El único amigo del demonio

El único amigo del demonio


Capítulo 12

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Capítulo 12

—Háblame de los otros Marchitos —dije. En esta ocasión me encontraba en la misma habitación que Elijah, sin vidrios espejados ni micrófonos interponiéndose. Él aún estaba en una celda, por supuesto, y seguiría allí hasta que Ostler estuviera completamente convencida de que él realmente estaba de nuestro lado. No sabía si eso llegaría a ocurrir. Quería disculparme con él por haberle prometido que seríamos compañeros y que luego resultara una mentira cuando Ostler lo hizo prisionero. Quería disculparme pero, en su lugar, planifiqué. Eso no pasaría si estuviera trabajando por mi cuenta.

Potash estaba afuera, esperando. En cuanto saliera, estaría encadenado a él otra vez.

Elijah parecía lúgubre, pero eso no era nada nuevo. Incluso antes de que lo reclutáramos, cuando lo observábamos desde las sombras y esquinas, él era tranquilo y melancólico. No tenía nada en su vida más que recuerdos y, en su mayoría, eran de arrepentimiento.

—Necesito visitar a Merrill —dijo.

—Él está bien —le aseguré.

—Él… —Elijah comenzó a protestar, pero se detuvo y suspiró—. Supongo que no me extrañará. Pero yo sí lo hago. Se lo debo. Yo soy quien lo dejó muerto en vida; lo menos que puedo hacer es saludarlo de vez en cuando.

—El doctor Trujillo lo ve a diario —dije—. Puedo pedirle que se detenga a hablar con él un momento si eso te haría sentir mejor.

—¿Cuando visite a tu «amigo de un amigo»? —me preguntó Elijah. Aún no le habíamos hablado de Brooke, pero su memoria reciente estaba muy aguzada en ese momento, gracias al efecto de las mentes de los dos Marchitos que drenó, y podía recordar nuestra primera conversación con sorprendente claridad. Asentí.

—Él pasa la mayor parte del tipo allí. Visitar a Merrill puede ser realmente un alivio.

—Debería ser yo —dijo Elijah. Pude ver la determinación en su rostro: fosas nasales ligeramente expandidas y su boca formando una línea sombría—. Yo fui quien lo hizo, debería ser yo quien pague por eso.

—Sé cómo te sientes —asentí pensando en Brooke, totalmente sola en su celda de hospital.

—No, no lo sabes —insistió—. Tu mente no es un colador; cuando haces algo malo intentas olvidarlo, porque si no lo haces estará en tus sueños por siempre. Yo no puedo darme ese lujo.

—¿Las pesadillas son un lujo? —un espejo roto, cubierto de sangre.

—Es la forma en que la naturaleza se asegura de que no cometas el mismo error dos veces —respondió Elijah—. Visito a Merrill porque lo que le hice fue horrible y tengo que recordarlo; no puedo dejar de recordarlo, porque si lo olvido, podría lastimar a alguien de la misma forma.

—Él no vivirá por siempre. Tendrás que dejarlo, tarde o temprano.

—Entonces comprendes por qué debo pasar el mayor tiempo posible con él —su mirada se volvió más intensa—. ¿Cuántas veces crees que drené la mente de una persona con vida en mis diez mil años, luego lo olvidé y lo volví a intentar? ¿Cuántas veces he reducido a alguien a ser un cascarón vacío? ¿Cuántas veces redescubrí las cosas horribles de las que soy capaz?

Un auto en llamas y un grito ensordecedor.

—El único día que no desperté con imágenes horribles en mi mente, el único día que desperté sin pensar en Marci (sin recordar su rostro, sin sueños de su cuerpo sin vida aún empañando mis ojos), ese fue el peor día de toda mi vida, porque caminé hasta el refrigerador y vi el pequeño imán de la pescadería que ella solía tener, el que le pedí a su madre antes de salir de la ciudad, y entonces todo lo que Marci dijo o hizo regresó de pronto y supe que le había fallado. Todo lo que tenía que hacer era pensar en ella, la cosa más sencilla en el mundo, y no lo hice. Por veinte minutos completos.

