Dioses y mendigos

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10 Expansión de Homo sapiens

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10Expansión de Homo sapiens

Nuestra especie, tal como la conocemos, se originó en África, aunque sus ancestros pudieran viajar desde el suroeste de Asia. Desde que, en 1987, Allan Wilson y Rebecca Cann propusieron la hipótesis de un origen único para nuestra especie en el África subsahariana, y que los medios de comunicación bautizaron como la teoría de la Eva mitocondrial, las investigaciones sobre el ADN y el ARN de las poblaciones de ese continente no han cesado ni un momento. Lo mismo se puede decir de las excavaciones en yacimientos africanos de finales del Pleistoceno Medio. Precisamente, el registro fósil apuntó siempre hacia el este del África subsahariana como la cuna de la humanidad. En el yacimiento de Herto, en Etiopía, por ejemplo, se encontró el cráneo que lleva las siglas BOU-VP-16/1 y que fue reconocido como la subespecie Homo sapiens idaltu. Este cráneo, recuperado en 1997 por un equipo dirigido por Timothy White, tiene una antigüedad de 160.000 años y su aspecto es ya prácticamente idéntico al cráneo de cualquiera de nosotros.

EL DIÁLOGO ENTRE LA GENÓMICA Y LA PALEONTOLOGÍA

Puesto que la evolución biológica se produce con gran lentitud, es muy posible que no hubiera diferencias genéticas muy significativas entre los humanos de Herto y los actuales. Para ser más explícitos, podemos imaginar la posibilidad de que el individuo de Herto hubiera nacido en el seno de una familia del siglo XXI y en un país desarrollado. Con toda seguridad, este individuo habría aprendido su lengua materna. Es más, seguro que podría haber aprendido una segunda o una tercera lengua. ¿Habría sido capaz de ir al colegio y más tarde a la universidad? ¡Pues claro! ¿Por qué no? Quizá a nuestra especie solo le faltaba un hervor en aquellos tiempos lejanos. No lo podemos asegurar con certeza. Pero la genética está avanzando a pasos agigantados y pronto tendremos secuencias muy completas de fósiles tan antiguos como los de Herto. Se podrán comparar secuencias muy largas del ADN de estas poblaciones tan antiguas con el genoma humano. Seguro que se encuentran diferencias, pero estoy persuadido de que serán menores y de matices sin una gran trascendencia. Es más, en África había una gran diversidad de poblaciones, diferentes entre sí, ¿cuál de ellas dio lugar a la población actual?

Según el paleoantropólogo Chris Stringer, el origen embrionario de nuestra especie podría tener una antigüedad de hasta medio millón de años. Habría sido entonces cuando una población de homínidos africanos comenzó a diferenciarse de manera definitiva para convertirse en Homo sapiens. Si la hipótesis que hemos esbozado en el capítulo anterior es acertada y Chris Stringer tiene razón, una población procedente del suroeste de Asia pudo penetrar en África en esa época y empezar ese proceso de diferenciación. La cuestión es saber en qué momento temporal de esa evolución africana podemos decir que un determinado fósil perteneció a Homo sapiens. La cronología y la morfología de los fósiles del yacimiento de Jebel Irhoud, en Marruecos, sugieren que nuestra especie tiene poco más de trescientos mil años. El cráneo 1 de este yacimiento todavía es algo alargado y no tan redondeado como el nuestro. Además, el mentón de la mandíbula de Jebel Irhoud no era tan prominente como el de las poblaciones recientes, que presumimos de tener una protuberancia en la parte anterior de la mandíbula elegante y muy peculiar. Pero, en cualquier caso, el cráneo Jebel Irhoud 1 está anunciando la inminente aparición de los humanos de aspecto moderno.

Las investigaciones sobre el ADN de un número muy importante de individuos obtenidos en poblaciones de todo el continente de África están tratando de dibujar un escenario cada vez más completo sobre el origen de Homo sapiens. Algunos científicos[77] han apostado por un origen de nuestra especie en el sur de África, porque allí se encuentran los grupos humanos con la historia genética más antigua del continente, como los bosquimanos. Otros investigadores son partidarios de un origen múltiple de Homo sapiens en varios lugares de África[78]. Esta última hipótesis ha promovido una nueva visión sobre el origen de nuestra especie: ¿Es posible que la mayor parte de la población africana de finales del Pleistoceno Medio haya participado en la formación de Homo sapiens? De ser así, el flujo genético entre todas las poblaciones africanas de entonces habría sido continuo y habría contribuido a la generación de un ser humano muy similar al que hoy en día puebla todos los rincones del planeta. Poco a poco se está imponiendo la idea de un origen panafricano de nuestra especie, en el que habría participado buena parte de la diversidad de grupos que poblaban el continente africano durante el Pleistoceno Medio. El final de este proceso daría lugar a una población muy concreta. Y los humanos de esa población aprovecharon la ocasión que les brindó uno de los períodos de reverdecimiento del Sahara para moverse hacia el norte y, a continuación, expandirse primero por toda Eurasia y, después, hace más de veinte mil años, iniciar la ocupación del continente americano. Pero no adelantemos acontecimientos y veamos con cierto detalle lo que pudo suceder hace unos 130.000 años, cuando el clima permitió la colonización de los desiertos del norte de África. El relato sobre nuestro origen se ha ido complicando en los últimos años. Todo es mucho más enrevesado, pero también más interesante.

Figura 14. Recreación de Homo sapiens idaltu, realizada a partir del cráneo hallado en la localidad de Herto (Etiopía) y datado en 160.000 años. Las facciones y el tamaño del cerebro del ser humano al que perteneció este cráneo ya eran prácticamente idénticas a las de las poblaciones humanas recientes.

