El único amigo del demonio
Capítulo 6
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Capítulo 6
Planeé encontrarme con Elijah en la calle «accidentalmente» en un lugar en el que sabíamos que estaría, y trataría de comenzar una conversación; podía ser el chico de la esquina, el repartidor de periódicos o cualquier tipo con pantalla inocua. Como resultaron las cosas, no necesité ninguna de ellas.
—Él está aquí —dijo Trujillo. Estábamos al teléfono y yo odiaba los teléfonos; es imposible saber lo que alguien está sintiendo sin ver su rostro. Él sonaba… ¿emocionado? ¿Asustado? No podría decirlo.
—¿Qué quiere decir «aquí»? —pregunté, caminando hasta la ventana de la oficina y mirando hacia afuera; Whiteflower estaba cruzando la calle y parecía tan pacífico y tranquilo como siempre. Nathan escuchó mi pregunta y se levantó, acercándose para escuchar mejor—. ¿Está en tu piso? ¿En tu habitación?
—Está abajo —respondió Trujillo—. Le pedí a la recepcionista que llamara si él regresaba.
—Necesitamos más gente —dijo Nathan—. Si estuviéramos vigilando como deberíamos, él no podría echarse encima de nosotros de esta forma.
—Está aquí para ver a Merrill —aclaró Trujillo ignorando la queja enojada de Nathan—. Hasta donde sé, eso es todo.
—Probablemente lo sea —dije—. O podría ser una treta para pasar por la recepción. Ve a la habitación de Brooke y ciérrala, solo por si acaso; iré allí a intentar descubrir algo.
—¿Dónde está Diana? —preguntó Trujillo—. Necesitamos refuerzos.
—Está con Ostler —respondí—. No sé qué están haciendo.
—¿Por qué estamos solos? —exigió Nathan por cuarta vez esa mañana—. El único lugar en el que los Marchitos saben dónde encontrarnos y dejan al niño y a los dos académicos solos sin un solo luchador entrenado… estamos muertos… estamos…
—Voy para allá —dije, y colgué el teléfono—. Nathan, deja de llorar y llama a Ostler.
—No me hables de esa manera…
—Quédate aquí y cierra la puerta cuando salga —tomé mi abrigo, con el cuchillo seguro en el bolsillo, salí al corredor y presioné el botón del elevador. Nadie me saltó encima cuando las puertas se abrieron; bajé a la planta baja y nadie me estaba esperando para sacarme las vísceras cuando salí. Crucé la calle lentamente, intentando escanear el territorio sin que pareciera que eso era lo que estaba haciendo; no vi nada sospechoso, pero ni siquiera sabía qué era lo que estaba buscando.
Esa era siempre la peor parte de cazar a un Marchito: nunca sabíamos qué podían hacer. En la calle vacía podría haber un asesino invisible; la anciana de la esquina podría ser un demonio disfrazado; la mujer de la recepción que veía a diario podría haber sido cambiada por un cambia-formas por la noche. No teníamos manera de saberlo.
Me quedé parado en el lobby intentando pensar. Aún no tenía un plan. ¿Debería subir y confrontarlo? ¿Debería esperar ahí e interceptarlo cuando estuviera saliendo? Ni siquiera sabía cómo abordarlo cuando lo viera. La mayoría de los Marchitos con los que traté no supieron que los estaba cazando hasta que fue demasiado tarde. Meshara ya sabía todo.
Había algunas personas en el lobby; la mayoría, residentes y unos visitantes. Me senté en una silla cerca de la pared intentando pensar. ¿Qué podía hacer?
Un momento más tarde mis planes perdieron el sentido: escuché la ligera campanilla del elevador y vi cómo Elijah Sexton y Merrill Evans salían. Giré el rostro, mirándolos por el rabillo del ojo. ¿Me estaba mirando? ¿Cómo reaccionaría al verme? Si ya me había visto, estaba actuando increíblemente tranquilo.