Dejé de hablar abruptamente, como si acabara de notar que estaba hablando siquiera, y quisiera ocultarlo. No sabía por qué le había dicho esas cosas. Mis sesiones de terapia con Trujillo —que no había tenido en un tiempo, gran satisfacción para mí— me enseñaron que compartir mis sentimientos era importante, no porque lograra nada o sirvieran a algún mayor propósito, sino porque el hecho de compartirlos era importante. Quizás por eso se lo dije. Quizás solo necesitaba decirlo en voz alta.

O quizás quería saber si él era como yo. Quizás solo quería ver evidencia, por primera vez en mi vida, de que no estaba completamente solo. Si tenía que obtenerla de un demonio, bien… sonaba bastante normal para mí.

—Se vuelve más fácil —dijo—. Perder a las personas.

—Supongo que eso te sucede muy a menudo.

—Millones de veces. Pero no son los millones los que te afectan. Son los casos particulares. Esa persona sin la que no puedes estar y, de pronto, lo estás.

—¿Personas como Rose Chapman? —pregunté. Él cerró los ojos un momento, luego los abrió y asintió.

—Personas como Rose Chapman. Centré toda mi vida en dos cosas, tú sabes: tomar nuevas memorias y evitar a cualquier persona que estuviera en ellas. No es la vida más fácil de mantener. Errores como Rose (como encontrarla en el mercado, hablarle otra vez, salirme de mi estúpido camino para verla de nuevo) ocurren. Esta vez terminó mal, pero pueden ser mucho peores. Rose puede seguir con su vida imaginando que soy algún tipo raro con el que se cruzó por una semana o dos, que se obsesionó con ella y puso su vida en riesgo, pero puedo vivir con eso. Porque ella puede reponerse de eso. Sus recuerdos de mí (de mi parte de Billy Chapman que se preocupa por ella) están intactos. Ella puede recordar a Billy Chapman sin toda esta carga por el resto de su vida.

—Yo no puedo decir lo mismo —respondí—. Tú pierdes a personas vivas; las mías están todas muertas.

—¿Crees que no he perdido a nadie que murió también? —sus ojos estallaban de ira—. ¿Crees que nunca estuve en un accidente de autos que mató a mi esposa y a mis hijos junto conmigo? ¿Crees que nunca estuve en un suicidio? Porque sí lo estuve, de ambos lados —se inclinó hacia el frente—. ¿Crees que nunca he sido una dulce anciana muriendo por la edad, muy emocionada por volver a ver a su esposo del otro lado; casados por cincuenta años, separados por diez y finalmente a punto de tener un feliz reencuentro en el cielo? Y luego despierto y estoy bien. Y él no está por ningún lado. Y todo lo que puedo pensar es que aún no se ha acabado y que estoy cansado, listo para irme, pero sigo aquí, y tengo que hacer todo de nuevo una y otra vez —volvió a apoyarse en su silla—. Piensa en eso antes de decirme que es fácil para mí.

Me quedé en silencio por un momento antes de hablar.

—Entonces ¿por qué no acabaste con todo?

—¿Suicidio?

—Si tu vida es un infierno, ¿por qué molestarse? —pregunté—. ¿Por qué pasar por eso una y otra vez?

—Por… —hizo una pausa, mirando el techo. Luego de un momento se encogió de hombros y continuó—. Por los niños. Por las sonrisas, los rayos de sol y el helado.

—Debes estar bromeando.

—¿No te gusta el helado? —dijo negando con la cabeza—. Es lo mejor. Imagina lo emocionado que estuve cuando alguien finalmente lo inventó.

—La luz del sol y las sonrisas no hacen que todo lo demás desaparezca. Esto no es un cuento de hadas.

—No —agregó—, este es el mundo real. Y el mundo real es la cosa más increíble que cualquiera de nosotros podría experimentar. ¿Alguna vez subiste una montaña? ¿Caminaste por un jardín? ¿Jugaste con un niño? Esto no es una revelación exactamente, John; las personas han elogiado los placeres más simples incluso desde antes de que yo naciera, y eso es un tiempo muy largo.

—Tú no haces ninguna de esas cosas.

—Pero tengo mis recuerdos —respondió Elijah—. A veces. Y hay cosas incluso más simples: música. Comida. Todos aman el tocino.

—Soy vegetariano.

—Espárragos, entonces —corrigió—. Saltéalos en una sartén con un poco de aceite de oliva y una pizca de sal; obtienes el sabor más increíble, casi como una nuez, pero profundo y rico, y la textura es simplemente perfecta.

—Lo he probado.

