Dictadores

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4. El Partido-Estado

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Al año siguiente se emprendió una purga de otra clase. El 13 de mayo de 1935 el Comité Central dio una segunda orden «sobre desórdenes en la inscripción, la emisión y la custodia de carnets del Partido». La campaña para la verificación de documentos, con el fin de asegurarse de que los carnets no se usaran ilícitamente y se hubieran emitido de forma correcta, culminaría con una tercera oleada de purgas en diciembre de 1935, momento en que la dirección del Partido ordenó que los carnets existentes se cambiaran por otros nuevos entre el 1 de febrero y el 1 de mayo de 1936. La retirada del carnet podía justificarse de muchas maneras. En la ciudad de Smolensk se retiraron 455 en 1935, algunos con cargos muy concretos («personas que no inspiran confianza política»: 28 por ciento; «que ocultan su origen en una clase extraña»: 22 por ciento); otros, por fechorías especiales («agentes del enemigo»: 21,5 por ciento; «desertores del Ejército Rojo»: 2,6 por ciento), algunos por torpeza moral, malversación de fondos, estafa u ocultación de un pasado criminal[55]. La purga continuó durante 1937 y 1938 siguiendo las instrucciones que dio el centro el 29 de julio de 1936 para desenmascarar a enemigos políticos que simpatizasen con Trotski y la oposición caída en desgracia. Esta purga fue la que finalmente desencadenó los asesinatos en masa del llamado Gran Terror, del cual nos ocuparemos en otro capítulo, pero es importante tener claro que la purga no era necesariamente el preludio de la detención y la ejecución. La purga era un elemento claramente definido de la autodisciplina del Partido y no un procedimiento judicial. Su objetivo era reforzar el control central de los cuadros locales del Partido y librarse de funcionarios incompetentes o corruptos. En los años treinta la expulsión del Partido se llevaba a cabo como venía haciéndose desde los años veinte y continuaría durante el resto del periodo estalinista. De la subsiguiente victimización de exmiembros del Partido se encargaban agentes de la seguridad del Estado, así como interrogadores y tribunales también estatales que investigaban lo que, a su modo de ver, eran delitos reales y no el mal funcionamiento del Partido. Muchas de las víctimas del terror estatal fueron detenidas cuando todavía militaban en el Partido y nunca fueron purgadas oficialmente. Por otra parte, era posible ser purgado y luego rehabilitado, o purgado por un comportamiento que infringía las reglas del Partido, por ejemplo la ebriedad (que parece, a juzgar por las crónicas de la época, una falta que distaba mucho de ser infrecuente), pero no era un delito de Estado.

La purga del Partido era un procedimiento oficial cuya finalidad era garantizar que los supervivientes de un proceso implacable de inspección interna del Partido mantuvieran niveles elevados de activismo político comprometido. En la práctica, se usaba a menudo para asegurarse de que los funcionarios del Partido que estaban muy lejos de Moscú no desafiaran el monopolio político del centro.

La disciplina rigurosa del Partido contra la corrupción, la pereza o la insubordinación no era exclusiva del comunismo. Hitler ya introdujo tribunales del Partido en 1921, cuando todavía era una organización muy pequeña. Se encargaban de investigar, expulsar y purgar, pero también hacían de tribunales de honor donde los miembros que eran acusados de mala conducta por sus colegas podían defenderse. Había tribunales permanentes tanto a nivel de Gau como de Kreis. Al igual que las comisiones purgadoras soviéticas, consistían en una junta de tres miembros, citaban a los acusados para que se justificasen, escuchaban a los testigos e investigaban los supuestos delitos del Partido. También podían emitir diversos fallos: inocente, culpable con reprimenda verbal, culpable con una advertencia por escrito, culpable con expulsión (Ausstossung) del Partido[56]. De 1927 en adelante, al frente de los tribunales del Partido estuvo un militar retirado, el mayor Walter Buch, alto y ascético fanático de Hitler que compartía el antisemitismo extremo del Partido (pero que en 1928 tuvo la osadía de recriminar a Hitler por «un desprecio por la humanidad» que llenaba a Buch de «grave inquietud[57]»). Buch dirigió la creación de un sistema nacional de tribunales del Partido en los años treinta. Una ley de febrero de 1934 le dio validez judicial y el derecho de investigar y castigar los delitos del Partido, así como el derecho de recomendar el encarcelamiento en los casos extremos. La labor de los tribunales era supervisada por un sistema de inspectores de Gau, que velaban por la disciplina del Partido por cuenta de la dirección nacional. Los tribunales se ocupaban de centenares de casos, la mayoría de ellos de poca importancia: impago de las cuotas durante tres meses, conducta inmoral, antecedentes penales o sencillamente «pérdida de interés» por los asuntos del Partido[58].

Los tribunales también podían investigar delitos más graves. En 1939, juzgaron a treinta hombres del Partido, la SA y las SS por violación, robo y asesinato durante el pogromo antijudío del 9 de noviembre de 1938; 21 asesinatos se excusaron alegando que habían sido resultado de provocaciones por parte de los judíos, pero tres hombres que violaron a muchachas judías fueron a la cárcel, no por su violencia sexual, sino por contaminar la raza. Los tribunales incluso podían pedir cuentas a los líderes del Partido; en teoría Hitler, como miembro del Partido, tenía que aceptar su jurisdicción y respetar sus fallos, aunque en la práctica los anulaba cuando le convenía. En 1938, el Gauleiter Wilhelm Kube fue desposeído de su cargo y enviado a un campo durante dos años por acusar falsamente a la esposa de Buch de ser judía. El Gauleiter de Franconia, Julius Streicher, notorio antisemita, compareció ante un tribunal en 1940 acusado de malversación de fondos, adulterio y murmuración dolosa, y fue expulsado de su puesto. Josef Wagner, Gauleiter de Westfalia-Sur, fue acusado en 1941 de sentimientos procatólicos, porque había mandado a sus hijos a una escuela católica y su esposa, que era católica, había puesto objeciones a que su hija se casara con un hombre de las SS. Aunque el Tribunal Supremo del Partido en Berlín le absolvió por falta de pruebas, Hitler anuló el veredicto y finalmente insistió en que se enviara a Wagner a un campo de concentración[59].

