El único amigo del demonio

El único amigo del demonio


Capítulo 17

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Capítulo 17

Corrí en la oscuridad, esquivé las luces de la acera, resbalé sobre hielo y nieve. A mi alrededor, el mundo estaba cobrando vida lentamente, despertando de una pesadilla para encontrarse con otra; las luces se encendían a través de las ventanas de las habitaciones, rostros aterrorizados se asomaban por los vidrios salpicados de sangre. La calle era una escena de devastación grotesca y, en algún lugar en medio de ella, estaba la criatura que la había provocado, el rey de los Marchitos, sonriendo con los labios de otro hombre y hablando con la voz de una mujer sin vida. Tenía que escapar; no sabía adónde, solo sabía que tenía que irme, correr, escapar de ese lugar lo más rápido posible.

—No puedes correr por siempre, John.

Arranqué la radio de mi chaleco y la arrojé al suelo, dejando la voz muerta de Ostler murmurando sola en las sombras.

¿Elijah nos había traicionado? No lo creía —él no parecía un traidor—, pero ¿cómo podía confiar en mis sentimientos? Ni siquiera sabía cómo usarlos. Elijah era agradable para mí y sentía que compartíamos alguna clase de… ¿qué? ¿Un vínculo? ¿Porque vivíamos en los márgenes del mundo, evitando a otras personas? Eso no nos convertía en amigos automáticamente, nos convertía en dos personas con sobradas razones para evitarse entre sí. Él trabajaba en una funeraria; por lo que sabía, eso era parte de la trampa para ganar mi confianza a través de la asociación con la única cosa que amaba que me quedaba.

Yo había construido mi vida alrededor de eso: llegar a conocer a las personas, hacerlas pensar que yo era un amigo y así poder encontrar su punto débil y golpearlo lo más fuerte posible. Ahora alguien me lo había hecho a mí.

Pero Elijah había estado ayudándonos. Incluso luego de que la trampa se llevara a cabo, él se quedó conmigo, intentó salvar a Diana, incluso intentó atacar a Rack. Si él fuera parte del plan de Rack, ¿no se hubiera vuelto contra nosotros? Podría haber drenado mi mente miles de veces esa noche, dejándome en un vacío inconsciente, en estado de coma. Pero, en su lugar, él huyó. ¿Era demasiado cobarde como para enfrentarse a nosotros directamente? ¿O habría sentido el mismo vínculo hacia mí que yo sentí hacia él y, cuando llegó el momento, no pudo continuar con el plan?

¿O el traidor sería alguien más?

Dejé de correr y me apoyé en una cerca para recuperar el aliento. Estaba a unas calles de distancia de la escena del ataque, y el mundo otra vez estaba quieto; ni siquiera podía escuchar gritos a la distancia. ¿Rack estaría asesinando a más personas? ¿A los vecinos o a los técnicos de emergencias médicas que se acercaron a ayudar? Sonaba como la clase de cosas que él haría, pero no esa noche. Estaba en medio de una venganza y no se detendría hasta que nuestro equipo estuviera muerto; todos nosotros. No me había perseguido, y me preguntaba si tal vez me estaba guardando para el final; los que estaban en peligro en ese momento eran Nathan y Trujillo.

Y Brooke.

Comencé a correr otra vez mientras tomaba el celular de mi bolsillo. ¿Brooke era más Marchita que humana? No lo sabía, y mientras corría me di cuenta de que no me importaba. Ella era mi amiga; tal vez no una buena amiga, pero yo no era exactamente un modelo tampoco. Tal vez la única amiga que me quedaba en el mundo. No sabía si Rack estaba planeando matarla, reclutarla o algo incluso peor, pero de cualquier manera tenía que salvarla. Marqué el número de Trujillo.

Ring.

Comenzó a nevar y mi respiración salía entrecortada, con un visible vapor bajo las luces de la calle.

Ring.

—¿John? —era la voz de Nathan.

—Nathan —dije, apretando los dientes y tratando de respirar—. ¿Dónde está Trujillo?

—No puedo encontrarlo; ni siquiera sabía que su teléfono estaba aquí hasta que comenzó a sonar. ¿Qué está ocurriendo?

—¿No estabas siguiendo la radio? —pregunté.

—Era una frecuencia cerrada —respondió—. No llegué tan lejos. ¿Algo salió mal? Suenas terrible.

—Estoy corriendo —dije y me detuve otra vez para respirar—. Era una trampa y todos están muertos. Soy el único que queda…

—¿Muertos?