—En el mundo hay más que tristeza —agregó Elijah—. Tengo cientos de miles de recuerdos en mi mente; no puedo recordarlos todos, o quizás no la mayoría, pero hay muchos más felices que tristes. Por cada madre, hermano o hijo fallecido hay cientos de brisas, de puestas de sol, cientos de recuerdos de enamoramientos. ¿Alguna vez besaste a alguien, John?

—No veo por qué podría importarte eso.

—Un primer beso es increíble —continuó él—. La mayoría de las personas solo tienen uno, pero yo puedo recordar cientos de ellos. ¿Cómo podría renunciar a eso? —sacudió la cabeza, sonriendo por primera vez—. El mundo nunca envejece, John.

Pensé en Cody French y en Clark Foreman, tan cansados del mundo que apenas podían soportarlo.

—Los otros Marchitos no estarían de acuerdo.

—Ellos solo lo ven a través de sus ojos de Marchito. Tú eres humano, así que puedes verlo de la manera que quieras.

No dije nada por un largo tiempo, solo lo miré, pensando. No había forma de que fuera tan simple, ninguna posibilidad de que la oscuridad, el horror y los cuerpos a medio comer del mundo fueran borrados con nada; con la risa de un niño. Así no era cómo funcionaba el mundo. Todo lo que la luz hace es crear más sombras.

Pero quería creerle. Aunque fuera lo único que hiciera, quería tomar todo lo que él sabía, dárselo a Brooke y hacer que toda esa oscuridad desapareciera. Pero no desaparece.

—La oscuridad no desaparece —lo repetí, en voz alta para que él pudiera escucharme.

—No, no lo hace —asintió—. Por cada vez que me he enamorado, perdí a un ser amado. Así es cómo funciona.

—Entonces ¿cómo lo haces?

—Encuentra lo bueno en lo malo, en donde se superponen. Lo agridulce puede no ser muy dulce, pero tampoco es completamente amargo —hizo una pausa—. ¿Qué tipo de música escuchas?

—No soy muy amante de la música —admití.

—No puedes decir que el mundo no vale la pena si ni siquiera te has molestado en experimentar lo que hay en él —dijo negando con la cabeza.

—Así que, ¿cuál es tu música preferida?

—La irlandesa.

—¿Por qué?

—Porque todas sus canciones de amor hablan sobre la muerte —su sonrisa se desvaneció, solo un instante.

Elijah comenzaba a agradarme, y eso me preocupaba. No me agradaba cualquiera, ni siquiera mi mamá cuando vivía, ni Max, el chico con el que solía juntarme. ¿Lo ven? Ni en mi mente lo llamo amigo. Solo eran personas, a veces se cruzaban en mi camino y a veces yo podía obtener algo de ellas y otras veces ellos querían algo de mí. Pero eso era lo más lejos que había llegado, hasta Marci. A Marci le hablaba porque me gustaba hablar con ella; porque me gustaba escuchar lo que decía y cómo lo decía y por qué. Al principio lo único que quería era tener alguien que fuera mi caja de resonancia, y el padre de Marci era policía, así que ella tenía información interna. Ella era un instrumento para mis objetivos, como todos los demás, pero eso cambió con el tiempo. Tal vez ni siquiera ocurrió mientras estaba viva. No lo sé. Se convirtió en algo más para mí que solo una informante, una conocida o parte de mi escenario. Se convirtió en alguien que me importaba.

No podía interesarme por Elijah, porque él no era Marci. Era un insulto a su memoria que siquiera fingiera sentir algún tipo de afinidad por alguien después de haberla sentido por ella. Salí de la sala de interrogatorios en una nube de confusión y enojo, sin hablar con nadie.

Me sentí totalmente aliviado cuando descubrieron el nuevo cuerpo unos minutos más tarde.

La policía lo ingresó por el subsuelo, intentando mantener la nueva muerte oculta el mayor tiempo posible; el público general aún no sabía que se trataba de un asesino sobrenatural, pero estaba muy tenso de todas formas. Pensaba que solo estaban demorando lo inevitable, pero nadie me lo preguntó. Esta vez la víctima era Kristen Mercer, una mujer rubia de baja estatura que no se parecía a nadie de nuestro equipo. Ahí moría mi teoría. Obviamente El Cazador estaba escogiendo a sus víctimas con otro método; ahora teníamos que descubrir cuál era.