Merrill habló primero y su voz sonó más débil de lo que esperaba:
—¿Este lugar tiene un baño? —tenía setenta y tantos, pero lucía bastante saludable para su edad. Tal vez el Alzheimer le extraía su voluntad y energía; o tal vez lo hacía Meshara. Elijah señaló una puerta y Merrill se dirigió a ella arrastrando los pies. Elijah caminó por la habitación y se sentó frente a mí, sin apuro ni aparente intención de confrontarme; simplemente se sentó y miró alrededor. ¿Eso era todo? ¿Qué iba a decir? Mantuve la vista en la pared, manteniéndolo dentro de mi visión periférica.
—¿Estás aquí para ver a un abuelo? —preguntó. Sin ver su rostro no pude saber en qué tono me estaba hablando, ¿era sarcástico? ¿Fingía curiosidad? Lo que fuera, al parecer había decidido mantener la fachada de inocencia. ¿Aún no sabría que lo habíamos identificado?
Volteé a mirarlo, analizando sus facciones detenidamente: ojos oscuros hundidos en su rostro con tenues marcas oscuras debajo. No había dormido bien. Parecía estar en sus cuarenta, supuse; la edad que tenía Foreman. Busqué en su rostro alguna señal de que estuviera fingiendo, pero solo vi unos labios quietos, mirada clara y la cabeza ligeramente inclinada. Solo un rostro.
Decidí seguirle el juego por el momento, viendo adónde quería llegar con la conversación. ¿Yo estaba ahí para ver a una persona mayor? Técnicamente sí, ya que Elijah era mayor que cualquiera en el lugar.
—Algo así.
—¿Algo así como una abuela o un abuelo?
Esa era una pregunta extraña; si él sabía quién era, ¿por qué ahondar en una obvia mentira? ¿Estaba poniendo a prueba mi fachada o creando una propia?
—Amigo de un amigo —respondí. Una respuesta evasiva, pero que dejaba claro que no estaba ahí por un familiar. Le estaba abriendo una puerta para que profundizara en la conversación.
—Supongo que yo podría decir lo mismo —asintió.
¿Esa era una referencia a Merrill o a mí? ¿O a alguien más del equipo? No me arriesgué a decir nada más hasta que supiera adónde quería llevar la conversación. Me quedé en silencio, mirando la pared, esperando a que él continuara.
—¿Estás bien? —preguntó.
Sus otras preguntas fueron extrañas, pero esa me descolocó completamente. ¿Si estaba bien? ¿Qué clase de pregunta era esa? Él era un demonio, y yo un cazador de demonios, y estábamos ahí para matarnos uno al otro y… ¿si estaba bien? No tenía ningún sentido. Lo volví a mirar, intentando descifrar sus intenciones. ¿Preguntar por mis emociones sería parte de algún juego que estaba jugando? ¿Sería el preludio de los que fueran sus poderes… sería su curiosidad, o preocupación, o mis sentimientos en sí mismos un medio para mantenerse con vida asesinándome? Tal vez no necesitaba matarme; Cody French solo hacía enloquecer a sus víctimas y Clark Foreman, técnicamente hablando, no tenía necesidad de lastimar a nadie. Sentía las emociones de otros, pero no necesitaba lastimarlos en el proceso, asesinaba solo porque lo disfrutaba. ¿Estás bien?… quizás se alimentaba del sufrimiento de alguna manera. ¿Sería por eso que visitaba a un paciente con Alzheimer desde hacía veinte años?
Merrill era la clave. Si queríamos resolver el acertijo de Elijah Sexton necesitábamos saber cómo encajaba aquel hombre. Miré el sanitario por sobre su hombro.
—¿Quién es tu amigo? —sus ojos se abrieron con clara señal de sorpresa inocente ante mi pregunta.
—Solo un hombre —dijo—. Lo conocí hace como veinte años, antes del Alzheimer. No es Alzheimer realmente, pero es bastante parecido. Él era un buen hombre, y me agradaba.
—Y ahora lo visitas.
—Es lo menos que puedo hacer.
Veinte años. Nos preguntamos esto antes, pero siempre pareció demasiado bueno para ser real: ¿su presencia ahí era pura coincidencia? ¿Simplemente resultó que pusimos a Brooke justo en el centro médico que un claro Marchito visitaba una vez a la semana? ¿En verdad era posible que él no supiera nada de nosotros?
