El diario de Bridget Jones

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MAYO, Futura mamá » Martes 17 de mayo

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MARTES 17 DE MAYO

58 kg (¡hurra!), 7 cigarrillos (muy bien), 6 copas (muy pero que muy bien, muy puro).

Daniel sigue genial. ¿Cómo puede ser que todo el mundo estuviese tan equivocado respecto a él? Mi cabeza está llena de maravillosas fantasías sobre vivir en un piso con él y correr juntos por las playas con un niño pequeñito, como si de un anuncio de Calvin Klein se tratase, pasando a ser una Petulante Casada en lugar de una Insulsa Solterona. Acabo de salir para encontrarme con Magda.

11 p.m. Hmmm. Esta cena con Magda, que está muy deprimida con lo de Jeremy, me hace reflexionar.

La noche de la alarma del coche y de los gritos en mi calle fue resultado de una observación de Woney la Niñata, que decía haber visto a Jeremy en el Club Harbour, con una chica que se parecía sospechosamente a la bruja que yo había visto hace unas semanas. Después, Magda me preguntó a bocajarro si yo había oído o visto algo, así que le hablé de la bruja con el vestido de Whistles.

Resulta que Jeremy había admitido que había flirteado con ella y que se había sentido muy atraído por aquella chica. Alegó que no se habían acostado juntos. Pero Magda estaba realmente harta.

—Deberías aprovechar al máximo tu soltería mientras dura, Bridge —me dijo—. Una vez has tenido hijos y has dejado tu trabajo, te encuentras en una posición increíblemente vulnerable. Yo sé que Jeremy cree que mi vida son unas vacaciones perpetuas, pero es muy duro tener que ocuparse todo el día de un niño pequeño y un bebé, y no se acaba nunca. Cuando Jeremy llega a casa al final del día, sólo quiere descansar y ser alimentado, e imagino que últimamente también fantasear con las chicas en mallas del Club Harbour.

»Yo antes tenía un trabajo como Dios manda. Tengo clarísimo que es mucho más divertido salir a trabajar, tener que arreglarse, coquetear en la oficina y salir a comer, que ir al jodido supermercado y al parvulario a buscar a Harry. Pero él siempre muestra un aire ofendido, como si yo fuera una de esas espantosas mujeres obsesionadas por Harvey Nichols, que estuviera dándome la gran vida, mientras él gana todo el dinero.

Es tan encantadora, Magda. La miraba manosear su copa de champán con desánimo y me he preguntado cuál era la respuesta para nosotras las mujeres. Nadie está contento con su suerte. La cantidad de veces que me he desplomado, deprimida, pensando lo inútil que soy y que paso todos los sábados por la noche emborrachándome, y quejándome a Jude y a Shazzer o a Tom porque no tengo novio, porque tengo que luchar para llegar a final de mes, y porque me veo ridiculizada por ser un bicho raro y estar soltera, mientras que Magda vive en una casa grande, con tarros de vidrio llenos de ocho clases diferentes de pasta, y puede ir de compras todo el día. Y, sin embargo, aquí está ella, hecha polvo, triste y sin confianza en sí misma, y diciéndome que soy yo la afortunada…

—Ooh, por cierto —me ha dicho, animándose—, hablando de Harvey Nicks, hoy me he comprado un vestido camisero de Joseph maravilloso, rojo, dos botones a un lado del cuello, un corte muy bonito, 280 libras. Dios mío, me gustaría tanto ser como tú, Bridge, y poder tener una aventura. O darme baños de burbujas de dos horas los domingos por la mañana. O salir toda la noche sin que me hagan preguntas. Supongo que no te apetecerá ir de compras mañana por la mañana, ¿verdad?

—Eh. Es que tengo que ir a trabajar —contesté.

—Oh —dijo Magda, momentáneamente sorprendida—. Sabes —ha proseguido—, cuando sientes que hay una mujer que tu marido prefiere a ti, es triste quedarse en casa imaginando todas las versiones de esa clase de mujer con la que él pueda toparse. Te sientes muy indefensa.

Pensé en mi madre.

—Podrías tomar el poder, con un golpe incruento. Vuelve al trabajo. Búscate un amante. Deja a Jeremy en ridículo.

—No con dos niños de menos de tres años —dijo resignada—. Creo que he hecho mi propia cama, ahora sólo me queda meterme en ella.

Oh, Dios mío. Tom nunca se cansa de decirme, en tono sepulcral, tocándome el brazo con la mano y mirándome a los ojos con una mirada alarmante: «Sólo las mujeres sangran».

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