Dioses y mendigos

Dioses y mendigos


9 La humanidad emergente

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9La humanidad emergente

En el segundo capítulo se nombraron algunas de las especies del género Homo. Todas ellas tuvieron algún tipo de protagonismo en la representación de nuestra historia evolutiva, pero se fueron extinguiendo dejando únicamente un buen número de fósiles y no pocas trazas de su paso por el planeta. He reservado para este capítulo un tramo muy especial de esa historia, porque somos sus actores principales. A partir de un cierto momento del Pleistoceno podemos realizar una trazabilidad algo más convincente de nuestro propio origen. Los neandertales, los denisovanos —de los que ahora escribiré— y los miembros de nuestra especie estamos estrechamente relacionados por lazos genéticos, como ha demostrado un estudio reciente sobre las proteínas del esmalte de la especie Homo antecessor. Esas tres humanidades forman parte del último brote del arbusto de la filogenia humana, que se generó en algún tiempo y en algún lugar. Mientras se marchitaban las ramas postreras, ese último brote pudo mantener la savia de la vida produciendo formas diferentes de ser humano. Los neandertales y los denisovanos sucumbieron por circunstancias adversas, pero nos dejaron su legado genético. Solo quedamos nosotros, como testimonio residual de una filogenia muy diversa y rica en especies. Parece claro que la nueva rama surgió por evolución de algún homínido con un grado de evolución similar al de Homo erectus y Homo ergaster. Hemos de dar respuesta a dos cuestiones esenciales: ¿cuándo y dónde se originó esa humanidad emergente de la que formamos parte los humanos actuales?

NEANDERTALES, DENISOVANOS Y HUMANOS MODERNOS

Antes de contestar esas preguntas, vamos a saber algo más sobre los neandertales, los denisovanos y nuestra relación con ellos. Durante algún tiempo, los neandertales fueron incluidos en una subespecie de Homo sapiens. Sin duda, los expertos que nos han precedido vieron muchas similitudes entre ellos y nosotros. Era la década de 1980 y triunfaba la hipótesis multirregional para explicar el origen de nuestra especie. Se asumía que los humanos modernos habíamos surgido y evolucionado de manera independiente en África y Eurasia. La unidad se habría mantenido gracias al flujo genético entre las poblaciones que habitaban los dos continentes. Pero cuando se extendió la idea de que nuestra especie podía tener un origen africano, único e independiente de lo que pudo suceder en Eurasia, los neandertales volvieron a ser considerados como una especie por derecho propio y se empleó de nuevo el nombre específico Homo neanderthalensis, acuñado por William King en 1864. Su inclusión en Homo sapiens apenas había durado un par de décadas.

Sin embargo, el regreso a la normalidad no significó un alejamiento filogenético de las dos genealogías. Todos los expertos estuvieron de acuerdo en la cercanía temporal entre Homo sapiens y Homo neanderthalensis, y en que compartíamos un origen común. La obtención de la secuencia genómica de nuestra especie y la de los neandertales supuso un salto de gigante. Con toda seguridad, neandertales y humanos modernos habíamos surgido a partir de un antecesor común y la divergencia habría sucedido hace unos cuatrocientos mil años, de acuerdo con las investigaciones llevadas a cabo por los genetistas a comienzos del siglo XXI. Los neandertales llegaron a tener un cerebro más grande que el nuestro, aunque su forma era algo distinta. Su estatura era más baja, y su cuerpo, más ancho y muy robusto, quizá por adaptación al frío de las duras condiciones glaciales del hemisferio norte. La genómica no tardó en confirmar que las similitudes fenotípicas entre los neandertales y nosotros tenían una base genética compartida. Aunque era una conclusión esperada, no por ello teníamos que aceptarla sin las evidencias que la genética puso a nuestra disposición. En realidad, el estudio del ADN de los neandertales fue reconfortante y todos nos sentimos más seguros de nuestras conclusiones basadas en la observación de los restos fósiles. Además, pronto supimos que algunos restos humanos encontrados en el yacimiento de la cueva de Denísova, en Siberia, también tenían una notable proximidad genética con los neandertales. Los datos se han obtenido de tres dientes, una falange y algún resto esquelético, que tuvieron que ser sacrificados para obtener los fragmentos de ADN que aún conservaban.

Figura 12. Comparación entre el cráneo de Homo sapiens y el de Homo neanderthalensis. Nótese que la cara de los neandertales era mayor y más pronunciada que la nuestra. Además, el cráneo de los neandertales era relativamente bajo y alargado, mientras que el cráneo de Homo sapiens tiende a ser esférico. El promedio del volumen del cerebro de nuestra especie tiene un valor inferior al estimado en los neandertales.

 

