El génesis

El génesis


41 – La familia y uno más (Génesis 42, 1-38; 43, 1-34)

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41 – La familia y uno más
(Génesis 42, 1-38; 43, 1-34)

En esto que los hermanos de José, salvo el enchufado de Benjamín que se había quedado en Canaán con su padre, fueron a Egipto a comprar trigo y tuvieron la mala suerte de encontrarse con José, quien naturalmente los reconoció. José comenzó a acusarles de espionaje industrial, diciendo que sabía de buena tinta que venían a Egipto para «conocer los puntos débiles del país». Uno no deja de asombrarse de que en aquella época ya existiera la táctica militar y los reinos se preocupasen de saber las flaquezas del enemigo, pues la imagen que teníamos de la Antigüedad es que en la guerra ganaba el más bestia, o el que tuviera a Dios de su parte (y por lo general, ambos requisitos confluían en uno).

Sus hermanos, ignorantes de que están hablando con José, su hermano, al que creían fallecido, suplican que les deje marchar, pues tienen un padre anciano y un hermano pequeño que morirán de hambre y de pena si ellos no vuelven con el trigo (aunque cabría pensar que al menos tardarían mucho en morir, pues sólo tendrían que alimentarse dos personas, al haberse librado de los pesaos de los hermanos). José se retira a deliberar y pone la oreja para escuchar lo que dicen sus hermanos, quienes piensan que sus desgracias son castigo de Dios por lo que hicieron con José. Al oír esto José, el muy mariquita, se echó a llorar.

Cuando se recompuso, volvió a hablar con sus hermanos, y les permitió marchar siempre y cuando volvieran con su hermano pequeño, demostrando así que no eran espías. Los hermanos, sabedores de lo que comportaba la acusación de espionaje en el mundo antiguo, se llevaron, aliviados, las manos a los genitales, y prometieron volver con Benjamín la próxima vez. José, para garantizar que así lo hicieran, se quedó con uno de ellos, Simeón. La verdad es que la acusación de espionaje, siendo ridícula, no lo es tanto como la «prueba» que exige José de que los hermanos dicen verdad. ¿Y si fueran espías pero uno de ellos tuviera un hermano pequeño, también espía, y lo llevaran como prueba en la siguiente ocasión? ¿Y si compraran un esclavo y lo hicieran pasar como hermano pequeño? Claro que José inmediatamente sabría que era falso, pues lo que él quería era ver a Benjamín, pero ¿no podrían haber discurrido un poco los hermanos?

Pues no; éstos vuelven con Jacob y este se desespera ante la sola idea de que tengan que llevarse a Benjamín cuando se acabe el trigo que habían comprado (sin embargo, en una de estas arbitrariedades tan curiosas que muestra la Biblia, no muestra el más mínimo atisbo de preocupación por la momentánea, quién sabe si definitiva, pérdida de Simeón). Pero el hambre aprieta y al final consiente en que se lo lleven, con algunos productos de la tierra, como miel y almendras, como regalo para el poderoso señor egipcio (y si tenían productos de la tierra, tantos que podían ir por ahí regalándolos, ¿para qué leches necesitaban comprar trigo?).

Así que vuelven los hermanos a presencia de José, con Benjamín incluido, atemorizados al poner nuevamente en riesgo sus genitales. Pero José les devolvió a Simeón (ante la indiferencia generalizada, incluida la del redactor del Génesis), les dio trigo y les invitó a comer con él. Al ver a su hermano Benjamín José no pudo contenerse, salió de la habitación y acto seguido se echó nuevamente a llorar como un mariquita aún más mariquita que antes.

Al volver, José se sentó aparte de los demás, al ser el más importante, y los hermanos se sentaron apartados de los egipcios, pues, según la Biblia, «los egipcios no pueden comer con los hebreos: de hacerlo, Egipto se tendría por deshonrado». En la comida, por lo visto, no ocurrió nada digno de reseñar, salvo el detalle de que, por orden de José, «la porción de Benjamín era cinco veces más grande que la de los demás». ¿Habrase visto tamaña injusticia? ¿Qué tenía el niño este para que todo el mundo lo llevara en mantillas? ¿A qué esperaban los hermanos para venderlo como esclavo, al igual que hicieron con el petulante de José? Y en cuanto a este último ejercicio de favoritismo, lo de recibir ración quíntuple, una de dos: o Benjamín se puso auténticamente como un cerdo de comer (vaya saque que tenía el niño, pese a ser «el pequeño») o las raciones de sus hermanos eran de hambre, porque si no, esto no hay por dónde cogerlo.

Los hermanos seguían sin enterarse de nada, pero esta situación no podía durar mucho más: «José descubre su identidad».

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