como una pesadilla.

El dibujo exterior es un complicado arabesco, que recuerda a un hongo. Imagínense grupos de setas venenosas, una interminable hilera de setas venenosas, produciendo yemas y brotes en inacabables circunvoluciones; bien, pues algo muy parecido.

Es decir, ¡a veces!

Este papel tiene una peculiaridad muy marcada, algo que nadie excepto yo parece advertir, y es que cambia con las modificaciones de la luz.

Cuando el sol penetra por la ventana que da al este —siempre estoy esperando a que llegue el primer rayo, largo y recto—, el papel cambia tan deprisa que nunca consigo creérmelo del todo.

Por eso lo espero siempre.

Con luz de luna —la luna entra toda la noche cuando está visible en el cielo— no me atrevería a decir que es el mismo papel.

De noche, con cualquier tipo de luz, al atardecer, con luz de vela o de lámpara, y aún peor con luz de luna, ¡se convierte en barras! Me refiero al dibujo exterior, y la mujer de detrás se ve con toda claridad.

Tardé mucho tiempo en darme cuenta de qué era lo que se veía detrás, el borroso dibujo secundario, pero ahora estoy totalmente segura de que es una mujer.

Durante el día se muestra sumisa, tranquila. Me imagino que es el dibujo lo que la hace estar tan inmóvil. Es una cosa tan desconcertante que me tiene horas y horas pendiente de ello.

Paso muchísimo tiempo tumbada. John dice que es bueno para mí, y que duerma todo lo que pueda.

En realidad inició él la costumbre al hacerme acostar durante una hora después de cada comida.

Yo estoy convencida de que es un hábito muy malo, dado que no duermo.

Y eso contribuye al engaño, porque no les digo que estoy despierta, ¡claro que no!

La verdad es que John empieza a darme un poco de miedo.

A veces parece muy extraño, e incluso Jennie tiene un aspecto inexplicable.

De cuando en cuando se me ocurre, tan sólo como una hipótesis científica, ¡que quizá sea el papel!

He observado a John cuando no sabía que le estaba mirando, y entra de pronto en el cuarto con las excusas más ingenuas, y varias veces le he sorprendido ¡mirando el papel! Y también a Jennie. En una ocasión la vi tocándolo.

No sabía que yo estaba en el cuarto, y cuando le pregunté con voz tranquila, muy tranquila, de la manera más contenida posible, qué estaba haciendo con el papel, se volvió como si la hubieran sorprendido robando, me miró muy enfadada y me preguntó que por qué la había asustado de aquella manera.

Luego dijo que el papel ensuciaba todo lo que tocaba, que había encontrado manchas amarillas en toda mi ropa y en la de John, ¡y que le gustaría que tuviésemos más cuidado!

¿No es cierto que suena inocente? ¡Pero sé que estudiaba el dibujo y estoy decidida a que nadie más que yo descubra lo que esconde!

La vida es ahora mucho más emocionante de lo que solía. Dénse cuenta de que tengo algo más de lo que estar pendiente, algo que esperar, que vigilar. Es cierto que como mejor y que estoy más tranquila que antes.

¡John está tan contento de ver cómo mejoro! El otro día se rió un poco y dijo que parecía que estaba prosperando a pesar de mi papel de la pared.

Evité hablar del tema riéndome también yo. No tenía intención de decirle que era a cama del papel: me hubiera tomado el pelo. Tal vez hubiera querido incluso sacarme de aquí.

Ahora no quiero irme hasta que haya descubierto lo que pasa. Queda todavía una semana y creo que será suficiente.

¡Me siento muchísimo mejor! No duermo gran cosa de noche porque es muy interesante ver lo que está sucediendo; pero en cambio duermo durante el día.

De día es agotador y desconcertante.

Siempre hay nuevos brotes en los hongos y nuevas tonalidades de amarillo por todas partes. No soy capaz de llevar la cuenta, aunque he tratado de hacerlo concienzudamente.

Es un amarillo extrañísimo el de ese papel. Me hace pensar en todas las cosas amarillas que he visto en mi vida: no cosas hermosas como botones de oro, sino viejas y asquerosas, feas cosas amarillas.

Pero hay algo más acerca de ese papel, ¡el olor! Lo noté en el momento en que entramos en el cuarto, pero con tanto aire y sol no resultaba desagradable. Ahora llevamos una semana de niebla y lluvia, y tanto si las ventanas están cerradas como si están abiertas, el olor no desaparece.

Se extiende por toda la casa.

Lo encuentro cerniéndose sobre el comedor, agazapado en el salón, escondido en el vestíbulo, esperándome en las escaleras.

Se me mete en el pelo.

Incluso cuando salgo a pasear a caballo, si vuelvo la cabeza de repente y lo sorprendo, ¡ahí está ese olor!

¡Y es un olor tan peculiar, además! He pasado horas tratando de analizarlo, para descubrir a qué se parece.

No es un olor malo…, al principio, porque resulta muy suave, pero al mismo tiempo es el más sutil y el más persistente con que me he tropezado nunca.

