El Chancellor (ilustrado)
Apéndice
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Apéndice
Permanencia
de
Verne
Pocos casos habrá tan gráficos como el de Jules Verne a la hora de enfrentarse con el misterio de la condición humana. En pocos casos, repetimos, se verá de manera más obvia las servidumbres de cada hombre hacia su época y al tiempo, su capacidad y poder de trascenderla. Hablando en lenguaje económico, lo que maravilla de este escritor es su poder de crear productos no perecederos. Sus novelas siguen en el mercado, están vivas y todo hace suponer que seguirán así durante mucho tiempo.
Su nombre está asociado inevitablemente a la aventura, a la fantasía y al… mar. El mar no sólo es el escenario dominante y casi perenne de sus narraciones, sino también su obsesión más profunda. Quizá porque en su líquida naturaleza confluyan lo ordinario (paisaje) y lo extraordinario (inmensidad) es el telón de fondo más adecuado para la ficción[62]. El Chancellor es la historia del hombre con y contra el mar. El reflejo literario, en cierto modo, de la historia de la humanidad, de su lucha contra la naturaleza: su amiga y su amenaza.
Antes de comentar esta novela y por la necesidad de contemplar cada cosa con su entorno, nos detendremos en el análisis, breve, de la época en que transcurrió la peripecia humana de su autor y en los aspectos más relevantes de su biografía.
La época
Dar cuenta pormenorizada de los hechos históricos, políticos, económicos y sociales que tuvieron lugar durante la vida de Jules Verne (1828-1905) es labor que sobrepasa las intenciones de estas páginas. Procuraremos prestar atención a aquellas tendencias o fenómenos significativos que configuraron su tiempo. En otras palabras, trataremos de presentar los elementos imprescindibles para lograr hacerse una idea cabal de la atmósfera en que su vida y obra se realizó.
El
asentamiento
de la
burguesía
Política y socialmente el siglo XIX representó el triunfo de la burguesía. Esta clase social logró su hegemonía política y económica a través de un proceso histórico cuyos hitos referenciales son:
La Revolución de 1830, que produjo el destronamiento de la dinastía borbónica y la llegada al trono de Luis Felipe de Orleans, el rey banquero y burgués, cuyo programa de gobierno se encierra en la famosa frase: «enriqueceos».
La Revolución de 1848, que, aunque en sus orígenes contó con el apoyo del proletariado, representó finalmente el nacimiento de la República burguesa y la derrota total de los ideales de vida de la nobleza. El imperio de Napoleón III, a pesar del cambio de régimen, continuó siendo profundamente burgués.
La Comuna de 1871 implicó el sojuzgamiento del proletariado, y, a su vez, el enfrentamiento para el futuro entre esta clase y la detentadora del poder.
Junto a la gran burguesía, es decir, la relacionada con la banca y las grandes tierras, en Francia cobró un especial relieve la llamada pequeña burguesía compuesta por abogados, médicos, técnicos, mercaderes, comerciantes, etc., y que por su número y situación dentro de la pirámide social supuso una especie de colchón amortiguador entre las clases en conflicto. Por otra parte esta pequeña burguesía, emprendedora e ilustrada, sería la consumidora del arte y la literatura de su tiempo.
La
expansión
económica
El aprovechamiento de las riquezas minerales y la industrialización de las ciudades sufrirá un proceso de continua expansión a lo largo de todo el siglo XIX. La llamada segunda revolución industrial, con sus nuevas fuentes de energía: electricidad, química, transformó cualitativamente la sociedad francesa. Esta expansión económica se tradujo políticamente en una estrategia colonialista en África y Asia.
Ciencia y
Maqumismo
El positivismo científico dominará todo el siglo XIX. Las ciencias experimentales arrebatarán a la filosofía o a las letras su prestigio. Los descubrimientos en el campo científico y los inventos técnicos constituirán el motor del progreso de la civilización. Desde 1830 los ferrocarriles fijarán y acercarán las geografías de las naciones occidentales. Los buques de vapor se impondrán desde mitad de siglo a los veleros. Un simple obrero belga, Zénobe Gramme, encontrará la aplicación práctica a las leyes de Faraday y construirá la primera dinamo, a partir de la cual el francés Aristide Bergès organiza el aprovechamiento sistemático de los saltos de agua para obtener electricidad.