—Rack los mató a todos. No solo a nosotros, también a los policías. Ostler, Potash, Diana, al detective Scott…

—Eso… —dijo tartamudeando—… eso es imposible. ¿Cómo escapaste?

—Creo que está dejándome para el final, lo que significa que va por ustedes.

—Maldición, John…

—Escucha, Nathan, debes encontrar a Trujillo, buscar a Brooke y largarte de aquí. Registra su salida, sácala sin permiso, haz lo que sea que tengas que hacer. Te llamaré cuando esté cerca.

—Tú nos has metido en esto —dijo con enojo—. Esto es tu culpa, todo lo que has…

—Puedes seguir gritándome cuando Brooke esté a salvo —interrumpí—. ¿Ya estás en movimiento? No sé cuánto tiempo tienes.

—Debía haber alguien infiltrado —dijo Nathan—. Si esto era una trampa, alguien debió ponerlo sobre aviso.

—No fui yo.

—Fue Elijah, lo que te hace igualmente culpable; tú eres quien lo metió en el equipo.

—No fue Elijah —dije enfurecido—. Él estaba… estaba ayudándonos. No se fue hasta que ya casi estábamos perdidos, lo mismo que yo hice, solo que él huyó primero.

—Si era confiable, se habría quedado a ayudarte —insistió Nathan.

—¿Por qué? —pregunté—. ¿Para que pudiéramos encerrarlo otra vez? ¿Para que pudiéramos atropellarlo con otro camión? Él nos dio todo lo que tenía, nosotros intentamos nuestro plan y fallamos. Probablemente él esté corriendo en este momento y nosotros necesitamos hacer lo mismo. Busca a Brooke…

—Si no fue Elijah, entonces obviamente fue Brooke. Sabemos que estaba comunicándose con Rack, debe haberle advertido que íbamos por él.

—Planeamos este ataque luego de cortar su comunicación —dije—. Brooke no sabía nada de esto; Trujillo no nos permitió decirle, solo por si acaso…

—¿Crees que fue Trujillo? —preguntó Nathan.

—Yo no… —me detuve, negando con la cabeza. Intenté controlar mi respiración—. ¿Por qué nos traicionaría?

—Él sabía todo lo que estábamos haciendo y tenía el tiempo y los medios para poner a Rack sobre aviso. Maldición, John, tuvo horas a solas con Brooke, durante semanas, en las que pudo ser seducido por las promesas que los Marchitos pudieran estar haciéndole.

—¿Seducido?

—Trujillo prácticamente vivía ahí, ¿y honestamente piensas que no sabía nada sobre las cartas que ella estaba enviando? Yo soy quien las encontró, no él; si no hubiera estado ahí para forzar la búsqueda, nunca nos hubiéramos enterado sobre ellas. Y ahora hemos sido traicionados y él ha desaparecido y no hay forma de que eso sea una coincidencia.

—Trujillo no cambiaría de bando solo así —dije, aunque mientras lo decía supe que no podía estar seguro—. Ha trabajado como perfilador por años; ha metido en prisión a docenas de asesinos seriales.

—Porque se entrenó para pensar como ellos —me contradijo Nathan—. Obviamente algo de eso se le contagió y ahora, algunas conversaciones con Nadie, tal vez una o dos charlas directamente con Rack, era todo lo que necesitaba para volcarse al otro lado.

Me detuve en la esquina a leer los letreros de las calles: Leonard y Morgan. Aún estaba a kilómetros de Whiteflower.

—Intentaré tomar un autobús, pero aun así tengo al menos media hora hasta allí. Si Trujillo es el traidor y tú no estás muerto, Brooke debe ser la siguiente.

—No la matará, solo intentará ponerla de su lado.

—¿Crees que eso es mejor? —pregunté. Giré y comencé a caminar a la calle principal más cercana. Estaba cubierto con la sangre de Diana; debía encontrar alguna forma de limpiarla, o al menos ocultarla—. ¿Aún tienes un arma?

—¿Estás bromeando? Con toda la basura que hemos atravesado no pierdo esa cosa de vista ni siquiera en la ducha.

—Busca a Brooke y lárguense. Llévala a algún sitio donde no hayamos estado antes, un Dennys o algo, algún sitio que esté abierto toda la noche, y vayan caminado. Tu auto es rastreable, especialmente para alguien con los contactos policiales de Trujillo. Llámame cuando estés con ella, yo te llamaré cuando esté cerca. Y, ¿Nathan?