Creo conveniente dedicar una líneas a este grupo humano, del que seguramente habrán oído hablar las lectoras y los lectores del libro. Pido disculpas a quienes ya conozcan la historia de los descubrimientos científicos más importantes en este lugar. Son muy recientes y se han explicado en numerosos medios de comunicación. No obstante, quizá no sea tan conocido que el yacimiento de la cueva de Denísova (Federación Rusa) se excava desde la década de 1980, y que los primeros restos humanos se hallaron en 1984 (un diente de leche) y en 2000 (un molar superior permanente), datados en unos 190.000 y unos 80.000 años, respectivamente. Sin embargo, este yacimiento saltó a la fama en 2010 cuando se publicó la secuencia del ADN mitocondrial (ADNm) —es decir el material genético presente en las mitocondrias— de la falange distal de un individuo juvenil encontrada en 2008[61]. Esta falange procede del nivel 11 de la secuencia estratigráfica del yacimiento, que se ha datado entre 75.000 y 50.000 años. En este nivel se han obtenido herramientas de piedra no muy diferentes a las que fabricaron los neandertales, así como pequeños objetos de piedra pulidos, que recuerdan a los hallados en yacimientos de Homo sapiens «arcaicos» y se interpretan como objetos de adorno. El ADN mitocondrial de esta falange reveló diferencias suficientemente significativas con el material genético de los neandertales y de los humanos modernos, como para considerar que nos encontrábamos ante un homínido diferente. A partir de ese momento, los genetistas implicados en el proyecto de la cueva de Denísova han conseguido secuenciar fragmentos de ADN mitocondrial y ADN nuclear de dos dientes y de un pequeño trozo de un hueso del brazo o de la pierna[62]. Los resultados han confirmado que los denisovanos fueron un grupo de homínidos distinto a otros conocidos hasta el momento, que divergió de los neandertales hace aproximadamente 640.000 años. A pesar de esa distancia temporal, denisovanos y neandertales hibridaron, posiblemente con notable frecuencia[63]. Además, los denisovanos se mezclaron con las poblaciones humanas modernas en el este de Eurasia. Se sabe que los genes de los denisovanos se encuentran en un porcentaje muy pequeño (aproximadamente un 0,2 por ciento) en las poblaciones del este del continente eurasiático. Sin embargo, la proporción llega hasta el seis por ciento en poblaciones aborígenes de las islas del Pacífico que se incluyen en la región geográfica de Melanesia (Nueva Guinea, Solomon, Fiyi, Vanuatu, entre otras). La hibridación entre denisovanos y aborígenes australianos también fue significativa.

Aunque muchos están convencidos de que los denisovanos son una especie diferente, nadie se ha atrevido a proponer de manera formal un nombre específico para estos humanos. Habría sido una ruptura de las reglas de clasificación taxonómica, que hasta el momento se ha basado en las similitudes y diferencias entre los huesos o cualquier otra parte del cuerpo de los seres vivos. Así que los denisovanos pasaron a ser un grupo real y enigmático, solo conocido por sus genes y por las réplicas de silicona de un par de dientes, una falange y un trocito de hueso no identificado, que tuvieron que ser destruidos para obtener ADN y proteínas. Desde 2019, los denisovanos también se conocen por la mitad derecha de una mandíbula encontrada en 1980 por un monje en un yacimiento del sistema cárstico de Baishiya, en el condado chino de Xihae. La mandíbula se conservó en la Universidad de Lanzhou, hasta que fue recuperada para la ciencia[64]. El yacimiento de Xihae se encuentra en el altiplano del Tíbet, nada menos que a 3.280 metros de altitud. Para determinar su pertenencia al grupo de los denisovanos se emplearon proteínas obtenidas en la dentina, porque la morfología de la mandíbula y los dientes no ofrecían datos suficientes. Lo más interesante del caso es que esta mandíbula tiene 160.000 años de antigüedad, una edad similar a la de los niveles más viejos del yacimiento de la cueva de Denísova. En esa época, una población de homínidos que no pertenecía a nuestra especie había sido capaz de conquistar las alturas. Sin duda, el genoma de esta población incluiría la variante génica del alelo EPAS1, que permite vivir con una presión de oxígeno más baja de lo habitual. Nuestra especie también lo ha conseguido, pero en una fecha mucho más reciente. O tal vez hemos heredado esa variante de nuestro ancestro común.

Con la aplicación de la paleogenómica tuvimos varias certezas: Homo sapiens, Homo neanderthalensis y denisovanos formamos un grupo de homínidos muy próximo. Es más, se podían proponer hipótesis sobre la época de la divergencia de estos tres homínidos. Como expliqué antes, los primeros datos apuntaron a una antigüedad de unos cuatrocientos mil años para la separación de neandertales y humanos modernos. ¿Quizá con esa fecha nos estábamos acercando al momento del origen de esa nueva humanidad emergente?, ¿o todavía habría que retroceder algo más en el tiempo?

Los genetistas querían llegar lo más lejos posible en sus investigaciones, intentando la posibilidad de encontrar material genético en fósiles cada vez más viejos. La marca se batió en 2013, cuando se conoció el ADN de la secuencia mitocondrial de algunos restos humanos recuperados en el yacimiento de la Sima de los Huesos de la sierra de Atapuerca. Y saltó la sorpresa. El ADNm más próximo al de estos humanos, datados en 430.000 años, era el de los denisovanos. Algo más alejado se encontraba el ADNm de los neandertales. Durante muchos años y desde que se encontraron los primeros restos humanos en la Sima de los Huesos, allá por el año 1976, el estudio de los dientes, cráneos, mandíbulas y restos del esqueleto poscraneal llegaba siempre a la misma conclusión: los humanos de este yacimiento de la sierra de Atapuerca estaban muy próximos a los neandertales. Con toda probabilidad, eran algo más que primos lejanos. Pero los denisovanos aparecieron como unos intrusos, que no habían sido invitados a la fiesta. Pasaron solo tres años de incertidumbre para resolver ese enigma, que nos había dejado desconcertados. Lo primero fue saber que los denisovanos se habían separado de los neandertales en algún momento hace entre 650.000 y 400.000 años, como expliqué en un párrafo anterior. Su herencia genética común —hasta un 17 %— permitía que hubieran hibridado en repetidas ocasiones. Es más, ahora sabemos que la cueva de Denísova fue habitada de manera alternativa por neandertales y denisovanos. Definitivamente, estos humanos estuvieron siempre muy cerca los unos de los otros. Si la separación de neandertales y denisovanos podía retroceder hasta hace 650.000 años, el origen de la humanidad emergente podía situarse casi en los inicios del Pleistoceno Medio.