Como simples ejemplos de lo que la ciencia aportó al siglo XIX mencionaremos tan sólo a Darwin, descubridor de la teoría evolucionista; Mendel, padre de la genética; Hertz, descubridor de las ondas que utiliza la radio; Humboldt y Elisée Reclus, geógrafos eminentes. La fotografía, el teléfono, el fonógrafo, la radio, el tranvía eléctrico o la máquina de escribir son ejemplos suficientes para justificar que los contemporáneos de Verne confiasen ciegamente en la máquina.
Entorno
cultural
La segunda mitad del siglo XIX significó el triunfo de las tendencias realistas, es decir, de la observación práctica de la vida, del interés por lo cotidiano, por el análisis de los hechos y la realidad interior del individuo. Curiosamente el realismo se inicia en Francia en los mismos años de auge del romanticismo. Los grandes precursores o fundadores serían Stendhal (1783-1842) y Honoré de Balzac (1799-1850). El primero, autor de El rojo y el negro, introdujo en la novela el problema de descifrar los resortes internos de los personajes y consideró a la novela como «un espejo situado a lo largo de un camino». Balzac, en su grandiosa serie La Comedia Humana, realizó el examen anatómico de la sociedad y puso al descubierto los intereses económicos profundos que agitaban la vida social de su tiempo.
Hacia la mitad del siglo, el proceso contra Flaubert, con ocasión de la publicación de su novela Madame Bovary (1857), supone la hegemonía del realismo y, por tanto, de una concepción del arte y la literatura más enraizada en la realidad.
La literatura realista de Flaubert, Maupassant, Mérimée o Téophile Gautier y el movimiento que cronológicamente le sucede y continúa, el naturalismo de Emile Zola y los hermanos Goncourt, implican una serie de rasgos novedosos: la renuncia a lo meramente distraído o evasivo; una exigencia de exactitud absoluta en la descripción de los hechos, objetivismo, y un deseo radical de lo moderno o presente.
Estos rasgos y este nuevo espíritu será recogido por pintores como Manet, Millet o Daumier y, más tarde, por los impresionistas: Monet, Seurat, Renoir, etc.
Nueva
actitud
científica
La inclinación de las artes y las letras hacia el realismo está en estrecha relación con el espíritu científico que caracteriza a la cultura burguesa del siglo XIX. El positivismo de Auguste Comte (1798-1857) representó una nueva visión del mundo al establecer que sin datos no hay ciencia; sin ciencia no hay progreso técnico, y sin progreso la sociedad no alcanza el estado definitivo de la mente humana. Del positivismo derivan el experimentalismo científico y el arte realista.
La nueva actitud científica daría lugar a cambios radicales en las antiguas disciplinas como la Física, la Química o la Biología y bajo su influencia se inaugurarían nuevos campos del saber como la Sociología y Psicología. Por otra parte el desarrollo económico y la ampliación de la clase burguesa y pequeño burguesa conllevó el que la instrucción se generalizase, las universidades reviviesen su papel de focos culturales, la producción editorial se incrementase de forma decisiva, y, lo más importante, que surgiese un público culto que demandaba, de forma intensa, información, distracción, arte, es decir, cultura.
La vida
Nacimiento
y familia
Hasta el principio de la primera guerra mundial, la ciudad francesa de Nantes, cerca de la desembocadura del gran río Loira, fue un activo centro de marinos y mercaderes. A principios del siglo XVIII, un grupo de acaudalados armadores adquirieron una arenosa isla del río cercana a Nantes, y la convirtieron en una pequeña ciudad residencial. Las guerras napoleónicas arruinaron a aquellos primeros mercaderes, y sus casas, muebles y demás riquezas pasaron a las manos de miembros de las profesiones liberales. En una de aquellas casas nació, el 19 de febrero de 1828, Jules Verne, primogénito de un abogado forastero y de una muchacha emparentada con una de aquellas antiguas y arruinadas familias de armadores y marinos.
Sus biógrafos cuentan que su padre, de carácter severo y profundo defensor del orden y la disciplina, al coger entre sus brazos al pequeño Jules, anunció que con los años el recién nacido llegaría a ser abogado. Aquella profecía habría de cumplirse, aunque, como veremos, Jules Verne nunca ejercería la profesión a que su padre lo destinó. De carácter alegre, vivaz y soñador, es fácil comprender que el ambiente de su ciudad natal y el recuerdo mágico de sus antecesores navegantes provocaran en el pequeño la ilusión de convertirse algún día en un auténtico lobo de mar. Aquella ilusión se vería rota por los planes paternales que, con ocasión de haber intentado Jules alistarse en un buque, le arrancó la promesa de que nunca viajaría salvo con la imaginación.