Veinte años. El único Marchito que había visto con una lealtad tan duradera hacia algo fue Crowley, mi vecino, quien se había establecido y dejó de asesinar por completo durante cuarenta años. Esa asociación mental me sorprendió, despertó una sensación de familiaridad con el hombre y evité la repentina oleada de emoción con una broma: él dijo que era lo menos que podía hacer, así que respondí por reflejo.
—Estoy seguro de que puedes hacer mucho menos si te lo pones en mente —él se rio suavemente, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos.
—Te sorprendería cuán poco hay de mi mente —dijo negando con la cabeza—. Unos años más, y acabaré como Merrill, casi seguro. Solo un… hombre vacío. Una máquina orgánica moviéndose.
—Así que… ¿vale la pena? —no fue mi intención decirlo, ni pensarlo, pero salió demasiado rápido para detenerlo.
—¿Si vale la pena qué?
—Venir aquí —dije. Sus palabras me resultaron tan familiares que pensé en Brooke, que estaba arriba, demasiado perdida para recordarme. Pensé en Marci y en mamá, y deseé poder olvidar esos recuerdos tan fácilmente como los olvidaría Brooke—. Interesarte por alguien que no se interesa por ti, que no podría hacerlo aunque quisiera. Tener una conexión con personas que solo van a desaparecer.
Elijah sacudió la cabeza y miró hacia abajo. Tenía el abrigo de Merrill en el brazo y pareció observarlo, o a la nada, por un largo tiempo. Me senté en silencio, avergonzado por mi exabrupto, preguntándome qué respondería. Esperé su respuesta.
Y esperé.
Parecieron años hasta que Merrill salió del sanitario. El sonido pareció despertar a Elijah del trance que se había apoderado de él, se puso de pie y volteó para recibir al hombre.
—¿Todo listo?
—Miren quién está aquí —dijo Merrill, como si no recordara que Elijah lo estaba esperando.
—¿Aún quieres salir a caminar? —preguntó Elijah, ofreciéndole su abrigo.
—No puedo salir a caminar, ¿has visto la nieve afuera?
—Sí que hay mucha.
Conversaron un minuto acerca de la nieve y quién la barría, luego volvieron al elevador, abandonando u olvidando por completo la razón para bajar al lobby.
Eso, o el único propósito de Elijah era verme, y ya estaba hecho. Mientras caminaba hasta allí por la mañana, esa hubiera sido la única explicación que creería, pero después de la conversación que acabábamos de tener… soy un mentiroso experimentado y puedo reconocer cuando alguien está diciendo algo que no encaja. Nada de lo que dijo Elijah Sexton tenía sentido para mí, pero sí para él. Eso encajaba para él.
Tomé mi teléfono y caminé afuera, al frío. La agente Ostler respondió al segundo tono.
—Hola, John.
—Elijah Sexton no está tras nosotros.
—¿Estás seguro?
—No un cien por ciento, pero probablemente noventa y nueve. Acabo de hablar con él y podría jurar que no tenía idea de quién era. Creo que visita a Merrill Evans simplemente porque son amigos.
—¿Apostarías tu vida en ello?
Dudé, no por la pregunta en sí, sino por cómo la formuló. Era más que preguntarme si estaba seguro. Estaba preocupada por algo y conocía muy bien a Ostler para saber que nunca se preocupaba por conceptos abstractos. Algo nuevo había sucedido.
—¿Qué ocurre? —pregunté, caminando hacia la calle.
—Busca a Nathan y a Trujillo, y vengan a la estación de policía. Ha habido otro asesinato.
Un millón de preguntas atravesaron mi mente, pero me enfoqué en lo que más me preocupaba:
—Eso dejaría sola a Brooke.
—Ella está en el sector de seguridad de una institución mental, rodeada de personal entrenado.
—Personal médico —dije deteniéndome en una esquina azotada por el viento—. Si un Marchito viene por ella no serán de ninguna ayuda.
—Después de lo que he visto hoy, ninguno de nosotros sería útil. Si puedes jurar que Elijah no está tras nosotros… —agregó luego de un largo suspiro.
—Preguntaste si apostaría mi vida, apostar la de Brooke es distinto.
—Te estoy llamando para examinar un cuerpo —dijo Ostler—. Deja las excusas y ven aquí; estás perdiendo el tiempo.
