El alga revolucionaria

El alga revolucionaria

Ángel Gabriel Cabrera

EL ALGA REVOLUCIONARIA

Se sentó. Pensó. Hacía mucho que no pensaba. Dio tres vueltas a la mesa, advirtiendo la falta de un plato. Caminó hasta el estante de los platos. El recorrido le pareció infinito.

Metió la mano en el estante y, cuando quiso tomar el plato, notó algo duro y seco, como un alga, que estaba sobre el mismo y que él estaba palpando ahora con su mano derecha, la de cinco dedos.

Afuera estalló la guerra. Los soldados vinieron del mar, algo raro por las condiciones de la región donde habitaban.

Intentó retirar la mano. No pudo. Estaba pegada a ese bicho, planta o lo que fuere del mar.

Afuera, la guerra seguía estallando. Cuando terminó de estallar, a Virgilio lo llamó el mayordomo para explicarle que el alga era el último alimento restante en la reserva desde que se declaró el estado de sitio.

—¡¿Estado de sitio?! —interrogó, vigorosamente, Virgilio.

—Tal como lo ve —remató el mayordomo.

—Pero yo tengo vida propia y derechos; y, si es que no los han escrito, me declaro revolucionario —dijo el alga, y tomó un cuchillo por sable para intimidar a los presentes, quienes, al instante, suprimieron la revolución interna del alga como se suprime a cualquier alimento: devorándolo.

Lo mismo pasó afuera. La guerra fue tan fugaz, que las tropas se consumieron solas, y, al inquirir sobre el hecho, se le reveló a Virgilio que se trataba de una comitiva que estaba militarizando los hogares para barrer a la sociedad y a sus costumbres, y que su rey era esa alga, la misma que se tragaron con el mayordomo, revolucionaria. El artículo “la” está demás. Ya había aclarado que va “revolucionaria” solo a propósito.

Y sabemos que en Venus las revueltas del mar no sobreviven sin su cabeza, aunque algunos lo logren sin su corazón. Éste fue uno de esos casos.


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