El génesis

El génesis


39 – Análisis fundamental (Génesis 41, 1-36)

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39 – Análisis fundamental
(Génesis 41, 1-36)

Faraón era, como todos los Antiguos de buena familia, un sádico dictador absolutista que disfrutaba viendo cómo sus súbditos morían y después los pájaros se atizaban sus cabezas. Como el poder de Faraón era total en tierras de Egipto, no había nada que le contrariara más en el mundo que observar cómo sus súbditos hacían cosas que él no podía hacer. Así, si Faraón veía que alguien podía, por ejemplo, soñar cosas que luego tenían interpretaciones profundas y él no, quedaba muy contrariado, así que mandaba colgar de los huevos a aquél que le superaba en algo y después hacía todo lo posible para emularlo.

Afortunadamente, Faraón nunca tuvo noticias de que la gente soñara cosas profundas y, por tanto, inexplicables, así que nunca mató a nadie por este motivo. Pero llegó una época de carestía en Egipto, los ciudadanos egipcios morían como moscas y en el palacio de Faraón decidieron, en gesto de solidaridad, acabar la juerga del día a una hora inusualmente temprana, con lo que nuestro hombre se fue a dormir antes de lo habitual.

Y he aquí que Faraón tuvo un sueño muy raro: siete vacas gordas y lozanas, siete vacas cebadas, pastaban en la orilla de un río. Pero hete aquí que súbitamente aparecen otras siete vacas, famélicas y huesudas (previsiblemente pertenecientes a la cabaña española), y rápidamente las muy felipistas se merendaron a las vacas hermosas. Faraón despertó sudando y compungido ante un sueño tan terrible que, por otro lado, no tenía ni puñetera idea de qué querría decir, pero pronto se durmió de nuevo.

En esta ocasión Dios puso toda la carne en el asador y en un alarde de originalidad hizo soñar a Faraón exactamente lo mismo pero cambiando las vacas por espigas de trigo. Faraón volvió a despertar sobresaltado (y ahora ya no es de extrañar, no sólo por la reaparición del mismo tipo de sueño, sino porque ver a una inocente espiga de trigo comerse a otra debe ser terrorífico además de surrealista) y mandó llamar a los adivinos de la Corte, los cuales le dijeron que no tenían ni idea de lo que podía querer decir un sueño así. En ese momento «el que se encargaba de servirle las bebidas a Faraón», Yaveh mediante, se acordó de José y le habló a Faraón de lo bien que le había interpretado el sueño, por un precio que finalmente se revelaría asequible.

Después de cortarle la cabeza al camarero real por no comentarle antes la existencia de José Faraón mandó que trajeran a nuestro héroe a su presencia. En la cárcel lavaron a José con mimo, le vistieron con nuevos ropajes, José se despidió de los muchos amiguitos que había hecho a lo largo de su estancia y se marchó.

Al ser puesto al corriente por Faraón del contenido de su sueño, José, sin dudarlo un momento, dijo: «Es muy sencillo. Su Majestad tiene que enterrar dinero en la playa para que lo encuentren los niños jugando». Ante semejante estupidez Faraón ordenó a «el que se encargaba de afilar la espada con la que Faraón ordenaba segar cabezas» que se aplicara a su cometido, y exigió a José ser menos críptico en su interpretación, a lo que el Iluminado por Él accedió:

«Tras varios años de suave desaceleración, el descenso del desempleo generado por la afición de Faraón a cortar cabezas, combinado por la inversión pública continuada en nuevos puestos de trabajo que sustituyan a los ejecutados, garantizan la entrada en un periodo de bonanza económica sin parangón. La onda de Elliot —dijo José mientras utilizaba una improvisada pizarra para ilustrar lo que estaba diciendo— no deja lugar a dudas al respecto. La baja inflación, unida a los bajos tipos de interés, es la mejor garantía, en ausencia de una buena guerra, de nuestra prosperidad. Lamentablemente, a estos años de bonanza seguirán siete años de recesión si Su Majestad no flexibiliza Su economía y le corta la cabeza a todos los jodidos sindicalistas, talmente como si hubieran soñado cosas más profundas que Usted».

«Entrando en materia —dijo José a la vista de que Faraón se impacientaba y seguía sin entender absolutamente nada de la perorata—, nuestra (perdón, Su) economía se basará en pilares sólidos centrados en siete años de excelentes cosechas que generarán un enorme excedente. Pero no todo el monte es orégano, y a los siete años de buenas cosechas seguirán otros siete de escasez, que a la larga provocará hambre en la población, millones de muertos, todo tipo de enfermedades causadas por la mala alimentación y, lo que es peor, existe una pequeña posibilidad de que las fiestas de Faraón ya no puedan volver por donde solían».

Faraón, verdaderamente temeroso de Dios después de oír este último comentario, musitó: «bueno, lo del trigo ya lo entiendo, pero… ¿y las vacas?».

José, disimulando su molestia ante la cortedad de su interlocutor, le explicó que para evitar los siete años de desastres era preciso que Faraón se mostrara temeroso de Dios («no, esto no quiere decir que renuncie a su vida de molicie», ante el alivio de Faraón), que todo el pueblo egipcio se mostrara temeroso de Dios y, en suma, que lo nombraran a él (José), como intermediario acreditado entre Él (con mayúsculas) y Faraón, Administrador Único de las Finanzas y los Bienes de Egipto, un puesto fijo de funcionario con derecho a cuatro meses de vacaciones, trienios, media jornada y jubilación. Con la ayuda del Señor, nuestro hombre lo consiguió: «José Primer Ministro».

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