El génesis

El génesis


30 – Especulación financiera y mesta jacobina (Génesis 30, 25-43)

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30 – Especulación financiera y mesta jacobina
(Génesis 30, 25-43)

Como para cualquier seguidor de esta Historia debe estar claro a estas alturas el destino de Labán estaba marcado. Recordemos que había hecho trabajar ¡durante 14 años! a Jacob, el último elemento de la estirpe de los elegidos. No contento con esto, además, le había engañado colocándole a su hija Lía como esposa (quien por muy fértil que sea, recordemos, tenía unos ojos preciosos y la mirada tierna). Para quienes conocemos a Jacob, el hombre que enemistó a sus padres, estafó a su hermano para quedarse con la primogenitura y le robó arteramente la bendición paterna, las dudas residen únicamente en saber la magnitud del desastre que se cierne sobre Labán. Porque está claro que Jacob no va a aguantar muchas más bromas.

Y, efectivamente, informa la Biblia de que, a partir del nacimiento de su hijo José (y pensando a buen seguro que su prole empezaba a ser más que numerosa) Jacob comienza a plantear a Labán reivindicaciones como un piloto de Iberia que avista el inicio de las vacaciones estivales: que si trabajo demasiado, que si esto no me renta, que si te aprovechas de mí…

Tras un breve tira y afloja Labán accede al trato propuesto por Jacob, ya que le parece justo: a cambio de apacentar a los rebaños de su suegro Jacob se quedará con los animales negros o manchados, quedando para el dueño de la cabaña los blancos inmaculados. El trato no parece malo para Labán, que cree encomendar sus animales a un pastor que estará muy interesado en que crezcan sanos y se reproduzcan, pues cuanto más aumente el número de cabras y ovejas mayor beneficio obtendrá Jacob (pues también habrá más animales oscuros).

Pero en este momento entra en juego el ingenio de Jacob, lo que algunos llamarán por envidia su sinvergonzonería. Anticipándose en años a Mendel y a los descubrimientos que en el siglo pasado permitieron a científicos británicos clonar ovejitas, Jacob inició experimentos de selección genética por cuenta propia que le llevaron a, seleccionado las hembras y machos pertinentes, construir dos cabañas diferenciadas: una recia y manchada, negra azabache, con animales fuertes y sanos (casi parecían toros, oiga) y otra de ovejitas y cabras blancas inmaculadas pero débiles y tiquismiquis que, con el paso del tiempo, dieron lugar al Mejor Equipo de Fútbol del Mundo.

Claro que la cosa acabó por inquietar a Labán y, sobre todo, a sus hijos, que vieron cómo disminuía su futura herencia con inusitada rapidez. Incluso Labán, tal y como advirtió con extrañeza Jacob, «ya no le miraba como antes». Sin duda ultrajado al ver cómo su habilidad para la selección genética y su evidente buena fe eran recompensados por su suegro sólo con inquina y maldad, Jacob decidió que ya era hora de regresar a casa. Por eso y porque tampoco le quedaban ya a Labán muchas ovejas que él pudiera esquilmar. Dio cuenta de la decisión a sus esposas, que le apoyaron como buenas mujeres que eran, y partió con viento fresco.

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