Doce años de esclavitud

Doce años de esclavitud


Capítulo XXII

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XXII

LA LLEGADA A NUEVA ORLEANS – EL DESTELLO DE HOMBRE LIBRE – GENOIS, EL REGISTRADOR – SU DESCRIPCIÓN DE SOLOMON – LA LLEGADA A CHARLESTON – LA RETENCIÓN POR AGENTES DE ADUANAS – EL PASO A TRAVÉS DE RICHMOND – LA LLEGADA A WASHINGTON – BURCH ES DETENIDO – SHEKELS Y THORN – SU TESTIMONIO – BURCH ES ABSUELTO – EL ARRESTO DE SOLOMON – BURCH RETIRA SU DEMANDA – EL TRIBUNAL SUPREMO – LA SALIDA DE WASHINGTON – LA LLEGADA A SANDY HILL – VIEJOS AMIGOS Y ESCENAS FAMILIARES – CAMINO DE GLENS FALLS – EL ENCUENTRO CON ANNE, MARGARET Y ELIZABETH – SOLOMON NORTHUP STAUNTON – INCIDENTES – CONCLUSIÓN

Mientras el vapor se abría camino hacia Nueva Orleans, tal vez no fuera feliz, tal vez nada me impidiera bailar de alegría por la cubierta, o tal vez no sintiera gratitud por el hombre que había recorrido tantos miles de millas por mí, tal vez no estuve pendiente de él ni de sus palabras o no atendiera su más mínimo deseo; si no lo hice, bien, espero que no se me culpe.

Nos detuvimos en Nueva Orleans dos días. Durante aquella estancia localicé el corral de esclavos de Freeman y la habitación en la que me compró Ford. Casualmente nos encontramos con Theophilus en la calle, pero creí que no merecía la pena reanudar la relación con él. Por ciudadanos respetables, supimos que se había convertido en un ínfimo y miserable pendenciero, un hombre roto y de pésima fama.

También visitamos al señor Genois, el registrador al que estaba dirigida la carta del senador Soule, y comprobé que era un hombre que hacía honor a la amplia y honorable reputación que tenía. Nos proveyó generosamente de una suerte de salvoconducto legal, con su firma y el sello de su departamento, y, puesto que incluye la descripción que el registrador hacía de mi aspecto, puede no ser inapropiado insertarla aquí. Lo que sigue es una copia.

Estado de Luisiana, ciudad de Nueva Orleans

Oficina de Registro, Distrito Segundo

A todos aquellos a quienes pueda interesar:

Certifico que Henry B. Northup, abogado, del condado de Washington, Nueva York, ha presentado ante mí las pruebas pertinentes para la libertad de Solomon, un mulato de unos cuarenta y dos años de edad, de cinco pies y siete pulgadas de altura, cabello encrespado y ojos castaños, que es un nativo nacido en el estado de Nueva York. Asimismo, certifico que el susodicho Northup está acompañando al mencionado Solomon a su lugar de nacimiento a través de rutas del sur, y se requiere a las autoridades civiles que permitan pasar al hombre de color Solomon sin molestarlo, ya que su comportamiento es bueno y correcto.

Extiendo el presente, al que estampo mi firma y el sello de la ciudad de Nueva Orleans, este 7 de enero de 1853.

[L. S.]

TH. GENOIS, registrador

El día 8 fuimos en tren al lago Pontchartrain y, a la hora prevista, siguiendo la ruta habitual, llegamos a Charleston. Tras subir a bordo del vapor, y pagar el pasaje hasta dicha ciudad, el señor Northup fue requerido por un oficial de aduanas para que explicara por qué no había registrado a su criado. Él repuso que no tenía criado y que, en tanto que agente de Nueva York, estaba acompañando a un ciudadano libre de su estado en su paso de la esclavitud a la libertad, y que no deseaba ni tenía intención de hacer ningún tipo de registro. De su conversación y su actitud deduje, aunque quizá estuviera equivocado por completo, que no serían precisas graves fatigas para solventar cualquier dificultad que los agentes de Charleston consideraran necesario plantear. Al final, no obstante, nos permitieron marcharnos y, atravesando Richmond, donde aproveché para echarle una ojeada al corral de esclavos de Goodin, llegamos a Washington el 17 de enero de 1853.

Nos aseguramos de que tanto Burch como Radburn seguían viviendo en aquella ciudad. Inmediatamente, se presentó una denuncia contra James H. Burch por raptarme y venderme como esclavo, ante un Tribunal de Primera Instancia de Washington. Este fue arrestado bajo una orden emitida por el juez Goddard y presentado ante el juez Mansel, quien le impuso una fianza de tres mil dólares. En cuanto lo arrestaron, Burch fue presa de una gran agitación y se mostró muy temeroso y alarmado, y antes de personarse en la Corte de Justicia en Luisiana Avenue, y antes de conocer la naturaleza exacta de la denuncia, solicitó autorización a la policía para requerir el asesoramiento de Benjamin O. Shekels, que fue traficante de esclavos durante diecisiete años y antiguo socio suyo. Este pasó a ser su fiador.