Amores
y versos
Los años escolares transcurrieron para él con la frustración de ver cómo su hermano menor se encaminaba hacia la marina mientras que a él se le destinaba al foro. Entre el estudio del latín y las reglas retóricas, el joven Jules se encontró con un amor y una afición. Enamorado de una prima suya llamada Caroline se vio rechazado amargamente. La afición temprana por la literatura que se manifestaba en sus primeros escritos poéticos y humorísticos habría de suponerle mejor desenlace, pues, aunque el éxito le rechazaría durante muchos años, al final se le entregaría desbordante.
El bohemio
Cuando en 1848 llegó a París para cursar el primer año de Derecho, seguramente no imaginaba que aquella ciudad, la capital del mundo, había de ser testigo de su gloria. Con un presupuesto económico magro, pues su padre, a fin de que no se pervirtiese, le asignó una cantidad estrecha para sus gastos, Jules Verne se refugió en la lectura y en la bohemia. Su deseo de llegar a escritor le llevó a relacionarse con toda clase de escritores y artistas. En una ocasión, y merced a un comentario gastronómico, tuvo la suerte de conocer a Alexandre Dumas, el autor de Los tres mosqueteros, quien, después de leer el manuscrito de una obra teatral que Verne le entregó, la recomendó a un empresario y así, el 12 de junio de 1850, nuestro autor tuvo la satisfacción de ver cómo su obra Las pajas rotas se estrenaba en el teatro Histórico, aunque no con excesivo éxito. En los años siguientes siguió escribiendo libretos para operetas y comedias musicales, que, si bien no le dieron ni fama ni dinero, le permitieron sin embargo encontrar un empleo como secretario de un teatro y continuar cultivando las amistades literarias.
Al graduarse como abogado se le presentó la encrucijada decisiva de su vida. El padre reclamaba que fuera a trabajar con él. Su vocación lo llamaba hacia otro horizonte. Aquella situación la superó respondiendo negativamente a su padre con una carta en la que, entre otras razones, se leían las siguientes: «La fatalidad me clava en París, pues, siendo un buen literato, jamás pasaría de ser un mal abogado, ya que, no sabiendo ver más que el lado cómico o artístico de las cosas, me declaro incapaz de ver sus contornos reales. Perdona a tu hijo respetuoso y amante».
Encuentro
con la
ciencia
Buscando nuevos horizontes y con el deseo de mejorar el bagaje de sus conocimientos, Verne se sintió atraído por las curiosidades científicas. Entre sus mejores amigos se contaban destacadas figuras del mundo científico: Reclus, Nadar, Arago, etc. A esta afición, que llegaría a convertirse en devoción, contribuyó sin duda la atmósfera general de la segunda mitad del siglo XIX, cuya épica cotidiana encontraba su fuente en los continuos inventos y descubrimientos que a cada poco surgían. Era el momento de las grandes expediciones y de las grandes obras. Era el progreso incesante que el joven escritor constataba entusiasmado desde su buhardilla del bulevard Bonne Nouvelle.
La vida del joven Verne, incluso durante sus años de bohemio, era una vida atareada, dedicada a su vocación de escritor y al estudio. Su horario de trabajo, según escribe a su padre, fue durante muchos años el siguiente: las horas de 5 a 10 escribe; de 10 a 2 trabaja en la secretaría del teatro; por la tarde y noche estudia Física, Química, Geología, Astronomía, Mecánica, Navegación, etc.
Primeros
cuentos
En el Musée des familles publica sus primeros cuentos siguiendo el modelo de Fenimore Cooper y E. A. Poe, por quien siempre sintió una temprana y profunda admiración. En un ensayo sobre el autor de El gato negro dice de él: «Habla el lenguaje nuevo de los tiempos modernos».
Los primeros buques de la marina mejicana es un relato sobre las peripecias de dos viejos barcos españoles que se pasaron a la causa de los insurrectos durante la guerra de la independencia de Méjico.
Siguiendo a Poe escribe Un viaje en globo, en donde cuenta la historia de un aeronauta que, una vez en el aire, descubre en la barquilla de su globo un loco ilustrado y maniático de los viajes aéreos. Es una de las escasas incursiones de Verne en la literatura de terror.
Otros escritos de aquella época son Los castillos de California, sobre un buscador de oro que regresa fracasado a su hogar; Martín Paz, una novela corta histórica ambientada en el Perú, y Un invierno entre los hielos, historia de amor con un fondo de témpanos y mares fríos que reaparecerá más tarde en muchas de sus producciones, entre ellas, La esfinge de los hielos.
