El cazador de demonios

El cazador de demonios

Ángel Gabriel Cabrera

La humanidad teme por su vida y no vislumbra un futuro mejor. Sin embargo, mi estimado ciudadano, trate usted de centrarse en el presente. ¿Qué me dice? ¿Le resulta demasiado complicado? Acompáñeme, entonces, a que le cuente una historia, y, quizás, luego de escucharla, se sienta un poco mejor.

Imagine que estamos en el año 3000. La humanidad ha sucumbido ante el caos y los vampiros merodean por las calles. El anticristo ha llegado al trono y los demonios se reparten el festín.

Los humanos, presa del miedo constante luego de aquel cataclismo, sólo salen de sus casas por comida. Día a día, sufren en carne propia el terror al encontrarse con un zombi, un hombre lobo o cualquier otra criatura de las sombras.

En este tiempo de crisis constante, el cazavampiros se ha vuelto una figura habitual de la clase media, e incluso la clase alta ha empezado a requerir sus servicios. A causa del asedio constante de los monstruos, la seguridad que transmiten éstos se ha vuelto un pilar fundamental para nuestra sociedad. Asimismo, los exorcistas y los cazafantasmas también se encuentran entre los puestos más demandados.

En la época en la que yo era joven, lo más triste que podía verse en la vía pública era un anciano pidiendo limosna o un menor de edad abandonado por su madre en un rincón de algún terreno baldío. En el lapso en que transcurren estos hechos, en cambio, los cadáveres sembrados por doquier dejaron de ser una postal de guerra para convertirse en una imagen habitual.

Usted quiere pensar en el ahora. ¿Verdad? Y siente que no hay remedio. En efecto, es ese mismo pensamiento el que nos ha llevado a donde estamos, y para alinear el rumbo a tiempo y evitar vivir en un mundo apocalíptico, es preciso corregir estas ideas.

El héroe de este relato se llamaba Bladimir y era un experto en cazar demonios. Con un crucifijo de oro, una cadena y una pistola de grandes balas, salía cada noche de su casa y volvía con un cargamento. En la bolsa, luego de abrirla y revisar el contenido, se podían apreciar ratas gigantes, cangrejos con ocho ojos y murciélagos de afilados colmillos, todos ellos capturados sin ayuda alguna.

Nadie podía con él. Era invencible, o al menos eso pensaba su esposa hasta aquel día. De brazos abiertos, Shaira esperaba cada mañana a su amado. “Es muy valiente” se decía cada tanto, pero en el fondo temía por su vida. Por más peligro que hubiera alrededor, el cazador siempre volvía victorioso, y entre sus brazos tenía la mejor recompensa, pero en aquella ocasión nada volvió a ser como antes.

¿Qué opina usted de lo que estoy narrando? Se oye interesante. ¿Verdad? Debe saber que es solamente el principio. A medida que nos vayamos adentrando en los sucesos, usted verá cada vez con más claridad cómo el camino lo va llevando al desenlace, y, en el instante en el que lo lea, sabrá, sin ninguna duda, por qué no debe pensar en negativo.

Aquella noche, como todas las demás, Bladimir se levantó de su cama con optimismo. De filosos reflejos y mente aguda, el salvador de muchos y enemigo de unos pocos se hallaba fresco, pleno de energía y confiado en derrotar, sin dar más vueltas, al malvado Lucifer.

Así es. Ha escuchado bien. Lucifer, el príncipe de las tinieblas, es el antagonista, y menudo coraje tuvo Blad para animarse a enfrentarlo. No por nada lo apodaban el valiente.

Tomó su pistola, su cadena y su cruz y se alzó radiante, con un brillo inusual en los ojos. Estaba convencido de que sería la victoria definitiva. Algo por dentro se lo decía, y él confiaba en esa voz. -La intuición- se decía para adentro -es la guía que me ha llevado hasta aquí, el candil que me da luz en el oscuro, y por eso es imposible que falle. Es un hecho que hoy venceré al Rey Demonio.