A las diez en punto del 18 de enero, ambas partes comparecieron ante el magistrado. El senador Chase, por Ohio, el honorable Orville Clark, de Sandy Hill, y el señor Northup ejercían de abogados de la acusación, y Joseph B. Bradley, de la defensa.

El general Orville Clark fue convocado y prestó juramento como testigo, y aseveró que me conocía desde la niñez y que yo era un hombre libre, al igual que lo había sido mi padre antes que yo. A continuación, el señor Northup testificó lo mismo, y aportó pruebas de los hechos relacionados con su misión en Avoyelles.

Después, la acusación tomó juramento a Ebenezer Radburn, quien afirmó que tenía cuarenta y ocho años de edad, que residía en Washington y que conocía a Burch desde hacía catorce años; que en 1841 era guarda en el corral de esclavos de Williams y que recordaba mi confinamiento en el corral aquel año. Entonces el abogado defensor reconoció que yo había sido retenido en el corral de esclavos por Burch en la primavera de 1841, y en consecuencia la acusación cedió el turno.

A continuación, Benjamin O. Shekels fue presentado como testigo del acusado. Benjamin era un hombre grandullón y de aspecto tosco, y puede que el lector se haga una idea aproximada de él leyendo el lenguaje exacto que usó en respuesta a la primera pregunta del abogado defensor. Al preguntarle su lugar de nacimiento, respondió con una especie de actitud pendenciera, con estas palabras exactas:

—Nací en el condado de Ontario, Nueva York, ¡y pesé seis kilos trescientos!

¡Benjamin fue un bebé prodigioso! Después testificó que en 1841 poseía el hotel Steamboat, en Washington, y que me vio allí durante la primavera de aquel año. Se disponía a declarar lo mismo que había escuchado decir a dos hombres cuando el senador Chase planteó una objeción legal, a saber, que lo dicho por terceras personas, por ser de oídas, era una prueba improcedente. La objeción fue desestimada por el juez y Shekels prosiguió afirmando que los dos hombres se habían presentado en su hotel diciendo que poseían un hombre de color a la venta; que mantuvieron una conversación con Burch; que afirmaron ser de Georgia, aunque no recordaba de qué condado; que contaron la historia completa del chico, asegurando que era albañil y tocaba el violín; que Burch comentó que estaría dispuesto a comprarlo si ellos estaban de acuerdo; que los hombres salieron fuera y trajeron al chico y que yo era el individuo en cuestión. Después testificó, con la misma tranquilidad que si dijera la verdad, que yo afirmé haber nacido y crecido en Georgia; que uno de los jóvenes que estaban conmigo era mi amo; que mostré un gran pesar por separarme de él, y que creía que «rompió a llorar», aunque insistí en que mi amo tenía derecho a venderme; que debía venderme; y que la notable razón que ofrecí, según Shekels, era que él, mi amo, «había estado jugando y ¡de juerga!».

Prosiguió con estas mismas palabras, extraídas de las actas del interrogatorio: «Burch interrogó al chico como de costumbre y le dijo que si lo compraba debería enviarlo al sur. El chico dijo que no tenía objeción y que, de hecho, quería ir al sur. Burch pagó seiscientos cincuenta dólares por él, que yo sepa. No sé qué nombre se le dio, pero creo que no fue Solomon. Tampoco supe cómo se llamaba ninguno de los dos hombres. Estuvieron dos o tres horas en mi taberna y durante aquel tiempo el chico tocó el violín. El contrato de venta se firmó en mi bar. Era un “impreso con espacios en blanco que rellenó Burch”. Antes de 1838, Burch fue mi socio. Nuestro negocio era comprar y vender esclavos. Después se asoció con Theophilus Freeman, de Nueva Orleans. Burch los compraba aquí y Freeman los vendía allí».

Antes de declarar, Shekels había escuchado mi relato de las circunstancias relacionadas con la visita a Washington con Brown y Hamilton, y, sin dudar, habló de «dos hombres» y el violín. Fue una invención suya absolutamente falsa, pero aun así en Washington se encontró a un hombre que trató de encubrirlo.

Benjamin A. Thorn declaró que se encontraba en el local de Shekel en 1841 y que vio a un chico de color tocando el violín.

—Shekel dijo que estaba a la venta. Oí decir a su amo que debía venderlo. El chico me reconoció que era un esclavo. Yo no estaba presente cuando se entregó el dinero. No puedo jurar con seguridad que este sea el chico. El amo estuvo a punto de derramar lágrimas, y creo que el chico lloró. Llevo veinte años en el negocio de trasladar esclavos al sur. Cuando no puedo dedicarme a ello hago cualquier otra cosa.