Matrimonio
Con ocasión de la boda de un amigo conoce a una joven viuda, Honorine Viane, «alta, bien formada, los ojos rientes, de humor alegre», y, enamorado, piensa en casarse. Llevado por esta aspiración y con objeto de mejorar sus ingresos económicos entra en la Bolsa al tiempo que sigue escribiendo operetas de corte satírico y humorístico. Alcanzado un nivel de ingresos aceptable contrae matrimonio con la viuda en enero de 1857 y cuatro años más tarde nacerá Miguel, su único hijo.
Entre 1861 y 1862 e influido por su amistad con Nadar, viajero y aventurero de renombre, escribe su primera gran novela: Cinco semanas en globo. En ella coexisten dos temas de gran popularidad en aquel momento: Los viajes en globo y las exploraciones en busca de las fuentes del Nilo. Verne está persuadido de que al fin ha encontrado un modo novelesco propio y, aunque durante una larga temporada ningún editor acepta su publicación, insistirá sin desánimo.
Hetzel, que dirige una colección literaria orientada hacia el público juvenil, se interesa por su obra; le aconseja reescribirla y acaba no sólo por aceptar su publicación, sino que le firma además un contrato en muy buenas condiciones económicas, y que obliga a Verne a entregar a su editorial dos novelas por año. Ni que decir tiene que aquel encuentro fue definitivo para su carrera de novelista.
La fama
Cuando Cinco semanas en globo apareció, a finales de 1862, la acogida del público fue totalmente favorable. Verne había encontrado el filón que habría de permitirle ocupar un sitio destacado en la literatura francesa. A los 35 años iniciaba brillantemente su carrera de escritor favorito del público.
Las
grandes
novelas
Desde entonces hasta su muerte, Verne cumpliría religiosamente con la parte obligada de su contrato. Aventuras del capitán Halteras, Viaje al centro de la Tierra, De la Tierra a la Tuna, Los hijos del capitán Grant, La isla misteriosa, La vuelta al mundo en 80 días serán, entre otros, los títulos que acrecienten y asienten su fama. La literatura será para él su vocación, su devoción y su vicio: «privarme de escribir sería la peor de las continencias».
Una vida
tranquila
El éxito literario y comercial supondría para la familia Verne la llegada del bienestar económico, la comodidad cotidiana, la tranquilidad frente al futuro y hasta el cumplimiento de antiguas ilusiones o de nuevos caprichos. Jules contará desde entonces con una embarcación propia —la serie de los tres Saint-Michel— con los que efectuaría diversos aunque no audaces viajes por el Mediterráneo y otras costas, visitando los paisajes que tantas veces había descrito en sus novelas. Compra una agradable casa y, cuando la adaptación teatral de Miguel Strogoff llena sus arcas, se traslada a una mansión en la ciudad de Amiens, donde transcurrirá el resto de sus años.
Problemas
y sombras
Desde joven Verne sufre ocasionalmente dolorosas neuralgias faciales, que al paso de los años aumentarán de intensidad y frecuencia. La educación de su hijo, a quien en alguna ocasión decide internar en una especie de reformatorio, agravará sus preocupaciones e introducirá hondas amarguras en su ánimo. En 1886 un sobrino desequilibrado le dispara en una pierna, a resultas de lo cual quedará ligeramente cojo. Por ese mismo tiempo pierde a su madre y a Hetzel, su padre y consejero literario, y Jules pasa por una época de melancolía y pesimismo que no dejará de reflejarse en sus escritos: La jornada de un periodista americano en el 2889, La isla de hélice.
Final
Los achaques de la vejez y sus infortunios físicos y psíquicos llevarán a Verne a refugiarse en una vida de retiro y trabajo. De forma continua y disciplinada continuará redactando nuevas novelas. El 24 de marzo de 1905, a los 77 años de edad, terminó su travesía humana. Su vida literaria permanece.
La obra
El Chancellor o diario del pasajero J. R. Kazallon apareció por primera vez en 1875, es decir, durante la época en que Verne publica sus grandes novelas. El año anterior había sido editada La isla misteriosa, en el siguiente saldría a la venta Miguel Strogoff.
