Doce años de esclavitud
Capítulo XV
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XV
LOS TRABAJOS EN LAS PLANTACIONES DE AZÚCAR – LA FORMA DE PLANTAR LA CAÑA – LA FORMA DE ESCARDAR LA CAÑA – LOS ALMIARES DE CAÑA – EL CORTE DE LA CAÑA – DESCRIPCIÓN DE UN MACHETE PARA CORTAR CAÑA – LA PREPARACIÓN DEL TERRENO PARA LAS PRÓXIMAS COSECHAS – DESCRIPCIÓN DEL MOLINO DE AZÚCAR DE HAWKINS EN BAYOU BOEUF – LAS VACACIONES DE NAVIDAD – EL CARNAVAL DE LOS NIÑOS ESCLAVOS – LA CENA DE NAVIDAD – EL ROJO, EL COLOR FAVORITO – EL VIOLÍN Y EL CONSUELO QUE PROPORCIONA – EL BAILE DE NAVIDAD – LIVELY, LA COQUETA – SAM ROBERTS Y SUS RIVALES – LAS CANCIONES DE LOS ESCLAVOS – LA VIDA SUREÑA TAL COMO ES – TRES DÍAS AL AÑO – EL SISTEMA DEL MATRIMONIO – EL DESPRECIO POR EL MATRIMONIO POR PARTE DEL TÍO ABRAM
Debido a mi ineptitud para recoger algodón, Epps tenía la costumbre de arrendarme en las plantaciones de azúcar durante la época del corte y la elaboración del azúcar. Recibía por mis servicios un dólar al día, y aquel dinero le servía para compensar mi ausencia en la plantación de algodón. Cortar la caña era un trabajo que se me daba bien, y durante tres años mantuve el liderazgo en la plantación de Hawkins, siendo el jefe de una cuadrilla formada por entre cincuenta y cien hombres.
En un capítulo anterior he descrito la forma de cultivar el algodón, y creo que ha llegado el momento oportuno de hablar del modo de cultivar la caña.
Se hacen arriates en la tierra de la misma forma que se prepara para la siembra del algodón, solo que se cava más profundo. Las perforaciones se hacen de igual manera. La siembra comienza en enero y continúa hasta abril. Solo se puede plantar un campo de azúcar una vez cada tres años, y se recogen tres cosechas antes de que la semilla o la planta se agoten.
Se emplean tres cuadrillas en la operación. La primera saca la caña del almiar, se corta la parte de arriba y las hojas del tallo, dejando solo la parte sana y sólida. Cada nudo de la caña tiene una yema, como la de una patata, de la cual saldrá un brote cuando se entierre en la tierra. Otra cuadrilla mete la caña en los agujeros, colocando dos tallos, uno junto al otro, de manera que haya un nudo cada cuatro o seis pulgadas. La tercera cuadrilla trabaja con la azada, echando tierra encima de los tallos y tapándolos hasta una profundidad de unas siete pulgadas.
Al cabo de cuatro semanas como mucho, empiezan a aparecer los brotes por encima de la tierra y, a partir de entonces, comienzan a crecer con suma rapidez. El campo de la caña de azúcar se escarda tres veces, igual que el de algodón, solo que se echa más tierra sobre las raíces. A finales de agosto se termina de escardar. A mediados de septiembre se corta lo que se necesita para la siembra y se apila en un almiar. En octubre la caña ya está preparada para ir al molino o la refinería, y entonces comienza el corte. La hoja de un machete para cortar caña de azúcar tiene unas quince pulgadas de largo y tres de ancho en la parte central, estrechándose en la punta y cerca de la empuñadura. La hoja es muy delgada y debe estar muy afilada para que cumpla su función. Uno de cada tres hombres toma el liderazgo de los otros dos, colocándose cada uno de ellos a su lado. El primer hombre corta las hojas del tallo de un solo tajo. El segundo corta la parte de arriba que esté verde. Debe tener mucho cuidado de cortar todo lo verde que hay en la parte madura, ya que el jugo que desprende amarga la melaza y entonces resulta invendible. Luego arranca el tallo de raíz y lo tira a su espalda. Sus dos compañeros tiran los suyos una vez cortados y los apilan con el suyo. Cada tres hombres hay una carretilla que los sigue, donde los esclavos más jóvenes echan los tallos para llevarlos a la refinería o al molino.