—¿Sí?

—Brooke es, literalmente, sin exagerar, lo único que me queda en la vida. Si dejas que algo le ocurra desearás que Rack te hubiera encontrado antes que yo.

Me encontré con Brooke y Nathan en un viejo cine, estaban sentados en la última fila mientras se reproducía una película de terror en la pantalla. Solo había unas pocas personas más en el cine y estaban drogadas o manoseándose en las esquinas. Me senté junto a Brooke; estaba vestida con su pijama blanco de algodón, grandes botas de goma y el tapado largo de Trujillo. Él era un hombre grande y su abrigo la hacía parecer pequeña, como si fuera una carpa de circo.

—Te extrañé —dijo Brooke tomándome la mano. Se detuvo, frunciendo el ceño y levantó mi mano para verla con la tenue luz de la pantalla—. Tus manos están pegajosas, aquí, entre tus dedos —las miró más de cerca—. Tienes sangre.

—No sé si el tipo de la boletería lo notó, ni si la policía tendrá tiempo de responder si los llega a llamar. Como sea, no deberíamos quedarnos aquí mucho tiempo.

—¿Adónde iremos? —preguntó Nathan.

—¿Encontraste a Trujillo?

—Él no me agrada —dijo Brooke.

—No hay señales de él ni en Whiteflower ni en la oficina —respondió Nathan negando con la cabeza. Me mostró un celular—. Tengo su teléfono.

—Qué mal —dije—. No me molestaría llamarlo si alguna vez viene a recuperarlo.

—¿Quieres hablar con él?

—¿Y tú no? —pregunté—. Lo menos que puede hacer es decirnos por qué cambió de bando.

—Ya ni siquiera me importa —soltó Nathan tras maldecir—. ¿Cuál es tu plan para salir de la ciudad?

—He estado pensando en eso —respondí—. No podemos confiar en la casa ni en el auto de ninguno de nosotros; no podemos ir a ningún sitio al que Rack esperaría que fuéramos. Incluso la estación de autobuses en las afueras de la ciudad es demasiado arriesgada.

—Solo nos queda robar un auto —concluyó Nathan—. ¿Siquiera sabes cómo hacer eso?

—Yo sé cómo —dijo Brooke.

—Si robamos un auto, entonces Rack y la policía van a estar buscándonos. Tenemos que ir al único lugar al que nadie imaginaría.

—¿De regreso a la escena del crimen? —arriesgó Nathan con el ceño fruncido.

—A la funeraria. El auto de Elijah sigue allí desde la noche en que lo capturamos, así que él irá directo…

—Absolutamente no —dijo Nathan.

—Él no es un traidor —insistí—, pero Rack cree que nosotros pensamos que lo es y eso lo hace la única persona en la que podemos confiar en este momento. Toda su fachada en Fort Bruce está destruida, así que seguramente esté tan desesperado como nosotros por dejar la ciudad. Si llegamos a tiempo, podremos irnos con él.

—¿Estamos hablando sobre Meshara? —preguntó Brooke—. Él es tan triste.

—No me gusta el plan —dijo Nathan—. Él es un Marchito; Brooke es mitad Marchita, por Dios.

—Baja la voz —le advertí.

—Confiar en los Marchitos es lo que nos metió en todo esto en primer lugar —susurró.

—¿Tienes una mejor idea?

—¿Llamar al FBI y esperar refuerzos?

—Si quieres, hazlo. Pero al menos esperemos en algún lugar fuera de la ciudad.

—Salgamos de aquí, entonces —asintió finalmente—. Odio esta película.

El servicio de autobuses de Fort Bruce cortaba a las diez y tenía un servicio nocturno en algunas líneas que funcionaba hasta las dos de la madrugada. Ya era casi medianoche. Caminamos unas calles hasta la parada del servicio nocturno más cercana, manteniendo las cabezas bajas y escuchando los murmullos de ebrios, prostitutas y de otros habitantes de la noche mientras pasábamos.

—¿Escuchaste lo que ocurrió en The Corners?

—Hay decenas de muertos.

—Escuché que fueron cientos.

—Es como el fin del mundo.

Brooke caminaba pegada a mí, temblando. Luego de un momento de dudas, la rodeé con mi brazo.

—Te amo, John —dijo.

—Solo hago esto para mantenerte caliente.

—Por eso te amo.

