Diablo

Diablo


Capítulo 9

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Honoria sopesó los pros y los contras: necesitaba hablar con él para asegurarse, antes de que Michael se marchara, de que su proposición era exactamente la que ella pensaba. Estudió su rostro.

—Pero no iremos a la glorieta. —Deseaba aprender sobre el placer pero quería poder controlar las lecciones.

—Sólo iremos a la terraza. —La sonrisa de pirata se materializó en sus labios fugazmente—. No quiero distraerte.

Honoria contuvo un temblor incipiente, provocado por el tono profundo y ronroneante de su voz, y lo miró con recelo.

—Palabra de Cynster —dijo él, arqueando las cejas.

Honoria podía confiar en eso. Recogió las madejas y puso su mano sobre la de él. Diablo la ayudó a levantarse y posó la mano de ella en su brazo. La duquesa fingió seguir absorta en las sedas de color lavanda. Caminaron hasta las grandes balconeras que se abrían a la terraza, donde la noche era un manto de terciopelo negro.

—Quiero hablar contigo —dijo ella tan pronto llegaron al exterior.

—Y yo contigo —replicó Diablo, mirándola de arriba abajo.

Honoria inclinó la cabeza, invitándolo a hablar.

—Michael me ha informado de que has accedido a quedarte con mi madre los próximos tres meses.

—Hasta que termine la temporada de luto —comentó ella. Se desasió y se volvió para mirarlo a la cara.

—Y, transcurrido ese tiempo, serás mi duquesa.

—Transcurrido ese tiempo, regresaré a Hampshire.

Él se detuvo a pocos centímetros de ella. Con la luz de la sala a sus espaldas, Honoria tuvo que imaginar su expresión: arrogante, impasible, con unos ojos ocultos por las sombras y clavados en los suyos, unos ojos insondables. Mantuvo la cabeza alta y la mirada decidida, dispuesta a impresionarlo con lo inflexible que podía ser.

El momento se prolongó. Honoria empezó a sentir una leve desazón y arqueó una ceja.

—Parece que tenemos un problema, Honoria Prudence.

—Sólo está en vuestra mente, su alteza.

Los ángulos de su rostro se movieron en expresión de advertencia.

—Antes de que decidamos lo que ocurrirá al final de los tres meses —dijo, exasperado pese a su tono cortés—, quizá deberíamos decidir sobre esos tres meses propiamente dichos.

—He accedido a quedarme con tu madre. —Honoria arqueó las cejas con arrogancia.

—Y a considerar seriamente mi proposición —añadió Diablo.

Ella no pudo pasar por alto el mensaje que transmitía su tono: o todo o nada.

—Sí —asintió tras respirar hondo—. Y a considerar seriamente la posibilidad de convertirme en tu esposa. Tengo que decirte, sin embargo, que es muy improbable que cambie de opinión al respecto.

—En otras palabras, eres terca como una mula y tengo tres meses para conseguir que cambies de opinión.

A Honoria no le gustó su manera de decirlo y replicó:

—No soy una mujer insegura, no tengo intención de cambiar de parecer.

—Todavía no conoces mis poderes de persuasión.

En los labios de Diablo destelló su sonrisa de pirata. Honoria se encogió de hombros, arrugó la nariz y contempló la oscuridad de la noche.

—Lo único que conseguirás será que me reafirme en mi postura, No me casaré, ni contigo ni con nadie.

Diablo guardó de nuevo silencio y ella notó que se le tensaban los nervios. Unos dedos duros se posaron en su barbilla para volverle la cara hacia él.

Aunque estaban a oscuras, Honoria notó lo penetrante y poderoso de su mirada.

—Pues siempre se ha dicho que las mujeres cambian mucho de opinión. ¿Cuán mujer eres, Honoria Prudence?

Ella abrió unos ojos como platos. Los dedos de Diablo se movieron por la sensible piel de su mentón, haciéndola estremecer. Se quedó sin aliento y le costó un esfuerzo considerable soltarse de él.

—Sé que no es aconsejable que juegue con fuego, su alteza.

—¿De veras? —En sus labios se dibujó una sonrisa—. Pensaba que querías una vida llena de emociones.

—Sí, pero a mi manera.

—En ese caso, querida, tendremos que negociar.

—¿De veras? —Honoria intentó aparentar despreocupación—. ¿Por qué?

—Porque dentro de poco serás mi duquesa, por eso.

