El Chancellor (ilustrado)

El Chancellor (ilustrado)


Capítulo V

Página 10 de 67

V

7 de octubre: Hace diez días que hemos zarpado de Charleston, y me parece que hemos hecho una buena y rápida travesía. A menudo converso con el segundo, y se ha establecido entre nosotros cierta intimidad.

Hoy Robert Kurtis me ha hecho saber que no debemos de estar muy lejos del grupo de islas de las Bermudas, es decir, a la altura del cabo Hatteras. Tomada la estrella, ha dado 32º 20’ de latitud norte y 64º 50’ de longitud al oeste del meridiano de Greenwich[14].

—Avistaremos las Bermudas, y más concretamente la isla de Saint-Georges, antes de la noche —me dice el segundo.

—¿Cómo? —le he respondido—. ¿Vamos a pasar por las Bermudas? Pero ¡si yo creía que un navío que zarpase de Charleston, con destino a Liverpool, debería poner rumbo al norte y seguir la corriente del Gulf-Stream![15]

—Sin duda alguna, señor Kazallon —responde Robert Kurtis—, ésa es la ruta que se toma normalmente, pero parece que, esta vez, el capitán no ha querido seguirla.

—¿Por qué?

—Lo ignoro, pero ha mandado poner rumbo al este, y el Chancellor va hacia el este.

—¿Y usted no le ha señalado…?

—Yo le he señalado que ésta no es la ruta habitual, ¡y él me ha respondido que sabía lo que tenía que hacer!

Al hablar así, Robert Kurtis frunce varias veces las cejas, se pasa maquinalmente la mano por la frente, y creo comprender que no dice todo lo que desearía decir.

—No obstante, señor Kurtis —he proseguido—, ya estamos a 7 de octubre, y no es ésta la ocasión de ensayar nuevas rutas. ¡No tenemos ni un solo día que perder si queremos llegar a Europa antes de la mala estación!

—¡No, señor Kazallon, ni un solo día!

—Señor Kurtis, ¿sería demasiado indiscreto si le preguntase qué piensa del capitán Huntly?

—Pienso —me responde el segundo—, pienso que… ¡es mi capitán!

Esta respuesta evasiva no deja de preocuparme.

Robert Kurtis no se ha equivocado. Hacia las tres el marinero de vigía anuncia tierra a sotavento, hacia el nordeste, pero todavía no aparece más que como una nube de vapor.

A las seis subo a cubierta en compañía de los señores Letourneur, y dirigimos nuestras miradas hacia el grupo de las islas Bermudas, islas relativamente poco elevadas, que se encuentran defendidas por una formidable cadena de rompientes.

—¡He aquí, pues, el archipiélago encantado —dice André Letourneur—, el grupo pintoresco que vuestro poeta Thomas Moore[16], señor Kazallon, ha celebrado en sus odas! Y en 1643, Walter, el exiliado, realizó una entusiasta descripción de estas islas, y, si no me equivoco, durante algún tiempo las damas inglesas no quisieron llevar más sombreros que los hechos de cierta hoja de palma bermudiana.

—Tiene usted razón, mi querido André —le respondo—; el archipiélago de las Bermudas estuvo muy de moda en el siglo XVII; pero ahora ha caído en el más completo de los olvidos.

—Además, señor André —dice entonces Robert Kurtis—, los poetas que hablan con entusiasmo de este archipiélago no están de acuerdo con los marinos, puesto que esa estancia cuyo aspecto les ha seducido tanto es difícilmente abordable por los navíos, y los escollos, a dos o tres leguas de tierra, forman un cinturón semicircular sumergido bajo las aguas, que es especialmente temido por los navegantes. Añadiré que la serenidad de su cielo, que tanto ensalzan los bermudianos, se ve frecuentemente alterada por los huracanes. Sus islas reciben la cola de estas tempestades que devastan las Antillas, y esa cola, como la cola de una ballena, es lo más temible de todo. ¡No invite, por tanto, a los navegantes del océano a fiarse de los relatos de Walter y de Thomas Moore!

Señor Kurtis —prosigue, sonriente, André Letourneur—, usted debe de estar en lo cierto; pero los poetas son como los proverbios; siempre hay uno que contradice a otro. Si Thomas Moore y Walter han celebrado este archipiélago como una estancia maravillosa, por el contrario, Shakespeare, el más grande de vuestros poetas, que sin duda lo conocía mejor, creyó poder situar aquí las más terribles escenas de su Tempestad[17].

En efecto, no existen parajes más peligrosos que las cercanías del archipiélago de las Bermudas. Los ingleses, a los que este grupo de islas siempre perteneció desde su descubrimiento[18], tan sólo lo utilizan como un puesto militar, una especie de avanzada entre las Antillas y Nueva Escocia. Además, está destinado a crecer, y probablemente en una escala muy amplia. Con el tiempo —que es el principio del trabajo de la naturaleza—, este archipiélago, actualmente compuesto por ciento cincuenta islas o islotes, contará con un número mucho mayor, puesto que las madréporas trabajan incesantemente construyendo nuevas Bermudas, que se unirán entre ellas y formarán poco a poco un nuevo continente.

Ni los otros tres pasajeros, ni la señora Kear, se han tomado la molestia de subir a cubierta para observar este curioso archipiélago. En cuanto a la señorita Herbey, ni siquiera había alcanzado la toldilla, cuando ya se oía la voz monótona de la señora Kear, obligando a la joven a regresar junto a ella.

Ir a la siguiente página

Report Page