Pensé en Boy Dog, en mi apartamento. Si nos íbamos sin él, moriría de hambre, o al menos se deshidrataría estando solo allí tal vez durante días. Tenía reglas para evitar lastimar animales, incluso por negligencia…

¿A quién quería engañar? Ya había roto todas mis reglas. Ya no podía confiar en ellas, no podía volver a ellas, ya ni siquiera podía culparlas. ¿Qué me quedaba si no las tenía? Ni familia, ni hogar, ni una vida. Una chica desquiciada en mis brazos y una muerta en mis sueños. Ni siquiera me tenía a mí mismo.

Ni siquiera estaba seguro de quién era.

Solía saberlo. Solía ser el chico raro, el que se sentaba en las esquinas, el que no hablaba con nadie, el que se juntaba con el otro chico raro porque él nunca esperaba que yo respondiera nada. Mantenía mis reglas y me mantenía a mí mismo, pero luego el Asesino de Clayton llegó a la ciudad, y todo cambió. Tenía que lastimar a una persona para salvar a muchas otras, pero no me detuve en una. Ahora Marci estaba muerta y mi mamá y muchos más. ¿Podía justificarlo con matemáticas? ¿Cuántas personas no murieron porque maté al Marchito que las habría asesinado? ¿Cuántas personas murieron porque agité el panal de abejas y desperté a los perros del infierno? Si me detenía, ¿sería mejor? Si los mataba a todos, ¿sería mejor?

—¿Adónde quieres ir? —preguntó Brooke.

—Estamos yendo a la funeraria de Elijah.

—Quiero decir, luego. Cuando seamos libres.

—¿Libres de problemas? —pregunté—. No creo que podamos alejarnos lo suficiente para eso.

—Aquí viene el autobús —dijo Nathan—. Corran —corrió la última calle y llegó al autobús justo a tiempo. Subió, sin aliento mientras se detenía. Mientras Nathan pagaba los boletos nos sentamos en un asiento vacío. Él se sentó frente a nosotros y sacó su teléfono.

—¿Ordenarás pizza? —pregunté.

—Un ataque aéreo —respondió—. Quiero que Langley borre este agujero infernal del mapa.

Miré al conductor, pero parecía estar ignorándonos. Tomé mi celular y abrí la cuenta de correo.

No debiste haber huido, decía el mensaje de Rack. Tenemos asuntos que discutir. Me desconecté sin enviar una respuesta.

¿Realmente estaba listo para simplemente escapar? ¿Para dejar que un monstruo tan peligroso siguiera asesinando? No sabía cómo detenerlo; solo que sí lo sabía. Elijah seguía siendo nuestra mejor arma y estábamos yendo a buscarlo. Sí, podía ayudarnos a salir de la ciudad, pero había otras formas. ¿Estaba yendo a buscarlo porque quería escapar, o porque una parte de mí aún quería pelear? ¿Les estaba mintiendo a Brooke y a Nathan acerca de largarnos? ¿Me estaba mintiendo a mí mismo? Brooke me preguntó adónde quería ir, y no lo sabía. Quería que todo terminara.

Quería terminarlo.

Anduvimos en el autobús por quince minutos y caminamos por siete minutos más por calles internas hasta la funeraria. En el garaje, la luz estaba encendida y llegamos al portón doble justo cuando una de sus alas estaba abriéndose. Aparté a Brooke hacia un costado y Nathan se escondió detrás de mí. Cuando el portón se levantó por completo nos asomamos al interior. Había cuatro vehículos en el garaje: dos de ellos eran coches fúnebres, tras el ala del portón que seguía baja; el tercero era el auto de Elijah, y el cuarto era un camión con una barredora de nieve en el frente y algún tipo de tanque plástico atrás. El garaje tenía su propia bomba de gasolina y Elijah la estaba usando para cargar su auto.

Nathan sacó su arma, pero fruncí el ceño y lo aparté murmurando «guarda eso». No queríamos asustar a nuestro único aliado.

Elijah debía habernos escuchado, porque levantó la vista con los ojos abiertos de miedo y luego tragó saliva nerviosamente al ver mi rostro. Su cuerpo tembló agitado y regresó a lo que estaba haciendo.

—No esperaba verlos —comentó.

—Hola, Meshara —dijo Brooke con suavidad—. Ha pasado un tiempo.

—¿Tú eres Brooke? —preguntó mirándola más detenidamente.

—A veces.

—Estás saliendo de la ciudad —le dije—. Queremos ir contigo.

—¿Para que pueda encontrarnos a todos de una vez? —negó con la cabeza—. No, gracias.