Esta vez no había una nota. Llamamos a Elijah, y la policía lo guio por el corredor con un palo, sujeto por el cuello, el tipo de restricción que utilizaban para los prisioneros más peligrosos. Nadie quería acercarse lo suficiente para tocarlo.

Se puso de pie frente al cuerpo, que estaba fresco, trasladado desde un cruce subterráneo, donde lo encontró un hombre indigente; no había sido lavado ni examinado y aún tenía sangre filtrándose de las mordidas. La parte superior de uno de sus brazos estaba mordida hasta el hueso, del otro lado le faltaban grandes bocados de carne del hombro y la espalda. El pecho no era más que un hueco ensangrentado y el resto de su cuerpo estaba cubierto de mordidas, como si tuviera viruela. Se podía sentir la violencia del ataque con solo mirar al cuerpo, y Elijah comenzó a dudar.

—¿Están seguros de que esta es la única forma?

—¿De hablar con la víctima directamente? —pregunté—. Podríamos hacerle preguntas todo el día si quieres, pero estoy bastante seguro de que esta es la única manera de que responda.

—Pensé que estabas en contra de esto —dijo Diana.

Miré a Elijah, sintiendo una vez más esa maraña de confusión, desprecio y culpa. Estaba mal que no lo odiara. Necesitaba odiarlo.

—Esta es la única forma —afirmé, e inmediatamente me odié por repetir las palabras de Elijah—. No tiene que gustarme para que sea lo correcto.

La médica forense era una mujer pálida llamada Hess; levantó la vista del cuerpo que inspeccionaba para hablarle a Ostler.

—Tiene unas pocas horas como máximo. Probablemente murió esta mañana, pero tendré que hacer un examen completo para estar segura.

—Entonces, podemos esperar —dijo Elijah—. Tengo al menos hasta esta noche…

—Hazlo ahora, por favor —insistió Ostler.

—¿Podemos al menos limpiarla? —exigió—. ¿O cubrirla, o algo? ¡Es un ser humano!

—Como si eso te importara —escupió Nathan.

—Ella es un ser humano en el que estoy a punto de convertirme —exclamó Elijah con la furia aumentando en su rostro—. Cuando la drene, tendré todos sus recuerdos; todo lo que ella haya pensado y sentido, no solo de su muerte sino también de su vida, su familia, su boda, sus sueños para el futuro. Me interesaré por ella mucho más que cualquiera en esta habitación.

—Mientras más pronto lo hagas más pronto podremos encontrar al asesino —le dije—. Solo tiene unas horas, estaremos pisándole los talones esta vez —me miró y le respondí con una mirada fría—. Deja de postergarlo.

Elijah respiró profundo y cerró los ojos. La señora Hess dio un paso atrás y todos nos preparamos para lo que estaba a punto de ocurrir. ¿Cómo «bebía» una mente? ¿Sería grotesco, violento o traumático? ¿Por cuánto tiempo nos acecharía en las pesadillas?

Colocó una mano en la frente de la mujer y, mientras lo observábamos, su brazo comenzó a temblar.

—No —gimió. Nathan dio un paso atrás.

»¡Mi hijo! —gritó Elijah, tambaleándose lejos del cuerpo sobre la mesa—. ¿Él está bien? ¿Alguien lo fue a buscar?

—¿Dónde lo dejó? —preguntó Ostler.

—Lo dejé con la vecina —respondió Elijah con lágrimas cayendo por su rostro—. Lo dejé allí para ir de compras. Yo… yo no puedo creer que lo hice.

—Dinos qué es lo último que recuerdas —dijo Ostler con firmeza. Elijah escondió su rostro, cubriéndolo con sus manos.

—Mi esposo —lloró—. Él no lo sabe.

—Ayúdenos a atrapar al hombre que hizo esto —insistió Diana—. Por favor.

—Yo estaba… —inclinó la cabeza, volteó hacia la puerta y se inclinó hasta quedar en posición fetal. Si hubiera sido otra persona, alguien ya habría corrido hacia él con una manta o a abrazarlo, pero los Marchitos sufrían solos—. Estaba yendo de compras y pinché una goma. Alguien se detuvo para ayudar. Recuerdo… un dolor agudo, en la nuca.

—¿Una mordida? —preguntó Ostler.