Ostler colgó y yo me quedé parado en la esquina, mirando la ráfaga de nieve que el viento arremolinaba en el asfalto. No quería dejar a Brooke, pero Ostler tenía razón. La posibilidad de examinar un cuerpo era algo que estaba esperando desde que me uní al equipo. Podía quejarme, discutir y postergarlo el tiempo que quisiera, pero eventualmente, iría. Quería mantenerme al margen a propósito, por obstinado, solo por eso, pero no pude. Mis pies ya estaban cruzando la calle, tan fuera de mi control como la mano de Brooke escribiéndoles notas invisibles dirigidas a nadie sobre las sábanas.
—Su nombre era Stephen Applebaum, y alguien debía estar realmente molesto con él —dijo Ostler. Todo el equipo, menos Potash, estaba reunido en una habitación pintada de celeste en la morgue, mirando la mesa metálica que tenía algo de forma humana cubierto con una sábana. Los policías habían salido para dejarnos un momento de privacidad. La sábana, alguna vez estéril, ahora estaba manchada por aquí y por allá con sangre de color café oscuro. Era todo lo que podía hacer para no estirarme a tocar una—. Cuarenta y dos años, masculino caucásico, hallado en el basurero detrás del motel Riverwald. Ofrecen tarifas por noche y por hora, así que tiene clase. Su ropa estaba con él, aunque la mayor parte no la llevaba puesta.
—¿Agresión sexual? —preguntó Trujillo.
—Nada tan simple —respondió Ostler y tomó la punta de la sábana—. Creemos que le quitaron la ropa para que fuera más fácil hacer esto —tiró de la sábana y los demás ahogaron un grito. Me acerqué, fascinado por esa carnicería. El cuerpo estaba cubierto de hoyos; no heridas de puñaladas, sino heridas superficiales, de algunos centímetros de ancho y algunas de hasta cinco de profundidad. En su mayoría no tenían sangre, como es común en un cuerpo que acaba de ser limpiado y examinado por un equipo forense, así que las heridas no eran rojas, sino color café o morado. Magullones y carne descompuesta cubrían el cuerpo como lunares de una pesadilla.
Estaba en casa.
—¿Qué…? —comenzó Nathan fallando en su intento de formular una pregunta coherente.
Me puse un par de guantes de látex y toqué la herida más cercana, sintiendo el borde de piel irregular. Crecí en una funeraria, espiando a mis padres mientras fui un niño, observándolos trabajar en los cuerpos a través de una hendija de la puerta y, cuando crecí, comenzaron a darme pequeños trabajos: tráeme algo de beber, pásame ese limpiador, sostén esto por un segundo. En la adolescencia ya me encontraba trabajando a tiempo completo como aprendiz de embalsamador y había pocas cosas en el mundo que amara más que eso. Y, ahora que Marci estaba muerta, probablemente no hubiera ninguna.
—¿Qué pudo haber hecho esto? —preguntó Trujillo, al parecer más habituado a la imagen de la muerte que Nathan.
—Dientes —respondió Diana. Ella estuvo con Ostler toda la mañana y aparentemente ya se había informado. Recorrí con los dedos un par de rugosidades que se elevaban del tejido muscular, imaginando unos dientes que provocaran esa marca. Tenía sentido, y asentí mientras Diana continuaba—. Al forense le tomó un tiempo descubrirlo, porque las marcas eran claramente de mordidas, pero las formas estaban mal. Ocurren ataques de perros y de coyotes en ocasiones, pero dejan unas marcas más alargadas, porque así es la forma del hocico de un perro —hizo una mímica con la mano, mordiendo el aire—. Las mordidas son más grandes y superficiales.
—¿Un oso? —arriesgó Nathan.
—Humano —dije—. Miren este patrón de marcas —señalé las rugosidades que había estado observando y mostré mis dientes, apretándolos para demostrarlo. Apunté cada marca en la carne—: Esos son los incisivos, uno más grande y luego uno más pequeño, y luego una marca más profunda para los caninos. Esas son exactamente las marcas que una mordida humana dejaría al morder la carne.
—Es perturbador que sepas eso —comentó Nathan.