Ella le lanzó una mirada de exasperación y, con un crujido de su falda de seda, echó a andar a lo largo de la balaustrada.

—Te lo advierto, después no digas que no te he avisado: no voy a casarme contigo. —Honoria se detuvo y, con la cabeza alta y los ojos muy abiertos, añadió, señalándolo con el dedo—: Y no me consideres un desafío. No te atrevas a pensar que lo soy.

Su carcajada fue la de un pirata, un bucanero, un paria fanfarrón que tendría que haberse encontrado en la cubierta de un barco y no a su lado. Aquel sonido profundo y sinuoso contenía una amenaza y una promesa que la envolvieron. Diablo volvió a plantarse ante ella.

—Eres el desafío personificado, Honoria Prudence.

—Cabalgáis hacia el fracaso, su alteza.

—Cabalgaré sobre ti antes de Navidad.

Aquello la conmocionó, pero no estaba dispuesta a demostrarlo. Con la barbilla alzada y los ojos entrecerrados, replicó:

—No pretenderás seducirme para que me case contigo, ¿verdad?

—Pues sí, lo había pensado. —Diablo arqueó una ceja con arrogancia.

—Pues no te saldrá bien. —Al ver que arqueaba la otra, Honoria sonrió, muy segura de sí misma—. Por la experiencia que tengo, sé que no me presionarás mientras resida en tu casa, bajo la protección de tu madre.

—¿Sabes mucho acerca de la seducción? —repuso él, sosteniéndole la mirada.

—No serás el primero en comprobarlo. —En esta ocasión fue Honoria la que arqueó las cejas al tiempo que seguía caminando junto a la balaustrada.

—Probablemente no, pero seré el primero que salga vencedor.

—No —suspiró Honoria, y vio que él fruncía el entrecejo—. No saldrás vencedor, quiero decir. —Diablo caminó a su lado—. Sé que no vas a forzarme. Desenmascararé tus trucos.

Honoria notó su mirada. Por sorprendente que resultase, fue menos intensa y menos inquietante que antes. Cuando habló, ella captó en su voz un tono divertido.

—Ni fuerza ni trucos. Tienes mucho que aprender sobre la seducción, Honoria Prudence, y en esta ocasión te las verás con un maestro.

Honoria sacudió la cabeza. Diablo estaba advertido. Era tan arrogante que le sentaría bien que le bajaran los humos y aprendiera que no todo el mundo acataría sumisamente su voluntad.

La noche extendió sus fríos dedos a través de su falda y Honoria se estremeció.

—Entremos —dijo Diablo, tomándola por el brazo.

Ella lo miró y la expresión de él se endureció. De repente, se acercó a ella, que reprimió un grito y retrocedió hasta la balaustrada. Diablo apoyó las manos en el parapeto de piedra, una a cada lado, aprisionándola entre sus brazos.

Jadeante y con el corazón acelerado, Honoria parpadeó.

—Has prometido no morder —dijo.

—Todavía no lo he hecho —replicó él con expresión pétrea—. Como has sido tan ingenuamente sincera, lo mínimo que puedo hacer es devolverte el favor para que nos comprendamos mejor el uno al otro. —Le sostuvo la mirada y Honoria notó todo el peso de su fuerza de voluntad—. No voy a permitir que des la espalda a lo que eres, al destino que siempre ha sido el tuyo. No permitiré que te conviertas en una institutriz esclava del trabajo ni en una excéntrica que divierta a la nobleza.

Honoria lo miró inexpresiva.

—Has nacido y has sido educada para ocupar una posición destacada en la nobleza, una posición que ahora está al alcance de tu mano. Tienes tres meses para reconciliarte con la realidad. No pienses que podrás huir de ella. —Le sostuvo la mirada implacablemente.

Pálida y temblorosa, Honoria apartó los ojos.

Diablo quitó las manos de la balaustrada y le dejó paso libre. Honoria dudó, con una expresión tan pétrea como la suya; luego se volvió y lo miró a los ojos.

—No tienes ningún derecho a ordenar cómo tiene que ser mi vida.

—Tengo todo el derecho. —La expresión de Diablo no se ablandó un ápice—. Serás lo que estabas destinada a ser: ¡mía!

El énfasis que puso en esa sola palabra hizo temblar a Honoria de pies a cabeza. Incapaz de respirar, se alejó deprisa hacia la sala, con la cabeza muy alta y un crujido furioso de la falda de seda.

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