Si el cultivador sufre una helada, la caña se hilera. El hilerado consiste en cortar los tallos a una edad temprana y arrojarlos a lo largo del surco de agua de tal manera que la parte superior cubra la parte inferior de los tallos. Se quedan en esa posición durante tres semanas o un mes sin agriarse ni helarse. Cuando llega el momento oportuno, se recogen, se podan y se echan a la carreta para llevarlos a la refinería.
En el mes de enero, los esclavos vuelven al campo para prepararlo para la siguiente cosecha. El campo se esparce con la parte superior y las hojas que se cortaron en la cosecha anterior. Un día que haga calor se prende fuego a esos desechos, y el fuego se extiende por todo el campo, dejándolo limpio y desnudo, preparado para pasarle la azada. Se remueve la tierra alrededor de los viejos rastrojos y, con el paso del tiempo, crece una nueva cosecha con las semillas del año anterior. Este proceso se repite año tras año, hasta el tercero, ya que la semilla ha perdido su fuerza y entonces el campo debe labrarse y sembrarse de nuevo. El segundo año la caña es más dulce y productiva que el primero, y el tercero aún más que el segundo.
Durante los tres años que trabajé en la plantación de Hawkins, la mayor parte del tiempo estuve en la refinería. Él es famoso por producir la variedad más rica de azúcar blanco. Por eso, a continuación describiré su refinería y el proceso de fabricación.
El molino es un edificio de ladrillo enorme que se levanta sobre la orilla del brazo del río. Saliendo del edificio hay un cobertizo abierto, de al menos cien pies de largo y cuarenta o cincuenta de ancho. La caldera que genera el vapor está situada fuera del edificio principal; la maquinaria y el motor descansan sobre una plataforma de ladrillo, a unos quince pies del suelo y dentro del edificio. La maquinaria hace girar dos enormes rodillos de hierro de entre dos y tres pies de diámetro y seis y ocho pies de largo. Están elevados por encima de la plataforma de ladrillo y giran uno en dirección al otro. Una cinta transportadora, fabricada con cadenas y madera, parecida a las correas de cuero que se usan en los molinos pequeños, corre desde los rodillos de hierro hasta el edificio principal y a lo largo de todo el cobertizo abierto. Las carretas que traen la caña recién cortada se descargan a los lados del cobertizo. Los hijos de los esclavos se colocan a lo largo de la cinta transportadora, y su trabajo consiste en echar encima la caña recién cortada, pasando del cobertizo hasta el edificio principal, donde cae entre los rodillos, se muele y va a parar a otra cinta que la saca del edificio principal en dirección contraria, depositándola encima de una chimenea bajo la cual arde un fuego que acaba consumiéndola. Es necesario quemarla de esta manera porque de lo contrario llenaría el edificio y, sobre todo, porque se agriaría y causaría enfermedades. El jugo de la caña cae en un canalillo colocado debajo de los rodillos que lo lleva hasta un depósito. Mediante una serie de tuberías pasa por cinco filtros, cada uno con varias barricas. Estos filtros están rellenos de harina de hueso, una sustancia parecida al carbón pulverizado. Se hace calcinando huesos en recipientes cerrados, y se utiliza para refinar y filtrar el jugo de la caña antes de hervirlo. Pasa sucesivamente por estos cinco filtros y luego cae en un depósito colocado debajo de la planta principal, donde asciende mediante una bomba de vapor y cae en un clarificador de hierro laminado, donde se calienta con vapor hasta que hierve. Desde este primer clarificador pasa a un segundo, y luego a un tercero a través de tuberías, y de allí a las ollas de hierro cerradas, atravesadas por tuberías llenas de vapor. Mientras hierve, pasa por tres ollas sucesivamente y luego se transfiere a través de otras tuberías a los refrigeradores colocados en la planta principal. Los refrigeradores son cajas de madera con coladores en la parte inferior hechos de alambre muy fino. En cuanto el sirope llega a los refrigeradores y entra en contacto con el aire se cristaliza, y la melaza pasa por los coladores a una cisterna que hay debajo. Así se obtiene el azúcar blanco; un azúcar limpio y tan blanco como la nieve. Cuando se enfría, se saca, se guarda en barricas y ya está preparado para venderlo en el mercado. La melaza pasa de la cisterna a la planta superior una vez más, donde, mediante otro proceso, se transforma en azúcar moreno.
Hay molinos más grandes y construidos de manera diferente al que he descrito de forma imperfecta, pero ninguno es tan conocido como aquel, al menos en Bayou Boeuf. Lambert, de Nueva Orleans, es socio de Hawkins. Es un hombre muy rico y, según me han dicho, tiene participaciones en cuarenta plantaciones de azúcar repartidas por Luisiana.