—Una de las muchas razones por las que soy vegetariano —dije encogiéndome de hombros.
—¿Te has encontrado con algo como esto antes? —me preguntó Ostler.
—Foreman dejó marcas de mordidas en algunas de sus víctimas de tortura —respondí negando con la cabeza—, pero apenas atravesaban la piel. Quien haya hecho esto iba por la carne —toqué una de las heridas más profundas del cuerpo, un gran bocado faltante en el muslo.
El atacante había dado varias mordidas en esa parte, hundiendo los dientes y arrancando la carne hasta que el hueso quedó expuesto. Los músculos colgaban de la herida en hebras viscosas y desgastadas.
Por más violento que hubiera sido el ataque, sentía una especie de reverencia magistral por el cuerpo. El caníbal había atacado, la víctima se defendió, su carne fue arrancada en un baño de sangre, pero todo eso ya era pasado y estábamos mirando a una efigie, pálida y sin rastros de sangre. Era como una estatua de mármol, esculpida en honor a una antigua batalla. Alcé un dedo limpio y acomodé su cabello, haciendo mi parte para honrar al difunto.
—¿Por qué su rostro no está dañado? —preguntó Trujillo.
Fruncí el ceño y miré el rostro. Estaba completamente libre de las marcas que cubrían el resto del cuerpo; de hecho, toda la cabeza parecía completamente intacta. ¿Por qué no había notado eso antes?
—No hay mucha carne en un rostro —comentó Nathan.
—Nunca has comido oveja en Afganistán —dijo Diana.
—Carnoso o no, el rostro es uno de los objetivos principales en un ataque caníbal. Arremete contra una persona y ¿qué es lo que tu propio rostro ve primero? Las personas se reflejan, los brazos de uno toman los del otro, un rostro se encuentra con el otro —explicó Trujillo.
—Pero los caníbales no atacan frente a frente de ese modo —disentí. Si quería una competencia de preguntas y respuestas sobre asesinos seriales, yo podía desafiarlo—. Los ataques caníbales humanos son premeditados y cuidadosos, como los de Jeffrey Dahmer o Armin Meiwes. Cortan el cuerpo casi como un… ¡Demonios! —Trujillo tenía razón. En cuanto comencé a hablar sobre los casos clásicos me di cuenta de lo ya había notado Trujillo: que este caso no seguía el patrón—. La mayoría de los caníbales cortan el cuerpo como un carnicero —dije—. Incapacitan a la víctima, la llevan a casa, almacenan las partes… Este hombre no hizo ninguna de esas cosas.
—Incluso sin conocer los detalles del ataque inicial, el cuerpo deja lo que pasó después bastante en claro —comenzó Trujillo—. Nuestro asesino se comió a la víctima enseguida, tal vez inmediatamente, tomando bocados como un depredador salvaje. Se tomó el tiempo para quitarle algunas de sus prendas, pero ese parece ser el único comportamiento humano; lo demás aparenta ser muy animal. Cuando estuvo lleno, o al menos satisfecho, escondió el cuerpo en un basurero; no lo guardó para después, ni siquiera se llevó un pedazo. Todas las heridas fueron provocadas por dientes y, si no fuera porque son dientes humanos, no tendríamos ningún indicio de que fuera un ataque humano.
—¿Qué hay del rostro? —preguntó Ostler—. Comenzaste todo el discurso mencionando el rostro.
—Porque esa es la parte que no encaja —dije. Una vez que entendí de lo que estaba hablando Trujillo podía decir exactamente lo que estaba pensando—. La naturaleza de este ataque sugiere, aunque, repito, sin certeza, que fue frente a frente y posiblemente desarmado. Los asesinos seriales que tratan a los cuerpos sin vida tan salvajemente suelen atacar a los vivos de la misma manera. Pero este no lo hizo —volteé hacia el cuerpo y levanté la mano derecha en busca de marcas—. Un ataque así no solo lastimaría el rostro, también dejaría claras heridas defensivas: rasguños o cortes en los nudillos, uñas quebradas, esa case de cosas. Tampoco veo nada de eso. ¿El forense mencionó algo así?
—No —respondió Diana—. Asumimos que fue un ataque más cuidadoso, así que no nos llamó la atención no encontrar ese tipo de marcas.