ÉXODO

Puesto que los miembros de nuestra especie habitaban las tierras ocupadas hoy en día por los actuales estados de Etiopía, Eritrea, Somalia y la República de Yibuti, teníamos la oportunidad de escaparnos hacia la península de Arabia a través del estrecho de Bab el-Mandeb. El brazo de mar entre la región actualmente ocupada por el pequeño Estado de Yibuti y la península de Arabia tiene una longitud de unos treinta kilómetros y una profundidad de poco más de trescientos metros. El estrecho de Bab el-Mandeb conecta el mar Rojo con el golfo de Adén y separa las tierras del cuerno de África y de la península arábiga. La hipótesis de que nuestros ancestros cruzaron el estrecho de Bab el-Mandeb cobra fuerza por el hallazgo de herramientas de piedra muy similares a las que fabricaban nuestros antepasados africanos en el yacimiento de Jebel Faya, en Sharjah. Este lugar se localiza en el actual Estado de los Emiratos Árabes Unidos y muy próximo al estrecho de Ormuz, en el extremo más oriental del sur de la península de Arabia. Las herramientas de piedra halladas allí tienen una antigüedad aproximada de 125.000 años y son muy similares a las que se fabricaron en África hace entre 280.000 y 50.000 años, en el período que los expertos denominan «Middle Stone Age». Los descensos del nivel del mar durante épocas glaciales pudieron facilitar el paso por los estrechos de Bab el-Mandeb y Ormuz. Durante la llamada guerra del Golfo, librada entre 1990 y 1991, el estrecho de Ormuz se hizo tristemente célebre. Este pequeño brazo de mar se encuentra entre los actuales estados de Kuwait e Irán, y se nombra con frecuencia en los medios de comunicación por ser el lugar de paso de los grandes petroleros en su salida desde el golfo Pérsico hasta el océano Índico. Pues bien, esa pequeña franja de mar pudo ser utilizada por nuestros ancestros para transitar hacia otras regiones del sur de Asia.

Los datos publicados en 2014 por un equipo de genetistas liderados por Gisela Kopp han resultado sorprendentes y suponen un dato indirecto para testar la posibilidad del paso de los humanos por el estrecho de Bab el-Mandeb. Este grupo de investigación estudió la población de papiones que viven en el este de África y los que lo hacen en la costa oriental de la península arábiga. Los papiones son primates africanos; pertenecen a la especie Papio hamadryas y se supone que fueron transportados hasta la península de Arabia por los antiguos egipcios hace unos 2.500 años. Existen ilustraciones de esa época en las que se ven papiones en embarcaciones egipcias navegando por el mar Rojo. Todo parecía cuadrar. Sin embargo, los análisis del ADN han demostrado que los ejemplares de Papio hamadryas de la península arábiga se separaron de sus congéneres africanos hace al menos 130.000 años. La cifra coincide con el posible tránsito de nuestra especie por Bab el-Mandeb y nos invita a pensar que tanto los papiones como nosotros mismos tuvimos un paso franco por el cuerno de África hace 130.000 años, justo cuando finalizaba el Pleistoceno Medio. Si el nivel del mar desciende por la acumulación de hielo en los continentes o por algún cambio tectónico que modifique la configuración geográfica de una región, los pasos más estrechos y menos profundos pueden servir de puente para las especies terrestres.

Con el objetivo de contrastar esta hipótesis, ciertos expertos en climatología y oceanografía han diseñado un modelo matemático para simular los cambios en el nivel del mar durante los últimos 120.000 años[79]. Según este modelo, las predicciones arqueológicas y paleontológicas sobre el paso por Bab el-Mandeb son muy factibles. El modelo nos dice que durante dos períodos de tiempo —el primero hace entre 115.000 y unos 100.000 años y el segundo hace entre 80.000 y 15.000 años—, el actual estrecho de Bab el-Mandeb fue una amplia franja de tierra seca que unía el cuerno de África con la península de Arabia. Obviamente, el tránsito de las especies terrestres, incluida la nuestra, entre África y el suroeste de Asia pudo ocurrir con regularidad durante esas etapas. Este modelo es compatible con la posibilidad de que los grupos humanos de Homo sapiens pudieron emigrar desde África hacia el suroeste de Asia por amplios corredores y en diferentes períodos del Pleistoceno Superior, cuando las condiciones climáticas fueron más húmedas que en la actualidad y la disponibilidad de recursos resultó suficiente para vivir en zonas que hoy en día son verdaderos desiertos infranqueables.

