Drive
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Quedaron en un bar de mala muerte, entre Sunset y Hollywood, al este de Highland. Niñas con uniformes de escuelas católicas esperaban autobuses frente a los escaparates de mercerías, peleterías, lencerías y zapaterías llenas de tacones de aguja a partir de la talla 41. Driver reconoció al tipo apenas entró por la puerta. Pantalón de pinzas bien planchado, camiseta oscura, chaqueta
sport. En la muñeca, cómo no, el reloj de oro. Proliferación de anillos y aros en dedos y orejas. Música de
jazz suave en el local, un trío de piano, tal vez un cuarteto, rítmico y resbaladizo, como una anguila, imposible de atrapar.
—Revell Hicks me ha pasado el contacto.
Driver asintió.
—Buen tipo.
—Cada vez es más difícil evitar a los aficionados, no sé si me entiendes. Todo el mundo se cree malo, todo el mundo cree que prepara la mejor salsa para los espaguetis, todo el mundo cree que conduce bien.
—Si has trabajado con Revell, debo suponer que eres profesional.
—Lo mismo digo —el Nuevo dio un trago al
whisky—. Y además me han dicho que eres el mejor.
—Lo soy.
—Otra cosa que me han dicho es que trabajar contigo no siempre es fácil.
—No tiene por qué no serlo, si llegamos a entendernos.
—¿Entendernos en qué? Este trabajo es mío. El jefe soy yo. Yo dirijo el equipo, doy las órdenes. Tú te apuntas al equipo o no te apuntas.
—Si es así, no me apunto.
—Muy bien. Tú decides…
—Otra gran oportunidad que se va por la alcantarilla.
—Al menos déjame que te invite a otra copa.
Se acercó a la barra para pedir otra ronda.
—No puedo evitar preguntártelo —dijo, dejando en la mesa una cerveza fría y su copa—. ¿Te importaría explicarme por qué?
—Yo conduzco. No hago nada más. No me quedo esperando a que tú planifiques el golpe, ni mientras lo das. Tú me dices dónde empezamos, dónde vamos, dónde iremos cuando terminemos, a qué hora es la cosa. Yo no participo, no conozco a nadie, no llevo armas. Yo solo conduzco.
—Esa actitud debe limitar mucho las ofertas que aceptas.
—No es cosa de actitud, sino de principios. Y sí, rechazo muchos más trabajos de los que acepto.
—Este es fácil.
—Siempre lo son.
—No como este.
Driver se encogió de hombros.
Una de esas zonas ricas al norte de Phoenix, dijo el Tipo Nuevo, a siete horas en coche, kilómetros y kilómetros de casas de medio millón de dólares, como conejeras, robándoles el sitio a los cactus del desierto. Anotó algo en un papel, que empujó sobre la mesa con dos dedos. Driver recordó que había vendedores de coches que hacían lo mismo. La gente era muy tonta. ¿Quién, con un mínimo de orgullo, con un mínimo respeto por sí mismo, iba a aceptar algo así? ¿Qué clase de imbécil se conformaría con eso?
—Esto es una broma, supongo —dijo Driver.
—Tú no quieres participar, no quieres tu parte. Es una tarifa por un servicio. Así de simple.
Driver dio un trago a la cerveza y apartó la botella. Vete con quien ha pagado por ti.
—Siento haberte hecho perder el tiempo.
—¿Cambiarías de opinión si añadiera un cero?
—Añade tres.
—Nadie vale tanto.
—Como tú mismo has dicho, la calle está llena de conductores. Escoge el que más te guste.
—Creo que acabo de hacerlo —con un gesto de cabeza, indicó a Driver que volviera a sentarse, y le acercó la cerveza—. Solo te estoy poniendo a prueba, hombre, para ver de qué vas —se tocó el aro de la oreja derecha. Más tarde, Driver llegó a la conclusión de que aquello había sido un código—. En el equipo somos cuatro, lo dividimos en cinco partes. Dos para mí y una para cada uno de los demás. ¿Te va bien así?
—Puedo aceptarlo.
—Trato hecho, entonces.
—Trato hecho.
—Bien. ¿Te tomas otra?
—¿Por qué no?
Y el saxo tenor se montó en el capó de la melodía y emprendió un largo y lento viaje.