A continuación se me llamó como testigo, pero al presentarse una objeción, el tribunal consideró inadmisible mi declaración. Me rechazaron por la mera razón de ser un hombre de color, sin que se discutiera el hecho de que era un ciudadano libre de Nueva York.

Al haber declarado Shekels que existía un contrato de venta, la acusación exigió a Burch que lo presentara porque el documento corroboraría el testimonio de Thorn y Shekels. El abogado del acusado se vio en la obligación de mostrarlo u ofrecer una explicación razonable del hecho de no presentarlo. Para cumplir lo segundo, el propio Burch se presentó como testigo en su propia defensa. La acusación popular se opuso a que se permitiera tal testimonio, pues contravenía cualquier norma en materia de prueba y en caso de que se permitiera traicionaría los fines de la justicia. No obstante, ¡su testimonio fue escuchado por el tribunal! Juró que aquel contrato de venta había sido redactado y firmado, pero que lo había perdido y no sabía qué había sido de él, en vista de lo cual se pidió al magistrado que enviara a un policía a casa de Burch con instrucciones de traer sus libros relativos a las facturas de venta de 1841. La petición fue concedida y, antes de que pudiera tomarse alguna medida para impedirlo, el oficial tomó posesión de los libros y los trajo al tribunal. Se encontraron y se examinaron cuidadosamente las ventas del año 1841, pero no se descubrió la venta de mi persona bajo nombre alguno.

Basándose en aquel testimonio, el tribunal dio por establecido el hecho de que Burch me había comprado de manera inocente y honesta y, en consecuencia, fue puesto en libertad.

Entonces Burch y sus cómplices intentaron atribuirme la acusación de haber conspirado con los dos hombres blancos para estafarlo, con el éxito que se recoge en el extracto tomado de un artículo aparecido en el New York Times y publicado uno o dos días después del juicio: «El abogado del acusado había redactado, antes de que el acusado fuera absuelto, una declaración jurada firmada por Burch, y obtuvo una declaración jurada contra el hombre de color por conspirar con los dos hombres blancos antes citados para estafar a Burch seiscientos veinticinco dólares. La declaración jurada fue expedida y el hombre de color arrestado y llevado en presencia del juez Goddard. Burch y su testigo se presentaron al juicio y el señor H. B. Northup se declaró dispuesto a ejercer de abogado del acusado y pidió que no hubiera ningún tipo de dilación. Burch, tras consultar en privado un momento a Shekel, declaró ante el juez que deseaba que este retirara la demanda porque él no tenía intención de llevarla adelante. El defensor del acusado adujo ante el magistrado que si la demanda se retiraba tendría que ser sin la solicitud o el consentimiento de este. Burch pidió entonces al magistrado que le entregara la demanda y la orden de arresto, y se las guardó. El defensor del acusado se opuso a que se las entregaran e insistió en que debían formar parte de los registros del tribunal, y que este debía respaldar el procedimiento que había tenido lugar durante el proceso. Burch los devolvió y el tribunal dictó una sentencia de abandono a petición de la acusación, y la archivó en su oficina».

Habrá quienes se inclinen a creer la declaración del traficante de esclavos, aquellos en cuya mente pesen más sus argumentos que los míos. Soy un pobre hombre de color, miembro de una raza oprimida y pisoteada cuya humilde voz puede que no sea escuchada por el opresor, pero conociendo la verdad, y con el pleno sentido de mi responsabilidad, declaro solemnemente ante Dios y ante los hombres que cualquier acusación o afirmación de que conspiré directa o indirectamente con una o varias personas para venderme a mí mismo, y que cualquier otra relación de mi visita a Washington, mi captura y mi encierro en el corral de esclavos de William diferente a la que contienen estas páginas es total y absolutamente falsa. Jamás he tocado el violín en Washington. Jamás he estado en el hotel Steamboat, y, que yo sepa, jamás en mi vida había visto a Thorn o Shekels hasta el pasado enero. La historia del trío de traficantes de esclavos es una invención tan absurda como vil y sin fundamento. En caso de ser cierta, no me habría desviado de mi vuelta a casa con intención de denunciar a Burch, sino que lo habría evitado en lugar de buscarlo. Debería haber sabido que un paso así habría tenido por efecto crearme mala fama. Dadas las circunstancias, anhelante como estaba por abrazar a mi familia y eufórico ante la perspectiva de volver a casa, va contra toda razón suponer que, si las declaraciones de Burch y sus asociados contuvieran una partícula de verdad, yo iba a tentar el azar, no solo de ser descubierto, sino de un proceso y una condena penal, por ponerme en la situación que yo mismo habría creado. Tuve gran interés en buscarlo, enfrentarme a él en un tribunal y acusarlo del delito de rapto; y la única razón que me empujó a dar aquel paso fue el ardiente sentimiento del mal que me había infligido y el deseo de llevarlo ante la justicia. Fue absuelto de la forma y con los medios que han sido descritos. Un tribunal humano le ha permitido escapar; pero hay otro tribunal más alto donde el falso testimonio no prevalecerá y en el que finalmente confío que se me hará justicia, al menos en lo que a aquellos testimonios se refiere.