Con este tiempo tan húmedo llega a ser horrible: me despierto por la noche y lo encuentro suspendido sobre mí.

Al principio me perturbaba. Pensé seriamente en quemar la casa…, para llegar hasta el olor.

Pero ahora me he acostumbrado. Lo único que se me ocurre que se le parece, es ¡el olor del papel! Un olor amarillo.

Hay una señal muy extraña en esta pared, muy abajo, cerca del zócalo. Una raya que da la vuelta a la habitación. Pasa por detrás de todos los muebles, con excepción de la cama: una mancha larga, recta, regular, como si hubieran pasado algo por encima de la pared una y otra vez.

Me pregunto cómo se hizo, quién la hizo y para qué. Una vuelta y otra vuelta y otra vuelta, para luego volver a empezar: ¡consigue que me maree!

Por fin he descubierto de verdad algo.

Gracias a pasarme tanto tiempo vigilándolo de noche, cuando cambia tanto, he conseguido averiguarlo por fin.

El dibujo de delante se mueve y…, ¡no tiene nada de extraño! ¡La mujer que hay detrás lo zarandea!

Unas veces pienso que hay muchas mujeres detrás, y otras sólo una, que se arrastra muy deprisa todo alrededor, y al arrastrarse lo agita todo.

Luego en los puntos más brillantes se queda quieta, y en los sitios muy en sombra se agarra a los barrotes y los mueve con mucha fuerza.

Y trata todo el tiempo de atravesarlo. Pero nadie puede atravesar ese dibujo, porque se estrecha demasiado; creo que ésa es la razón de que haya tantas cabezas.

Empiezan a pasar, y luego el dibujo las estrangula, las pone cabeza abajo ¡y sólo se les ve el blanco de los ojos!

Y si cubrieran esas cabezas o se las llevaran no sería ni la mitad de terrible.

¡Creo que la mujer se escapa durante el día!

Y les voy a decir confidencialmente por qué lo creo: ¡la he visto!

¡La veo por todas mis ventanas!

Sé que es la misma mujer porque siempre se está arrastrando, y la mayoría de las mujeres no se arrastran de día.

La veo en la larga carretera bajo los árboles, arrastrándose, y cuando aparece un vehículo se esconde bajo, las zarzamoras.

No se lo reprocho en lo más mínimo. ¡Debe de ser muy humillante verse sorprendido arrastrándose de día!

Yo siempre cierro la puerta cuando me arrastro durante el día. No puedo hacerlo de noche, porque sé que John sospecharía algo inmediatamente.

Y John está tan raro ahora que no quiero irritarle. ¡Cómo me gustaría que se fuese a otra habitación! Además, quiero ser yo la única que saque de noche a esa mujer.

Con frecuencia me pregunto si podría verla por todas las ventanas al mismo tiempo.

Pero, por muy deprisa que me vuelva, sólo la veo cada vez por una.

Y, aunque siempre la veo, ¡quizá yo no sea capaz de volverme tan deprisa como ella es capaz de arrastrarse!

A veces la he visto muy lejos en campo abierto, arrastrándose tan deprisa como la sombra de una nube cuando sopla un viento muy fuerte.

¡Si fuese posible separar el dibujo superior del de debajo! Estoy decidida a intentarlo, poco a poco.

He descubierto otra cosa curiosa, ¡pero esta vez no lo voy a decir! No es conveniente fiarse demasiado de la gente.

Sólo quedan dos días para quitar el papel, y me parece que John está empezando a darse cuenta. No me gusta cómo me mira.

Y he visto que le hacía muchas preguntas profesionales a Jennie acerca de mí, y ella le ha dado un informe muy bueno.

Le ha dicho que duermo mucho durante el día.

¡John sabe que no duermo muy bien de noche aunque me estoy muy quieta!

También a mí me ha hecho todo tipo de preguntas, fingiendo ser muy amable y quererme mucho.

¡Como si yo no fuese capaz de descubrir sus intenciones!

De todas formas no me extraña que actúe así después de dormir junto a ese papel durante tres meses.

Sólo me interesa a mí, pero estoy segura de que a John y a Jennie les ha afectado secretamente.

¡Hurra! Hoy es el último día, pero hay tiempo suficiente. John se quedó en la ciudad anoche y hoy no vendrá hasta muy tarde.

Jennie quería dormir conmigo…, ¡la muy ladina! Pero le dije que, por una noche, sin duda descansaría mejor completamente sola.

¡He sido muy lista, porque en realidad no he estado sola ni un momento! Tan pronto como salió la luna y esa pobre criatura empezó a arrastrarse y a zarandear el dibujo, me levanté y corrí a ayudarla.

Yo tiraba y ella movía el dibujo, yo movía y ella tiraba, y antes de que amaneciera habíamos arrancado metros de papel.

Una franja hasta la altura de mi cabeza y a lo largo de media habitación.