El único descanso del que disfruta el esclavo a lo largo de todo el año son las vacaciones de Navidad. Epps nos daba tres días de vacaciones, aunque hay quien da a sus esclavos cuatro, cinco e incluso seis días, dependiendo de su generosidad. Es la única época del año que los esclavos esperan con impaciencia e incluso placer. Se alegran cuando finaliza el día, y no solo porque les proporciona algunas horas de reposo, sino porque así les queda menos para la Navidad. Es algo que disfrutan por igual jóvenes y viejos; incluso el tío Abram deja de elogiar a Andrew Jackson, y Patsey se olvida de sus muchas penas, y ambos se dejan llevar por la hilaridad de las vacaciones. Es época de celebraciones, de divertirse y tocar el violín; es la época festiva para los niños esclavos. Son los únicos días en que se les permite cierta libertad restringida, algo que disfrutan enormemente.
Los cultivadores tienen la costumbre de organizar una cena de Navidad, e invitan a los esclavos de las plantaciones vecinas a que se unan a los suyos para la ocasión; por ejemplo, un año la organiza Epps, al siguiente Marshall y al otro Hawkins, y así sucesivamente. En general, se reúnen de trescientos a quinientos, y van andando, en carretas, a caballo, en mulas, a veces dos o tres sobre el mismo animal, a veces un chico y una chica, otras una chica y dos chicos, e incluso un chico, una chica y una anciana. En Bayou Boeuf, no es raro ver al tío Abram montado en una mula, con la tía Phebe y Patsey detrás, dirigiéndose a una cena de Navidad.
Durante esos días, los esclavos también se visten con sus mejores trajes. Lavan sus abrigos de algodón, pasan el muñón de una vela de sebo por los zapatos y, si son tan afortunados como para tener un sombrero sin ala, se lo ponen con desenfado sobre la cabeza. Vayan como vayan, con sombrero o descalzos, todos son recibidos en la fiesta con la misma cordialidad. Por lo general, las mujeres llevan pañuelos alrededor de la cabeza, pero si por casualidad disponen de una cinta de color rojo chillón o un sombrero que tiró la abuela de su señora, no dudan en ponérselo en tales ocasiones. El rojo —el rojo intenso de la sangre— es, sin duda, el color favorito de las jóvenes esclavas. Si una cinta roja no es lo bastante larga para ponérsela alrededor del cuello, no cabe duda alguna de que encontrarán la forma de atársela en el pelo de sus lanudas cabezas.
La mesa se coloca al aire libre, y sobre ella se ponen todo tipo de carnes y verduras. Se prescinde del beicon y del maíz. La cena se prepara a veces en la cocina de la plantación, otras a la sombra de un gran árbol. Cuando se prepara así, se hace un agujero en la tierra, se llena de leña y se quema hasta que esté lleno de brasas, sobre las cuales se ponen pollos, patos, pavos, cerdos y, a menudo, incluso el cuerpo entero de un buey para que se ase. También se añade harina para hacer galletas, melocotones y otras delicias, así como tartas y todo tipo de pasteles, salvo los agridulces de carne picada, ya que desconocen ese artículo de repostería. Solo un esclavo que ha vivido muchos años a base de su escasa ración de comida y beicon sabe apreciar esas exquisiteces. Muchos blancos acuden para presenciar los festejos gastronómicos.
Los esclavos se sientan en la mesa rústica, los hombres a un lado y las mujeres al otro. Si dos personas se sienten atraídas, no cabe duda alguna de que se sentarán la una frente a la otra, ya que el omnipresente Cupido no desaprovecha la oportunidad de arrojar sus flechas entre los sencillos corazones de los esclavos. Una felicidad exultante y absoluta ilumina el rostro oscuro de todos ellos. Sus dientes blancos como el marfil, en contraste con su piel atezada, parecen dos franjas largas y blancas extendidas a lo largo de la mesa. Alrededor de la copiosa cena, una multitud de ojos miran extasiados. Risas y carcajadas, se mezclan con el sonido de la cubertería y la vajilla. El codo de Cuffee empuja el de su vecino, ya que no puede controlar un impulso involuntario de goce; Nelly señala con el dedo a Sambo, se ríe sin saber por qué, y así corre la alegría y el júbilo.