—No —dijo negando con la cabeza, como si tratara de sacudir los pensamientos de su interior. Llevó una mano a su hombro—. Fue como una puñalada, poco más que un pinchazo. Es lo último que recuerdo.

—Una aguja —arriesgó Potash—. Le inyectó algo.

—No tiene ninguna señal de daños en la nuca —advirtió Hess mientras movía el cuerpo de costado y lo apuntaba de cerca con una luz—. Tiene algo de sangre, pero es todo de otras áreas.

—No fue en la nuca —repliqué—. Él dijo eso, pero miren de dónde se está tomando: del hombro.

Hess levantó la vista; Elijah estaba tocando el punto en el que su cuello se unía con su espalda, justo sobre su hombro derecho, detrás de la clavícula. Hess volvió a mirar al cuerpo.

—Esa parte ya ni siquiera la tiene.

—Él se comió la herida —dijo Diana—. Es por eso que no pudimos encontrar causas de muerte en los otros cuerpos; El Cazador se comió la evidencia.

—El informe toxicológico revelará algo —aseguró Ostler—. Señora Hess, quiero su reporte de inmediato.

—Sí, señora —Hess le hizo señas a un miembro de su equipo forense y ambos llevaron el cuerpo a la sala de examinación.

—Esto no tiene sentido —comenté—. ¿Por qué ocultaría su método para matar?

—Porque no quiere que nosotros lo sepamos —respondió Potash.

—Sí —afirmé—, obviamente. Pero ¿por qué? Comienza por hacer las preguntas correctas.

—¡Alguien encuentre a mi hijo! —gritó Elijah.

—Regrésenlo a la sala de interrogación —dijo Ostler, señalando bruscamente al policía más cercano—. Averigüen dónde se averió el auto de Mercer y envíen a alguien a la escena lo más pronto posible.

—Y revisen si el auto fue alterado —agregué a su espalda mientras salían de la habitación. Diana me miró intrigada—. Tal vez El Cazador lo saboteó —expliqué—, no es del tipo que dejan cosas al azar.

—Llamen al doctor Trujillo —le ordenó Ostler a otro oficial—. Tendrá que actualizar su perfil psicológico con esta información nueva.

—Esto destruye el perfil —dije—. Nada de lo que creíamos saber de El Cazador tiene sentido ahora.

—Él es meticuloso —añadió Ostler—. Es preciso. Eso aún concuerda. El perfil de Trujillo incluso contempla que puede ser médico o científico, y esta historia de la inyección lo corrobora.

—Lo único que tenemos que cambiar es el método —dijo Nathan—. Pensábamos que era control mental, ahora sabemos que no los es; es solo un detalle…

—Eso lo es todo —repetí—. Pensábamos que estábamos tras un Marchito que paralizaba a las personas y se las comía. El comportamiento común de un depredador. Ahora buscamos a un Marchito que está engañándonos voluntariamente sobre su propia naturaleza. ¿Por qué haría eso?

—Quizás intenta asustarnos —respondió Nathan—. Una inyección en la espalda no es ni por poco tan aterrador como un monstruo con control mental, así que quiere parecer más temible. Todo en sus cartas eran intimidaciones; esto es solo una pieza más.

—Solo si él pudo predecir que creeríamos que tiene el poder de controlar la mente de las personas —agregué—. No hay forma de que pudiera controlar todo eso; son demasiadas conclusiones apresuradas.

—Lo desconocido es más aterrador que lo conocido —dijo Potash—. Los detalles no importan.

—¿Qué hizo que no debería haber hecho? —pregunté, pensando en voz alta—. Se comió las marcas de agujas porque… —estaba recurriendo a mis últimos recursos—… estaba avergonzado de ellas, porque un Marchito no debería necesitar sedar a las personas. O las odiaba porque se sentía culpable por lo que hizo, así que deseaba destruirlas.

—El hombre que escribió esas cartas no siente culpa por nada —dijo Ostler.

—Lo sé —admití—. Solo estoy tratando de pensar.

—Tal vez la inyección no sea de drogas —dijo Nathan—. Tal vez sea mantequilla o hierbas, como se inyectaría en la carne antes de cocinarla.

—Eso no las dejaría incapacitadas —replicó Diana.

—Si ese fuera el caso, habríamos visto más señales de la preparación de una comida —agregué—. Un tipo tan meticuloso cortaría fetas y las acompañaría con vino. Si estuviera haciendo algo para mejorar el sabor hubiéramos encontrado alguna evidencia. Restos de kétchup, al menos. En cambio él solo… toma bocados —fruncí el ceño—, casi al azar.