Terminado su monólogo, deslizó sus dedos sobre el picaporte. Un fuerte ardor lo hizo soltar el metal. No le importó. Se frotó los ojos, creyendo ver una forma extraña sobre la perilla. Hizo un esfuerzo por intentar distinguirla, pero, apenas enfocó la vista encima, se disolvió. Tragó saliva. Algo lo estaba acechando, y ese algo -según Blad- era un diablo que servía a Lucifer. El gran jefe estaba al tanto de todos sus movimientos, y no era coincidencia. Cada tanto, mandaba espías a informarle la situación. Bladimir lo sabía hace ya tiempo, pero esta vez, a pesar de la costumbre, había notado algo fuera de lo común que lo tenía inquieto.

No le dio importancia y abrió la puerta. Una luz radiante golpeó su cara. Abrió los ojos. Del otro lado del umbral, parecía ser de día. “Esto no es normal” pensó. El ambiente se sentía notoriamente más cálido gracias a los rayos, pero no era algo normal en plena madrugada, y más en un lugar tan oscuro como los suburbios.

La sospecha lo hizo caminar hasta su cuarto. Conciente de que en breve se vería cara a cara con su mayor enemigo, tomó su espada, aquella que había reservado para la última batalla, y partió. Sus artilugios más usados -pensó- eran más que suficientes para derrotar a la mayoría de los diablos, pero a Lucifer había que darle pleito con la mejor arma, que fuera, en días remotos, la misma que lo venciera por primera vez. En efecto, no era un sable común, sino de naturaleza mágica.

Una vez más, salió a la calle. Giró sobre sí mismo y sólo vio oscuridad. La luz se había ido tan rápido como llegó. Encendió su linterna de mano, alumbró al frente y partió.

Caminó las cinco cuadras de su recorrido habitual hacia el centro, tomó la ruta del cementerio parque y, una vez allí, rodeó la pared y entró al estacionamiento. Miró la hora. Eran las cuatro. Alzó la vista vigilando que nadie lo viera. -No hay fantasmas a la vista- suspiró. -Puedo subir tranquilo.

Abrió la puerta, tomó las llaves del vehículo y se sentó frente al volante. Acomodó el espejo con cuidado y encendió el motor.

Poco a poco, el miedo se iba disipando. Para calmar sus nervios, encendió la compactera. Miró sus discos y, luego de unos segundos, eligió el de rock nacional. “Para un problema pesado, nada mejor que la música pesada”: ése era su lema habitual.

Mientras iba recorriendo los negocios entre la playa y los barrios del oeste, iba mirando a los costados por la ventanilla. Contrario a lo que suele suceder, no encontró ningún cadáver en la banquina. Ni siquiera un cráneo o algún resto en descomposición. -Seguro fueron los recolectores- dedujo. -Hoy les toca día libre, pero suelen trabajar igual cuando hay demasiados cuerpos. Entre gastar energía y aguantar la pestilencia, es mejor la primera opción.

La ansiedad de nuestro amigo iba oscilando. Más allá de los decesos que se cobró la invasión y de las muertes por enfermedad o infecciosas, la zona que recorría solía estar más o menos transitada y, a pesar del miedo generalizado, era una de las más seguras y tranquilas. No era coincidencia que el cuartel de entrenamiento de la mayoría de los cazadores profesionales se encontrara justo allí, delante del monasterio y de la fábrica de armas.

Aquel no era día de reuniones, pero tal vez una emboscada no prevista de parte del enemigo podría haberlos forzado a adelantar la fecha. Para sacarse la duda del todo, revisó las viviendas habituales camino al enfrentamiento. Era la única forma, en realidad. No había otra explicación para que las calles estuvieran desiertas, ya que, si la causa fuera una masacre zombi en la zona, los colegas fallecidos deberían encontrarse en todos lados, y todos los rincones que recorrió en la camioneta se encontraban limpios.

Finalmente, luego de tocar todas las puertas, se dio por vencido y, con más ganas aún de resolver el conflicto, se subió a su fiel cuatro por cuatro, puso quinta en la palanca de cambio y pisó el acelerador a fondo. Con o sin trampas, con o sin misterios, Lucifer no escaparía de él.