El subtema
del naufragio
Si al comienzo de estas páginas hemos puesto de relieve la predilección literaria de Verne por los ambientes marinos, conviene ahora destacar que el subtema de los naufragios, que se aborda en esta novela, ocupa un lugar muy significativo en su narrativa. Sin agotar la lista diremos que tramas relacionadas con náufragos y naufragios se encuentran en La isla misteriosa, Los hijos del capitán Grant y La esfinge de los hielos. Para el filósofo Miguel Artigas «el naufragio representa, al igual que el amor, el espacio primigenio del principio y el final, del nacimiento y de la muerte. El náufrago, si sobrevive, saldrá de su aventura como el enamorado del encuentro amoroso: transformado; algo habrá muerto, algo habrá aflorado». Para Verne el naufragio supone una situación límite, que revelará la verdadera encarnadura de cada hombre, su auténtica valía y por tanto la ocasión propicia para cumplir con la máxima socrática: «conócete a ti mismo».
El
Argumento
La trama de la novela consiste en las desventuras que los pasajeros y tripulantes de un barco sufren durante una travesía. El peso del argumento recae sobre las consecuencias del lento hundimiento del barco y las penalidades a que se ven sometidos los supervivientes. Entre ellas, el hombre dará lugar al eje de la tensión narrativa principal: la necesidad de que alguno sea sacrificado para que la mayoría pueda ser salvada. El tema de náufragos obligados a alimentarse de carne humana es bastante frecuente en la literatura. En la historial real, el naufragio de La Medusa a principios del siglo XIX desencadenó una larga polémica semejante al cercano suceso de los supervivientes en los Andes de un accidente aéreo. Este tema también había sido tratado por E. A. Poe en La narración de Arthur Gordon Pym[63], y, conociendo la admiración de Verne por el norteamericano, es fácil comprender su influencia en El Chancellor.
A esta trama central se añaden tramas secundarias: la locura del capitán, el riesgo de explosión del barco, el amor entre el joven Andrés y la señorita. Este entrelazamiento de argumentos confiere a la novela una variedad y agilidad decisiva para el mantenimiento del interés. La primera obligación de una novela: no aburrir al lector, se cumple de forma sobresaliente.
La historia del lento incendio que devora las entrañas del barco, aunque con un tratamiento literario totalmente distinto, se encuentra también en la novela de J. Conrad Juventud. La comparación entre ambos relatos es un ejercicio recomendable para los aficionados y estudiantes de literatura.
El tema
Entendiendo por tema aquello que subyace en el fondo del argumento, lo aglutina y da unidad, puede observarse que en el caso de El Chancellor sería: el enfrentamiento entre los valores morales y los instintos irracionales. En una situación límite —peligro de explosión, naufragio— se produce un conflicto de intereses entre el fuerte instinto de supervivencia, egoísta, cruel, amoral, y las razones éticas, la solidaridad, el altruismo, la generosidad. En otras palabras, lo que realmente se está planteando a lo largo de toda la novela es la lucha entre la carne y el espíritu, el dilema entre civilización o barbarie. Este enfrentamiento ocasiona que los personajes se sitúen —de forma más bien esquemática— en uno u otro bando, y de las diferentes conductas o reacciones frente a cada hecho, suceso o peligro de la travesía emanan las tensiones que dan origen y vivacidad a la trama.
Aspectos
formales
Técnicamente lo que más resalta de la novela es la forma narrativa escogida: el diario. Muy usual en la literatura del siglo XIX, ha caído en desuso actualmente. Poe, cuya influencia en Verne y sobre esta novela es palmaria, utiliza igual técnica en Manuscrito hallado en una botella, relato que Verne sin duda tuvo como referencia al redactar su novela. La mayor ventaja de esta técnica es que soluciona el problema de elegir la perspectiva desde la cual se va a contar la historia. El diario justifica que los hechos se transmitan al lector desde la óptica única de un personaje y contribuye a dotar de mayor verosimilitud el relato. El hecho de que el diario no lo sea en sentido estricto, es decir, que no se recojan día a día los acontecimientos sino que en unos casos las anotaciones sean semanales o de mayor amplitud, en otros de dos a tres días, a veces diarias o incluso de parte o porción de día (el capítulo XIV se refiere a los hechos «durante la noche del 29 de octubre») permite variar eficazmente la intensidad del ritmo narrativo. Así, en los momentos de mayor tensión e intriga, las anotaciones corresponden a espacios de tiempo muy breves (durante el incendio y el peligro de explosión, o en los angustiosos días finales) mientras que, cuando los acontecimientos no deparan especial novedad, los períodos se prolongan.