El Corredor Levantino también fue un lugar muy favorable para la diáspora de nuestra especie. Pero en este territorio los miembros de Homo sapiens se encontraron con la resistencia de los neandertales. Como expliqué en el capítulo anterior, el suroeste de Asia pudo ser una región privilegiada para la evolución y dispersión de la humanidad emergente, de la que nosotros y los neandertales formamos parte. Una de las poblaciones de Homo neanderthalensis ocupaba el Corredor Levantino hace 130.000 años. Los miembros de esta población no eran muy diferentes de nosotros, porque se habían originado de una misma madre. Además, su cultura estaba muy desarrollada, precisamente por vivir en un cruce de caminos. El yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov, en Israel, que se ha datado en ochocientos mil años, representa un ejemplo extraordinario de desarrollo cultural avanzado en el Corredor Levantino. En este lugar se encuentra una de las evidencias más antiguas y consistentes del uso sistemático del fuego. Aunque muchos investigadores defienden la existencia de un logro cultural tan importante en otros yacimientos más antiguos —como veremos más adelante—, podemos afirmar que hace ochocientos mil años el uso de fuego ya se había socializado en el Corredor Levantino, mientras que en esa época la inmensa mayoría de los miembros de otras poblaciones humanas comían alimentos crudos. Los neandertales que vivían en el suroeste de Asia seguramente habían logrado un estatus cultural muy avanzado y es probable que impidieran la salida y posterior expansión de Homo sapiens por la ruta del Corredor Levantino. Nos quedamos allí durante ochenta mil años, sin avanzar un centímetro. A escala geológica, ese tiempo es un suspiro; pero a escala humana, una resistencia tan prolongada de los neandertales ante el avance de Homo sapiens es una eternidad. Nadie sabe qué sucedió realmente, aunque podemos imaginar que las poblaciones establecidas en el Corredor Levantino, bien conocidas por algunos yacimientos como el de la cueva de Es Skhül, en el Monte Carmelo, estaban perfectamente asentadas en su territorio y lo sabían defender. Ese lugar data de hace entre 80.000 y 120.000 años. Curiosamente, el yacimiento de la cueva de Jabel Qafzeh tiene la misma antigüedad y está situado a muy poca distancia de Es Skhül. En Jabel Qafzeh se han obtenido restos humanos de Homo sapiens con un aspecto algo más robusto que el de la mayor parte de nosotros. Este hecho llegó a confundir a quienes realizaron los hallazgos, allá por la década de 1930. Los humanos de Jabel Qafzeh tenían algunas similitudes con los neandertales de la región y podían llegar confundirse con ellos. En las dos cuevas hay tecnología musteriense, que se atribuye a la cultura de los neandertales, pero también hay conchas marinas perforadas. El utillaje de los dos yacimientos invita a pensar que durante ochenta mil años las poblaciones que posiblemente retornaban de África y las que se habían quedado en el suroeste de Asia tenían una estructura genómica no demasiado diferente y que hubo mestizaje entre ellas. Compartieron territorio, objetos materiales y seguramente mucho más que eso. A nadie le extraña ya que los humanos de Es Skhül y Jabel Qafzeh tengan un aire familiar.

Un dato publicado en 2018 en la revista Science invita a la reflexión. Este trabajo, en el que participó el autor de estas líneas, explica los hallazgos en el yacimiento de Misliya[80], localizado en la pequeña cordillera del Monte Carmelo, en el norte del estado de Israel. Ya he hablado antes de este lugar privilegiado para el estudio de la evolución humana, por su concentración de lugares con yacimientos del Pleistoceno. En el yacimiento de Misliya se encontró la mitad de un maxilar humano, con parte del arco cigomático y todos los dientes, que sin duda puede atribuirse a Homo sapiens. La datación del ejemplar Misliya-1 es de 160.000 años. Si esta fecha es correcta, se trataría del resto humano más antiguo de Homo sapiens encontrado fuera de los confines de África. ¿Significa esto que los miembros de nuestra especie nos escapamos mucho antes de la fecha admitida de manera oficial? Para responder a esa pregunta hay que saber si las condiciones ambientales de entonces permitían el paso por el desierto del Sahara desde el este de África. Es posible, por supuesto. Si la fecha de Misliya es correcta, implicaría que los neandertales y los humanos modernos compartimos el mismo territorio durante bastante más de cien mil años, antes de poder avanzar hacia Europa.

Los miembros de nuestra especie también estuvieron en la península de Arabia hace 85.000 años, a juzgar por el hallazgo de una falange humana de esa antigüedad en el yacimiento de Al Wusta[81]. Este lugar se localiza en el actual estado de Omán, en el sur de la península de Arabia. Si tuviéramos ocasión de visitar el desierto de An-Nafud, donde se localiza el yacimiento de Al Wusta, llegaríamos a la conclusión de que nadie pudo vivir allí en ese tiempo. El paraje es inhóspito y solo se puede transitar con camellos o con vehículos todoterreno bien equipados. Pero hace 85.000 años la vida se abría camino en ese territorio, con una vegetación suficiente para albergar poblaciones de mamíferos terrestres. Si los humanos de Al Wusta habían llegado del norte, tras atravesar el Corredor Levantino, o si procedían de la salida por Bab el-Mandeb quizá nunca lo sepamos. Pero lo cierto es que nuestra especie ya estaba fuera de África en esa época. Aún no habíamos pisado los territorios europeos, pero tal vez habíamos alcanzado el sur de China. Veamos esos datos, empezando por nuestro continente.

HACIA LOS CONFINES DEL PLANETA

Tras la definitiva salida de África, uno de los destinos más próximos para Homo sapiens era Europa. Es posible que los europeos actuales todavía tengamos por cierto que nuestro genoma es heredero de los primeros humanos modernos que pisaron el continente. Esos colonos tuvieron las competencias necesarias para establecerse en Europa y ocupar los lugares que los neandertales fueron dejando vacíos. A pesar de que hace cuarenta mil años el frío glacial dominaba el hemisferio norte, esos primeros colonos fueron capaces de moverse por buena parte de Europa occidental y dejar su huella en latitudes superiores a los 50° N. Desde luego, fue una proeza que los cazadores-recolectores de nuestra especie tuvieran la posibilidad de llegar a esas latitudes, considerando las condiciones climáticas tan extremas. La cultura facilitó esa dispersión, porque procedíamos de lugares con un clima cálido. Hasta hace poco tiempo, nos teníamos como los descendientes de aquellos valientes pioneros. Pero la paleogenética nos está dibujando un escenario muy diferente. Antes de seguir, es conveniente recordar que los primeros cazadores-recolectores que consiguieron colonizar nuestro continente, hace unos cuarenta mil años, suelen recibir la denominación de cromañones. El nombre procede de los restos de cinco individuos —entre ellos, los de uno infantil de corta edad— encontrados en 1869 en la entrada de la gran cueva de Cro-Magnon por el geólogo Louis Lartet (1840-1899). Esta cueva se localiza en el departamento de Dordoña, en el suroeste de Francia, y fue declarada patrimonio de la humanidad por la Unesco en 1979. Los restos humanos, asociados a industrias líticas de tipo auriñacience y gravetiense, tienen una antigüedad aproximada de treinta mil años. Se conocen varios yacimientos en Francia, Italia, República Checa, etc., que tienen dataciones aún más antiguas. El estudio de su ADNm ha mostrado una cierta diversidad, que también puede verse en los propios restos fósiles. De hecho, durante muchos años se habló de diferentes «razas europeas», de acuerdo con las características craneales de los restos encontrados en varios yacimientos de Francia e Italia. Por supuesto, ese concepto ha sido superado y lo único que se puede afirmar es que, muy probablemente, Europa fue acogiendo emigrantes durante varios miles de años. Esa diversidad debería continuar en la actualidad, pero no es así. A pesar de que fuimos capaces de ocupar territorios situados muy al norte del continente, el intenso frío de la última gran glaciación también afectó a nuestra especie. El declive de los neandertales puede relacionarse con las condiciones climáticas extremas, pero nosotros también fuimos víctimas de la crudeza de los inviernos europeos.

