El génesis

El génesis


5 – Set (Génesis 4, 25-26)

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5 – Set
(Génesis 4, 25-26)

Para incrementar la confusión Adán, ya se sabe, volvió a pecar y las consecuencias fueron las que fueron. La interpretación que el buen hombre hizo de este notable acontecimiento es que el Señor le enviaba una especie de recambio nuevecito desde el concesionario para sustituir a Abel. Y aquí, de nuevo, se reproduce la confusión, porque este chico, Set, a su vez engendró un hijo, al que llamó Lenos.

En este punto de la historia las dudas nos invaden. Porque si Set, efectivamente, sustituía en alguna medida a Caín no podía ser hermafrodita (Caín demostró con creces que a macho pocos le ganaban). Así que, de nuevo, sólo dos opciones se nos antojan plausibles. O bien la caja torácica de Set sufrió una alevosa agresión o bien Eva decidió repetir los dulces momentos pasados con su primogénito. Y, desgraciadamente (y decimos desgraciadamente por cómo deja esto a nuestra común ancestro) parece que todo apunta a la segunda de las opciones. ¿Por qué si no la Biblia iba a pasar tan de puntillas sobre el particular? ¿Cuál es el motivo de que en vez de dar nombre a la mujer de Set se omita cualquier dato sobre la existencia de una pareja del pobre chico? ¿Acaso no es el Libro tan aficionado a proporcionar larguísimas listas de nombres? ¿Qué está pasando aquí? Las respuestas son sencillas. Era preciso ocultar la ignominia y ése y no otro es el motivo del salto que sufre la narración.

Llegados a este punto, al parecer, la Humanidad, «comenzó a invocar el nombre de Dios». Y, la verdad, con razón. Porque debe tenerse en cuenta que las dos ramas principales del entonces incipiente género humano eran los hijos de Caín (engendrados por la madre de éste al principio y luego suponemos que también por las propias hijas mayores) y los hijos de Set («setitas»), que aparecen por un procedimiento similar. Si los Borbones que de vez en cuando juntan a algún primo con otro han acabado por llegar a ser lo que son, no es complejo suponer lo que debió ser la descendencia de esa gente. Si conservaron un mínimo de capacidad intelectiva es lógico que la emplearan en dar gracias al Señor o a quien fuera ante tal dádiva inmerecida.

En cualquier caso los setitas son buena gente, al parecer. Ese espíritu familiar que les hacía descubrir el sexo a tiernas edades y a manos de sus padres y hermanos mayores dejó un poso indeleble en su formación. Pero, eso sí, mientras se dedicaban a lo que se dedicaban no olvidaban jamás «invocar el nombre del Señor».

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