En 2016, la revista Nature publicó la noticia de la secuenciación del ADN nuclear de los humanos de la Sima de los Huesos. Y se cerró el círculo. Estos resultados situaron a los neandertales como los humanos más próximos a la impresionante colección de 7.500 restos humanos del yacimiento de Atapuerca. Los huesos y los dientes no mentían. Además, empezaron a llegar con insistencia los resultados que demostraban la hibridación entre los neandertales y los humanos modernos. Las estimaciones actuales, obtenidas gracias al ADN recuperado en un ejemplar fósil de la cueva de Vindija, en Croacia, sugieren que las poblaciones de Eurasia llevamos en nuestro genoma hasta un 2,6 % de ADN heredado de la hibridación entre los humanos modernos que salimos de África y las poblaciones neandertales con las que coincidimos en nuestra expansión por Eurasia. Como expliqué antes, los denisovanos y Homo sapiens también hibridamos durante nuestro avance por este continente. El porcentaje de ADN común es algo menor, tal vez porque los denisovanos eran un grupo menos numeroso. O quizá tuvimos menos oportunidades para encontrarnos y el ADN de estos homínidos solo se detecta de manera significativa en algunas poblaciones de Homo sapiens.

LA ERA MODERNA DE LA HUMANIDAD

Ahora ya sabemos que los neandertales y sus ancestros más cercanos, los humanos modernos y los denisovanos formamos un grupo relativamente próximo en el tiempo, y que tuvimos un origen común. Podríamos llamarlos de manera conjunta «poblaciones de la era moderna de la humanidad». Pero, con todo lo que ya sabemos, seguimos haciéndonos las mismas preguntas: ¿cuándo y dónde surgieron estas poblaciones? No es sencillo responder a estas cuestiones, pero tenemos algunos datos que han llegado hasta nosotros de manera casual, como casi todo lo que sucede en la ciencia. Se exploran incógnitas pendientes y se obtienen respuestas inesperadas. Vamos a verlo.

Hace ya casi un cuarto de siglo, el equipo investigador de Atapuerca buscaba con ahínco las evidencias incontestables de la presencia humana en Europa en una época anterior a lo que admitía la ciencia oficial. Teníamos algunas pruebas todavía poco consistentes de la presencia de homínidos en la sierra de Atapuerca hace unos novecientos mil años. En contraste con esta hipótesis, la mayoría de expertos apostaba por una primera colonización de Europa hace tan solo medio millón de años. En 1990 habíamos obtenido cuatro herramientas de cuarcita en el nivel TD4 del yacimiento que rellenó durante milenios la totalidad de la cavidad denominada Gran Dolina. Se encontraron por un hecho fortuito, pero eran una realidad incontestable y su datación preliminar parecía muy robusta. En 1993 decidimos explorar todo el yacimiento desde el nivel más alto de la secuencia, TD11, hasta alcanzar de nuevo el nivel TD4. He contado en varias ocasiones estos hechos, que pasarán a la historia de la paleoantropología por su trascendencia. Aunque los hallazgos más importantes de esa exploración preliminar de la Gran Dolina se dieron a conocer ya en 1995, 1996 y 1997 en la revista Science, los resultados globales se publicaron en 1999 en un número especial de la revista Journal of Human Evolution. En ese número especial se expusieron todos los datos científicos obtenidos durante la realización de un sondeo arqueológico de unos seis metros cuadrados en el relleno sedimentario de la Gran Dolina.

Cuando, a mediados de junio, iniciamos la campaña de 1994 regresamos al trabajo de campo con enorme ilusión. Nadie perdía la esperanza de hallar alguna evidencia de que los humanos habían estado en la sierra de Atapuerca hacía más de quinientos mil años. Ese límite temporal se superó en pocos días, pero sin los resultados apetecidos. Todo iba muy deprisa, gracias a la gran experiencia de las cinco personas encargadas de realizar el sondeo. A finales de mes, el grupo de trabajo terminó de excavar sin grandes dificultades el nivel TD7. En esta capa solo se encontraron los restos aislados y en conexión anatómica de un pequeño herbívoro, que pudo acabar dentro de la cueva por una caída casual o por la pericia de algún depredador. Ya sabíamos que la inversión paleomagnética Brunhes-Matuyama[65] —cuyo rastro geológico resulta muy útil para determinar el tiempo geológico de los yacimientos— se había detectado en ese nivel. Ese cambio en la polaridad magnética de la Tierra se produjo hace unos 780.000 años, por lo que ya habíamos superado con holgura los límites de la ciencia oficial para la presencia humana en Europa. A partir de ahí, las esperanzas de encontrar siquiera una herramienta de piedra habían disminuido. Pero el equipo insistió en su trabajo, si cabe con más ilusión. El premio gordo llegó la mañana del 8 de julio, cuando Aurora Martín Nájera recuperó el primer diente humano, al que siguieron otros dos en pocos minutos. El grupo ya exploraba en el nivel TD6, un metro por debajo del límite Brunhes-Matuyama. Aquellos dientes podían tener algo más de ochocientos mil años de antigüedad, como luego se ha demostrado hasta la saciedad con varios métodos y en repetidas ocasiones.