La disciplina y la educación política iban de la mano. En ambos sistemas los miembros del Partido recibían instrucción continua sobre la línea del Partido y los medios de superarse como activista del mismo. Se esperaba de los comunistas que leyeran y aprendieran sus clásicos políticos como cosa corriente y normal. El hombre que bailó después de hacer un buen papel ante la junta purgadora dijo a su visitante estadounidense: «Sin teoría política, uno no puede comprender lo que pasa en este país. Un comunista debe marcar la pauta en el estudio…»[60]. La educación de los militantes del Partido estaba a cargo del Departamento de Propaganda y Agitación del Comité Central. En la cima del sistema se hallaban en los años veinte las universidades del Partido, la «Universidad Nocturna» del marxismo-leninismo y la Universidad Comunista de Sverdlov, que se fundó en 1921 para preparar, alrededor de mil futuros líderes comunistas al año, y el Instituto Marx-Engels; en 1936 se agruparon todos bajo la Academia Comunista de Ciencias, cuyo nombre se cambió por el de Academia de Ciencias Sociales después de una importante reorganización de la educación del Partido en 1946. Había escuelas superiores del Partido, que se fundaron en los años treinta en la capital y en las diversas repúblicas y daban cursos de tres años sobre organización y propaganda a la que sería la elite del Partido y, debajo de ellas, miles de escuelas políticas menores (politshkoly) y círculos de estudio de cultura política. Había 52 000 de ellas en 1930, 210 000 en 1933, y 4,5 millones de estudiantes —entre los cuales simpatizantes no afiliados al Partido— asistían a cursillos sobre los elementos básicos del materialismo histórico. Tras publicarse en 1938 el Breve curso sobre la historia del bolchevismo, se esperaba de los estudiantes de política que lo utilizaran como guía indispensable para comprender el comunismo. Los círculos de estudio se reunían cada dos semanas durante el curso académico, que duraba ocho meses. Y en cada clase había entre 10 y 25 estudiantes de política. Después de la guerra, el Partido procuró elevar los niveles de educación de sus miembros una vez hubo reconstruido sus cuadros. A raíz de la resolución que el Comité Central aprobó en 1946 «sobre la instrucción y la reinstrucción de los principales trabajadores del Partido», unas cuatrocientas mil personas pasarían por las escuelas superiores del Partido[61].

El nacionalsocialismo no educaba a sus miembros de forma tan sistemática ni con tan elevados ideales intelectuales. En las escuelas del Partido se daba mucha importancia a los ejercicios físicos, con el objeto de producir una elite biológica en lugar de una elite empapada de economía política. La formación de cuadros del Partido en Alemania correspondía al jefe de organización del Reich, el exquímico Robert Ley, fanático rechoncho y gritón que tenía fama de bebedor y mujeriego y estaba obsesionado por la creación de alemanes físicamente ideales. Ley fundó centros de formación, llamados pomposamente Ordensburgen o «castillos del orden», donde los funcionarios del Partido seguían cursillos de historia, se familiarizaban con su cosmovisión y hacían ejercicios de calistenia, de tiro y corrían a primera hora de la mañana. Los castillos se fundaron oficialmente el 24 de abril de 1936, pero hacía ya mucho tiempo que existían escuelas de formación a nivel de Gau y Kreis, supervisadas por la Oficina Principal para la Escolarización del Partido. En 1937, el sistema de «castillos» sirvió de base para la creación de escuelas trienales cuya misión era educar a la siguiente generación de cargos del Partido[62]. Sus alumnos procedían de varias escuelas especiales que se habían fundado para niños elegidos por su belleza racial y su potencial como líderes. Las primeras fueron los Institutos Nacionales de Educación Política (Napolas) que se crearon en 1934 para niños de entre 10 y 18 años que fueran rubios, inteligentes y atléticos; las segundas, fundadas en abril de 1937, eran las Escuelas Adolf Hitler para niños de entre 12 y 18 años. Ambas hacían hincapié en la formación de la personalidad por medio de la instrucción paramilitar y el deporte competitivo; la educación política, al igual que en el caso del Breve curso soviético, se basaba en un conocimiento total de la historia del Partido. Los miembros de las Juventudes Hitlerianas tenían que dominar varios temas prescritos sobre los cuales se les hacía un examen oral. Entre estos temas cabe señalar «La lucha por Alemania», «Causas del derrumbamiento alemán en la Primera Guerra Mundial», «El Volk y sus orígenes de sangre», «Medidas del Estado nacionalsocialista para mantener limpia la sangre alemana», etcétera[63].