—Tal vez todo se trata de la inyección —continuó Nathan—. Tal vez está orgulloso de eso, como si fuera un signo de su poder y comenzó a sentir un fetiche y comer solo se deriva de allí…

—Esa es… —hice una pausa. No está mal—… la mejor idea que has tenido hasta ahora.

—Y ese es uno de los peores cumplidos que me hayan hecho jamás —respondió Nathan.

—Tal vez todas estas discrepancias derivan del hecho de que él no es un caníbal —continué—. No por naturaleza. No come porque está hambriento o porque quiere consumir a su víctima, ni nada de eso. Tal vez las come como señal de su poder; no del poder sobre la víctima sino un símbolo de su propia capacidad de actuar. Eso significaría que no está escondiendo la herida, solo está haciendo otras para conmemorar la primera.

—Necesitamos a Trujillo —repitió Ostler.

—Eso no concuerda con todo lo relacionado a la caza —dije, intentando recuperar su atención.

Pero todos en la habitación ya estaban en movimiento.

Un policía le pasó un teléfono a Ostler y ella comenzó a contarle la situación a Trujillo. Nathan se encorvó sobre una mesada a escribir notas en su computadora. Diana contestó su teléfono. Solo Potash estaba mirándome.

—¿Algo más que quieras decirnos? —me preguntó.

—Te ves bien con ese traje —respondí—. Resalta tus ojos.

—Los policías van en camino a ver al esposo y al hijo —dijo Diana, bajando su teléfono—. Tienen la ubicación del auto pero nadie que vaya por él.

—Parece que nos toca a nosotros entonces —respondió Potash—. Vamos, John.

Revisé mi celular mientras íbamos en camino, ingresé al correo para ver la cuenta falsa. El correo decía:

Parece que ya lo han encontrado. Enviaré mi correspondencia oficial mañana. ¿Hay algo que quieras que omita?

¿Estaba amenazando con revelar nuestra conexión? Era apenas el segundo correo que me enviaba. ¿O estaba hablando de otra cosa?

Salí del servidor, borré el historial de búsquedas y reinicié el teléfono. Tendría que perderlo pronto también.

El auto estaba abandonado al costado de la autovía; Kristin Mercer vivía cerca del centro de la ciudad, pero Elijah le dijo a la policía que había conducido hasta las afueras para ir de compras a las tiendas mayoristas. Estacionamos detrás del auto, con precaución de los coches que pasaban deprisa por el siguiente carril, y no nos tomó mucho tiempo encontrar el problema: la cubierta frontal derecha estaba completamente desinflada.

—El vástago de la válvula fue cortado —dijo Diana—, no es un gran corte, pero es más grande de lo que habría hecho una espina en la superficie. Probablemente hizo unos cuantos kilómetros antes de darse cuenta.

—Y El Cazador la estuvo siguiendo todo el tiempo —afirmé. Debía haber cortado el vástago de la válvula mientras ella estaba… ¿dejando a su hijo con la vecina? ¿Cómo lo hizo sin que nadie lo viera? Miré los autos pasando a toda velocidad—. Los únicos testigos de aquí iban demasiado rápido como para ver algo, pero podemos preguntar en su vecindario.

—Tuvo suerte de que se detuviera aquí —dijo Potash—. No hay forma de controlar cuándo una llanta se desinflará por completo y menos cuándo se detendrá el conductor por causa de eso.

—Había grandes posibilidades para que creyera que se detendría en la autovía —aseguró Diana—. Hay mucha distancia entre una salida y la siguiente.

—Bueno, pero no es perfecto —continué—, aunque también podía ser parte de su plan. Si ella se detenía en un mejor lugar, él podría seguir su camino y buscar una oportunidad con otra víctima —miré la extensa carretera plana que se extendía por delante y detrás de nosotros—. Al menos ahora sabemos un poco más de cómo piensa.

El celular de Diana sonó y ella se cubrió el oído para bloquear el ruido de los autos.

—Agente Lucas. Ok, un momento —nos indicó que fuéramos hacia el auto—. Es Hess, tiene resultados de unos análisis de sangre. Subamos, así se puede escuchar —subimos al auto con Potash al volante para que Diana pudiera tener el teléfono—. De acuerdo, Hess, está en el altavoz.