En 1997, tras haber recuperado y estudiado casi un centenar de restos humanos, el equipo investigador de Atapuerca describió y nombró una nueva especie del género Homo: Homo antecessor[66], una de cuyas características más sobresalientes era la de poseer una cara muy similar a la de Homo sapiens. Se propuso entonces que los humanos obtenidos en el nivel TD6 de Gran Dolina podían representar al ancestro común de los neandertales y los humanos modernos, que se buscaba desde hacía pocos años. Al fin y al cabo, Homo antecessor tenía la cara moderna más antigua conocida hasta la fecha. La nueva especie no cayó demasiado mal por el hecho de que en Europa no había más homínidos en el Pleistoceno Inferior que los hallados en la cueva de la Gran Dolina. Pero la hipótesis del antepasado común fue rechazada con gran rotundidad por la comunidad científica. Si nuestra especie se forjó en África, ¿cómo era posible encontrar a su antepasado en los confines occidentales de Europa? Pero el mismo argumento se podía plantear para el caso de los neandertales. La mayoría de ellos se habían encontrado en Europa, por lo que su ancestro también podría ser europeo. El debate estaba servido. Si el ancestro común de las dos especies había salido de África para originar los neandertales, deberíamos encontrar algún rastro de ese viaje en el continente africano. Pero esas evidencias nunca han aparecido. Tampoco se han hallado posibles pistas para pensar en un origen de la humanidad moderna en Eurasia. La cara moderna de Homo antecessor era únicamente una circunstancia discutible y, a todas luces, insuficiente. El debate quedó algo estancado, si bien los detractores de la idea de que Homo antecessor pudiera representar el último ancestro común de Homo sapiens y Homo neanderthalensis conformaban una mayoría abrumadora. Además, y como dije antes, la genética dictó sentencia a principios del siglo XXI al concluir que la separación entre los neandertales y los humanos modernos había sucedido hacía tan solo cuatrocientos mil años. Ya lo hemos visto antes. Por mucho que esa cifra dependiera del valor de la tasa de mutación[67], un número estimado y asumido de común acuerdo por los genetistas, el caso se dio por cerrado durante algunos años. Es más, la especie Homo heidelbergensis[68] ya había sido elegida por los expertos como la candidata oficial para representar el origen de los neandertales y los humanos modernos. El ejemplar tipo de esta especie podía tener unos seiscientos mil años de antigüedad y los fósiles asociados (todos ellos africanos y europeos) se databan en su mayoría alrededor de los cuatrocientos mil años. Homo heidelbergensis se fue edificando con gran ingenio, observando las similitudes entre ciertos cráneos de África y Europa. Se construyó la especie perfecta, a la medida de las ideas que se estaban proponiendo aquellos años.

Sin embargo, los homínidos obtenidos en la Sima de los Huesos aún tenían mucho que aportar. Las dataciones de este yacimiento habían sido siempre muy esquivas y oscilaban entre 250.000 y más de 600.000 años. La horquilla de tiempo era inadmisible para cualquiera. La especie de oso encontrada en la Sima de los Huesos, Ursus deningeri, vivió en Europa durante miles de años y no se extinguió hasta hace unos cien mil años. Así que su presencia en el yacimiento no podía ayudar a determinar la antigüedad de los humanos. Finalmente, varios geocronólogos dieron con la tecla adecuada y la cifra de 430.000 años empezó a repetirse en los análisis. Y además lo hizo con un margen de error muy pequeño. Todo empezó a encajar y la comunidad científica admitió finalmente que esa podía ser la antigüedad de los restos fósiles de los veintinueve individuos identificados hasta la fecha de hoy en la Sima de los Huesos. Fue entonces cuando sonaron las alarmas. Tanto los estudios de las diferentes partes anatómicas como el ADN de estos humanos señalaban su proximidad filogenética con los neandertales. Así que la separación de estos últimos y los ancestros de los humanos actuales tuvo que suceder mucho antes de los cuatrocientos mil años que la ciencia oficial había fijado con toda convicción. En esa fecha ya había, al menos, una población que recordaba en gran medida a los neandertales clásicos de Europa. Tanto es así que, en 2014, los homínidos de la Sima de los Huesos fueron retirados oficialmente de la especie Homo heidelbergensis en un artículo publicado por la revista Science. Sin duda, fue un golpe muy duro para la credibilidad de esa especie como ancestro compartido por nosotros y los neandertales.

La especie Homo antecessor volvió entonces a incluirse en los debates sobre esa cuestión, aunque la hipótesis siempre terminaba por descartarse. El problema es que la especie de la Gran Dolina tiene una antigüedad quizá algo superior a ochocientos mil años y se ha encontrado en Europa. Pensemos por un momento en estos dos hechos. Si Homo antecessor tenía alguna relación con nosotros y con los neandertales, el origen de la humanidad emergente tendría que ser mucho más antiguo de lo que todo el mundo estaba dispuesto a asumir. Además, ¿por qué admitir que el origen de esa nueva humanidad podía encontrarse en la parte más occidental y extrema de Europa? El origen de nuestra especie está en África. Nadie duda de esta afirmación, aunque la ciencia siempre deba estar en duda permanente. Así que definitivamente dejamos a un lado la hipótesis de que Homo antecessor podía ser el ancestro de los neandertales y los humanos modernos. Debíamos seguir pensando e investigando para aportar algo de luz al enigma.

El nivel TD6 del yacimiento de la Gran Dolina fue nuevamente excavado entre los años 2003 y 2006. Esta vez se eligieron poco más de trece metros cuadrados de su parte externa. Los hallazgos no se hicieron esperar. En esos años, la colección ha llegado a contar con 170 especímenes, que han enriquecido nuestro conocimiento de la especie. Se realizaron un par de tesis doctorales que incluían los fósiles de TD6 y se llevaron a cabo varios estudios puntuales de los restos más representativos de Homo antecessor. Poco a poco fueron emergiendo una serie de caracteres que solo se conocían en los neandertales y en algunos de sus primos europeos, como los de la Sima de los Huesos de Atapuerca. ¿Cómo interpretar esos rasgos, que no encajaban en nuestros esquemas previos? Homo antecessor no solo tenía la cara moderna más antigua conocida, sino que presentaba caracteres compartidos con los neandertales. Sin duda, un enigma endemoniado.