Una investigación reciente[82] ha revelado que los cromañones fueron incapaces de superar el impacto de las últimas fases glaciales del hemisferio norte. La diversidad genética de esos primeros pobladores se redujo de manera drástica hace entre 25.000 y 19.500 años. Y los grupos que resistieron también fueron diezmados por el frío glacial, hasta quedar reducidos a un número casi residual. Esta población era muy homogénea desde el punto de vista genético, según se demostró mediante el estudio de los haplotipos[83] del ADNm de los esqueletos estudiados en esa investigación. Es evidente que los primeros europeos de nuestra especie tuvieron que buscar refugios en regiones templadas del Mediterráneo, como antes que ellos lo hicieron los neandertales. Seguramente, muchos grupos de Homo sapiens se extinguieron durante el Pleistoceno Superior y se produjeron cuellos de botella, que homogeneizaron la población europea antes de la llegada de los primeros agricultores y ganaderos del Holoceno. Podemos afirmar que los actuales europeos tenemos muy poco de la diversidad genética de los cromañones, aquellos primeros colonizadores que fueron testigos de la extinción de los neandertales.

En cuanto al resto de Eurasia, cada vez se van conociendo más datos sobre la expansión demográfica de Homo sapiens. En el mes de diciembre de 2019, quien escribe estas líneas y su colega María Martinón tuvimos ocasión de visitar la cueva de Zhiren de la mano de nuestros colegas del Instituto de Paleontología Humana de Pekín. La cueva de Zhiren está muy cerca de la ciudad de Nanning y a menos de doscientos kilómetros del océano Pacífico. La vegetación de la zona es exuberante y, posiblemente, lo fue también hace ochenta mil años. Es muy posible que en esa época llegaran a la región las primeras poblaciones de nuestra especie, si no antes. En esa cueva tuvimos la suerte de ver el lugar donde en 2007 se encontró un pequeño fragmento de mandíbula, que mostraba un mentón relativamente pronunciado, con todas las características que son propias de esta región anatómica. Recordemos que el mentón es exclusivo de Homo sapiens. Nuestro perfil está perfectamente definido por el mentón, que nos da una personalidad muy marcada en la cara. Junto a la mandíbula aparecieron restos fósiles de dos especies de elefante y de roedores, algunos ya extinguidos. Las últimas dataciones, publicadas en 2016, indican que esta mandíbula tiene una antigüedad de entre 116.000 y 106.000 años. Los paleoantropólogos Liu Wu y Erik Trinkaus, autores principales del estudio de la mandíbula de Zhiren, piensan que en esa época se produjo el mestizaje entre Homo sapiens y Homo erectus y que esta mandíbula es una prueba de ello. Nadie tiene información genética para afirmar una hipótesis tan atrevida, porque la distancia genética entre las dos especies tras su divergencia hace más de 1,5 millones de años seguramente era considerable. ¿Cabría la posibilidad de hibridación después de tanto tiempo? Es posible, y la paleontología molecular nos dará respuestas en poco tiempo. Por el momento, sería preferible proponer que los miembros de nuestra especie nos aventuramos fuera de África hace al menos 120.000 años y que el viaje hasta el sur de China fue relativamente rápido.

También es interesante el yacimiento de la cueva de Fuyan, en el sur de China. Tuve la fortuna de conocer este lugar, situado en la aldea de Daoxian, en la provincia de Hunan, con mi colega María Martinón y de participar en el estudio de 47 dientes de Homo sapiens encontrados en este yacimiento[84]. Junto a los dientes humanos aparecieron centenares de vertebrados de especies, algunas ya extinguidas. Varios de estos restos animales fueron datados en 43.000 años antes del presente, mientras que la capa de carbonato cálcico que cubre por completo la secuencia se ha datado en unos ochenta mil años. Existen algunas dudas sobre este yacimiento, porque los dientes tienen un aspecto muy moderno y presentan caries. Este último problema dental se ha generalizado desde el Neolítico, ligado al exceso en el consumo de azúcares. Sin embargo, nadie sabe qué dieta tuvieron que adoptar las poblaciones que se escaparon de África y que llegaron a territorios desconocidos. Por fortuna, nuestra capacidad adaptativa para consumir cualquier alimento fue providencial para la posibilidad de ir ocupando todo el planeta.

Pero la cueva de Fuyan puede ser la punta del iceberg. Se van conociendo datos en otros lugares del sudeste asiático, que dan testimonio de la presencia de nuestra especie en esta región. Por ejemplo, en 2017 se publicó información sobre varios dientes de morfología compatible con Homo sapiens en el yacimiento de Lida Ajer, en el norte de la isla de Sumatra, que se han datado en 73.000 años antes del presente. Esa fecha coincide, prácticamente, con el inicio de la última gran glaciación. El hielo se fue acumulando en los continentes y el nivel del mar llegó a descender hasta 120 metros, uniendo las actuales islas de Indonesia al sudeste de Asia y conformando el territorio de Sonda. Pero no todos los hallazgos de esa época y otros más recientes pueden explicarse por el notable descenso del nivel del mar.