La finalidad de la educación política era producir mejores comunistas y nacionalsocialistas, afiliados capaces de comprender la línea del Partido y, a su vez, difundirla de forma comprensible entre el público en general. En realidad, crear una elite de militantes entregados a la causa y bien informados era difícil. Muchos comunistas fueron purgados o reducidos a la condición de aspirantes debido a su ignorancia política; algunos, porque eran totalmente analfabetos. Aunque las denuncias contra miembros del Partido con frecuencia eran malintencionadas, los funcionarios locales del Partido podían abusar y abusaban de su posición. La criminalidad, la ebriedad y el arribismo estaban presentes en ambos partidos. La expansión de los dos partidos fue tan rápida y su número de militantes era tan volátil que hubo siempre escasez de funcionarios competentes. En ambos se abrió un abismo entre las bases y un núcleo de activistas más entregados. A finales de los años treinta alrededor de un tercio de nacionalsocialistas ocupaban puestos del Partido que les obligaban a trabajar para éste casi todos los días. En los años treinta el Partido Comunista ya se daba cuenta de que los llamados aktiv, los militantes que hacían algo, representaban una elite dentro de una elite que desempeñaba cargos del Partido y solía reunirse por separado y con mayor frecuencia que los afiliados normales y corrientes[64]. Según los cálculos, también constituían un tercio del Partido. Para el activista más entregado a la causa el trabajo era incesante. «Eso es lo que significa ser comunista», explicó una militante cuya vida matrimonial en los años treinta consistía en que la destinaran a partes del país muy alejadas de donde estaba su marido. «Tu vida no te pertenece[65]»

Se esperaba de los miembros del Partido que hicieran mucho más que convertirse en modelos, por poco apropiados que fueran, de un ideal racial o revolucionario. En 1935, Hitler anunció en la concentración del Partido que el papel de éste como asociación de «activistas y propagandistas» era «educar y supervisar» al resto de la población alemana[66]. Las reglas que se adoptaron en el Congreso del Partido Comunista soviético en marzo de 1939 decían que el Partido era responsable de dirigir al resto de la población en la tarea de construir el comunismo, de contribuir a que se pusiera en práctica la política del Partido y de «reforzar diariamente los vínculos con las masas» mediante la explicación y la comunicación de las decisiones del mismo[67]. La verdadera importancia del Partido se hallaba en la esfera de las actividades cotidianas más que en las grandes fiestas y rituales que se celebraban periódicamente. La introducción de la célula y el bloque en la sociedad alemana llevó el Partido a todas las casas. El líder local de bloque tenía a su cargo entre 40 y 60 familias y recibía ayuda de otros funcionarios o auxiliares de bloque que representaban a otras asociaciones del Partido: el Frente Alemán del Trabajo, la Asociación de Mujeres (que proporcionó 280 000 líderes y auxiliares de bloque en 1938) y la Asistencia Social Nacionalsocialista. Los grupos locales de las Juventudes Hitlerianas y la Bund deutscher Mädel (BDM) también ayudaban a cobrar donativos monetarios, recoger materias primas que escaseaban o repartir publicaciones del Partido[68]. A los miembros de las células y los bloques se les encargaban diversas tareas: tenían que vigilar a las familias que estaban a su cargo en busca de indicios, como dijo Ley, «del oponente o enemigo de nuestra idea»; tenían que repartir propaganda y material educativo, si era posible visitando personalmente a cada familia una vez al mes; tenían que llevar un expediente sobre la fiabilidad política de cada familia, observando su comportamiento y su grado de patriotismo; también hacían una lista de todos los judíos conocidos de su zona, catalogaban todas las propiedades judías y tomaban nota de las personas no judías que continuaban teniendo trato con judíos del vecindario; finalmente, se les consideraba la primera línea del frente interior, encargada de preparar a la gente para la guerra y movilizar el entusiasmo por ella una vez hubo empezado[69].

Esta imponente serie de tareas se coordinaba por medio de una reunión mensual, una «velada de bloque» o una «velada de célula», donde se trazaba el plan de trabajo para el mes siguiente, se examinaban las publicaciones del Partido y, de vez en cuando, se daban conferencias[70]. También se actualizaban los datos de la lista o fichero de familias, que la reforma organizativa de 1936 hizo obligatoria, y las familias cuya moral o comportamiento despertaba dudas recibían visitas complementarias o cuestionarios detallados sobre su actitud ante la nueva Alemania. Llevar el sistema resultaba difícil, en parte, porque las organizaciones del Partido sobrecargaban al líder de célula o de bloque de demasiado trabajo administrativo y no político; en parte, porque hasta el más entusiasta activista local encontraba pesado el interminable ciclo de visitas para levantar la moral y rellenar impresos. No obstante, el fichero de familias era un instrumento invaluable para controlar la sociedad y alcanzar los objetivos raciales y de seguridad del régimen. También proporcionaba información esencial para el sistema de «juicios políticos» que el Partido aplicaba despiadadamente para asegurarse de que los puestos de trabajo, tanto en el sector público como en el privado, los ocuparan simpatizantes del régimen, o que la asistencia social se concediera sólo a solicitantes que fuesen políticamente aceptables, o que se aprobaran licencias sólo para quienes tuvieran un expediente intachable. El juicio se basaba en un formulario estándar que se guardaba en la oficina del Kreis y contenía información facilitada por las delegaciones locales del Partido y, sobre todo, por las células y los bloques[71].

