El bosque oscuro
Tercera Parte. El bosque oscuro » Cinco años más tarde
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Cinco años más tarde
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En la distancia, Luo Ji y su familia podían ver la antena de ondas gravitatorias, pero quedaba todavía media hora en coche. Solo al llegar se hicieron una idea real de su inmenso tamaño. La antena, un cilindro horizontal de kilómetro y medio de largo y cincuenta metros de diámetro, flotaba por completo a dos metros del suelo. La superficie era un espejo perfecto, una mitad reflejando el cielo y la otra la llanura del norte de China. A la gente les recordaba cosas diferentes: a los gigantescos péndulos del mundo de Tres Cuerpos, al despliegue en menos dimensiones de los sofones y a la gota. Los objetos espejados dejaban entrever un concepto trisolariano que la humanidad todavía intentaba entender. En las palabras de un conocido dicho trisolariano: «ocultar el yo por medio de una correspondencia precisa con el universo es el único camino a la eternidad».
La antena estaba rodeada por una pradera verde que formaba un pequeño oasis en el desierto del norte de China, pero no la habían plantado deliberadamente. Una vez completado el sistema de ondas gravitatorias, ese empezó a producir emisiones continuas y sin modular que resultaban indistinguibles de las ondas gravitatorias emitidas por supernovas, estrellas de neutrones y agujeros negros. La densidad del artefacto gravitatorio provocaba un efecto curioso en la atmósfera: como por encima se acumulaba el vapor de agua, en las inmediaciones de la antena llovía con frecuencia. En ocasiones, la lluvia solo caía en un radio de tres o cuatro kilómetros, y una pequeña nube circular colgaba en el aire sobre la antena como un enorme ovni, dejando que la fuerte luz del sol que caía sobre los aledaños fuese visible a través de la lluvia. Por todo ello esa zona mostraba una vegetación tan exuberante. Pero hoy, Luo Ji y su familia no contemplaron ese espectáculo. En su lugar, vieron cómo las nubes blancas se acumulaban sobre la antena, para luego alejarse con el viento. En todo momento se formaban nubes nuevas, haciendo que esa zona redonda del cielo fuera como un agujero de gusano que diese con otro universo nuboso. Xia Xia dijo que le recordaba al pelo blanco de un anciano.
Mientras la niña corría por la hierba, Luo Ji y Zhuang Yan la siguieron hasta llegar a la antena. Los dos primeros sistemas de onda gravitatorias los habían construido en Europa y Norteamérica, y usaban levitación magnética para elevarse a unos centímetros del suelo. Esa antena, sin embargo, usaba antigravedad y de haberlo querido podrían haberla elevado hasta el espacio. Los tres permanecieron junto a la antena, mirando al inmenso cilindro que se elevaba hacia el cielo sobre sus cabezas. Su gran radio hacía que la parte inferior tuviese poca curvatura, por lo que no había distorsión en la imagen reflejada. El sol que se iba poniendo brillaba ahora bajo la antena y, en el reflejo, Luo Ji pudo ver el largo pelo y el vestido blanco de Zhuang Yan agitándose iluminado por la dorada luz, como un ángel que mirara desde lo alto.
Levantó a la niña y Xia Xia tocó la lisa superficie de la antena, haciendo fuerza en una dirección.
—¿Puedo hacer que gire?
—Es posible, si empujas durante el tiempo suficiente —dijo Zhuang Yan… luego, mirando a Luo Ji con una sonrisa, preguntó—: ¿No es cierto?
Él asintió.
—Con tiempo suficiente, Xia Xia podría mover la Tierra.
Tal y como había sucedido muchas veces antes, sus ojos se encontraron y entrelazaron, una continuación de la mirada que habían mantenido dos siglos antes frente a la Mona Lisa. Habían descubierto que el lenguaje de los ojos que Zhuang Yan había concebido era ahora una realidad, o quizá los humanos enamorados siempre habían poseído tal lenguaje. Al mirarse, una cornucopia de significados surgía de sus ojos del mismo modo como brotaban nubes del pozo nuboso, imparable y continuo, creado por el cilindro gravitatorio. Pero no era una lengua de este mundo: creaba un mundo que a su vez le dotaba de sentido, y solo en ese mundo perfecto las palabras de ese lenguaje encontraban sus referentes. En ese mundo todos eran dios, y todos poseían la capacidad de contar y recordar instantáneamente todos los granos de arena del desierto; todos podían engarzar estrellas en un collar de cristal para colocarlo alrededor del cuello de un ser amado…
¿Esto es el amor?
El texto se mostró en un despliegue, en menos dimensiones, del sofón que de pronto había aparecido a su lado. La esfera espejada parecía una gota que hubiera caído de alguna zona fundida del cilindro. Luo Ji conocía a pocos trisolarianos y no sabía quién les hablaba, ni tampoco si se comunicaban desde Trisolaris o desde la flota que cada vez más se alejaba del Sistema Solar.
—Probablemente —dijo Luo Ji, y esbozó una sonrisa.
Doctor Luo, he venido a protestar.
—¿Y eso?
En su discurso de anoche, dijo que la humanidad había tardado tanto en reconocer la naturaleza de bosque oscuro del universo no porque un estado inmaduro de evolución cultural les hiciese no ser conscientes de la verdadera naturaleza del universo, sino porque la humanidad posee amor.
—¿No es así?
Así es, aunque la palabra «amor» sea algo vaga en el contexto de una discusión científica. Pero lo que añadió a continuación sí que es incorrecto. Dijo que probablemente la humanidad fuera la única especie del universo que conoce el amor, y que fue esa idea la que le dio fuerzas durante el período más difícil de su misión como vallado.
—No es más que una expresión. Una analogía sin rigor…
Debe saber que como mínimo Trisolaris conocía el amor. Pero como no contribuía a la supervivencia de la civilización al completo, fue reprimido cuando apenas había germinado. Pero era una semilla poseedora de una vitalidad muy obstinada, y todavía se desarrolla en ciertos individuos.
—¿Puedo preguntar quién eres?
No nos conocemos. Soy el operador que hace dos siglos y medio transmitió la advertencia a la Tierra.
—Dios mío, ¿sigue vivo? —exclamó Zhuang Yan.
No por mucho más tiempo. He permanecido en estado deshidratado, pero con los años incluso un cuerpo deshidratado envejece. Sin embargo, he sido testigo del futuro que aspiraba a ver, y por eso estoy feliz.
—Por favor, acepta mis respetos —dijo Luo Ji.
Solo deseaba comentarle una posibilidad: quizás en otros lugares del universo se den las semillas del amor. Debemos alentarlas para que broten y crezcan.
—Es una meta por la que vale la pena arriesgarse.
Sí, podemos arriesgarnos.
—Mi sueño es que algún día la luz del sol ilumine todo el bosque oscuro.
El sol se iba poniendo. Ahora solo una mínima parte era visible más allá de las lejanas montañas, que parecían tener incrustaciones de piedras preciosas. Al igual que la hierba, la niña que corría en la distancia estaba bañada por la luz dorada del atardecer.
Pronto se pondrá el sol. ¿Su hija no tendrá miedo?
—Claro que no. Sabe que mañana el sol volverá a salir.