El génesis

El génesis


16 – La cirugía salvaje entra en escena (Génesis 17, 1-27)

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16 – La cirugía salvaje entra en escena
(Génesis 17, 1-27)

Ismael ya tiene trece añitos y a lo largo de este tiempo Abram ha vivido tranquilo dedicándose a la cría del chaval y a incrementar su hacienda. Hace tiempo que no se le aparece el Señor y todo el mundo, lógicamente, está tranquilo por ello. Incluso creen haber recuperado al patriarca de la familia para la vida civil. Pero así como los cuidados que un infante exige en su niñez parecían haber alejado a su padre de la botella y cosas peores, la Edad del Pavo de Ismael tuvo efectos devastadores. Apenas iniciada, en efecto, el Señor vuelve a aparecer en todo su esplendor.

Nosotros creíamos que Abram y el Señor ya habían hecho un pacto, en virtud del cual el segundo, a cambio no se sabe muy bien de qué recibía tierras en cantidad y descendencia. Pues bien, debíamos estar equivocados pues llegado es el momento de establecer el verdadero convenio regulador de las relaciones entre Abram y el Señor. El pacto exigía a Abram ser perfecto, algo realmente exigente (tanto que incluso Jose Toledo debe recurrir a un anticaspa para asumir el desafío), pero a cambio se iba un paso más allá de la mera descendencia: la multiplicación inmensa de los hijos de Abram.

Cautivado por las bondades de tal unión, Abram firma un convenio de tinte claramente feudal que le vincula a él pero liga también a toda la descendencia suya y de sus descendientes. No sólo nos encontramos ante el primer trato feudovasallático de la Historia, sino ante uno de los más salvajes. Dios promete que de ese pueblo elegido y sometido nacerán reyes pero, a cambio, ellos deben permanecer dentro del rebaño para siempre. Y como marca propia de pertenencia al señor feudal nada de un censo a la manera tradicional, nada siquiera de una marca en la piel como si se tratara de ganado. No, la clave que marcará de por vida a todo aquel nacido en el feudo será un tajo en el miembro viril, la circuncisión, realizada a los 8 días del nacimiento.

Así que, demostrando a todos los que le rodeaban que estaba cuerdo como el que más, Abram, a sus 99 años, cogió un cuchillo carnicero y fue operando sobre todos los hombres de su Hacienda. Dando ejemplo los primeros que estuvieron próximos a ser emasculados fueron él mismo y su hijo Ismael. Sorprendentemente el resto de hombres del lugar se dejaron. Aunque teniendo en cuenta la pinta que debía hacer el tío, con los ojos inyectados en sangre y un cuchillo de considerables dimensiones en las manos, casi lo más prudente era no oponer oposición. Por otro lado mientras hacía el trabajo él comunicó que el Señor también le había cambiado el nombre. Como cualquier loco que se precie hizo saber a todos que a partir de ese momento debían llamarle «Abraham» y que a su mujer debían llamarla «Sara» y comunicó igualmente la buena nueva: a pesar de su avanzada edad y la de su esposa Dios le había prometido también un hijito.

Todos estos rasgos de conducta esquizoide y la euforia quirúrgica que los acompañaron no fueron suficiente para buscarle un problema al recién nombrado Abraham con la justicia o con sus gentes. Ni siquiera el rito de la circuncisión, nacido en tan exóticas circunstancias, se ha visto afectado en su prestigio. Todavía en la actualidad se sigue circuncidando a los descendientes de Abraham, al pueblo elegido. Incluso en lugares como los Estados Unidos de América se circuncida a todo recién nacido alegando motivos sanitarios para ello. En España la costumbre está menos extendida, pero cada vez son más frecuentes «operaciones de perfeccionamiento» llamadas a incorporar a más y más gente al pueblo elegido mediante la excusa de reparar ciertos problemillas: así todos contentos, el Señor ve incrementarse el número de elegidos y los agraciados pueden, por fin, descubrir lo placeres de la masturbación.

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