Cuando estaba a pocos metros del portón, decidió revisar los alrededores. Si la suerte estaba con él, podría haber más soldados rodeando la guarida. Redujo la marcha y estacionó. Revisó todo el lugar con la mirada y vio una luz encendida. Era Rebeca, la líder de la resistencia, quien se encontraba del otro lado de la ventana. Bladimir fue corriendo hasta la entrada de la casa.

Ya delante del edificio, la hoja se abrió lentamente frente a él. El muchacho entró y se encontró con su compañera. Inmediatamente, le pidió información sobre su estado. El puesto que cubría la joven se encontraba a salvo, pero el resto de sus compañeros no había tenido tanta suerte. Tras meses de incansable lucha, uno por uno, todos habían sucumbido.

Una lágrima rodó por la mejilla de Blad. Tanta tristeza lo había llevado a hacerse fuerte, pero ya no podía contenerse. Al enterarse de la muerte de Joan, su mejor amigo, quien era casi como un hermano para él, juró vengarse. Trató de tranquilizarse, pero no pudo. Tomó a Rebeca de la mano y la llevó con él a la fortaleza. Antes de que pudiera reaccionar, estaban derribando la primera defensa.

Los mecanismos del demonio eran de lo más sofisticados. No era extraño que lo fueran, pues sus creadores son ángeles caídos, y aquellos seres son dueños de la más profunda inteligencia. Lo que sí llamaba la atención era el tamaño enorme de sus estructuras, que no parecían venir de este planeta.

Bomba tras bomba, misil tras misil, esquivaron los ataques del Oscuro y se adentraron de lleno en las penumbras. Luego de cruzar el abismo entre las dos dimensiones, estuvieron cara a cara con el mismo.

Furioso por la muerte de su amigo, Blad desafió a Lucifer a un duelo de uno a uno. Rebeca no estaba de acuerdo, ya que sería una desventaja por su fuerza, pero a él no le importó y se jugó la cabeza.

Patada va, golpe viene, Bladimir parecía tener al Infame contra las cuerdas. Sorprendida del valor de su colega, Rebeca lo miraba deslumbrada. Sabía que era su culpa. Sabía que los demonios, vampiros y demás calamidades habían nacido de un solo experimento.

Convencidos de su mala suerte y carentes de confianza en ellos mismos, los humanos habían inventado la cura de la muerte tras muchos años de investigación, pero, en el momento en que quisieron implementarla, los resultados no fueron lo que esperaban. En lugar de volverse incorruptibles, los que fueron inyectados con la sustancia murieron en el acto, pero, en lugar de quedarse inertes, siguieron moviéndose luego de ser sepultados, y salieron de sus tumbas con rasgos notoriamente agresivos. Los deseos de venganza por haber sido enterrados, las actitudes violentas y los constantes lamentos de estos seres anticipaban que todo se saldría de control poco después.

A cada intento de resistirse de los grupos que fueron organizando, las personas de Manhattan y de todas las ciudades cercanas vieron con horror cómo todo se desplomaba, ya que los malditos eran capaces de regenerar heridas, de resistir cualquier veneno y de aguantar las más feroces embestidas. En cada ataque, los engendros fueron absorbiendo el repelente y se convirtieron en las más variadas alimañas.

Como si esto fuera poco, por cada soldado herido se sumaba uno nuevo a sus filas, ya que el virus que causaba los síntomas se transmitía rápidamente por contacto.

Las grandes urbes fueron quedando vacías, y los hombres y mujeres que se salvaban se escondían en refugios subterráneos, arriesgando su pellejo para subsistir y confiando su destino a los más jóvenes. Bladimir, Shaira y Rebeca eran los más destacados.

A pesar de los esfuerzos de Blad, las fuerzas de Lucifer iban en aumento. El entusiasmo que tenía al principio se fue diluyendo con el pasar de los minutos, y finalmente cayó.