Ese mismo año se publicaron en la revista Nature la presencia de herramientas en el yacimiento de Madjedbebe, en el norte de Australia, sin duda, fabricadas por humanos modernos. Estas herramientas tienen una antigüedad de 65.000 años. Australia nunca estuvo unida al territorio de Sonda, por lo que tenemos que recurrir a hipótesis alternativas que permitan explicar el paso de los miembros de nuestra especie por el océano.

Ahora lo veremos. Y si no tenemos claro ese dato para aceptar la antigüedad de la colonización de Australia, podemos recurrir al hallazgo del lago Mungo, donde en 1968 el geólogo Jim Bowler encontró los restos de un cráneo, posiblemente femenino, datado en cuarenta mil años por medio del método de carbono 14. El lago Mungo, que en la actualidad está seco, se localiza en Nueva Gales del Sur, a unos 760 kilómetros de la ciudad de Sídney.

Se ha especulado mucho, por cierto, sobre el origen de los aborígenes australianos. Su diversidad cultural y de lenguas ha sido objeto de muchas investigaciones durante todo el siglo XX. Los estudios genómicos están permitiendo avanzar con rapidez en el objetivo de averiguar dónde podemos situar su origen, que durante años se había considerado muy reciente. La investigación del cromosoma Y de una amplia muestra de aborígenes[85] sugiere que la historia de los primeros nativos de Australia se remonta nada menos que al Pleistoceno Superior. Su separación genética de las poblaciones de Homo sapiens, que habían colonizado el sur de Asia, sucedió hace aproximadamente 54.000 años. Los primeros humanos que consiguieron llegar hasta Papúa Nueva Guinea no tardaron en atravesar los 150 kilómetros del estrecho de Torres y dar el salto definitivo al continente australiano. Ya en Australia, las poblaciones se expandieron y dieron lugar a una amplia diversidad cultural y lingüística. Es por ello que el origen de los aborígenes australianos es mucho más antiguo de lo que imaginaron los estudiosos del siglo XX. Afortunadamente, la cultura y las lenguas de estos humanos han llegado hasta nosotros con muy pocos cambios después de un tiempo tan prolongado.

No quiero olvidarme de contar un hallazgo crucial para la reflexión. Me refiero a las figuras decorativas encontradas en la cueva de Lubang Jeriji Saléh[86], que se encuentra en las junglas de la isla de Borneo. Los muros y el techo de esta cavidad están decorados con cientos de siluetas de manos, que se conseguían soplando pintura de óxido de hierro de color naranja con un trozo de caña hueca sobre las palmas apoyadas en la pared. Las manos se manchaban de pintura, pero las siluetas con los dedos quedaban impresas en los muros. Estas siluetas tienen más de cinuenta mil años y suponen la decoración en cueva más antigua de nuestra especie. Además, los científicos encontraron la representación realista de tres toros banteng, un bóvido de la especie Bos javanicus, que muchos miles de años más tarde acabaría por ser domesticado. Estas figuras, que tienen un tamaño de hasta un metro y medio, han sido fechadas en cuarenta mil años. Las muestras para datar se toman de las capas de carbonatos que se escurren con el agua por las paredes de la cueva y terminan por cubrir las pinturas con una capa protectora. Si el agua lleva isótopos de uranio, se puede aplicar el método de la transformación de estos isótopos. Esta fecha es muy anterior a las pinturas hiperrealistas de las cuevas europeas, cuya antigüedad se cifra en unos veinte mil años.

Por supuesto, los expertos no dudan de que estas representaciones artísticas fueron realizadas por miembros de una tribu de nuestra especie. Un dato más para defender que nos expandimos por Asia mucho antes de que pudiéramos ocupar Europa. Allí estaban los neandertales para impedirlo. Pero estas pinturas invitan a la meditación. Aquellos seres humanos eran ya capaces de pintar con gran realismo hace cuarenta mil años. Y mucho antes de ese momento ya tenían muy desarrollado en su mente el concepto de simbolismo, un aspecto de enorme importancia que analizaré en el capítulo duodécimo del libro. El hecho de dejar las siluetas de sus manos en las paredes de la cueva podría parecer solo un juego divertido. Pero quizá fue el modo de expresar su idea de pertenencia al lugar. Esta hipótesis es un tanto especulativa, por supuesto, pero lo que resulta seguro es que ninguna otra especie de primate ocupa su ocio en este tipo de conducta. La ocurrencia de dedicar tiempo a pintar animales en las paredes de las cuevas pudo surgir de manera independiente y convergente en África, Europa y Asia, en distintas poblaciones y en momentos diferentes. Pero si no fue una convergencia cultural, la hipótesis alternativa es que todos los humanos que salieron de África ya llevaban esa capacidad en sus mentes. Las habilidades artísticas tendrían entonces una antigüedad de más de cien mil años. Esta idea puede sorprender, pero no es menos cierto que cuando una manifestación cultural aparece en el registro arqueológico quiere decir que ya se ha socializado o, si se prefiere otro término, ya se ha generalizado en toda la población. Podríamos apostar a que hace más de cien mil años ya éramos grandes artistas en potencia. De ser así, tan solo restaría encontrar las evidencias. Nos podemos equivocar, por supuesto, pero la arqueología es una ciencia que requiere tiempo y paciencia.

Si ciertamente nos escapamos de África hace 120.000 años, conseguimos llegar a los confines del planeta en un suspiro. Aún tardaríamos unos cuantos miles de años en llegar hasta el estrecho de Bering, para dar el salto a las Américas. Enseguida lo veremos. Primero tuvimos que adaptarnos y echar mano de nuestro ingenio y de la tecnología para alcanzar lugares remotos. Por ejemplo, podemos preguntarnos por la posibilidad de navegar por mares y océanos para llegar a destinos lejanos.