La respuesta no era sencilla, pero llegamos a una conclusión interesante. Los caracteres presuntamente exclusivos de los «neandertales», y que ahora podemos observar en Homo antecessor, serían en realidad rasgos aparecidos hace mucho tiempo y que fueron retenidos por los neandertales. Sencillamente, teníamos que cambiar nuestra forma de comprenderlos. La especie Homo antecessor posee rasgos morfológicos que mucho más tarde se fijaron en los neandertales y caracteres que heredamos nosotros en la cara. Con esas revelaciones está muy claro que tanto los neandertales como nosotros tenemos una parte del ADN de Homo antecessor. Quedamos desconcertados. Homo antecessor había sido rechazado como ancestro común de neandertales y humanos modernos, pero compartía con ellos un buen número de caracteres. Todo un reto para la mente. La especie de la Gran Dolina tendría que estar relacionada de alguna manera con Homo sapiens y con Homo neanderthalensis. Eso era seguro, pero ¿qué tipo de relación?, ¿tendríamos que volver a proponer la hipótesis de 1997?, ¿existen alternativas? Veamos.

Ante estos acontecimientos, algunos colegas reaccionaron y trataron de probar que la cara moderna de Homo antecessor, y en particular la que observamos en el ejemplar juvenil ATD6-69 —conocido desde 2001 como el chico de la Gran Dolina—,[69] habría experimentado transformaciones importantes durante su desarrollo. En la edad adulta, ese joven habría llegado a tener una cara mucho más «primitiva», a tono con la que presentan los miembros de Homo erectus. Así que un equipo alemán puso en marcha una tesis doctoral para averiguar cómo habría sido la cara del chico de la Gran Dolina de no haber fallecido en edad tan temprana. Para ello, la investigadora Sarah Freidline, encargada de realizar el estudio, contó con muchos datos de la cara de los humanos modernos y de otros muchos fósiles humanos. Los modelos de la trayectoria de crecimiento creados con estos datos llegaron a la conclusión de que el chico de la Gran Dolina habría seguido teniendo la misma cara moderna de haber llegado a vivir muchos más años. En cierto modo, ya lo sabíamos, porque la colección de Homo antecessor incluye una parte de la cara de un adulto. Aunque se trata de un fragmento relativamente pequeño, su morfología también es muy similar a la nuestra.

A pesar de que teníamos cierta seguridad en nuestras conclusiones, la verdad es que respiramos aliviados gracias a un trabajo realizado de manera independiente por una persona ajena a nuestro equipo. No obstante, la publicación de los resultados de esa tesis en una revista científica exponía una hipótesis alternativa para explicar la cara moderna de Homo antecessor. Según esa propuesta, la cara moderna pudo aparecer varias veces, en distintas regiones geográficas y en diferentes momentos del último millón de años. En otras palabras, la cara moderna de Homo antecessor habría surgido por convergencia evolutiva[70].

Enseguida publicamos un trabajo sobre el modelo de crecimiento óseo de las células que forman el hueso aplicado a la cara del fósil ATD6-69. Los datos eran concluyentes. La cara del chico de la Gran Dolina seguía un modelo de crecimiento celular prácticamente idéntico al nuestro en el momento de la muerte de ese individuo. Si realmente se había producido una convergencia en varias poblaciones de homínidos, las similitudes en el crecimiento celular habrían sido asombrosas. Y no se trataba solo de estudiar la forma de la cara. Si se examina con atención la anatomía del rostro, sabremos que esta parte de la cabeza está relacionada con el resto del cráneo de una manera muy íntima, incluyendo todo lo que se refiere a la biomecánica de un sistema que funciona de manera integrada. Además, las funciones fisiológicas que la cara comparte con otras regiones próximas no son pocas, incluyendo la propia respiración.

Desde hace tiempo se ha introducido en evolución el concepto de modularidad para intentar comprender cómo ciertas partes de los organismos evolucionan de manera independiente con respecto a otras. Los seres vivos estaríamos formados por módulos anatómicos, que responderían de manera diferencial ante presiones selectivas. Ahora bien, ¿cómo podemos identificar los límites de un módulo? Es evidente que si estudiamos la forma de las piernas y del cráneo de un mamífero veremos pocas relaciones anatómicas y podremos aceptar que las extremidades pueden modificarse con el tiempo y de manera relativamente independiente a como lo hace el cráneo. Pero si estudiamos las diferentes regiones de las extremidades, podremos comprobar que no existe independencia entre sus partes. La complejidad de las patas de un mamífero incluye huesos, músculos, tendones, vasos sanguíneos, nervios, etc. Si todo esto es correcto, la forma del rostro no puede entenderse como una región independiente de límites bien definidos y funciones exclusivas separadas del resto del cráneo. Es por ello que la convergencia evolutiva no es un concepto que se pueda aplicar con ligereza a esta parte anatómica y menos en organismos que están estrechamente relacionados y que han existido en tiempos muy próximos. Por ejemplo, el concepto de convergencia nació para entender funciones similares en órganos de especies distanciadas por millones años. Cuando los mamíferos y las aves regresaron al agua, modificaron ciertas partes anatómicas para nadar y ser tan eficaces como los peces en su desplazamiento por el agua. Esas partes siguen caminos embrionarios diferentes, pero asumen funciones similares.

