El esqueleto colgante

El esqueleto colgante

Ángel Gabriel Cabrera

Al pie de la colina, el viajero contempló el esqueleto colgado del árbol. Sus cuencas vacías, indiferentes frente al paso del tiempo, parecían desvanecerse en el eterno letargo. Fuera de sí, el buen samaritano parecía volverse uno con sus huesos.

De repente, sintió una mano que le tocaba la espalda. ¿Era ella? “No puede ser” se quedó pensando. Él no tenía la culpa. No. ¿Quién fue la que quiso salir a cortar fresas al campo? Fue su amada, y él intentó detenerla luego de que, tras aquella encendida discusión, se resbalara y cayera al lago.

Por su mente cruzaron los recuerdos como una marcha de soldados yendo a la guerra. Era una vida completa la que hubieran pasado juntos de no haber sido por aquel incidente. Se sentía un tonto y lo sabía, ya que él había empezado a discutir, pero no podía aceptar la culpa. Era demasiado para él llevar un sufrimiento tan pesado.

Continuó inmerso en sus pensamientos hasta que tomó una decisión. Debía pedirle que lo perdonara, aunque estaba seguro de que aquella mano no era la suya. Cuando volvió la mirada atrás, no vio a la joven. En su lugar, la noche había llegado, sigilosa y tan imponente como siempre.

Miró por última vez el esqueleto. Ese enjambre de huesos y tendones, desnudo en la inmensidad de la pradera, parecía observarlo, acaso entendiendo lo que sentía, y cada tanto parecía sonreírle.

Recorrió el campo a paso firme convencido de llegar en unas horas, pero el cementerio de su pueblo parecía estar cada vez más lejos a medida que avanzaba. Cuando sus piernas no dieron más, se sentó sobre el suelo y se quedó dormido. Decenas de sombras bailaron ante sus ojos entonces, y en el momento en el que volvió a despertar sintió que alguien andaba cerca.

Miró a los costados. El bosque parecía estar tranquilo a pesar de las altas horas, pero entonces, cuando pretendía volver a dormir, escuchó un grito. Miró entre los arbustos y la vio. Era su amada, que intentaba con desesperación salir del agua. “Es imposible” pensó. “Leila está muerta desde hace meses”. No podía ser ella...

Intentó hacer un esfuerzo, pero, a pesar de su incredulidad, la curiosidad fue más fuerte. Entonces, se acercó a aquella imagen e intentó hablarle. “Vida, ayúdame” le contestó la adolescente, y fue así como Carol entendió lo que sucedía. Entonces, se acercó y le tendió la mano. Leila se tomó del brazo de su amado y salió del agua. Luego, el joven cayó al lago y se ahogó.

Tras mucho tiempo de buscarlo, finalmente dieron con el cadáver. Cuando fueron a enterrarlo, notaron algo extraño. El nicho donde el cuerpo de Leila descansaba ya no estaba en su lugar. Solamente encontraron en el sitio un ataúd vacío. Luego de algunos días, uno de los vecinos informó que el esqueleto tampoco estaba ya en el árbol.

¿Coincidencia? No puedo saberlo, pero a veces pasan cosas inexplicables.

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