LOS PRIMEROS NAVEGANTES

Ante evidencias tan consistentes acerca de la expansión humana por toda Eurasia y Australia en épocas remotas, hemos de reflexionar sobre el modo de pasar de una isla a otra o de llegar hasta el continente australiano. ¿Acaso sabíamos navegar hace cincuenta mil años? Para empezar, los humanos de casi todas las épocas hemos vivido de espaldas al mar. Lo sabemos por la dieta. La recolección de animales de agua dulce pudo formar parte de la alimentación de las especies más antiguas del género Homo, pero las evidencias del consumo de animales marinos son muy tardías y, generalmente, están asociadas a las poblaciones de nuestra especie. Los neandertales también se asomaron al mar, como lo demuestran los restos arqueológicos de yacimientos de Gibraltar. En estos lugares se han encontrado datos concluyentes sobre el consumo de moluscos y focas hace unos cuarenta mil años. En cualquier caso, la dieta de origen marino es relativamente reciente. Durante varios millones de años hemos sido primates continentales, en apariencia con poco interés, y tal vez aversión por la inmensidad de los océanos.

Hace unos 250.000 años, nuestra especie se alimentó de moluscos en regiones costeras del norte de África, como lo prueba la existencia de concheros. En estos lugares hay acumulaciones muy importantes de moluscos, como las lapas (Patella vulgata), caracolillos marinos (Littorina littorea), mejillones (Mytilus edulis) y otras especies. Evidencias similares se han encontrado en yacimientos de Sudáfrica próximos al mar, donde las dataciones sugieren fechas en torno a los 150.000 años. La pesca organizada en alta mar aún tendría que esperar unos cuantos miles de años. Las poblaciones de Homo sapiens pudimos salvar distancias marinas de cientos de millas para colonizar islas alejadas de los continentes, incluida la ocupación de Australia hace más de cincuenta mil años. Para lograr esta hazaña no solo debimos aprender a navegar, sino que tuvimos que pensar en la manera de conseguir alimentos durante las largas travesías. ¿Cómo lo hicimos? En el registro arqueológico no hay evidencias de embarcaciones, que probablemente habrían sido de madera y no se han conservado. Pero, aunque nos cueste mucho comprenderlo, hace cincuenta mil años nos hicimos a la mar y navegamos. Hay datos que lo confirman. Imagino que al menos veríamos el destino final en la distancia. Pero ya no me atrevo a pensar nada en concreto, porque nos falta mucha información.

En 2011, un equipo de científicos liderado por la investigadora Sue O’Connor, de la Universidad Nacional de Australia (Camberra) publicaron en la revista Science el hallazgo de miles de restos esqueléticos de hasta veintidós tipos de peces pelágicos[87] en el yacimiento de la cueva de Jerimalai (Timor Oriental). Entre esas especies destaca la presencia de atunes. El yacimiento tiene unos 42.000 años de antigüedad. Además de las evidencias del consumo masivo de pescado, los científicos encontraron anzuelos algo más recientes, fechados en unos veinte mil años antes del presente y fabricados a partir de conchas de moluscos. Hace unas dos mil generaciones, nuestros antepasados tuvieron la habilidad de elaborar embarcaciones capaces de atravesar varios cientos de millas marinas y diseñar artes sofisticadas para la pesca de altura. Los atunes son peces de cierta envergadura, que pueden llegar a pesar más de doscientos kilogramos. Se requieren embarcaciones de cierto tamaño y calado para aventurarse mar adentro para conseguirlos. Además, la pesca del atún requiere una destreza que solo conocen los expertos. La plataforma oceánica cercana a estas islas solo tiene unos doscientos metros de profundidad y, si las condiciones climáticas son óptimas, se puede navegar por estos mares con relativa facilidad en embarcaciones de poco calado. Pero si se trata de llegar hasta Australia, la profundidad del mar de Timor supera en algunas zonas los tres mil metros y no creo que resulte fácil navegar por estas aguas en barcos ligeros. La isla de Timor se encuentra en el extremo del archipiélago de Indonesia y a unas cuatrocientas millas marinas del norte de Australia. Las evidencias arqueológicas demuestran que hace cincuenta mil años estábamos preparados para navegar por esos mares.

En no pocas ocasiones me han preguntado por el tránsito de poblaciones humanas por el estrecho de Gibraltar y más a raíz de estas investigaciones en el mar de Timor. Si la pregunta se refiere a poblaciones de Homo sapiens relativamente recientes, resulta obvio que nosotros hemos podido salvar ese brazo de mar, a pesar de las condiciones tan adversas del Estrecho. Pero si la pregunta se refiere a épocas más antiguas, no soy muy partidario de que los homínidos del Pleistoceno atravesaran el estrecho de Gibraltar. Algunos prehistoriadores consideran que el litoral mediterráneo del sur de la península ibérica pudo tener un papel importante en la colonización del continente europeo durante el último millón y medio de años. En la actualidad, la franja marina que separa África de Europa a través del estrecho de Gibraltar tiene una anchura de 14,4 kilómetros y una profundidad máxima de unos novecientos metros. El Estrecho tiene fama por sus peligrosas corrientes, la velocidad de sus vientos, tanto de levante como de poniente, y por sus fuertes marejadas. A pesar de que África y Europa están casi a tiro de piedra, solo se puede garantizar un paso seguro en embarcaciones modernas, bien preparadas para la navegación. Un detalle interesante que se tiene poco en cuenta en este debate es que todos los proyectos de ingeniería pensados para unir África y Europa a través del estrecho de Gibraltar han sido desestimados por las insalvables dificultades técnicas que plantean las condiciones climáticas y la sismicidad.