El juicio político era un instrumento para todo uso del aparato del Partido. No había posibilidad de apelar en los casos en que el veredicto del Partido era desaprobatorio. Los juicios debía solicitarlos cualquier organismo público cuando las decisiones podían verse afectadas por la reputación política de un solicitante. En abril de 1939 un acuerdo entre el Partido y el Ministerio de Economía abrió la puerta a los juicios políticos también en el campo del empleo privado y, en algunas localidades, constituían una cuarta parte de todas las solicitudes[72]. Además de datos personales, cada formulario contenía información sobre pasadas filiaciones políticas, convicciones religiosas, aportaciones a las obras de beneficencia del Partido, opiniones y comportamiento políticos actuales y una última casilla para la recomendación del Partido. Los juicios se basaban a menudo en criterios elementales. No saludar al estilo hitleriano se consideraba como indicio razonable de hostilidad al régimen; en un juicio desfavorable se hizo constar que sólo se dio medio saludo a propósito, «Heil» en lugar de «Heil Hitler». La asistencia regular a la iglesia era sospechosa; también lo eran los socialdemócratas o los comunistas que de forma oportunista se hacían nacionalsocialistas[73]. Los ficheros del Kreis de Berchtesgaden muestran los efectos que podía surtir un juicio desfavorable. Se retiraron las licencias comerciales a un hombre casado con una judía; a otro se las negaron alegando «impropiedad política»; se recomendó la retirada de todos los subsidios de un agricultor al que se juzgó negativamente; a un maestro se le denegó el ascenso, porque «no ha renunciado a su afiliación religiosa[74]». Algunos juicios fueron aprobatorios, pero se advirtió a los solicitantes de que debían asumir algún papel activo en alguna de las numerosas filiales del movimiento. El juicio político daba a las organizaciones locales del Partido facultades extraordinarias y arbitrarias para incluir o excluir a quien quisieran, vigilar el ambiente político local y aislar a los posibles elementos perturbadores.

El Partido Comunista no estaba organizado tan a conciencia en el nivel local, porque su personal tenía que cubrir un territorio inmenso y carecía de las habilidades, los medios y el tiempo necesarios para montar un sistema de inspección de todas las familias o siquiera cumplir las tareas de agitación y vigilancia que dictaban las reglas del Partido. Muchos afiliados tenían empleos del Gobierno o la industria que no les dejaban tiempo para vigilar a la población ajena al Partido. Las reuniones de los cuadros del Partido solían celebrarse a puerta cerrada. En las zonas rurales la organización del Partido era especialmente débil, y el control directo y cotidiano era más difícil de ejercer que en Alemania. En los poblados, gran parte de la actividad se delegaba en células de jóvenes comunistas que creaban «rincones rojos», ayudaban a fundar soviets y abastecían de libros las bibliotecas. No obstante, la labor educacional y propagandística era una actividad esencial para los fieles del Partido. Instructores del Partido visitaban fábricas y poblados para hablar de las iniciativas del mismo, aconsejar y velar por el cumplimiento de sus directrices. El Partido también recurría a portavoces no afiliados a él que eran educados en sus escuelas. Había 130 000 agitadores en 1933; al terminar la guerra, el Partido afirmaba contar con tres millones[75]. Su labor era dirigida por las delegaciones locales del Departamento Nacional de Educación y Propaganda, que enviaba memorandos a los oradores con regularidad. Después de la guerra, en el distrito de Moscú estos memorandos se distribuían dos o tres veces al mes en tandas de 135 000; cada uno daba detalles de tres o cuatro temas principales e instrucciones sobre cómo debían presentarse al público. La población soviética tenía conocimiento de estos temas en reuniones que se organizaban simultáneamente en todo el país y se celebraban en salas y talleres adornados con pancartas, consignas y banderas rojas. La asistencia era obligatoria y el absentismo persistente se interpretaba como protesta política. Las reuniones eran rudimentarias y la propaganda, primitiva. Pravda informó de una reunión convocada para hablar de la Constitución de Stalin en noviembre de 1936, en la cual la única pregunta que salió de un público soñoliento la hizo una mujer: «¿Por qué no hay chanclos en las tiendas?»[76]. Incluso los círculos de debate, que eran más pequeños y se organizaron después de la guerra, a veces carecían de rigor. En uno de la ciudad de Torzok el maestro enseñó a los estudiantes a responder a preguntas sencillas basadas en el Breve curso: «¿Podía el Gobierno zarista satisfacer a los obreros y campesinos?», a lo cual la clase respondía al unísono: «No[77]».

Las bases del Partido desempeñaban un papel más importante en las instituciones en las que trabajaban que en las casas de sus vecindarios. Las células del Partido se asentaban en fábricas, granjas, oficinas o universidades y era en estos sitios donde se vigilaba el compromiso con el comunismo y el comportamiento social de las masas no afiliadas al Partido. La reunión en la fábrica era el medio no sólo de comunicar nuevas iniciativas políticas, sino también de consultar los puntos de vista de los obreros, denunciar a los haraganes o a los enemigos de clase o de ayudar, cuando era posible, a los que necesitaban escolarización o asistencia social. Al igual que las sesiones de propaganda y agitación, estas reuniones se organizaban en gran parte de antemano. Un extranjero que trabajaba en la planta Elektrozavod de Moscú presenció una reunión de masas donde un inspector técnico de mediana edad fue interrogado para comprobar su conocimiento del comunismo. Resultó que su ignorancia era lamentable. Creía que Stalin era el presidente de la Unión Soviética, que la Comintern (la Tercera Internacional) era una emisora de radio, que la organización sindical internacional comunista era una facción de la oposición. Pero como era amigo íntimo del cuadro del Partido, se libró de algo peor que las risas de sus compañeros[78]. La reunión de fábrica o granja ofrecía también a los trabajadores no afiliados al Partido la oportunidad de expresar sus quejas. Aunque el sistema podía disciplinar por antisoviéticos a quienes se quejaban, así como vigilarlos en lo sucesivo, también era posible que las quejas se transmitieran a instancias superiores e incluso que se tomaran medidas. La célula del Partido actuaba como principal agente entre el pueblo y los líderes, el centro y la periferia, y movilizaba apoyo, evaluaba la opinión local y castigaba a los que eran identificados como posibles enemigos o inadaptados, más o menos del mismo modo que el Partido alemán controlaba sus vecindarios.