Y luego, cuando salió el sol y ese horrible dibujo empezó a reírse de mí, ¡he prometido que acabaré hoy!

Nos marchamos mañana, y están bajando todos mis muebles para dejar las cosas como antes.

Jennie ha mirado asombrada la pared, pero le he explicado alegremente que lo he hecho por puro rencor hacia esa cosa tan abominable.

Ella se ha reído y ha respondido que no le importaría hacerlo ella misma, pero que no debo cansarme.

¡Cómo se ha traicionado esta vez!

Pero aquí estoy y nadie toca ese papel excepto yo; ¡al menos vivo!

Jennie ha intentado sacarme del cuarto…, ¡lo he comprendido con toda claridad! Pero le he dicho que estaba tan tranquilo y tan vacío y tan limpio que me parecía que me tumbaría y dormiría todo lo que pudiera; y que ni siquiera me despertase para cenar; que ya llamaría yo cuando me despertase.

De manera que ahora se ha ido, y se han ido los criados y también han desaparecido las cosas, y no queda nada excepto el marco de la gran cama clavado en el suelo, con el colchón de lona que tenía cuando llegamos.

Esta noche dormiremos en el piso bajo y mañana tomaremos el barco para volver a casa.

Me gusta mucho la habitación ahora que está otra vez vacía.

¡Qué destrozos hicieron aquellos niños!

¡Incluso el marco de la cama está roído!

Pero tengo que ponerme a trabajar.

He cerrado la puerta con llave y he tirado la llave al camino que hay delante de la casa.

No quiero salir y tampoco quiero que entre nadie hasta que venga John.

Quiero dejarle asombrado.

Tengo aquí una cuerda que ni siquiera Jennie ha encontrado. Si esa mujer sale y trata de irse, ¡la ataré!

Pero, ¡he olvidado que no puedo llegar muy arriba sin algo donde subirme!

¡La cama no se mueve!

He intentado levantarla y empujarla hasta hacerme daño, y luego me he enfadado tanto que he arrancado a mordiscos un trocito de madera en una esquina…, pero me he hecho daño en los dientes.

Luego he arrancado todo el papel que alcanzaba desde el suelo. ¡Se pega de una manera horrible y el dibujo disfruta con ello! ¡Todas esas cabezas estranguladas y ojos saltones y fungosos tumores contoneantes chillan burlándose de mí!

Me estoy enfadando lo bastante como para hacer algo desesperado. Saltar por la ventana sería un ejercicio admirable, pero los barrotes son demasiado gruesos para intentarlo.

Además, tampoco lo haría. Claro que no. Sé muy bien que un paso como ése es incorrecto y podría ser mal interpretado.

Ni siquiera me gusta mirar por las ventanas: hay demasiadas de esas mujeres que se arrastran y ¡lo hacen tan deprisa!

Me pregunto si todas ellas han salido de ese papel de la pared igual que yo.

Pero ahora estoy perfectamente sujeta gracias a mi cuerda tan bien escondida…, ¡nadie me va a sacar a la carretera!

Supongo que tendré que volver detrás del dibujo cuando llegue la noche, ¡y eso es muy duro!

¡Es tan agradable salir a una habitación tan grande y arrastrarme por ella todo lo que me apetezca!

No quiero salir de aquí. No saldré, incluso aunque Jennie me lo pida.

Porque fuera hay que arrastrarse por el suelo, y todo es verde en lugar de amarillo.

Pero aquí me puedo arrastrar sin dificultad por el suelo, y mi hombro encaja perfectamente en esa larga mancha alrededor de la pared, de manera que no puedo perderme.

¡Vaya! ¡John está al otro lado de la puerta!

¡No sirve de nada, joven, no puede usted abrirla!

¡Cómo llama y golpea la puerta!

Ahora está pidiendo un hacha.

¡Sería una lástima echar abajo esa puerta tan hermosa!

—¡John, cariño! —dije con voz muy amable—, ¡la llave está junto a los escalones de la entrada, debajo de una hoja de plátano!

Eso le hizo callar unos instantes.

Luego dijo, muy calmosamente, desde luego:

—¡Abre la puerta, cariño!

—No puedo —dije—. ¡La llave está junto a la puerta principal debajo de una hoja de plátano!

Y luego lo repetí varias veces, muy amablemente y muy despacio; y lo repetí tanto que tuvo que ir y mirar, de manera que encontró la llave, claro está, y entró en el cuarto. Se detuvo bruscamente nada más atravesar el umbral.

—¿Qué sucede? —exclamó—. ¡Por el amor de Dios, qué estás haciendo!

Seguí arrastrándome igual que antes, pero le miré por encima del hombro.

—Por fin he conseguido salir —le dije—, a pesar de ti y de Jennie. ¡Y he arrancado la mayor parte del papel, de manera que no podrás volver a meterme!

¿Por qué se habrá desmayado ese individuo? Pero eso fue lo que hizo, y precisamente en mi camino junto a la pared, ¡de manera que he tenido que arrastrarme por encima de él todas las veces!

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