Cuando hablamos del pasado tenemos que ponderar la bajísima densidad de población, que se repartía en grupos de no más de quince o treinta individuos separados por decenas, si no cientos de kilómetros. Así que nadie concibe la colonización de un gran territorio durante el Pleistoceno Inferior de no existir facilidades para el movimiento de los grupos en una dirección determinada y durante largos períodos de tiempo. En condiciones geográficas y climáticas similares a las actuales, el posible éxito de un grupo en una hipotética travesía por el estrecho de Gibraltar nunca habría permitido la colonización de este último continente durante esa época. No obstante, se puede seguir debatiendo sobre esta hipótesis, porque las condiciones en el estrecho de Gibraltar no han sido siempre las mismas durante el último millón y medio de años. Como ya he repetido a lo largo de las páginas de este libro, en ese largo período de tiempo las épocas glaciales fueron ganando en duración e intensidad. Durante los cuatro o cinco últimos períodos glaciales, el nivel de mares y océanos pudo llegar a descender hasta más de cien metros. En estas circunstancias, muchas islas dejaron de serlo y algunos estrechos marítimos se convirtieron en pasos francos para los grupos humanos. El de Gibraltar se redujo en unos pocos kilómetros y afloraron varios islotes entre Tánger y Punta Paloma, no lejos de la ciudad de Tarifa. En esta zona del Estrecho la profundidad es de unos quinientos metros, por lo que los diferentes islotes estarían separados por brazos de mar, más sencillos de atravesar a nado o sobre troncos de árboles.

A pesar de esos datos tan prometedores, la hipótesis de que Europa fue colonizada hace un millón y medio de años por grupos humanos que consiguieron atravesar el estrecho de Gibraltar resulta un tanto débil. Hemos de asumir una navegación de fortuna, que ofrece pocas posibilidades. En particular, si lo que se quiere probar es la colonización de un continente. Por el momento no se han aportado evidencias arqueológicas sólidas para defender esa teoría, aunque tampoco hay datos en su contra. Algunos paleontólogos sostienen esta hipótesis basándose en la posible presencia de la especie de primate Theropithecus oswaldi en el yacimiento murciano de Cueva Victoria y tal vez en el de Pirro Nord (Italia). Este babuino, ya extinguido, se ha localizado en diferentes yacimientos a lo largo de buena parte del sur, este y norte de África. Su presencia en el sur de Europa podría abogar por la colonización humana de Europa a través del estrecho de Gibraltar. Sin embargo, ciertos expertos en paleoecología han publicado modelos de dispersión de primates africanos y sostienen que los pocos restos identificados como Theropithecus oswaldi pudieron pertenecer en realidad a la especie Theropithecus darti[88]. Este babuino se dispersó fuera de África durante el Plioceno, aprovechando condiciones favorables en Eurasia y pudo permanecer en el sur de Europa hasta bien entrado el Pleistoceno Inferior.

Sobre este asunto me permito una última reflexión. Los neandertales nunca salieron de Eurasia. Estuvieron mirando hacia África desde las cuevas del Peñón durante miles de años sin atreverse a dar un paso, que quizá hubiera permitido prolongar su reinado en otro continente. Sus razones tendrían para no atreverse a dar ese salto por el estrecho de Gibraltar.

EL DOMINIO DEL FUEGO: UNA CLAVE CULTURAL

Un aspecto crucial de la humanidad ha sido el dominio del fuego y este hecho ha tenido mucho que ver con la colonización de todos los continentes. Antes de entrar en materia, es importante reflexionar acerca de la organización social de los aventureros que terminaron por ocupar todo el planeta. Con alta probabilidad, los cazadores-recolectores del Pleistoceno se organizaban de un modo muy similar al que hoy en día podemos observar en los grupos actuales. Obviamente, nadie sabe cuál es el sistema adoptado por las tribus no contactadas que aún quedan en algunos territorios inexplorados. Pero apostaría a que todos los humanos que viven de los recursos que les ofrece la naturaleza se comportan de un modo muy similar. La densidad de las poblaciones depende de la disponibilidad de esos recursos. Si son abundantes en una determinada región, la tendencia sería hacia una mayor densidad. Sin embargo, no podemos olvidar que somos tribales por naturaleza. Es por ello que los grupos mantendrían una distancia prudencial y solo se acercarían en determinadas circunstancias para formar clanes en los que mitigar la posibilidad de una endogamia perniciosa. No creo que nuestra organización fuera similar a la de los chimpancés, en los que las comunidades pueden llegar a tener entre 15 y más de 120 individuos, que se unen y separan de manera muy compleja. Los expertos hablan de un modelo de fisión-fusión, en el que la comunidad de chimpancés cambia continuamente su estructura. Este sistema incluye la independencia de pequeños contingentes de individuos, entre los que se pueden ver grupos mixtos de machos y hembras con sus crías, grupos en los que solo hay machos, grupos de hembras con sus crías, individuos solitarios, etc. La fusión implica el reagrupamiento de todos ellos, siempre condicionado a la presencia de recursos abundantes.