Salimos de Washington el 20 de enero y por Filadelfia, Nueva York y Albany llegamos a Sandy Hill la noche del 21. Mientras recreaba escenas familiares mi corazón rebosaba de felicidad por encontrarme entre amigos de días pasados. A la mañana siguiente, en compañía de unos conocidos, me dirigí a Glens Falls, donde vivían Anne y nuestros hijos.

Mientras entraba en su agradable casa, Margaret fue la primera en recibirme. No me reconoció. Cuando me fui solo tenía siete años, era una niña parlanchina que jugaba con sus juguetes. Se había convertido en una mujer y estaba casada y con un niño de brillantes ojos claros que permanecía a su lado. Sin olvidar a su esclavizado e infortunado padre, había llamado a su hijo Solomon Northup Staunton. Cuando me presentaron, se quedó abrumada por la emoción sin poder hablar. En aquel momento, Elizabeth entró en la estancia y Anne, habiendo sido informada de mi llegada, vino corriendo desde el hotel. Me abrazaron y se colgaron de mi cuello con las mejillas bañadas de lágrimas. Pero corramos un velo sobre una escena más fácil de imaginar que de describir.

Cuando el arrobo de nuestras emociones quedó reducido a una santa alegría, cuando la familia se reunió en torno al fuego que expandía su cálido y chisporroteante calidez por toda la estancia, hablamos sobre los miles de hechos ocurridos, las esperanzas y los temores, las alegrías y las tristezas, las pruebas y los problemas experimentados por cada uno de nosotros durante la prolongada separación. Alonzo se encontraba en la zona oeste del estado. El muchacho había escrito poco antes a su madre acerca de la posibilidad de reunir dinero suficiente para comprar mi libertad. Desde su más temprana edad, ese había sido el objetivo principal de sus pensamientos y ambiciones. Sabían que yo estaba cautivo. La carta escrita en el bergantín, y el propio Clem Ray, les habían dado la información, pero hasta la llegada de la carta de Bass, el lugar en el que me encontraba era una incógnita. Elizabeth y Margaret regresaron un día de la escuela, según me contó Anne, llorando amargamente. Al inquirir la causa de aquel dolor infantil, se supo que mientras estudiaban geografía les había llamado la atención la imagen de unos esclavos trabajando en un campo de algodón y un capataz detrás de ellos con un látigo. Aquello les evocó los sufrimientos que su padre podría estar padeciendo en el sur, como en realidad ocurría. Me relataron numerosos incidentes como aquel, hechos que demostraban que me recordaban constantemente, aunque quizá no tengan el interés suficiente para el lector como para repetirlos.

Llegada a casa y primer encuentro con su esposa y sus hijos. Grabado de la primera edición publicada por Miller, Orton & Mulligan en 1853.

Mi relato llega a su fin. No tengo nada que comentar acerca de la esclavitud. Quienes lean este libro podrán formarse su propia opinión sobre esa «peculiar institución». No pretendo saber lo que ocurre en otros estados; lo que sucede en la región del Río Rojo ha quedado verídica y fielmente reflejado en estas páginas. Esto no es ficción ni una exageración. Si en algo he fallado, ha sido en presentar al lector demasiado prominentemente el lado brillante del cuadro. No me cabe duda alguna de que centenares han sido tan desafortunados como yo, ni de que centenares de ciudadanos libres han sido raptados y vendidos como esclavos igual que yo y que en estos momentos intentan sobrevivir en Texas y Luisiana, pero no hago nada. Escarmentado y con el espíritu subyugado por los sufrimientos que he padecido, y dando gracias al Señor, gracias a cuya merced he sido devuelto a la felicidad y la libertad, espero en adelante llevar una vida recta aunque humilde y descansar al final en el mismo cementerio en el que duerme mi padre.

Harper’s creek and roarin’ ribber,

Harper es un arroyo y un inmenso río,

Thar, my dear, we’ll live forebber;

donde tú y yo viviremos para siempre;

Den we’ll go to de Ingin nation,

luego iremos a la nación india,

All I want in dis creation,

pues todo lo que quiero en esta vida,

Is pretty little wife and big plantation.

es una bonita esposa y una gran plantación.

Chorus:

Estribillo:

Up dat oak and down dat ribber,

Subiendo aquel roble y bajando aquel río

Two overseers and one little nigger.

dos supervivientes y un negrito.

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