Los dos partidos pasaron a ser parte integrante de las sociedades a las que dirigían, porque eran fruto de esas mismas sociedades. Muchos afiliados conocían íntimamente sus localidades y lugares de trabajo y la información que podían facilitar sobre ellos era fundamental para los esfuerzos del aparato del Partido por movilizar y controlar a la gran mayoría que no estaba encuadrada en él. En ambos sistemas el Partido se convirtió muy rápidamente en un elemento esencial de la vida cotidiana que era imposible evitar o pasar por alto, salvo en las regiones rurales más remotas de la Unión Soviética. El efecto fue producir una integración supervisada de la sociedad, incrementando las presiones para aceptar el statu quo, aislando e identificando los actos premeditados de disidencia o desafío político, y castigando a los que se negaban a aceptar el nuevo sistema. Esta forma de supervisión popular y local era más eficaz y más intrusiva en Alemania que en la Unión Soviética, donde se animaba a los líderes de célula y bloque a entrevistarse con sus supervisados «con la mesa de la cocina entre ellos[79]». En Alemania el Partido introdujo medios modestos, pero importantes, de fomentar las demostraciones públicas de lealtad, prescindiendo de los pensamientos privados del individuo. Los recaudadores de la asistencia social iban de puerta en puerta recogiendo las aportaciones o vendiendo insignias y chucherías, y tomando nota de los que se negaban; los donantes anotaban sus aportaciones en un libro[80]. Los jóvenes alemanes estaban sometidos a rigurosos programas destinados a fomentar la mentalidad de partido. Cada una de las afiliadas a la BDM, por ejemplo, recibía un «Plan general de servicio» impreso que abarcaba un periodo de cuatro meses y contenía instrucciones sobre un proyecto mensual del Partido, la canción del mes, la velada social del mes para tratar temas especiales («El Reich interior», «Llevamos y construimos el Reich», etcétera), trabajos del Partido para hacer en casa y una última columna para deberes especiales[81]. El Partido Comunista vendía periódicos, repartía folletos, organizaba a la juventud soviética y, en la medida de lo posible, daba forma a la vida pública de la comunidad, pero nunca logró poner un funcionario del Partido para cada 150 habitantes.

La eficacia de la presencia del Partido se veía comprometida en cierta medida por las deficiencias de la educación del mismo y la dificultad de encontrar organizadores competentes. Los partidos mismos, a pesar de la exagerada imagen pública de servidor unido y sano del pueblo, se preocupaban constantemente por eliminar la corrupción y la incompetencia en sus propias filas y disimular las frecuentes disputas y rivalidades personales que organizaciones de semejante envergadura y carácter tan heterogéneo difícilmente podían evitar[82]. Las dos dictaduras necesitaban centralizar y disciplinar el Partido en su esfuerzo por unir la población y el régimen. Era un proceso independiente de la «partificación» extensa e irreversible de la vida social e institucional de los dos Estados, que adquirió su propia dinámica local en lugar de ser sencillamente impuesta desde arriba. En ambos sistemas se advierte con qué seriedad y entusiasmo muchos miembros del Partido acometieron la tarea de movilizar a las personas que tenían a su cargo.

Ser militante del Partido también comportaba privilegios, prestigio social y oportunidades de hacer carrera, junto con los aspectos menos atractivos del trabajo para el Partido, y esto daba a las delegaciones del mismo más incentivos para seguir ejerciendo su sofocante influencia en los asuntos locales. Estas ventajas sociales eran muy reales en ambos sistemas y, a veces, complementaban o sustituían el idealismo que se esperaba que mostraran los afiliados. El Partido se convirtió en el medio de crear nuevas estructuras de poder social e influencia política local y en el instrumento para excluir o neutralizar otras formas de identidad, posición social o autonomía institucional.

El Partido no era menos importante en la esfera estatal. La relación entre el Estado y el Partido vino determinada por circunstancias históricas. Para los comunistas soviéticos el «Estado», como conjunto de instituciones, reglas y personal definidos por un cuerpo de Derecho constitucional, desapareció después de la Revolución bolchevique. En la práctica, el Partido gobernaba Rusia, mientras la tarea de construir otro Estado, un Estado comunista dirigido por un sistema nacional de soviets estatales, se completaba lentamente. El nuevo Estado se definió en la constitución de 1924, que fundó oficialmente la Unión Soviética, y se redefinió en la «Constitución de Stalin», que se hizo pública en diciembre de 1936. Bajo Stalin el tamaño del aparato estatal y las responsabilidades de las instituciones del Estado aumentaron de forma continua. El Partido Comunista interpretó un papel clave en la dirección y gestión del nuevo Estado, pero su posición se alteró relativamente al crecer la importancia, el tamaño y la experiencia del Estado. En los años cuarenta el Estado nacido del Partido se había convertido en un adolescente de mentalidad independiente.

El Estado del que se hizo cargo el régimen nacionalsocialista era, en cambio, un conjunto poderoso de instituciones administrativas y judiciales que estaban enraizadas en un cuerpo de Derecho constitucional establecido, era dirigido por un numeroso grupo de burócratas federales y provinciales, que poseían un claro sentido de identidad colectiva y propósito moral, y era servido por un complejo y arraigado cuerpo de reglas procedimentales[83]. Los nacionalsocialistas tuvieron que buscar la forma de controlar o limitar un aparato estatal que no habían creado ellos y cuyas pautas de imparcialidad, hábitos de actuación e inercia institucional no se ajustaban bien a las aspiraciones del Partido, que eran más radicales y utópicas. Durante la dictadura el Estado pasó a estar cada vez más bajo la influencia del Partido, sus responsabilidades fueron subvertidas o evitadas y sus cimientos jurídicos y procedimentales fueron modificados. En 1945, el Estado «normativo» ya era una reliquia hueca del Estado que el nacionalsocialismo había heredado en 1933.