—Es por eso que tenemos a un psicólogo criminal en el equipo —indicó Ostler mirando a Trujillo—. Así que este ataque no es normal, eso parece obvio, pero ¿qué significa?
—No estoy seguro —comentó Trujillo—. Aún me estoy haciendo a la idea de que los asesinos que estamos buscando son sobrenaturales, y eso cambia literalmente todo. Podría haber una razón psicológica más profunda para un ataque como este, o podría ser simplemente que el Marchito que lo hizo come carne humana y estaba hambriento.
Había estado tan ensimismado en el cuerpo que olvidé su relevancia; todas las pequeñas pistas que debería haber visto, y me avergoncé de que Trujillo las hubiera visto tan fácilmente. Me sentí aún peor cuando Ostler le pidió consejos a Trujillo y escucharlo admitir que estaba más allá de su conocimiento me provocó una excitación, un tanto petulante. Ahora era mi turno.
—Lo primero que sabemos es que probablemente se trate de uno de los tipos nuevos que vimos en la funeraria anoche —comenté.
—¿De veras? —dijo Nathan—. Echaste un buen vistazo a sus dientes, ¿no es así?
—Si hubiera ocurrido antes en la cuidad, la policía no estaría tan sorprendida —agregué—. Además, el asesino escondió el cuerpo en un lugar en el que nadie de la ciudad se habría metido.
—Era un basurero detrás de un motel barato —dijo Diana—. Es un lugar tan común para esconder un cuerpo que es casi un cliché.
—La mayoría de los basureros de moteles baratos lo son —continué—, pero no este. ¿Supongo que el cuerpo fue encontrado por un vagabundo?
—Así es —respondió Ostler—. ¿Cómo lo sabes?
—Porque he estado en el Motel Riverwalk antes, cuando visitamos el refugio de indigentes en busca de una de las víctimas de Cody French. El motel y el refugio están apenas a tres calles de distancia. Seguramente revisan ese basurero todo el tiempo, y un asesino local experimentado como un Marchito, que tiene que asesinar regularmente para sobrevivir, sabría eso.
Tendría un sistema para escoger los lugares para esconder a sus víctimas y no cambiaría ese sistema así como así para esconder un cuerpo en un lugar tan arriesgado.
—El cambio puede no haber sido así como así —comentó Trujillo—. Un ataque tan violento puede ser un ascenso, o una reacción a algo que lo hizo enojar. Acabamos de asesinar a dos Marchitos; ellos podrían haber sido sus amigos y la pérdida lo llevó al extremo.
—Pero por eso el rostro es importante —respondí—. Es por eso que este cuerpo no tiene sentido: porque no parece premeditado, pero lo es. No hay daño en el rostro ni en la cabeza, no hay heridas defensivas; no fue un ataque salvaje en algún callejón —disfrutaba hablar sobre eso con personas que me entendían, que no pensaban que era raro. Miré a Diana—. Tú leíste el reporte: ¿el forense encontró el arma que lo mató?
—Cualquiera de esas heridas pudo haberlo matado —respondió mofándose.
—Pero el forense no puedo decir cuál de ellas, ¿o sí? —Diana dudó, pero asintió y supe que iba en el camino correcto—. No pudieron encontrar un golpe mortal —dije— ni uno que lo incapacitara. No tiene traumas en la cabeza que lo hayan dejado inconsciente, ni marcas de agujas por donde le pudieran inyectar algún sedante. El asesino lo comió como un animal, pero no fue hasta que lo volvió indefenso, de alguna forma tan cuidadosa que no pudimos encontrar evidencias.
Nathan me sorprendió comentando el detalle siguiente antes de que yo pudiera decirlo.
—Entonces estamos tratando con un Marchito que puede dejar a las personas sin sentido. O… que puede hipnotizarlas, o algo. Alguna clase de truco mental que no deja rastros físicos.
—Elijah Sexton trabaja por la noche como chofer de una funeraria —dije—, tiene más contacto con personas sin vida que con vivos. Sea cual sea su poder, no incluye control mental. Tiene que ser uno de los nuevos.
—Esperaba que los visitantes misteriosos de Elijah no fueran Marchitos. Esa esperanza se está desvaneciendo —suspiró Ostler.