La sala quedó en silencio unos segundos. Las luces que el demonio había encendido para ver mejor a su presa se iban apagando. Todo parecía perdido, pero en ese momento un destello cruzó el cielo.

Ese brillo cegador era el mismo que Bladimir había visto al momento de empezar con su misión. Rebeca estaba aturdida. Tanto, que no podía notarla, pero Blad sí la sintió. Era cálida. Se parecía mucho a la luz que irradiaba el sol de los días felices de su infancia. Entonces, se levantó. Con su fuerza multiplicada por cientos, tomó al demonio del brazo y lo arrojó al magma ardiente, y ése fue el fin del Maligno.

Una vez logrado el triunfo, Bladimir dio media vuelta, sonriente, y se dispuso a volver a su ciudad, a celebrar entre los brazos de Shaira, pero notó que no había nadie allí. Como si todo hubiera sido una ilusión, el fuerte se encontraba vacío.

Las paredes, el techo y las ventanas comenzaron a temblar. Una mano lo golpeó con fuerza y lo derribó. Cuando abrió los ojos, Lucifer lo tenía entre sus garras. Lo tomó de la cabeza y lo soltó sobre el magma. Estaba tibio. Bladimir pensó que moriría al instante, pero apenas llegó a sentirlo. Entonces, como si hubiera leído su mente, el Familiar se lo dijo.

-Una vez más fuiste presa de tus miedos, joven Blad. Si te dejas llevar por tu ambición como lo han hecho los que me han enfrentado en el pasado, volverás una y otra vez a fracasar. No dejes que el terror te paralice. Tu raza no llegó a donde está por coincidencia, sino por convicción. No han sido sino ustedes los padres de sus fantasmas y también de sus logros personales, y los demonios y diablos no somos más que la encarnación de sus temores, al igual que la fe se convierte en logros personales.

El cazador estaba atónito, pero sabía, en el fondo, que todo lo que decía el demonio era verdad. Shaira no era más que un atenuante, una persona a quien buscó por el placer de la carne, y la estima que Rebeca le tenía no era más que un reflejo de su propia autoestima.

En el momento en el que entendió el mensaje, todo lo que había alrededor se esfumó sin dejar rastro. Regresó herido a su casa y le dijo a Shaira la verdad. Sólo estaba con ella por el físico. Nunca le interesó su persona.

Dolida por enterarse, pero feliz por saber que su esposo finalmente fue sincero, Shaira cerró sus ojos y le dio el último beso. Esa tarde, junto a su amiga Rebeca y a sus parientes más cercanos, lo llevaron a la sala velatoria, y aquella noche recibió el último adiós.

Los demonios fueron derrotados y los fantasmas también, pero no con la fuerza bruta. Shaira, Rebeca y los demás fueron aceptando sus defectos y comprendieron la verdad de su victoria. Supieron que todos los problemas tienen origen en uno y que nadie más que uno mismo es responsable de sus propios actos. Una vez asumido esto, los espíritus que deambulaban las calles, los fantasmas y demás criaturas se fueron dispersando. Los que quedaron fueron perdiendo su fuerza y, tras el último ataque, la purga se completó.

Nunca más se habló de aquellos hechos, pero, si hay algo seguro, es que la lección fue aprendida finalmente. Nadie volvió a buscar escapar de sus errores, y todos los habitantes del planeta fueron aceptándose a sí mismos tal y como son. Las ciudades de cada continente fueron sanadas de sus síntomas y hasta el fin de aquel milenio la felicidad fue el distintivo de la sociedad del futuro.

¿Se sintió identificado? Usted, como los demás, es un granito de arena, pero recuerde que, sin ese granito, la playa no sería la misma. Ponga su cuota de actitud para que todo avance y piense que la arrogancia puede ser la perdición, pero la humildad y la fe también pueden mover montañas. Este cuento es una prueba de ello, pues, aunque no ha pasado todavía, podría volverse real, y está en nosotros corregir las actitudes a tiempo.

Le deseo feliz noche y una longeva y próspera vida.

Bladimir Schopenhauer, cazador de demonios profesional.

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