Cuando las viandas han desaparecido y las hambrientas barrigas de los niños están satisfechas, entonces, a modo de diversión, comienza el baile de Navidad. Mi labor en los días festivos era tocar el violín. La raza africana ama especialmente la música, y muchos de mis compañeros tenían un oído sumamente desarrollado, llegando algunos a tocar el banyo con gran destreza, pero, aunque parezca un tanto engreído, debo decir que me consideraban el Ole Bull de Bayou Boeuf. Mi amo recibía cartas a menudo, a veces de diez millas a la redonda, pidiéndole que me enviara para tocar en algún baile o alguna festividad de los blancos. Él recibía su compensación, y yo solía regresar con muchos picayunes[6] tintineando en mi bolsillo, una contribución extra hecha por aquellos a los que deleitaba con mi música. De aquella manera me convertí en una persona conocida, orilla arriba y orilla abajo del brazo del río. Los muchachos y las jovencitas de Holmesville siempre sabían que iba a haber algún tipo de festejo cada vez que veían pasar a Platt Epps con su violín en la mano. «¿Dónde vas, Platt?» o «¿Qué se celebra esta noche?» eran las preguntas más habituales que me hacían desde todas las puertas y las ventanas. En muchas ocasiones, cuando no tenía demasiada prisa, cediendo a su insistencia, Platt sacaba el estuche y, sentado sobre su mula, interpretaba una canción para una multitud de niños que gustosamente se congregaban alrededor de él en la calle.
No puedo imaginar cómo habría podido soportar todos aquellos largos años de cautiverio de no haber sido por mi amado violín. Gracias a él pude entrar en casas grandes, librarme de muchos días de tedioso trabajo en el campo, comprar algunos objetos para la cabaña, pipas, tabaco e incluso algunos pares de zapatos, así como alejarme de la presencia de mi severo amo y poder disfrutar de momentos de jovialidad y alborozo. El violín fue mi compañero, mi amigo del alma. Tocaba alegres canciones cuando me sentía feliz, e interpretaba suaves melodías cuando estaba triste. A menudo, a medianoche, cuando no podía conciliar el sueño en la cabaña y mi alma se sentía inquieta y preocupada al contemplar mi destino, tocaba para mí mismo y su sonido me sosegaba. En los días sagrados del Señor, cuando nos permitían una o dos horas de descanso, me acompañaba hasta algún recodo tranquilo a orillas del río y, alzando su voz, me hablaba amablemente. Gracias a él se me conoció en todo el país, hice amigos que de no ser por él jamás se habrían fijado en mí, me proporcionó un lugar honorable en las fiestas anuales, y recibí ovaciones y una calurosa bienvenida en el baile de Navidad. ¡El baile de Navidad! Oh, sí, vosotros, muchachos que buscáis el goce, y vosotras, hijas de la holganza, que os movéis con pasos comedidos, lánguidos y lentos por el ovalado salón, si queréis ver lo que es celeridad, o lo que es la poesía del movimiento, o la genuina, rampante y desenfrenada felicidad, bajad hasta Luisiana y veréis cómo bailan los esclavos bajo las estrellas de una noche navideña.
Aquella Navidad en particular de la que me acuerdo en este momento, cuya descripción servirá para describir cualquier otra, la señorita Lively, sirvienta del señor Stewart, y el señor Sam, esclavo del señor Roberts, abrieron el baile. Todo el mundo sabía que Sam sentía una ardiente pasión por Lively, al igual que uno de los sirvientes de Marshall y otro de los hijos de Carey, ya que Lively era realmente guapa y una coqueta que disfrutaba rompiendo corazones. Fue toda una victoria para Sam Roberts cuando, levantándose de la mesa, Lively le tendió la mano para iniciar el primer baile, manifestándole así su preferencia por encima de los demás rivales. Ellos se quedaron un tanto alicaídos y de buena gana se habrían dejado llevar por la furia y se habrían abalanzado contra el señor Sam para pegarle. Sin embargo, no había un ápice de cólera en el plácido corazón de Samuel mientras sus piernas volaban como los palos de una batería, deslizándose desde fuera hasta el centro, al lado de su cautivadora compañera. Todos los presentes los animaban con gritos y, entusiasmados por los aplausos, ellos continuaban brincando hasta que los demás, exhaustos, se detenían unos instantes para recuperar el aliento. Pero el esfuerzo sobrehumano de Sam acabó venciéndolo y tuvo que dejar a Lively sola, dando vueltas como una peonza. En aquel momento, uno de los rivales de Sam, Pete Marshall, avanzó y, con todas sus ganas, empezó a saltar, a moverse y a adoptar todas las posturas posibles, como si estuviera decidido a demostrarle a la señorita Lively, y a todo el mundo, que Sam Roberts no estaba su altura.
