Diablo

Diablo


Capítulo 22

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—No puedo —repitió Honoria y alzó las manos en gesto de impotencia—. No se trata de que quiera ser obstinada, es que no puedo. —Un rugido medio ahogado amortiguó sus palabras. Diablo abrió la puerta. Honoria se puso tensa—. ¿Adónde vas?

—Abajo.

—No se te ocurra marcharte. —Si se marchaba tal vez no volvería—. Todavía no he terminado.

Con la mano en el picaporte. Diablo se volvió, atravesándola con su mirada verde pálida.

—Si no me marcho, tú no vas a poder sentarte durante una semana.

Y cerró dando un portazo. Honoria oyó sus pasos, desacostumbradamente pesados, y se quedó inmóvil ante el fuego, con la mirada clavada en la puerta.

Al llegar a la biblioteca, Diablo se dejó caer en un sillón. Al cabo de un instante se levantó como impulsado por un resorte y empezó a pasearse de un lado a otro. Nunca lo hacía; era un claro indicio de que había perdido el control. Si seguía así, dejaría un surco en la alfombra.

Emitió un gruñido largamente contenido y se detuvo. Con los ojos cerrados, echó la cabeza atrás y se concentró en la respiración, en dejar que su rabia impotente se calmara en el cenagal de emociones que se arremolinaban en su interior, todas ellas provocadas por la mujer a la que había tomado por esposa.

Con la mandíbula encajada y los puños apretados se obligó a relajarse. Uno a uno, los músculos se distendieron y al final se sintió más cómodo. Sin abrir los ojos, examinó sus reacciones para ver qué había debajo de ellas. Cuando vio lo que era, no se sorprendió.

Honoria estaba afrontando mucho mejor que él aquellos hechos inesperados, pero, claro, ella ya había pasado antes por un drama similar. Él nunca había experimentado nada parecido.

En realidad, Diablo nunca había conocido el miedo auténtico, ni siquiera en el campo de batalla. Era un Cynster. El destino cuidaba de los Cynster. Desgraciadamente, no era lo bastante optimista para suponer que la benevolencia del destino también se extendía a las esposas Cynster, lo cual le produjo un miedo cerval.

Exhaló despacio y abrió los ojos. Extendió los dedos y los estudió. Estaban casi firmes. Sus músculos, que habían estado tensos tanto rato, parecían helados. Miró la botella de brandy e hizo una mueca. Después, sus ojos se posaron en el fuego que danzaba alegremente en la chimenea y, deliberadamente, abrió la puerta de sus recuerdos y dejó que las palabras de Honoria le dieran calor.

Miró el fuego tanto rato que cuando, tras un hondo suspiro, se dirigió hacia la puerta, las llamas aún danzaban ante sus ojos.

Honoria tembló bajo las desconocidas mantas de su cama. Después de un largo debate mental, había vuelto a sus aposentos y se había acostado. No había cenado, pero no le importaba, había perdido el apetito. No sabía si lo recuperaría alguna vez pero, si tuviera que volver a vivir aquella escena con Diablo, no cambiaría ni una sola palabra de las que había dicho.

Su declaración había sido necesaria, aunque sabía que a él no le gustaría. No tenía ni idea de cómo había afectado a Diablo su obstinación. Se había separado de ella tan pronto había visto la confirmación de sus palabras en sus ojos.

Frunció el entrecejo y miró la oscuridad, intentando por enésima vez comprender la reacción de su marido. Por fuera, él se había comportado como el tirano que era, insistiendo sin ceder en que ella tenía que obedecer sus órdenes y recurriendo a la intimidación al ver su firmeza. Sin embargo, no todo lo que había dicho encajaba con aquella imagen. Sólo pensar que la había visto en peligro agitaba todo su ser más allá de lo indecible. Era casi como si…

Aquel nebuloso pensamiento le dio vueltas en la cabeza y finalmente se durmió.

Cuando despertó, había alguien a su lado.

—Maldita mujer obstinada, ¿qué demonios haces aquí?

Su tono dejó claro que la pregunta era retórica. Honoria contuvo la risa. Sonaba muy agraviado, algo impropio de uno de los hombres más poderosos de la región. Los ojos de Honoria se acostumbraron a la oscuridad y lo distinguió con las manos en jarras, sacudiendo la cabeza. Luego se inclinó hacia ella.

Apartó las mantas, se inclinó sobre el blando colchón y pasó las manos por debajo de Honoria, levantándola con facilidad. Ella se hizo la dormida.

—Con este maldito camisón. ¿Qué demonios te crees que haces?

La tomó en brazos y salió al corto pasillo. Al cabo de unos segundos la depositaba en su cama con ternura. Honoria decidió que tenía que murmurar algo y revolverse para que pareciera auténtico.

Lo oyó gruñir y luego escuchó los ruidos familiares que hacía al desvestirse, imaginando lo que sus ojos no veían.

El alivio que sintió cuando él se metió en la cama, se acurrucó alrededor de ella, con su cuerpo caliente, firme y tranquilizadoramente protector le encogió el corazón. Diablo le pasó un brazo por la cintura y la otra mano se cerró posesivamente alrededor de uno de sus pechos.

Honoria lo oyó emitir un largo y hondo suspiro. Se había librado de la última tensión que le quedaba.

Unos minutos más tarde, antes de que ella decidiese si fingía o no despertarse, su respiración se volvió más profunda. Honoria sonrió, se preguntó una vez más si debía despertarse y decidió que no.

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