El génesis

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22 – Sara no era inmortal (Génesis 23, 1-20)

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22 – Sara no era inmortal
(Génesis 23, 1-20)

Tras las reiteradas demostraciones de longevidad de Sara y las evidentes muestras de enajenación mental de Abraham una conclusión va abriéndose paso en nuestra mente. Efectivamente la imagen tópica de mujer dominadora y castradora que hace la vida imposible a su pobre cónyuge tiene una sólida cimentación en el imaginario colectivo. Tras haber repasado durante un tiempo las aventuras de Sara no dudamos que la Biblia, al exponer con tanta precisión las cuitas matrimoniales de la pareja, es en gran parte responsable de la propagación de este tópico.

Más de un centenar de años pasa Abraham al lado de una mujer permanentemente premenopáusica. Problemas de fertilidad, escenas de celos, cuernos con casi todos los soberanos de los reinos por los que pasaban… Sólo al final de su vida Sara hace algo útil a juicio de la ideología dominante en la época y da un heredero a Abraham. La vida matrimonial si no mejora con ello al menos se relaja. La centenaria edad de Sara impide que sus coqueteos extramatrimoniales sean frecuentes y aunque suponemos que tanto el uno como la otra, al envejecer, debieron convertirse en más cascarrabias, un dato esencial hace ver a Abraham las cosas de otra manera: Isaac le llena su tiempo libre, pues debe enseñarle las tradiciones que iniciarán una época en el pueblo elegido.

Sin embargo Dios decide dar un descanso al pobre Abraham y con 127 años Sara dice adiós a este valle de lágrimas. Tras los pucheros de rigor nuestro héroe se recupera rápidamente y decide proseguir con lo que ha sido su estilo de vida. Evidentemente persuadido de que los gastos de un entierro serían excesivos para su humilde hacienda se dirige a los hititas, pues para algo la muerte alcanzó a Sara en sus tierras. Y con todo el morro que le caracterizó siempre les desvela sus intenciones: «Yo soy extranjero y emigrante entre vosotros; dadme una sepultura en propiedad para enterrar a mi difunta». Esta extravagante argumentación, que en manos de los emigrantes que habitan en suelo español en la actualidad pondría los pelos de punta a los responsables del Ministerio del Interior (imaginen a cientos de miles de emigrantes exigiendo todo tipo de derechos amparándose precisamente en su status extranjero), tuvo el éxito acostumbrado. La reiteración con la que pueblos de Oriente Medio se plegaban a las extraordinariamente desproporcionadas exigencias de Abraham no deja de sorprendernos. Una tolerancia tal, o siquiera una brizna de la gran generosidad que todos profesaron al elegido, solucionaría sin ningún problema todas las turbulencias sociopolíticas de la región de un plumazo.

De manera que Abraham logra permiso para realizar sus ritos funerarios, que debe inventarse a falta de indicaciones divinas sobre cómo llevarlos a cabo. La tumba de Sara (recuerden, esa que ha sido escenario de conflictos de liberación palestina recientemente) acabará ubicándose en la cueva de Macpela. Este terreno, propiedad de Efrón, acaba pasando a ser propiedad de Abraham por un precio económico: cuatrocientas monedas de plata. La cantidad es considerable si tenemos en cuenta dos factores:

Efrón discute agriamente con Abraham por el precio del terrenito. Abraham pretende pagar las 400 monedas mientras que su propietario se empeña en regalarlo haciendo gala de la clásica complacencia bíblica hacia Abraham. En un emocionante pasaje bíblico presenciamos el primer episodio de regateo de la historia, si bien algo sui generis, con el comprador pretendiendo hacer subir el precio y el vendedor intentando rebajarlo.

Teniendo en cuenta la cotización en monedas de plata de una cueva para inhumar gentes podemos evaluar la injusticia de las críticas de futuro a todos aquellos que, acusados de actuar por intereses crematísticos, eran en realidad fervorosos altruistas (¿qué serán 30 monedas años después, inflación mediante?).

La Biblia deja claro a continuación que ciertas zonas de los famosos «territorios ocupados» pertenecen por derecho desde hace siglos al pueblo de Israel: «De este modo el campo de Efrón (…) pasaron a ser propiedad de Abraham en presencia de todos los hititas». No entendemos cómo, estando las cosas tan claras, alguien puede todavía osar dudar.

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