En definitiva, las facciones de Homo antecessor podían ser admitidas como la cara moderna más antigua conocida en la historia evolutiva de la humanidad sin ningún género de dudas. Los neandertales modificaron su cara de una manera exclusiva a partir de un rostro que prácticamente ya era como el nuestro. Y también transformaron el resto del cráneo a tono con lo que sucedió en la cara, tal vez para encontrar un equilibrio biomecánico adecuado. Los neandertales tienen un parentesco genético demostrado con nosotros, pero la forma de su cara es derivada. Se han realizado muchos estudios para intentar comprender las peculiaridades del rostro de los neandertales. Quizá se adaptaron al frío glacial del hemisferio norte; tal vez la morfología de su cara y de todo el cráneo respondió a un proceso biomecánico debido a la masticación de alimentos de cierta consistencia o al uso de los incisivos y caninos como una especie de «tercera mano». No hay una respuesta convincente, pero lo cierto es que los neandertales tuvieron un rostro muy peculiar, mientras que nosotros hemos conservado la cara que apareció por primera vez en Homo antecessor. Con cada nueva investigación las cosas se iban complicando. Había que ir poniendo cada pieza del puzle en su sitio. No era sencillo, porque cada propuesta tropezaba con algún obstáculo. Así que deberíamos olvidar muchos aspectos asumidos desde el principio y empezar de nuevo, buscando escenarios alternativos.

¿ESTÁ EN ÁFRICA EL ORIGEN DE LA HUMANIDAD EMERGENTE?

La pregunta de este apartado tiene mucha miga. ¿Cómo me atrevo a dudar del origen de nuestra especie en África? Ahora veremos que todo puede tener una explicación y una lógica. Pero antes hemos de reflexionar con honradez y reconocer que tenemos en la cabeza un dibujo de los continentes con límites bien definidos porque así lo hemos estudiado desde niños. Cada continente tiene su nombre, que responde a una convención, a un acuerdo general que permite entendernos. Sin embargo, las fronteras imaginarias entre ellos las hemos puesto nosotros. África y Eurasia no son entidades independientes, sino que están conectadas y tienen rasgos geológicos comunes. Por ejemplo, es interesante recordar que el Gran Valle del Rift africano, en el que se está abriendo la brecha que terminará por formar un nuevo continente, continúa por el mar Rojo y termina en el valle del río Jordán, fuera ya de las fronteras convencionales de África. ¿Qué quiero decir con todo esto? ¿Adónde quiero llegar?

Tenemos encima de la mesa varias piezas del rompecabezas de la humanidad emergente que deben encajar:

1.

Homo antecessor

presenta caracteres dentales y óseos que heredaron los neandertales y la cara moderna más antigua que se conoce hasta la fecha. Esta especie se ha localizado en el extremo más occidental de Eurasia.

2.

Homo sapiens

apareció por primera vez en África y es una pieza fundamental de la humanidad emergente.

3.

Homo neanderthalensis

se ha encontrado en Eurasia, particularmente en Europa, centro y suroeste de Asia. Esta especie es parte esencial de la humanidad emergente.

Podríamos juntar las dos últimas piezas, como hicieron algunos colegas hace algunos años. Los neandertales y los humanos modernos tendríamos un origen común en África. Mientras que nuestros antepasados se quedaron en el continente africano, los ancestros de los neandertales se movieron hacia Eurasia. Pero, ya lo dije antes, no hay evidencias de ese viaje de los neandertales. Además, Homo antecessor es un inconveniente sobrevenido. Tiene que encajar en el puzle de alguna manera. Para empezar, recomiendo que dejemos de pensar en los continentes como unidades aisladas. Resulta que África y Eurasia están conectadas por una vasta región, que incluye diferentes territorios en los que hoy en día se ubican países como Irak, Israel, Jordania, Líbano, Siria o Turquía. Estoy hablando del suroeste de Asia o lo que muchos conocen como Próximo Oriente. En realidad, y desde un punto de vista estrictamente geográfico, esa enorme región representa la conexión directa entre África y Eurasia a través del Corredor Levantino. Este corredor y las tierras colindantes representan un verdadero cruce de caminos entre los dos grandes continentes. El Corredor Levantino está bien delimitado por una franja estrecha de territorio entre el Mediterráneo y los desiertos que ocupan parte de países como Irak, Jordania y Siria. ¿Pudo ser el suroeste de Asia el lugar donde se originó la humanidad emergente? Es una hipótesis interesante. Veamos.

Por descontado, al realizar esta propuesta no me estoy olvidando de un problema muy importante. Hoy en día, el paso desde África hacia Eurasia por ese corredor está muy limitado por la gran barrera del desierto del Sahara. Podemos cruzar con relativa facilidad empleando la tecnología, pero en condiciones naturales el tránsito está vetado para la mayoría de las especies terrestres. Así que la primera cuestión para proponer esta hipótesis es saber si esa región reúne las condiciones adecuadas y si el paso por el Corredor Levantino ha sido posible en algún momento del último millón de años. En la actualidad, hay zonas extremadamente secas en ese vasto territorio, como el desierto del Néguev, mientras que otras tienen un clima muy aceptable. En particular, las regiones próximas a la costa reciben influencia marítima y sus temperaturas son templadas. En nuestros días, esas zonas podrían mantener una población de dimensiones razonables, con una densidad baja pero más alta que la que habría durante el Pleistoceno. Durante las épocas glaciales, el hemisferio norte quedó en gran parte cubierto por el hielo. Los inviernos eran muy fríos, y los veranos, cortos y templados. Las especies europeas se refugiaron en parajes con influencia mediterránea. Es muy posible que durante las épocas glaciales todo el Próximo Oriente tuviera un clima mucho mejor que el actual, con más precipitaciones y, por tanto, con una vegetación adecuada para sostener poblaciones numerosas de diferentes especies. En ecología se emplea cada vez con más frecuencia el anglicismo hotspot para nombrar aquellas zonas en las que la biodiversidad es mayor que en otros lugares del planeta y se encuentran seriamente amenazadas por la actividad humana. En estos «puntos calientes» existe una mayor probabilidad para la formación de nuevas especies. Por ejemplo, toda la cuenca del Mediterráneo se incluye actualmente en la lista de los hotspot del planeta. Y, con seguridad, la riqueza de esta región biogeográfica se mantuvo durante todo el Pleistoceno en Próximo Oriente, cuando las oscilaciones climáticas diezmaban las especies del hemisferio norte. Así que la primera condición se cumple sin problemas. El suroeste de Eurasia fue, sin duda, el refugio de numerosas especies durante las fases más frías de las glaciaciones del último millón de años.

