El Chancellor (ilustrado)

El Chancellor (ilustrado)


Introducción a las aventuras marineras

Página 4 de 67

eran para el ensueño cual témpanos viajeros

venidos del misterio de la noche polar

T. Morales

Existen por lo menos dos «Poe». Uno, el denostado por la crítica americana como un escritor menor, editor de éxito de folletines oportunistas y llenos de trucos evidentes; otro, el cantado por Baudelaire como poeta del mal, revelador privilegiado del lado maléfico y oscuro del ser humano.

El primero se llama Edgar Alian Poe (1809-1849), el segundo «Edgarpó[3]», y su vida es un vértigo sumergido en el alcohol y otras drogas (su vida y obra han sido tratadas en el título El escarabajo de oro y otros cuentos y La narración de Arthur Gordon Pym de esta Colección), admirado por Verne, Salgari y muchos otros autores de los más diversos registros.

Poe escribió dos obras de tema marino. Una, una novela por entregas que cautivó la imaginación de sus contemporáneos; otra, un cuento breve donde está lo mejor del autor.

La narración de Arthur Gordon Pym (1837) fue escrita en un momento en el que Poe tenía necesidad de dinero y el público estaba interesado en las exploraciones polares que en aquel momento se encontraban en todo su apogeo. Poe combina los elementos tópicos de la narración de aventuras marineras —el joven embarcado, el motín, el naufragio, el canibalismo, los salvajes…— con la literatura de terror —lugares cerrados, símbolos del mal, monstruos indefinibles—. El mar de Poe tiene así dos caras distintas y complementarias: es un mar aventurero y lleno de acontecimientos, y es el símbolo del caos primitivo en el que anida el mal, concretizado en diversos temas: el color blanco, las islas inhóspitas y, finalmente, el monstruo que atrae a Pym hacia un destino desconocido.

Un maestro

del relato

breve

Un descenso al Maelström[4] (1841) tiene quizás más fuerza literaria que Gordon Pym. Poe fue un maestro del relato breve, de la concentración dramática en pocas palabras y en una acción concreta. El cuento se sitúa en los mares excéntricos: en las frías aguas del Atlántico Norte. El límite geográfico establece un limite de la razón, tal y como sucedía en Gordon Pym. Es justamente en esa frontera imprecisa entre la ciencia, que Poe amaba y odiaba al mismo tiempo, y el misterio donde el hombre se enfrenta a la naturaleza. El remolino, el Maelström, es uno de esos agujeros negros, habituales del autor, capaces de encerrar la vida y el pensamiento en una tumba inexplicable. El mar alberga en su seno fuerzas tenebrosas que arrastran al hombre a la muerte; frente a ello sólo el pensamiento científico puede ofrecer alguna esperanza de salvación: así sucede en Un descenso al Maelström.

La importancia de Poe radica no sólo en el valor intrínseco de sus obras, sino también en la enorme influencia que tuvo en el desarrollo de algunos géneros literarios, como el policíaco o la literatura de terror. Esa influencia se hace sentir también en autores y obras de tema marino. Jules Verne, Luigi Motta, Thomas Janvier, William Hope Hodgson, son algunos de los deudores de Poe.

Melville

Desde tiempos inmemoriales muchas cosas hermosas han sido dichas y cantadas acerca del mar. Ha habido tiempos en que los marineros eran considerados auténticos hombres-sirenas; y el mismo océano como un escenario de lo romántico y maravilloso. Sin embargo, últimamente tantos detalles, claros y evidentes, sobre la vida en el mar nos han sido contados, que hoy en día la poesía del agua salada está más bien en retirada.

Herman Melville

En este mar Pacifico

—por su vuelo gaviotas—

de pronto nos sorprende

móvil color con notas.

Jorge Guillen

Viajero

por

necesidad

Sería exagerado decir que Herman Melville (1819-1891) fue un auténtico viajero, de esos que «parten por partir», como decía Baudelaire. Viajó por necesidad, para salir de la pobreza en que su temprana orfandad le había dejado. Ejerció los más diversos oficios: uno de ellos cambiaría su vida e indirectamente la historia de la literatura norteamericana.