—Solo lo suficientemente lejos para poder escondernos —dije mientras caminaba hacia adentro. Brooke y Nathan me siguieron—. Solo hasta el próximo pueblo, es todo lo que pedimos —estuve a punto de decirle que confiábamos en él, que no era como los demás policías en la estación que estaban demasiado asustados para hablar con él, pero sus siguientes palabras me sorprendieron.

—No confío en ustedes.

—¿Tú no confías en nosotros? —preguntó Nathan.

—¿Por qué debería hacerlo? —preguntó Elijah levantando la mirada otra vez—. Me atropellaron con un camión.

—Lo siento —dijo Brooke.

—Mira —comencé, pero Elijah negó con la cabeza y se acercó a mí; Nathan se sobresaltó y dio unos pasos atrás.

—No —replicó Elijah—, tú mira. Dejé a los Marchitos hace años; milenios. No me agradan, no me gustan sus métodos, no me gusta cómo creen que pueden hacer lo que quieran con quien quieran porque son más fuertes. Solían ser dioses y creen que aún lo son. Los humanos son sus juguetes. Y luego, cuando finalmente volví a la lucha y escogí un lado, porque ustedes, ustedes, entre todo el mundo, me convencieron de que valía la pena, resulta que piensan igual que ellos. Nosotros somos sus juguetes y pueden jugar a ser dioses con nuestras vidas. Pensé que eran diferentes.

—Te dije que hacíamos lo correcto —respondí—, no que éramos diferentes.

—Tal vez debiste hacerlo —dijo Elijah. Me miró por un momento y la edad tras sus ojos de pronto me resultó avasallante, diez mil años de agotamiento. No tenía una respuesta, y él regresó a su trabajo—. Me voy —repitió—. Pueden encontrar sus propios medios para hacerlo.

Sacó la manguera de gas del auto y volteó para regresarla a su lugar cuando, de pronto, un fuerte estallido rompió el aire y Elijah cayó al suelo. Tropecé hacia atrás, con mis oídos zumbando por el ruido y miré a Nathan. Él ni siquiera tenía su arma —sus manos estaban presionadas con fuerza contra sus oídos, su rostro estaba desfigurado. Brooke parecía estar gritando, pero no podía escuchar nada—. Volví a mirar a Elijah, él luchaba por levantase, pero fue derribado por dos disparos más. Apenas podía pensar por el shock —apenas podía procesar lo que estaba sucediendo—, pero Brooke tomó mi brazo y me guio tras Elijah, detrás del auto, haciéndome encorvar para cubrirnos. Me asomé por el capó a tiempo para ver una figura oscura atravesando la puerta del garaje, un hombre cubierto de mugre y sangre. Elijah gimió, estaba regenerándose muy lentamente; el intruso levantó su brazo, y un largo y filoso machete brilló bajo la luz. Lo blandió una vez y cortó la cabeza de Elijah.

Era Potash.

—¡Lo mataste! —me puse de pie de un salto.

—Ese era el plan —gruño Potash.

—¡Él estaba de nuestro lado! —grité—. Él ni siquiera… Estaba de un lado mejor. ¡Nosotros somos los que lo traicionamos a él!

—Era un Marchito —dijo Potash—. Hemos bailado alrededor de ellos por demasiado tiempo, intentando entenderlos, aliarnos con ellos, ¿y qué obtuvimos? Todo el equipo está muerto y yo ya bailé lo suficiente. Es momento de asesinar a quien tiene que ser asesinado y terminar con esto de una vez.

—Él no tenía que ser asesinado —dije mientras caía de rodillas junto al cuerpo. Elijah era bueno, era mejor que nosotros. No se suponía que fuera así.

El cuerpo de Elijah se deshizo, convirtiéndose en ceniza y lodo frente a mis ojos. Materia del alma, le llamaban. Demasiado corrompida como para hacer algo más que pudrirse. En segundos no quedó más del cuerpo que un burbujeante charco de brea negra grumosa.

Sentí el cuchillo en mi bolsillo.

—Tienes razón —dije, poniéndome de pie lentamente. Miré a Potash, estaba cubierto de cortes y rasguños, su pecho agitado por el esfuerzo y su cánula sujeta con una mano en su nariz. Había matado a una de las pocas personas buenas que había conocido. Lo dije otra vez—: Tienes razón —saqué mi cuchillo—. Es momento de asesinar a quien tiene que ser asesinado.

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