El narrador
El narrador en cualquier caso corresponde al tipo de voz omnisciente que prejuzga, ve el interior de los personajes, escucha sus pensamientos y conoce sus intenciones ocultas, es decir, manipula personajes y acción a su antojo. Esta característica corresponde claramente a la propia de la literatura decimonónica y es, sin duda, una de las cualidades que más choca a los lectores actuales.
Verne introduce de forma un tanto fácil un cierto suspense desde las primeras hojas de la novela. Al final del primer capítulo y luego de que el narrador haya tomado su pasaje en El Chancellor, sin venir demasiado a cuento, se pregunta: «¿He hecho bien o mal? ¿Tendré que arrepentirme de mi determinación? El futuro me lo dirá. Yo redacto estas notas día a día, y en el momento en que las escribo sé tanto como los que leen este diario, si es que este diario llega a tener lectores algún día».
(I).
El estilo
El modo de escribir de Verne no destaca por sus virtudes estéticas. Su prosa es eficaz, directa, funcional pero escasamente elaborada o artística. Las pocas imágenes literarias que aparecen en el texto son ralas, tópicas y manidas. La adjetivación nunca sorprende y apenas matiza. Tan sólo la precisión en el uso de términos marinos o de navegación, por su intrínseco carácter evocador y connotativo, otorga un aliento poético a ciertos pasajes. Este descuido en la prosa se traslada en alguna ocasión a la estructura de la novela y así el autor, bien por desaliño, bien por precipitación, olvida hechos, trastoca fechas o da referencias y datos equivocados.
Los
personajes
La mayoría de los comentaristas de Jules Verne están de acuerdo en enjuiciar como esquemáticos a sus personajes. En la novela esta tendencia se hace claramente patente. El narrador aborda a los pasajeros y tripulantes de El Chancellor y los clasifica, define y disecciona al primer golpe de vista. En su tratamiento Verne recurre a un método que le es muy querido: la interpretación psicológica a partir del análisis y los rasgos físicos.
El capitán
El capitán Huntly es presentado como alguien que carece de la entereza y energía que un puesto de tanta responsabilidad como el suyo exige. Para su conducta anormal, el narrador encuentra una explicación de carácter médico, pero, en realidad, desde el principio el señor Kazallon lo desautoriza con la interpretación pseudopositivista de su aspecto: «Es indolente, y se nota en la indecisión de su mirada, en el movimiento pasivo de sus manos, en la oscilación que lo lleva lentamente de una pierna a la otra. No es, no puede ser un hombre enérgico, ni siquiera un hombre terco, puesto que sus ojos no se contraen, su mandíbula es fláccida, sus puños no tienden habitualmente a cerrarse». (II).
Robert
Kurtis
Esta psicología determina que a cada uno de los personajes se le adjudiquen a priori unas cualidades a partir de las cuales se explicará su comportamiento. Así, Robert Kurtis, el segundo de abordo, «el cuerpo rígido, el aspecto desembarazado, la mirada soberbia, los músculos superciliares apenas contraídos», será «un hombre enérgico, y debe de poseer ese frío coraje que es indispensable al auténtico marino». (IV), y su comportamiento en la novela responderá a este juicio inicial del narrador.
El señor
Letourneur
Lo mismo sucede con el señor Letourneur: «Este hombre lleva sobre sí mismo una inextinguible fuente de tristeza, y se nota en su cuerpo un poco abatido, en su cabeza casi siempre inclinada sobre el pecho… y la expresión general de su fisonomía es la de una bondad afectuosa». (IV).
Los personajes carecen de entidad psicológica, lo que no obsta para que sobre ellos se sostenga la acción narrativa. En las novelas de aventuras los personajes son lo que hacen y nada más. No se puede reprochar a Verne que haya fracasado en una construcción de caracteres que nunca ha intentado.
Valoración
final
El Chancellor no se encuentra entre las novelas más reeditadas y por tanto más conocidas de Jules Verne. Por su amenidad e interés esto parece difícilmente explicable. Creemos que su olvido se debe a que de alguna forma escapa a la idea preconcebida que sobre su novelística se mantiene. No es una novela científica, aunque los detalles científicos no estén ausentes; no es un relato de anticipación ni una obra de vocación claramente juvenil. Para nosotros es, ni más ni menos, una novela de aventuras marinas con un contenido ético sobresaliente y quizá por esa pureza —por el hecho de ser una simple novela— haya sido injustamente olvidada.
Constantino Bértolo Cadenas