Sin embargo, su entusiasmo era superior a su discreción, y aquel ejercicio tan violento acabó pronto con sus fuerzas, hasta que se dejó caer como un saco vacío. Había llegado el momento de que Harry Carey intentara jugar sus bazas, pero Lively no tardó en dejarlo resollando y, entre ovaciones y gritos, continuó danzando y conservando su merecida reputación de ser la bailarina más rápida de toda la orilla del arroyo.
Cuando uno acaba, otro ocupa su lugar, y el que aguanta más tiempo bailando recibe la más estrepitosa ovación, y así continúa el baile hasta el amanecer. Si cesa el sonido del violín interpretan una música oriunda de aquella tierras. Se llama «juba» y va acompañada de una de esas canciones insulsas que se componen más para adaptarse a ciertos pasos o melodías que para expresar una idea en particular. La juba se baila dándose palmadas en las rodillas, dando palmas, golpeándose el hombro derecho con una mano, el izquierdo con la otra, mientras al mismo tiempo se dan zapatazos y se canta una canción como esta:
Two overseers and one little nigger.[7]
Harper’s creek and roarin’ ribber,
Thar, my dear, we’ll live forebber;
Den we’ll go to de Ingin nation,
All I want in dis creation,
Is pretty little wife and big plantation.
Estribillo:
Up dat oak and down dat ribber,
Two overseers and one little nigger.[7]
Y si la letra no se adapta a la música, entonces puede que lo haga la de «Old Hog Eye», cuya letra solemne y conmovedora no se puede apreciar a no ser que se viva en el sur. La canción dice así:
Who’s been here since I’ve been gone?
Pretty little gal wid a josey on.
Hog Eye!
Old Hog Eye!
And Hosey too!
Who’s been here since I’ve been gone?
Never see de like since I was born,
Here come a little gal wid a josey on.
Hog Eye!
Old Hog Eye!
And Hosey too![8]
O puede que la siguiente, que también carece de sentido, pero tiene mucha gracia cuando se escucha en boca de un negro:
Old black Dan, as black as tar,
Ebo Dick and Jurdan’s Jo,
Them two niggers stole my yo.
Hop Jim along,
Walk Jim along,
Talk Jim along,
Old black Dan, as black as tar,
He dam glad he was not dar.
Hop Jim along,[9]
Durante los demás días de vacaciones, después de Navidad, se les proporciona pases y se les deja ir adonde quieran, dentro de una distancia limitada, o si quieren pueden quedarse y trabajar en la plantación, en cuyo caso se les paga por ello, aunque raras veces lo hacen. Se les ve ir a toda prisa en todas direcciones, tan felices como cualquier otro mortal sobre la faz de la tierra. Se convierten en personas distintas a las que son cuando están en los campos; el descanso temporal y la breve ausencia del miedo y del látigo los transforma por completo, tanto en su aspecto como en su conducta. Dedican el tiempo a visitar, entablar y cultivar viejas amistades, puede que algún viejo vínculo, o a disfrutar de cualquier otro placer. Así es la vida sureña durante esos tres días del año, ya que los restantes trescientos sesenta y dos son jornadas de cansancio, de miedo, de sufrimiento y de tedioso trabajo.
Los matrimonios se contraen durante las vacaciones, si es que se puede decir que esa institución existe entre ellos. La única ceremonia que se necesita para entrar en ese estado sagrado es obtener el consentimiento de los respectivos amos. Suelen fomentarlo los amos de las mujeres esclavas. Cada cónyugue puede tener tantos maridos o esposas como le permita el amo, y cada uno de ellos tiene la libertad de desembarazarse a su antojo del otro. La ley establecida para el divorcio o la bigamia no se aplica para la propiedad. Si la esposa no pertenece a la misma plantación del marido, a este se le permite visitarla los sábados por la noche si la distancia no es excesiva. La esposa del tío Abram vivía a siete millas de la de Epps, en Bayou Huff Power. Él tenía permiso para visitarla una vez cada dos semanas, pero, como ya he dicho, se estaba haciendo viejo y, aunque resulte triste decirlo, casi se había olvidado de ella. El tío Abram dedicaba todo su tiempo a meditar sobre el general Jackson; la alianza conyugal estaba bien para los jóvenes y los insensatos, pero no para un filósofo serio y solemne como él.