A los dieciocho años se enrola en un barco con rumbo a Liverpool. Las condiciones a bordo destruyeron cualquier idea romántica de la vida en el mar que Melville pudiera haber tenido. Cuatro años más tarde se embarca en un ballenero que se dirige a los Mares del Sur. Melville se vería envuelto en un sinfín de aventuras que parecen sacadas de una novela del mar: motín a bordo, islas paradisíacas, caníbales, misioneros blancos. Tres años después regresa a Boston cargado de experiencias que le servirían para escribir muchas de sus obras.

Melville fue en buena medida un escritor maldito. Si exceptuamos algunos de sus primeros escritos —Typee (1846) y Ommoo (1847), que se convirtieron en éxitos a ambos lados del Atlántico—, sus obras fueron muy mal acogidas por la crítica y el público contemporáneos. Melville eligió un camino difícil, el de su propia expresión personal alejada de las modas de la época y lo pagó caro; a los treinta y un años se publicó su última obra en prosa, de ahí en adelante sólo escribiría poesía y, ya al final de sus días, una pequeña obra maestra inacabada, Billy Budd, marinero. El pecado de Melville fue no aceptar la moda de narraciones marinas semi-(y seudo)-autobiográficas del estilo de Arthur Gordon Pym. Se lanzó por un camino que él mismo habría de desbrozar, trabajo arduo cuya recompensa nunca llegó a ver. Melville acabó sus días ejerciendo como inspector de Aduanas de la ciudad de Nueva York, un trabajo tranquilo y aburrido que le permitió escribir algunos hermosos poemas.

El mar

en la obra

de Melville

El mar envuelve la obra de Melville como la de ningún otro autor. Es un mar multiforme y cambiante, ora amoroso y tierno, ora devorador y terrible: nunca falseado. Melville parte de la realidad inmediata que encuentra en la vida marinera: las condiciones a bordo. El barco es un microcosmos; en él está representada la sociedad en su conjunto, reducida como si hubiera sido sometida a un Bonzai sociológico, y por ello mismo sus contradicciones se agudizan más que en tierra firme. El motín simboliza esa tensión permanente. Y de motines están llenas las primeras novelas de Melville. No era un invento suyo; los motines eran habituales como el gran motín de 1797, o el aún más famoso de la «Bounty» (1789). El tema de la rebelión marinera aparece en la mayoría de sus obras de tema marino. Melville vindica a los marineros rebeldes, y analiza las razones de sus amotinamientos y fustiga la rigidez de las leyes que imperaban en los barcos. Pero Herman Melville es mucho más que un testigo privilegiado de la vida marinera de su época. Ese realismo inmediato sirve de soporte a otros temas de carácter más universal: el viaje en un símbolo de destino, el mar en una gran metáfora de la búsqueda de la verdad.

En Moby Dick (1851) se realiza una fusión perfecta entre un mar físico y tangible, lleno de barcos balleneros y de hombres que luchan por su sustento y un mar simbólico, metafísico, concreción de impulsos racionales y miedos atávicos. La riqueza de Moby Dick es desmesurada y por ello se abre a una multiplicidad de lecturas e interpretaciones: es una historia de la pesca de la ballena, tal y como terna lugar en la primera mitad del XVIII; también es la historia de la locura de un hombre que logra arrastrar a toda una tripulación en su insensatez, o el relato de la pequeñez de los hombres frente a la majestuosidad natural.

El mar melvilliano encierra la tentación de la gloria y la promesa de la verdad. En sus profundidades parecen encontrarse las respuestas a las preguntas que obsesionan al hombre. Arrancarle esos secretos, desobedeciendo las leyes divinas, es uno de los empeños simbólicos de la tripulación y del capitán del Pequod. No lo lograrán: un monstruo marino (¿Dios? ¿El mal? ¿Los mismos hombres?), real y fantástico a la vez, será su verdugo y el mar su sudario inmutable.

Francia

«Las tres cosas más hermosas de la creación son: el mar, Hamlet y el Don Giovanni de Mozart».

G. Flaubert

La expansión

colonial

La literatura decimonónica de aventuras debe su existencia, en última instancia, a los procesos de expansión colonial, al descubrimiento y explotación de nuevos territorios. Territorios exóticos en los que la idea del progreso humano encuentra un suelo propicio para su desarrollo. Francia no había sido ajena a la gran expansión europea: en el siglo XIX se convierte en la segunda potencia mundial, con un inmenso imperio que se extiende por los cuatro puntos cardinales del globo.