La segunda condición es más problemática, porque muchos investigadores están convencidos de las dificultades para el tránsito entre África y Eurasia a través del Corredor Levantino. El estudio paleontológico de los grandes mamíferos puede ser una referencia muy clara en ese sentido. La identificación de las especies encontradas en yacimientos del Pleistoceno Inferior, como Ubeidiya, en Israel, y Dmanisi, en la actual República de Georgia, nos habla de una puerta abierta entre África y Eurasia en momentos concretos. Si bien muchas de las especies del yacimiento de Dmanisi son de origen eurasiático, otras migraron desde África. No puede extrañarnos, porque los humanos fuimos los primeros en hacerlo. Seguramente, las condiciones en África pasaron por un momento crítico y muchas especies se movieron hacia el norte buscando mejores recursos. Hipopótamos, hienas, tigres dientes de sable, babuinos, antílopes, équidos, jiráfidos o avestruces emigraron hacia el norte. Si los humanos consumíamos algunos de estos animales, aunque fuera mediante prácticas carroñeras, es lógico que nos moviéramos tras ellos.

Mediante la combinación de datos arqueológicos, geológicos, climáticos y medioambientales, los investigadores italianos Ernesto Abbate y Mario Sagri sugirieron en 2011 que los homínidos se dispersaron fuera de África durante cuatro ventanas de tiempo antes de la definitiva salida de Homo sapiens. La primera habría ocurrido hace entre 2,0 y 1,6 millones de años y se corresponde con los datos observados en el yacimiento de Dmanisi. La segunda se habría producido hace entre 1,4 y 1,2 millones de años. Un tercera habría sucedido hace entre 1,0 y 0,8 millones de años, mientras que la última se podría situar hace entre 1,0 y 0,6 millones de años. Después de ese momento y según Abbate y Sagri, la puerta se habría cerrado hasta que Homo sapiens intentó atravesar el Corredor Levantino e iniciar su dispersión por Eurasia hace unos 130.000 años. Abbate y Sagri solo hablan del paso desde África hacia Eurasia, pero ¿y por qué no al contrario? Pienso que estos investigadores se dejaron llevar por una corriente general muy difícil de cambiar. Desde siempre se ha pensado que África ha sido origen y no destino de los humanos del pasado. Tal vez sea el momento de abrir la mente a nuevas ideas.

Las glaciaciones ocurridas en el planeta al menos desde hace siete millones de años extendieron la barrera del Sahara de manera impresionante. El desierto ocupa buena parte de África y la península arábiga. Pero no podemos guiarnos por lo que vemos en la actualidad. Muchos especialistas estudian aquellos momentos en los que una parte sustancial del Sahara ha podido reverdecer. ¿Un Sahara verde? Parece imposible, pero así sucedió en momentos determinados del Pleistoceno. No es que todo el inmenso territorio ocupado hoy en día por este desierto se transformara en un espléndido vergel. Pero en esos períodos se producían corredores naturales a través de cursos fluviales, que conectaban lagos entre sí y con el mar Mediterráneo. Cada una de esas oportunidades climáticas habría sido aprovechada por muchas especies (incluidos los homínidos) para expandir su área de distribución desde regiones del este y centro de África hacia el norte del continente.

Y aquí es donde entra en juego Homo antecessor, como una posible clave en este rompecabezas tan complicado. En 2017 iniciamos relaciones profesionales con el científico italiano Enrico Cappellini, que lleva a cabo sus investigaciones en la Universidad de Copenhagen. Enrico estaba empezando una línea de investigación que le permitiera identificar proteínas en restos fósiles muy antiguos y en los que el ADN ya no se conserva. Las proteínas son el resultado de la expresión de los genes. Así que su posible identificación es una manera indirecta de llegar hasta una secuencia genética perdida por el paso del tiempo. Enrico estuvo en el Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana de Burgos y pudo ver toda la colección de fósiles de Homo antecessor. Venía bien recomendado por nuestro amigo y colega Carles Lalueza, investigador del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y me causó muy buena impresión. Era un investigador muy serio con una propuesta muy sugerente. Así que le proporcioné dos muestras para el análisis. Una de ellas estaba formada por fragmentos de huesos no identificados, que podían contener restos de varias especies, incluida Homo antecessor. Durante las excavaciones se recoge todo, aunque sea imposible de identificar. Siempre puede ser de utilidad, como en este caso. Enrico se llevó también un trozo de diente, que durante las excavaciones pudo identificarse como perteneciente a Homo antecessor, a pesar de que su tamaño no era mayor que la uña del dedo meñique. Ese trozo de diente ya había sido utilizado para otras investigaciones, incluida la primera datación directa del nivel TD6 mediante un fósil humano. Un año más tarde, Enrico Cappellini me confirmó que el análisis de los restos de hueso había sido negativo, pero que el esmalte del fragmento de diente aún conservaba proteínas. Sus primeros resultados me llegaron enseguida. No solo eran muy interesantes, sino realmente excitantes. Parecía claro que Homo antecessor estaba relacionado de alguna manera con los neandertales y con nuestra propia especie. La morfología de los huesos fósiles no mentía. Las proteínas se sumaban a las evidencias encontradas en la cara y a los caracteres compartidos con los neandertales. Pero había una novedad importantísima en los resultados de Enrico: Homo antecessor también estaba emparentado con los denisovanos. En otras palabras, la especie de la Gran Dolina está claramente relacionada con las poblaciones de la era moderna de la humanidad. Ya solo quedaba resituar a la especie en el escenario que habíamos concebido.