—Tenemos que investigar —dijo Nathan—. Saber si ya se ha reportado un ataque como este en otro lugar. Si podemos encontrar otro trabajo de investigación que ya se haya hecho, estaríamos mucho más cerca de una respuesta.
—Esa es la clase de cosas para la que necesitamos a Kelly —comentó Diana.
—Yo tengo algunos contactos en la policía también —admitió Trujillo—. Veré qué puedo sacarles.
—No, necesitamos que tú hables con Brooke —dijo Ostler negando con la cabeza—. Si le describimos este ataque, podría despertarle algún recuerdo y darnos una perspectiva más amplia de lo que estamos enfrentando.
—Lo que estamos enfrentando es una guerra —dijo Diana—. Cada Marchito en el mundo está aterrizando en esta maldita ciudad y nos toma meses hacer los planes para asesinar apenas a uno de ellos. Ahora tenemos al menos a dos, tal vez cuatro, o incluso más. No podemos luchar, ni siquiera con ayuda de la policía.
—¿Quieren que retrocedamos y nos reagrupemos? —preguntó Nathan—. Yo secundo esa idea con mucho entusiasmo.
—También yo —dije. Ya había sido responsable de demasiadas muertes; todas las personas que no pude salvar, los amigos que puse en peligro. Nathan me acusó de hacer que asesinaran a Kelly y, por mucho que odiara admitirlo, tenía razón. Nos lancé tras Mary Gardner sin conocer todos los detalles, y ahora Kelly estaba muerta y Potash se encontraba en el hospital. Fue un riesgo que valió la pena tomar, pero yo debía tomarlo, no ellos—. Hemos acabado con muchos Marchitos, muy rápido, y claramente están contraatacando. Nosotros nos organizamos y ellos tuvieron que hacer lo mismo. Esta guerra es culpa nuestra.
—Ellos han estado cometiendo asesinatos —dijo Ostler atravesándome con la mirada—. Quien sea que se haya comido a Applebaum, se tiene que haber comido a alguien más en otra ciudad, ya sea que estuviéramos cazando Marchitos o no. No te pongas sensible conmigo solo porque los cuerpos se están acumulando en un solo lugar.
—Él no está diciendo que nos retiremos —intervino Nathan—. Está diciendo que retrocedamos para encontrar un nuevo plan.
—Eso no es lo que John está diciendo en absoluto —continuó Ostler aún mirándome, y supe que había descubierto exactamente lo que yo estaba planeando—. Él quiere huir y hacer esto por su cuenta: sin equipo, sin reglas, solo John Cleaver espiando y asesinando, como en los buenos tiempos.
No completamente solo, pensé, no me iré sin Brooke.
—Olvida lo que John quiere —dijo Nathan—, él está loco. Pero esto es una guerra, y nosotros estamos en la primera línea, en una posición peligrosamente expuesta. Dos miembros de nuestro equipo fueron derribados por una enfermera, ¡por Dios!, y eso fue antes de que apareciera el caníbal con control mental. Tenemos que escapar, retirarnos a las trincheras y encontrar una nueva forma de enfrentarnos a estas cosas, porque esta es suicida.
—No te pongas sensible conmigo —repitió Ostler con un tono fuerte como el acero—. ¿En qué creían que se estaban metiendo? Les dije la verdad cuando les ofrecí el trabajo. Les expliqué exactamente a qué nos enfrentábamos y lo que estábamos haciendo, y conocían los riesgos. Sabían que había monstruos y que nos estábamos interponiendo directamente en su camino; y si no pensaban que eso los iba a exponer a esta clase de peligros, entonces no son tan inteligentes como pensé que eran. Claro que esto es una guerra, claro que nosotros la empezamos y claro que hay personas muriendo. Pero estamos ganando, y ellos tienen miedo. Si pudieran lastimarlo, señor Gentry, lo harían, y sería su cuerpo el que estaría aquí, y…
—¿Se supone que eso me haga sentir mejor? —preguntó Nathan.