—Es un sedante llamado hidrocloruro de etorfina —dijo la forense. Su voz se escuchaba demasiado lejana en el altavoz, así que Diana subió el volumen—. Nunca lo hubiéramos encontrado de no estar buscándolo; es una droga que funciona en dosis increíblemente bajas y casi no queda en su sistema. Pero definitivamente fue drogada.

—No había escuchado de ella —comentó Diana—. ¿Es una droga común?

—Común, pero restringida —respondió Hess—. Es un opioide sintético básicamente, como morfina súperconcentrada. Se usa mayormente en animales de gran tamaño, como osos o bisontes. Encaja en un ataque como este porque actúa en segundos. Su venta es exclusiva para veterinarios y es muy utilizada en zoológicos. Por aquí es más probable que la utilice el servicio de parques nacionales, tal vez en un rancho; quien necesite sedar a un alce con mucha urgencia.

—Me alegra saber que no tenemos el trabajo más extraño por aquí entonces —comentó Diana, y miró a Potash—. Un veterinario que trabaja con guarda parques; es una pista bastante buena.

—No tiene sentido —dije.

—Sigues repitiendo eso —respondió Diana.

—Porque no lo tiene —insistí—. Estamos buscando a un Marchito que come personas, que seda a las personas, que hace un ritual de la herida del sedante y que también es veterinario y guarda parque, que acosa a mujeres que van de compras y… vamos. Es demasiado. ¿Por qué tomarse tantas molestias?

—Las personas hacen cosas extrañas, John —dijo Diana poniendo los ojos en blanco.

—No, no lo hacen —continué—. Las personas hacen cosas racionales basadas en razones normales que aún no hemos descubierto. Nada de esto tiene sentido, lo que significa que no hemos encontrado las razones correctas.

—No necesitamos descubrirlas —aseguró Potash—, solo al asesino.

—Tú sigues haciendo las mismas preguntas —intervino Diana—. «¿Qué está haciendo que no debería hacer?», «¿Por qué intenta ocultar las marcas de las inyecciones?». Esta es tu respuesta: porque son una enorme pista que nos ayudaría a encontrarlo.

—Pero no encaja. Señora Hess, ¿sigue ahí?

—Tienen razón sobre esto, John —su voz era débil al teléfono.

—¿Por qué es tan restringida le venta de ese sedante? —pregunté.

—Ya lo dije, es increíblemente potente.

—¿Cuánto se necesita para dejar inconsciente a un humano? ¿En especial a uno pequeño como Kristin Mercer? —Hess soltó una risa seca.

—De acuerdo a las especificaciones del producto, se necesitan alrededor de cinco miligramos para sedar a un elefante, unos tres miligramos para un rinoceronte; lo más cercano a una dosis humana que pude encontrar está en las advertencias, dice que apenas el roce de la aguja con la piel puede ser suficiente. Tiene un alto riesgo de administración accidental.

—Piensen en eso —les dije a Diana y a Potash—: Esa droga es tan fuerte que con solo tocarla puede dejar a un hombre inconsciente ¿y se supone que creamos que este tipo la inyecta en su comida?

Se hizo silencio por un momento hasta que eventualmente Diana lo rompió.

—Tal vez es inmune. Un Marchito que puede comer cualquier cosa, como… el chico de los cómics. Matter-Eater Lad.

—Estás llevándolo demasiado lejos —dije—. Cualquier cosa puede ser cierta para un asesino sobrenatural, pero la explicación más simple es siempre la mejor.

—Lo sé —respondió mirando atrás al auto abandonado—. Maldición.

—Sabemos que está tratando de engañarnos —continué—. Quiere que creamos que mata a sus víctimas de una forma cuando realmente lo hace de otra.

—Eso parece —afirmó Potash.

—Así que, ¿qué es más probable? —pregunté—. ¿Que sea un caníbal, feroz pero meticuloso, que tiene poderes pero aun así usa sedantes, guarda parque pero también veterinario, que desafía nuestros perfiles a cada paso porque nada de lo que hace tiene sentido y del que ninguno de nuestros dos Marchitos internos han escuchado jamás? ¿O un hombre que está asesinando personas en una forma extraña e indescifrable especialmente para hacernos perder el rastro?

—Conduce —dijo Diana—, llamaré a Ostler.

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