En ambos sistemas la relación entre el Partido y el Estado dependía del patronazgo. Los dos partidos idearon formas oficiales y extraoficiales con el fin de que se diera preferencia a militantes suyos o simpatizantes conocidos, al nombrar funcionarios estatales. En la Unión Soviética las listas de cargos que estaban en manos del Partido se institucionalizaron en el sistema de la nomenklatura. Sus orígenes se hallaban en la insistencia de Lenin, después de 1917, en que el Partido solo conseguiría edificar el socialismo, si sus seguidores eran también titulares de cargos estatales. El corazón del sistema era un fichero del Comité Central que contenía datos relativos a todos los afiliados y que se obtuvieron mediante un cuestionario estándar, lo cual ayudaba a decidir dónde había que colocar militantes. El Departamento de Registro y Asignación del Comité Central (Uchraspred) catalogaba todos los puestos establecidos en la organización del Partido, los sindicatos, los soviets y los comisariados. En junio de 1923 se redactaron listas oficiales de puestos que sólo podían llenarse con personal nombrado por las oficinas centrales del Partido; se hicieron listas parecidas para nombramientos de nivel inferior que estaban a cargo de las autoridades provinciales del Partido. Stalin quería que éste controlase los nombramientos en «todos los brazos de la administración sin excepción[84]». En 1926, el Comité Central efectuó un total de 5100 nombramientos para puestos importantes. El sistema se amplió en los años treinta y cuarenta para que abarcase todos los ámbitos de la vida pública. En 1936, los afiliados al Partido representaban el 55 por ciento de los funcionarios en los soviets locales y empresas estatales y el 68 por ciento en las regiones y repúblicas de la Unión Soviética. En él corazón del aparato del Estado, el Comité Ejecutivo Central y el Presidium del Congreso de los Soviets, la proporción era de casi el 100 por cien[85]. Al producirse la expansión del sector estatal, resultó imposible Henar todos los puestos con comunistas; en vez de ello, los nombrados para ocuparlos podían solicitar el ingreso en el Partido después de tomar posesión. La proporción total de titulares de cargos del Estado que eran militantes del Partido no se conoce, pero entre los académicos de los años cuarenta la cifra era de aproximadamente las tres cuartas partes y lo mismo ocurría entre los militares de alta graduación[86].

El nacionalsocialismo no creó un sistema oficial de nomenklatura, pero el Partido llegó a dominar el nombramiento de cargos estatales en todos los niveles. Antes de 1933 Alemania era un Estado descentralizado, con ministerios y funcionarios que se nombraban en el nivel provincial además del nacional, y fue en este nivel inferior del Estado donde los jefes locales del Partido emprendieron en 1933 una campaña breve, y a menudo violenta, cuyo objetivo era echar a los funcionarios estatales, los ministros o los alcaldes que, a su modo de ver, no sintonizaban con la «revolución nacional». En Marburgo, por ejemplo, el Partido destituyó al alcalde (Oberbürgermeister) en marzo de 1933 y lo sustituyó por otro en 1934; el líder del Kreis del Partido ocupó el puesto de jefe de distrito (Landrat); varios profesores de la universidad fueron suspendidos; trabajadores municipales que habían apoyado a partidos de izquierda fueron despedidos y se nombraron seguidores del Partido para dirigir los clubes de natación y gimnasia del lugar[87]. En Baden la administración local no simpatizaba con el Partido. Después de las elecciones de marzo de 1933 el Gauleiter, Robert Wagner, se autoproclamó comisario local, echó a los ministros y en su lugar puso a militantes del Partido, purgó el cuerpo de policía y llenó las vacantes con seguidores del Partido. Los jefes de distrito estatales fueron obligados a aceptar a líderes del Kreis como asesores, principalmente en asuntos relacionados con el nombramiento de personal; en 1935, 15 de los 40 jefes de distrito de Baden se habían afiliado al Partido. En la misma fecha casi el 14 por ciento del Partido en Baden lo integraban individuos nombrados por el Estado[88]. El Partido no necesitaba aquí, como en otras partes del Reich, controlar todos los nombramientos; bastaba con colocar militantes en puestos clave y asegurarse de que las oficinas del Partido pudieran supervisar la política de personal.

En el nivel nacional, a principios de 1933, el Partido empezó a seguir una política de purgas y discriminación en todo el aparato del Estado. El instrumento fundamental para ello fue la Ley para la Restauración del Funcionariado Profesional, promulgada el 7 de abril. La ley permitía despedir a cualquier empleado profesional del Estado, alegando sencillamente que no había trabajado sin reservas para ayudar a instaurar el nuevo Estado nacional. A los empleados judíos se les podía expulsar, por serlo. Aunque sólo se echó al 2 por ciento de todos los empleados estatales, entre los altos cargos la proporción fue mayor. En Prusia se jubiló al 12 por ciento de los altos cargos[89]. El Partido concentró sus esfuerzos en el nombramiento de altos cargos, porque éstos podían influir en las estructuras que estaban subordinadas a ellos sin el despido sistemático y perjudicial de miles de empleados de categoría inferior. En Prusia, los 12 Oberpräsidenten (el cargo más alto del funcionariado) que existían en 1937 habían sido nombrados después de 1933, junto con 31 de los 34 funcionarios de la categoría siguiente en orden de importancia, la de los Regierungspräsidenten, todos menos uno de los 46 vicepresidentes y 97 Landräte. En 1941, nueve de cada diez altos cargos nombrados en Prusia eran nacionalsocialistas. En el conjunto del Reich el 60 por ciento de los empleos burocráticos más importantes, y dos tercios de todos los puestos estatales cubiertos desde 1933, habían sido para militantes del Partido[90]. El 26 de enero de 1937 una segunda Ley del Funcionariado Alemán extendió la influencia del Partido central sobre los nombramientos estatales, aunque no tanto como habrían deseado muchos funcionarios del Partido. La nueva ley permitía ascender sólo a los que hubieran merecido un juicio político positivo (lo que daba al certificado del Partido toda fuerza de ley); también permitía a los miembros del Partido que eran funcionarios estatales comunicar los problemas relacionados con su trabajo directamente a sus superiores del Partido en lugar de a sus jefes; finalmente, el párrafo 71 permitía despedir a cualquier funcionario que ya no pudiera garantizar que «defendería en todo momento al Estado nacionalsocialista», aunque para entonces ya se había sustituido a la mayoría de los funcionarios que no acataban el nuevo régimen[91].