—Solo si tienes la inteligencia para verlo —sentenció Ostler—. Si corremos tanto peligro, ¿por qué es Applebaum el que está muerto y no nosotros? ¿Por qué las únicas veces que nos hirieron fueron golpes de suerte en ataques que nosotros iniciamos? O no saben quiénes somos, o no pueden alcanzarnos; en cualquiera de los dos casos, aún llevamos la delantera. Podemos hacer esto, pero no si nos retiramos.
—Ansío seguir adelante —dijo Trujillo—, pero ¿cómo? Incluso si el plan de los Marchitos no es más que esperar a que vayamos por ellos, ¿cómo sabemos que ese no es un plan increíblemente bueno? Mary Gardner fue emboscada por un asesino de las fuerzas especiales y aun así lo envió al hospital. No tenemos un nuevo Potash para perder cada vez que aparece un Marchito.
—El ataque a Mary Gardner fue imprudente —afirmó Ostler y sentí una punzada de culpa; y otra de ira—. Pensamos que sabíamos cómo funcionaba y fuimos sorprendidos por la revelación de que estaban tras nosotros. Enfrentarla rápidamente fue astuto, pero no estábamos pensando con claridad, y no estábamos listos. Y me hago totalmente responsable por eso.
—Entonces ¿ese es el plan? —preguntó Nathan—. ¿Seguir haciendo lo mismo que hacemos siempre?
—Pero hacerlo mejor —aseguró Ostler.
Yo podía hacerlo mejor solo. Sin nadie que me ayudara, pero también sin nadie que llamara la atención y se metiera en mi camino. Pero, ahora que mi fotografía estaba en Internet, ¿realmente podría pasar desapercibido frente a un Marchito otra vez?
Mis métodos eran simples: hacernos amigos, encontrar sus debilidades y matarlos. ¿Cómo podría acercarme en secreto para comenzar una amistad si todos conocían mi rostro?
—Doctor Trujillo —continuó Ostler—, quiero que usted hable con Brooke para ver qué puede obtener de ella; háblele sobre el cuerpo, sobre los tres hombres, cualquier cosa que pudiera ayudarla a recordar algo nuevo.
—Yo puedo embalsamar a la víctima —ofrecí.
—¿Para qué necesitaríamos que tú embalsames a la víctima? —Ostler lucía confundida.
—Entonces puedo hablar con Brooke —hice otro intento, tenía pocas probabilidades de todas formas—. Ella me conoce y yo sé qué preguntarle.
—Trujillo es el experto —dijo Ostler.
—Trujillo también es el único que nos queda con contactos en la policía. Ha investigado a asesinos seriales antes y alguien con quien haya trabajado debe saber algo acerca de un caso de canibalismo no resuelto.
—Tú no asignas las tareas.
—Brooke ni siquiera lo conoce —insistí—, ella hablará conmigo.
Ostler dudó un momento antes de asentir.
—Lleva a Nathan contigo.
—A Brooke tampoco le agradará él.
—La mitad de las cosas de las que Brooke habla ocurrieron hace miles de años. Nathan puede interpretar esa información mejor que tú.
—He tomado notas de todo lo que Brooke ha dicho —agregó Trujillo—. Aún no las copié en la computadora, pero…
—Prefiero el papel de todas formas —me apresuré a decir, intentando pensar en una forma de evitar hacer equipo con Nathan; la idea de que él le hiciera preguntas a Brooke hacía que mis manos temblaran de ira. Apreté los puños y los escondí detrás de mi espalda.
—Todas mis notas están en la oficina —indicó Trujillo—. Eres bienvenido a ver cualquiera de ellas.
—Yo continuaré trabajando en el hospital —dijo Ostler—, y me mantendré en contacto con el resto de ustedes según sea necesario. El doctor Pearl descubrió un tratamiento con esteroides que parece estar ayudando mucho a Potash, pero no esperen que él los saque de apuros en poco tiempo. ¿Todos están armados? —Nathan, Diana y Trujillo señalaron sus armas reglamentarias; yo levanté mi cuchillo. Ostler alzó las cejas al verlo—. ¿No quieres un arma?
—Él no se siente cómodo con ellas —respondió Diana por mí.
—Es muy fácil darle al objetivo equivocado —agregué. Y no es lo suficientemente personal al darle al objetivo que realmente quieres asesinar.