El fantasma francés
Ángel Gabriel CabreraTe veo de rodillas, con el rosario en las manos, hijo mío. Estoy muerto y tú lo sabes mejor que nadie. ¿Quieres saber cómo llegué hasta aquí? ¿Quieres saber cómo hago para hablarte? Sígueme y te contaré mi historia.
Me llamo Antoine y nací el 30 de diciembre del año 1400 en Francia. Pasé mi infancia en París, la capital de mi país natal, y mi adolescencia en Orleans, ciudad donde empecé a cursar mis estudios universitarios. A la edad de veintinueve años, y a pocos meses de terminar mi carrera, fui reclutado por la líder del ejército francés, Juana de Arco, y me sumé a las tropas de mi nación para luchar contra los ingleses. La general, sabiendo de mi capacidad en logística bélica, me asignó el puesto de terrateniente, y desde allí fui una pieza clave de la victoria francesa. No obstante, poco tiempo antes de que Juana fuera capturada por los borgones, fui sorprendido por los espías enemigos a la salida de mi cuartel y asesinado a sangre fría por éstos. Luego de aquello, mi alma terminó vagando hasta el día de hoy.
En ese momento, yo no tomé plena conciencia de mi condición. Simplemente, me vi salir de mi cuerpo sin notar que el mismo era ya un cadáver, y mis recuerdos, entonces, fueron trasladados a un plano superior.
Desde allí podía ver todo: las casas, los barcos, los soldados y las tropas, las cuales -para mi sorpresa- no podían percatarse de mi presencia. Todo el mundo actuaba como si yo no estuviera allí. Me ignoraban completamente como si fuera invisible, a pesar de que, incluso, intenté tocarlos más de una vez. Fue así como una idea cruzó mi mente: debía utilizar esa ventaja para ayudar a mis compañeros, ¿y qué mejor manera que sabotear el arma secreta del invasor?
Bajé las escaleras más rápido que un relámpago, tomé los planos del escritorio de Falstolf y, ni bien me aseguré de que nadie andaba cerca, salí flotando por la ventana. Inmediatamente después, fui donde Juana para llevarle la información. En ese momento, mi superior daba la arenga final antes de la batalla de Castillón, y a la menor distracción aproveché para entrar. Me acerqué a la mesa donde la dama urdía sus planes y le dejé a la vista los papeles, y grata fue mi sorpresa al ver la sonrisa que se dibujó en su rostro al momento de revisarlos. La estrategia era perfecta. Estaba seguro de que obtendríamos el triunfo.
La joven militar, adolescente y virgen aún, reunió a la milicia y avanzó hacia el terreno anglosajón. El escaso tiempo, las inclemencias ambientales y la falta de planificación les hicieron cuesta arriba a mis compañeros fabricar por su propia cuenta un lanzapiedras, pero la ausencia del mismo entre las filas británicas fue clave para su derrota. Aunque la doncella ni se imaginaba cómo llegaron a sus manos, el hecho de tener del lado franco los planos del arma más poderosa de Talbót terminó siendo una desventaja demasiado importante para ellos, y, aunque muchos no lo sepan, fue la razón principal de que el ejército local se terminara imponiendo y forzando, después de un siglo de espera, el tan ansiado final de este conflicto.
Mi cuerpo fue sepultado, luego de la guerra, en una tumba de honor cerca de La Pucelle, pero mi familia decidió mudarme al panteón junto con mi padre y mi madre, quienes habían partido al más allá pocos días antes de que fuera convocado. Desde ese lugar te hablo, a dos metros de distancia bajo tus pies, y te aseguro que la muerte no es algo doloroso, pero sí es aburrida algunas veces. Puedes hablar, pero nadie te escucha. Puedes ver a los demás, pero no tienen idea de que estás a su lado.
Por eso estoy en tu mente, mi querido visitante: porque no hay forma de que creas que los fantasmas existen si no hay uno frente a ti. Te invito a mirar adelante. Aquí estoy, y no soy un cuento de hadas como imaginan algunos. Algún día ofrecerán una misa en mi nombre y podré marcharme tranquilo. Hasta entonces, soy un espíritu errante que recorre las lápidas de noche y no quiere asustar a nadie, pero tampoco puede evitarlo.
Así es, hermano mío. Haz la señal de la cruz, pídele ayuda a Jesús, abre los ojos como si fueran dos bolas de cristal y vete. Vete lejos y no vuelvas. Corre lejos, muy lejos de aquí, reza un gloria y un ave María, gime y grita como loco y nunca olvides... que las tumbas de los muertos no son un juego infantil.