La capacidad de influir en los nombramientos estatales en los municipios y distritos menores también era extensa. Al principio la regulación desde arriba fue escasa, y un líder duro o ambicioso de Kreis u Ortsgruppe podía proceder a una toma en miniatura del poder, sin apenas consultar con sus superiores. En 1935, casi la mitad (44,6 por ciento) de todos los puestos de alcalde en Baviera los había asumido el líder del Partido en el distrito, que fundió los dos cargos en uno[92]. Se esperaba que los alcaldes ajenos al Partido apoyasen el nuevo régimen. «No sirve de nada», escribió un líder de Kreis bávaro en 1933, «que aquí y allá un distrito… crea estar en condiciones de tener un alcalde que no caiga bien al NSDAP.»[93] La mayoría de los alcaldes estaban afiliados al Partido: el 69 por ciento en Baviera, el 61 por ciento en todo el Reich. El 30 de enero de 1935 se hizo público un Decreto para la Estructura de la Comuna Alemana que daba fuerza de ley a la intervención del Partido en la unidad primaria de la administración urbana y rural. Cada comuna debía tener un «plenipotenciario del Partido» nombrado por la cancillería del Partido para que se encargase de aprobar a todos los titulares de cargos a ese nivel de comuna. Al igual que en el sistema soviético, ya no se esperaba que los líderes del Partido desempeñasen un papel ejecutivo, sino que recurrieran al plenipotenciario para que recomendase a hombres y mujeres comprometidos con la causa nacional. El plenipotenciario solía ser el líder del Kreis, que ahora gozaba del derecho jurídico de intervenir en todos los nombramientos públicos y escoger a los miembros de todas las juntas asesoras de las comunas, que pronto se llenaron de trabajadores del Partido y sus amigos[94]. Aunque, en febrero de 1937, la cancillería del Partido suprimió el derecho de los líderes locales del Partido a ocupar el puesto de alcalde o Landrat simultáneamente con un cargo oficial del Partido, con el fin de permitir a los líderes locales del Partido concentrarse más en el trabajo de éste y en el liderazgo político, la influencia de los jefes locales del Partido en todos los asuntos de la comunidad local era una realidad en la mayoría de los casos. La cancillería del Partido preparó un instrumento jurídico para asegurarse de que los líderes de los Kreis fueran los responsables directos de todos los nombramientos y de controlar el presupuesto local, pero el instrumento nunca entró en vigor[95].

Al lado de las presiones oficiales y extraoficiales cuyo objetivo era que se nombrasen militantes del Partido y compañeros de viaje para los cargos públicos, los dos partidos produjeron un «Estado en la sombra» dentro de su propia organización. El número de funcionarios con dedicación plena que trabajaban para el Partido representaba en sí mismo una estructura burocrática compensatoria del Estado normativo. En 1935, el Partido Nacionalsocialista tenía un total de 1 017 000 funcionarios en sus departamentos, que eran muchos; al estallar la guerra se calculaba que había dos millones[96]. El número de funcionarios permanentes en el Partido Comunista y sus filiales durante el periodo de Stalin no se conoce con exactitud, pero en los años sesenta eran más de quinientos mil. Cabe hacerse cierta idea de la inflación perpetua de la burocracia del Partido basándose en el número de funcionarios permanentes adscritos al Comité Central: 30 en 1919; 534 en 1929; alrededor de 1500 al morir Stalin[97]. Muchos de estos funcionarios, en los dos partidos, trabajaban en asuntos internos, pero la estructura organizativa de los mismos incluía departamentos que seguían de cerca las cargos del Estado y sus responsabilidades y donde el papel del Partido no puede haber sido más que preceptivo.

El Estado en la sombra empezaba en la cúspide misma de los dos partidos. La cancillería del Partido en Berlín se hallaba situada físicamente en el corazón del distrito del Gobierno, en la Friedrich-Wilhelm Strasse. Directamente subordinadas a ella estaban las oficinas del Reichsleiter, muchas de las cuales se ocupaban de asuntos del Estado: propaganda, Derecho, política colonial, agricultura, comunas locales, seguridad. A varias calles de distancia, cerca del Ministerio de Asuntos Exteriores, se encontraba el departamento del segundo de Hitler, donde más jefes de oficina atendían a asuntos políticos de importancia: finanzas, impuestos, Derecho constitucional, política exterior (dirigida hasta 1938 por el dogmático y amanerado experto en asuntos exteriores Joachim von Ribbentrop), educación, construcción (puesto que ocupaba el jefe de arquitectos del Partido, Albert Speer), tecnología, política sanitaria, asuntos raciales y cultura. Sólo uno de los veinte departamentos especializados estaba dedicado de forma específica a «asuntos internos del Partido[98]». El papel de estos cargos no era ejecutivo, pero tampoco era simplemente decorativo. Los jefes de departamento y el Reichsleiter eran invitados con regularidad a hablar de asuntos políticos con sus colegas ministeriales; los puntos de vista del Partido sobre la política se encauzaban a través de la cancillería del Partido, cuyo enérgico y despiadado organizador, Martin Bormann, llegaría a ser uno de los actores políticos más poderosos en los últimos años del Reich.