No ha de sorprender, pues, encontrarse con una fuerte corriente literaria de corte aventurero. Es imposible, por otra parte, separar totalmente las distintas literaturas nacionales europeas. Desde el movimiento romántico, el contacto entre escritores de distinta nacionalidad es constante y fructífero: ingleses y alemanes son leídos y admirados por los autores franceses, que a su vez devuelven la influencia y la extienden a españoles, italianos…

El crecimiento de un público lector de novelas es paralelo en Francia e Inglaterra, y en ambos países el género alcanza su punto más alto en la historia. Dos autores destacan en Francia en cuanto a popularidad e influencia: Alexandre Dumas, padre (1802-70), y Jules Verne (1828-1905). El primero tiene el honor de haber creado dos obras inolvidables e inolvidadas de la literatura de aventuras, El conde de Montecristo y Los tres mosqueteros. El segundo está más cerca de nuestras preocupaciones, ya que el tema del mar ocupa un lugar importante en su obra.

Jules Verne

«La distancia es una palabra vana, la distancia no existe».

Jules Verne, De la Tierra a la Luna

Jules Verne (véase el apéndice de Viaje al centro de la Tierra de esta Colección para un estudio detallado de su vida y su tiempo) ha sido durante décadas un escritor favorito de jóvenes lectores. Junto con Shakespeare y Lenin forma el trío de autores más traducidos a otras lenguas de la literatura universal. Su popularidad ha disminuido en parte últimamente, sustituida por un género heredero de su obra, la ciencia ficción.

Sus sesenta y cinco novelas están sumergidas en un tema constante: la conquista y dominación de la naturaleza por el hombre, provisto de un arma invencible, la ciencia. La narración verneana es el relato del encuentro entre la naturaleza virgen y la razón científica. El viaje es el artefacto simbólico que permite la realidad del encuentro y la adecuación entre lo imaginario y lo real; su soporte material son los vehículos mecánicos de toda clase, submarinos, cargueros, rompehielos, aerostatos, naves espaciales…

Pocos temas de la narración de aventuras marineras están ausentes en la obra de Verne. Naufragios, islas, mares misteriosos, monstruos marinos, marinos románticos al estilo byroniano, jóvenes intrépidos al estilo stevensoniano… pueblan sus novelas del mar, entre las cuales se encuentran algunas de las mejores: Veinte mil leguas de viaje submarino o La isla misteriosa, por ejemplo. Todos estos temas marinos son iluminados por Verne con una luz nueva y distinta. La luz de la ciencia y la razón: el mar es una parte de la naturaleza y como tal ha de ser dominado, controlado, explicado.

Tal vez sea La esfinge de los hielos la novela de Verne que mejor refleje su deseo de racionalizar el mar. Verne escribe La esfinge como una continuación de la inacabada La narración de Arthur Gordon Pym, de Poe. Recordemos que la obra de Poe era una narración de terror marino, plena de símbolos del mal y de lo inexplicable; su final era plenamente enigmático y misterioso. La narración de Verne vuelve sobre los pasos que había dado Pym y va dando una explicación racional a todo lo que en Poe terna un halo oscuro y misterioso. El falso final de Poe cobra una luz muy distinta en manos de un escritor racionalista y cientifista: lo que en Poe era enigmático en Verne se convierte en un fenómeno natural perfectamente comprensible por la ciencia.

Final

El mar se ciñe, más y más redondo,

circo de la alegría

y se colman de asombro en una playa

dos ojos que lo miran.

Pedro Salinas

Más obras

y autores

Sin duda, faltan muchas obras y autores. Por ejemplo, Jack London, Rudyard Kipling, Ernest Hemingway; incluso algunos de la lengua española, como Pío Baroja, Ignacio Aldecoa, Sebastián Juan Arbó…, tampoco se trataba de hacer un catálogo, tan sólo de trazar las líneas maestras de la narración de aventuras marineras, acercarse a los autores y obras más importantes.

Se equivocaba Melville al decir que «la poesía del agua salada está más bien en retirada». Tal vez no haya mucho lugar para la aventura en unos mares controlados y cuadriculados por las marinas de guerra, o en unos mares condenados a convertirse en moribundas masas de agua sucia; aun así, su poder evocador permanece intacto y, como Melville decía, siempre habrá alguien que se pregunte: «¿Qué hace toda esa gente mirando el mar?».

 

Luis Mª Brox

Ir a la siguiente página

Report Page