El estudio de las proteínas de Homo antecessor fue publicado por la revista Nature el día 1 de abril de 2020. Esa publicación fue la última evidencia para demostrar que Homo antecessor está relacionado con el conjunto de poblaciones de la era moderna de la humanidad. Los resultados del análisis de las proteínas sugerían que Homo antecessor podría considerarse un linaje hermano de los neandertales, los denisovanos y nosotros mismos. El origen de todos ellos tiene que ser muy antiguo. Como dije antes, la separación de los neandertales y los humanos modernos se ha ido retrasando gracias a la datación del yacimiento de la Sima de los Huesos y a medida que se calibraba mejor la tasa de mutación. Ahora ya se habla de una horquilla de tiempo entre 550.000 y 765.000 años para esa divergencia. Es más, en 2010, Richard Green, Svante Pääbo y su equipo se atrevieron a dar una cifra de 825.000 años para la separación entre los neandertales y los humanos modernos cuando publicaron el primer borrador de la secuencia genómica de los neandertales en la revista Science. Otros genetistas han estimado de manera independiente que la divergencia entre la rama de los denisovanos y los neandertales y la rama que dio origen a la humanidad pudo suceder hace unos 800.000 años[71]. No se nos escapa que esa cifras prácticamente coinciden con la fecha estimada para la antigüedad de la especie Homo antecessor.

Antes de seguir vamos a recapitular. Homo antecessor, neandertales, humanos modernos y denisovanos estamos estrechamente emparentados y seguramente compartimos un origen común, cuyo momento temporal se va retrasando cada vez más. Es un avance importante, aunque hemos de confirmar su origen en alguna localización todavía por precisar. Como expliqué antes, el suroeste de Asia es la región que nos parece el lugar más adecuado para buscar ese punto geográfico. Pero hay que presentar datos convincentes.

Un dato interesante para responder a esa cuestión es que Homo antecessor tiene un sello europeo muy característico. Esa información no procede del estudio de las proteínas, sino de la tesis de María Martinón. Durante la realización de su tesis doctoral, esta investigadora encontró diferencias significativas entre las poblaciones pleistocenas de África y las de Eurasia, con patrones de morfología dental dispares, que permitían su distinción. La especie Homo antecessor conserva muchos rasgos arcaicos en la dentición compartidos con las especies más antiguas del género Homo. Pero otras características dentales sugieren su pertenencia al club europeo. No podía ser de otra manera, porque al fin y al cabo esta especie se ha encontrado en Europa. Así que Homo antecessor apunta a un origen eurasiático, no solamente para sí misma, sino para la población de la que procede. Una pieza más para el puzle.

Ahora tenemos que volver de nuevo a los rasgos faciales. Ya sabemos que la cara moderna más antigua se encuentra en los fósiles de la Gran Dolina. Nos queda seguir el rastro de esta morfología. Por ejemplo, se han citado casos algo más recientes en Asia. Los homínidos encontrados en los yacimientos de Zhoukoudian y Nankín, en China, tienen una cara que recuerda sobremanera a la de Homo antecessor. Estamos hablando de yacimientos que tienen una antigüedad de entre cuatrocientos mil (Nankín) y de casi ochocientos mil años para los niveles con restos arqueológicos y paleontológicos de Zhoukoudian. Tenemos que recordar, no obstante, que los homínidos de este último yacimiento se perdieron durante la segunda guerra mundial y solo se conservan reconstrucciones en escayola, en las que pudo emplearse no poca imaginación. Quienes realizaron esas copias hace casi ochenta años apenas sabían nada de lo que hoy se conoce sobre evolución humana. Pero podemos apostar por esas reproducciones a juzgar por otras regiones del cráneo. Y si nos fijamos en las evidencias bien contrastadas del registro fósil, una cara como la nuestra no vuelve a encontrarse hasta finales del Pleistoceno Medio, en los yacimientos de Jebel Irhoud, en Marruecos, y Florisbad, en Sudáfrica, que se han datado entre 315.000 y 200.000 años. Así que, de momento, existe una gran laguna temporal de medio millón de años entre la evidencia de la primera cara moderna —Gran Dolina, en Europa— y la de la segunda —Jebel Irhoud, en África—. Los fósiles chinos representan una especie de isla en mitad de esa laguna, pero todavía no sabemos cómo unir esas piezas a todo el rompecabezas.

La hipótesis que exige menos explicaciones y especulaciones es, sin duda, la del origen de la humanidad emergente en el suroeste de Asia. La población madre de la humanidad emergente pudo evolucionar en un lugar privilegiado, donde se producían intercambios genéticos, donde la posibilidad de que surgieran nuevas formas era elevada y donde las culturas interaccionaban entre sí. De ser correcta esta hipótesis, Homo antecessor podría proceder de una de las poblaciones que vivieron y evolucionaron en ese lugar excepcional. Allí pudo surgir la cara moderna y extenderse hacia África, Asia y Europa. En el Viejo Continente no tenemos más evidencia que la representada por los humanos de la Gran Dolina. En Asia apenas hay registro fósil para saber qué sucedió hace un millón de años, aunque la cara de aspecto moderno de los ejemplares de Zhoukoudian y Nankín debe tenerse muy en cuenta. Algunos autores, como Russell Ciochon[72], han sugerido que los homínidos de Zhoukoudian no están directamente emparentados con las poblaciones de Homo erectus de Indonesia, sino que entraron en el actual territorio de la actual República de China en otro momento y siguiendo la ruta del norte del Himalaya. ¿Quizá procedían del suroeste de Asia y se originaron también en los albores de la humanidad emergente? Una pregunta muy sugerente.

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