Por debajo de la cancillería cada uno de los distintos niveles organizativos del Partido tenía departamentos que se encargaban de las principales esferas de la vida pública, además de los asuntos del mismo. A mediados de los años treinta la organización de Kreis tenía no menos de treinta departamentos distintos; los correspondientes a política racial, sanidad, burocracia, educación, derecho, agricultura, trabajos manuales, economía, tecnología y asuntos comunales se ocupaban de esferas de actividad ajenas al Partido[99]. En 1936, se introdujeron conferencias y actos regulares de distrito en los que los funcionarios locales del Partido se reunían con los líderes locales de los grupos filiales —Juventudes Hitlerianas, Asociación de Mujeres Alemanas, SA, etcétera— y representantes de las instituciones locales del Estado, la economía y la cultura. Eran instrumentos propagandísticos, pero también servían para estrechar los vínculos entre las comunidades locales y el Partido. En los distritos de la Alta Baviera, más de 1,3 millones de personas asistieron a alguna forma de función del Partido local durante 1938. Entre estas funciones hubo nueve conferencias de distrito del Partido rematadas por una conferencia que se celebró en Múnich y duró 11 días. Aunque las reuniones tenían mucho de fiesta del Partido, también cumplían un claro propósito político, porque, por medio de conferencias, exposiciones y numerosas oportunidades de hablar de asuntos políticos en un ambiente cordial, mostraban claramente a los funcionarios locales y a la elite de la comunidad la realidad del liderazgo político del Partido[100].

La piedra angular del Estado en la sombra era la organización de los Gaue. Las regiones del Partido tenían grandes oficinas permanentes que, en su mayor parte, se ocupaban de esferas importantes de la política, lo cual hacía inevitable el contacto regular entre la elite regional del Partido y la organización local del Estado. El Gauleiter desempeñaba, en muchos casos, el cargo de representante del Reich (Reichstatthalter), creado por ley el 7 de abril de 1933 como instrumento para centralizar la estructura política del Reich. Hitler se nombró a sí mismo representante del Reich para Prusia, pero una ley de 27 de noviembre de 1934 dio a los Oberpräsidenten prusianos, que eran los funcionarios regionales de mayor categoría, las mismas responsabilidades que a los demás representantes del Reich. También éstos eran principalmente líderes de Gau. Sus obligaciones no estaban bien definidas y su responsabilidad ejecutiva no era clara, pero el objetivo era asegurar la coordinación política del Reich, utilizando a los líderes de mayor categoría del Partido para supervisar no sólo su organización y su política de personal, sino también los órganos territoriales del Estado que se hallaban bajo su control[101]. En 1939, los Gauleiter fueron nombrados comisarios de Defensa del Reich y se les confió la tarea de coordinar la movilización laboral y económica, la defensa civil y la asistencia social en sus regiones, a expensas de las autoridades militares, que habían asumido la responsabilidad global del esfuerzo bélico local durante la Primera Guerra Mundial, pero ahora se veían obligadas a trabajar codo con codo con los líderes del Partido. Los Gauleiter eran considerados, y se consideraban a sí mismos, la aristocracia de la dirección política de aquél. Su poder en el nivel local se derivaba principalmente de su posición en el Partido; las oficinas locales de los Gau, al igual que las numerosas oficinas centrales del Partido Comunista en toda la Unión Soviética, se convirtieron en centros de poder más importantes que las debilitadas autoridades provinciales del Estado, no porque ejercieran la autoridad administrativa y ejecutiva local, sino porque no se permitía que dentro de los límites de su feudo se materializase ninguna iniciativa política que no concordara con la política del Partido o no mereciese la aprobación del Gauleiter.

En el nivel nacional, los líderes del Partido celebraban asambleas regulares en las cuales se hablaba de importantes asuntos de política. En estas conferencias participaban tanto los Gauleiter como los Reichsleiter. Las organizaba la cancillería del Partido; Hess, el segundo de Hitler, estuvo siempre presente en ellas hasta que se fue en avión a Escocia en mayo de 1941 y Bormann ocupó su lugar. Hitler asistió a muchas de ellas, aunque se limitara a pronunciar un discurso de clausura. Los participantes debían jurar que guardarían el secreto; no se conservan actas de las sesiones. Se celebraron 27 entre 1933 y 1939, con una duración que oscilaba entre uno y tres días, y otras 19 durante la guerra. En muchos casos coincidieron con momentos clave de la dictadura: la crisis del Partido en 1934, la reocupación de Renania, la incorporación de Austria en 1938, etcétera. Algunos datos fragmentarios indican los temas que se trataban en ellas: Himmler disertó sobre la amenaza homosexual en 1937 y sobre el papel del Partido en el este en 1939; Hitler, sobre la cuestión judía en 1941. Las conferencias eran, sin duda, oportunidades para hacer vida social y para expresiones de solidaridad del Partido, así como para resolver conflictos y aplacar egos inflados, pero el hecho de que fueran secretas hace pensar que también servían para que la dirección del Partido revelase su programa político privado o comunicase aspectos más delicados de la política y la estrategia futura a sus líderes más importantes[102]. Los Gauleiter fueron el único grupo de la elite del Partido y de los ministerios al que se permitió celebrar asambleas regulares durante toda la dictadura. Es inconcebible que los asistentes a las conferencias no aprovecharan la oportunidad para hablar de política, nombramientos y asuntos de Estado durante el breve descanso de las presiones cotidianas de sus otras responsabilidades.

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