Don Juan
XXXVIII LA ÚLTIMA TARDE
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XXXVIII
LA ÚLTIMA TARDE
Han llegado los días del otoño. En la plaza amarillea el follaje de las acacias. Se pone el cielo triste; llueve a ratos. Las golondrinas se van marchando. Don Gonzalo, Ángela y Jeannette se marchan también a París; con ellos retorna el señor Perrichón. Saldrán hoy mismo, a prima noche. En la sala de la tertulia están reunidos todos los amigos. Los muebles tienen sus fundas blancas. En el vestíbulo están preparados los equipajes. Desde donde está sentado don Juan se columbra un pedazo de cielo; a veces, se cubre de nubes grises; a veces, se muestra límpido el azul. La luz va disminuyendo. Caen a ratos chubascos violentos. Jeannette va de un lado para otro, tarareando y saltando.
—Monsieur Perrichón— dice sentándose al piano y dirigiéndose al buen Perrichón, le "
Retour à Paris”?
—
Enchanté, mademoiselle —dice Perrichón.
Jeannette comienza a tocar y a cantar:
Vive Paris, le roi du monde!
Je le revois avec amour
Fier géant, armé de sa fronde,
Il marche, il grandil chaque jour.
Hasta la próxima primavera el piano no volverá a sonar. No volverá a correr Jeannette por la casa, a saltar, a mirarse en los espejos y a hacerse muecas. Los espejos no volverán a ver esta pierna sólida, elegante, ceñida por la seda negra, tersa y transparente. Ni en la mesa, entre la argentería y el cristal límpido, volverá a posarse sobre el blanco mantel la mano gordezuela y puntiaguda de Ángela, con su esmeralda: blanco, rosa y verde. Ni en el salón, de pie, con sus patillas grises, tornará don Gonzalo a mostrar una monedita de oro y a decir:
—Señoras y señores: esta monedita...
¡Adiós, queridos amigos! Os vais con las hojas, que ruedan amarillentas; con la lluvia, que cae monótona¡ con las golondrinas, raudas.