El Piano

El Piano

Fantasia Porno

Te contemplaba desde un rincón de la habitación. Tus dedos largos recorrían el piano arrancando los sonidos. Las notas graves retumbaban en mi vientre y las agudas recorrían mi columna, mientras yo me iba escurriendo pared abajo.

Tu pasión se explayaba sobre el ébano y el marfil de manera sumamente erótica, tu rostro expresaba súplica y tus manos ansias, mientras los ojos estaban en otro mundo.

Las manos se movían alternando movimientos ágiles y apenas perceptibles con otros lentos y profundos, que parecían escarbar en cada pieza del teclado.

Tu cabello oscuro se sacudía sobre el rostro delgado.

Yo intentaba mantener la compostura, pero tu intensidad, divinamente volcada en tu música, me estaba dominando por completo.

Estábamos presos y perdidos en ese pequeño lugar de Donosti, la ciudad de mar donde todo es posible, donde la magia flota en el aire con aroma a salitre.

Tú y yo. Seduciéndonos.

Los demás habían percibido que ya no estábamos en el bar, pero ni se imaginaban que habíamos ido a refugiarnos juntos en tu estudio, entre instrumentos musicales, discos de vinilo, y partituras.

La pieza terminó.

Tu espalda se arqueó y las manos se desplomaron vencidas sobre el piano en la última nota. Respiraste hondo y giraste la cabeza buscándome en el rincón donde según recordabas, yo estaba de pie escuchándote. Solo que yo estaba ya casi en el suelo, vencida por una extraña emoción. Me miraste profunda y dulcemente a los ojos, te levantaste, me cogiste por la mano ayudándome a incorporarme y preguntaste "¿Estás bien?". "Sí" respondí tragando saliva.

Empezaste a avanzar hacia mí con tus ojos clavados en los míos, y yo a retroceder torpemente. Llegamos al piano, enorme y robusto.

"¿Te gustó lo que toqué para ti?"

"Sí, me encantó. ¿Qué era?"

"No lo sé. Lo que sentí en el momento" respondiste…

Mi corazón estaba golpeando tan potentemente, que yo tenía la impresión de que podías escucharlo. Ese momento de silencio entre nosotros fue eterno, como si todos los relojes del mundo se hubiesen detenido y no existiera más vida en el universo que la nuestra.

Todo era tan perfecto e irreal…parecía que el mundo fuera a explotar justo después de ese instante.

Miré hacia la ventana por encima de tu hombro en un intento por volver a poner los pies sobre la tierra, necesitaba constatar que aquello estaba ocurriendo de verdad. El cielo estaba celeste y el sol brillaba, y pude ver la playa de la Kontxa, y la gente caminando en cámara lenta por la orilla, aun con las chaquetas de abrigo puestas, ajenos a todo lo que pasaba en este pequeño rincón de la ciudad.

"¿Estás bien?" Volviste a preguntar. Yo asentí con la cabeza y una sonrisa.

Este momento era real.

Me subiste al piano y te acercaste más. Sentí que el calor subía por mi cuerpo y mi corazón se agitó aun más. Nuestras miradas se convirtieron en un duelo.

De pronto, en un impulso inesperado me besaste furiosamente, por primera vez. Fue un beso largo y profundo, frenético, como la pieza musical que habías improvisado anteriormente.

Me fuiste arrastrando con tu cuerpo largo y delgado sobre el piano de cola, sin dejar de besarme en los labios. Una vez acostados encima del mismo, con tu cuerpo sobre el mío, apoyaste tus manos a los costados de mis hombros, y elevaste un poco el torso para observarme. Empecé a desabrochar tu camisa negra lentamente, hasta poder observar tu pecho y tu vientre por completo. Tú me contemplabas, tus labios estaban entreabiertos. Una vez abierta la camisa, hiciste un movimiento con tus brazos dejándola caer hacia atrás.

Era tu turno. Subiste la falda de mi escueto vestido de jean recorriendo mis muslos con tus largos dedos, dejando mis piernas y mis bragas completamente al descubierto. Aflojé tu cinturón, y luego los botones de tu vaquero y te toqué suavemente por encima de la ropa interior, sin dejar de mirarte. Tu excitación empezó a aumentar, respirabas hondo y entrecortadamente y tu boca se abría para dejar escapar los gemidos. Seguí acariciándote lentamente pero aumentando el ritmo. Ya mi mano estaba perdida sobre tu piel caliente y fina, y tú parecías estar al borde. Te apartaste súbitamente, como evitando que las cosas se precipitaran, y respiraste profundamente, tratando de bajar la tensión. Luego me miraste de un modo estremecedor, y con tus manos arrancaste mis bragas y abriste mis piernas bruscamente, mientras terminabas de deshacerte de tu pantalón. Tu boca se volvió a concentrar en la mía, me besabas de una forma tan profunda que casi podía saborear tu sangre. Tus manos lograron por fin hacer desaparecer mi vestido y la camiseta que había por debajo, y yo ya solo estaba vestida por mis botas negras y tu cuerpo.

Tu cuerpo, tu delicioso cuerpo…que jugaba con el mío, me recorría de arriba a abajo, me empujaba, me cubría, me daba vuelta, me lamía, me castigaba de deseo hasta hacerme perder el control. Entrabas en mí y salías… salías y te quedabas fuera un rato haciéndome rogar más, como una adicta.

"Por favor, necesito sentirte" te suplicaba.

Te afirmabas en las aristas del piano y me atravesabas, desaparecías en mí una y otra vez, y mi cabeza y cabello dorado colgaban hacia atrás, cayendo sobre las teclas. Me invadías toda, cada vez estaba más llena de ti. Por cada arremetida tuya el piano empezó a arrancar notas graves, y con cada gemido mío, notas agudas. La intensa partitura se fue completando poco a poco, con un ritmo oscilante que decrecía por momentos para volver a aumentar hasta tocar los límites del placer y la cordura. Era una obra de arte fugaz, dinámica, sensual que empezaba en la piel y los ojos, y lo abarcaba todo. Al borde de la inconsciencia, con mi cabeza colgando hacia atrás sobre las teclas, apenas percibía los objetos de la habitación difusos y con esa extraña perspectiva…mientras el balanceo de tu cuerpo sobre el mío, ese vaivén me iba elevando, mis caderas trepaban por tus piernas y cada vez llegabas más y más hondo. Tu mirada me hería dulcemente…mi cuerpo ya no era mío, ahora te pertenecía a ti.

"Deseatzen zaitut "*(1) me dijiste al oído de forma ahogada y totalmente inconsciente, tú también estabas completamente fuera del mundo.

Cuando ya no me quedaba aire (ni a ti) y nuestra partitura era una guerra brutal entre graves y agudos, bemoles y sostenidos, explotaste violentamente en mi cuerpo y al mismo tiempo yo me derrumbé contigo. Temblábamos ambos. Y nos dormimos sobre el piano.

Ahora estoy en el tren, dejo la hermosa Donosti para volver a mi ciudad. En mi discman, un CD con tu nombre. Un piano suena melancólicamente mientras voy dejando atrás Euskal Herria.

* (1) "Te deseo", en euskara.


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