Los cazadores-recolectores humanos tuvieron que enfrentarse a unas condiciones muy diferentes en ambientes distintos y generalmente hostiles. En esa situación, la cohesión de los grupos pudo ser esencial. La recolección de alimentos sería una misión para todos los miembros de la tribu, mientras que la caza de animales de gran tamaño pudo ser más la excepción que la norma. Ya he hablado del parto, que exigía la asistencia de otras hembras. Por supuesto, el distanciamiento entre los grupos de cazadores-recolectores de la antigüedad habría evitado una pandemia como la que estamos padeciendo desde 2020. Aunque los virus nos han acompañado desde siempre, la desaparición de uno o varios grupos de una región por la infección de un virus letal habría sido anecdótica para la especie. Y ya que hablamos de patologías, no está de más recordar que los humanos de aquellos tiempos no solían vivir más de lo que nos corresponde como especie. Seguramente era muy raro encontrar a un individuo que hubiera conseguido llegar hasta los cincuenta años. Si sobrevivíamos a la multitud de peligros que nos acechaban, a esa edad muchas de nuestras facultades comenzaban a debilitarse, incluyendo la capacidad inmunitaria. Muchos sabemos por experiencia que la presbicia nos pasa factura antes de cumplir cincuenta años. Los ojos fueron un órgano vital para la supervivencia en épocas remotas. Y cuando no era un problema circulatorio asociado a una dieta inadecuada, podía sobrevenirnos un fallo en la replicación de las células que degeneraba en un tumor maligno. Además, la tasa de mortalidad infantil pudo ser muy elevada, un hecho que rebajaba de manera considerable la esperanza de vida al nacimiento. Nuestra inteligencia nos permite hoy en día llegar a vivir cien años. Naturalmente, esos cincuenta años de más son un regalo que nos hacen la tecnología y la calidad de vida. En ese tiempo ya no podemos disfrutar de los privilegios de la juventud, pero todavía quedan muchas satisfacciones, incluyendo la experiencia y el conocimiento. Aun así, somos conscientes de que la calidad de vida después de los cincuenta años ya no es la que teníamos en la plenitud. Curiosamente, una de las consecuciones culturales que ha mejorado la calidad de nuestra alimentación y que nos ha permitido prolongar nuestra vida se ideó hace miles de años.

El control y el dominio del fuego fue una conquista extraordinaria. Nadie sabe si ese logro se consiguió de manera convergente en muchos grupos humanos o si surgió en algún lugar concreto y su uso se expandió y socializó durante miles de años. Ya he hablado del yacimiento de Gesher Benot Ya’aqov, que se localiza en el Corredor Levantino y cuya antigüedad se remonta a ochocientos mil años. Algo más antiguo es el yacimiento de Wonderwerk, en Sudáfrica, donde existen evidencias del control del fuego en sedimentos datados de hace un millón de años. De momento, las evidencias más antiguas del uso sistemático e intencionado del fuego proceden de estos lugares. En yacimientos africanos más antiguos pueden encontrarse datos que sugieren el uso del fuego, pero no su control. Las concentraciones de cenizas en espacios confinados, que demuestran el uso mantenido de hogares, son mucho más recientes. En Europa aparecen trazas de hogares y evidencias del uso controlado y sistemático del fuego hace unos cuatrocientos mil años y sugieren que el dominio de este elemento pudo ser indispensable para sobrevivir en latitudes elevadas. Lugares como Schöningen y Bilzingsleben, en Alemania, Vértesszölös, en Hungría, Beeches Pit, en el Reino Unido, o Menez-Dregan y Terra Amata, en Francia, ya disponen de evidencias del control del fuego. Las lanzas del yacimiento Schöningen son un buen ejemplo del uso consciente de las propiedades del fuego. En 1995, el arqueólogo alemán Hartmut Thieme descubrió en ese yacimiento de Baja Sajonia ocho lanzas de madera de pino de entre 180 y 230 centímetros de longitud y un grosor de entre 30 y 50 milímetros. Estas armas se encontraron asociadas a numerosas herramientas de piedra de tecnología achelense y varios miles de restos fósiles de caballo, que se acumularon como resultado de una caza intensiva de Equus mosbachensis y otras especies de mamíferos. La antigüedad del yacimiento de Schöningen se ha estimado entre 380.000 y 400.000 años. Los objetos de madera muy raramente se conservan en los yacimientos del Pleistoceno, pero los sedimentos de lignito de Shöningen protegieron estas lanzas de su rápido reciclado natural como materia orgánica. Esas armas y las herramientas líticas fueron confeccionadas por poblaciones antecesoras directas de los neandertales. Las lanzas se obtuvieron de troncos de pino de un determinado grosor. Se fabricaron con mucho esmero, de manera que la punta afilada coincide siempre con la parte más baja y más dura del tronco. La madera se endurecía mediante tratamiento térmico con fuego, lo que resultaba en una arma temible y eficaz. El centro de gravedad de las lanzas se localiza en todos los casos en el primer tercio de la longitud de la lanza. De este modo, se conseguía que el arma mantuviese su dirección hacia la presa. La distancia del centro de gravedad estaba perfectamente calibrada y coincide con la que se utiliza en las jabalinas actuales. Los experimentos con réplicas de estas lanzas han probado su eficacia como armas arrojadizas.

En la península ibérica, con un clima más benigno, las evidencias más antiguas no llegan siquiera a los 250.000 años de antigüedad y se han localizado en la cueva de Bolomor. Esta cavidad, de unos seiscientos metros cuadrados de superficie, está situada en las cercanías de Tavernes de la Valldigna, en Valencia. Su cronología se ha estimado entre 230.000 y 120.000 años. Las hogueras estructuraban perfectamente el espacio disponible de esta cueva y, sin duda, tuvieron un papel determinante en las actividades y la socialización de sus habitantes. No solo se trata de las evidencias más antiguas de hogueras en la península ibérica, sino de todo el sur de Europa.

Todos estos yacimientos corresponden a los ancestros de los neandertales clásicos de Europa, que dominaban el fuego con maestría. Resulta increíble excavar en un yacimiento como el Abric Romaní, en la localidad de Capellades, en Barcelona, donde todos los sedimentos que se extraen son cenizas acumuladas durante miles de años por varias generaciones de neandertales. Por descontado, Homo sapiens también nos ha dejado testimonios de su dominio del fuego en lugares como Klasies River Mouth, en Sudáfrica, datado de entre 120.000 y 75.000 años.

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