Diablo

Diablo


Capítulo 16

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Honoria obedeció. Hasta ese momento no había advertido que estaba totalmente en sus manos. El duro y palpitante miembro que la llenaba por dentro le provocó un sentimiento de vulnerabilidad que la recorrió hasta el punto donde sus cuerpos se unían.

Oyó que Diablo gruñía y, parpadeando, alzó la mirada. Tenía los ojos cerrados y sus rasgos eran de piedra. Los músculos de sus hombros estaban tensos, trabados en una quimérica batalla. En su interior, el uniforme palpitar del miembro irradiaba calor y una sensación de apremio apenas controlado. El dolor había desaparecido la tensión se disolvió. Los últimos vestigios de resistencia se desplomaron. Con inseguridad y mirándolo a la cara, se liberó de sus manos bajo las nalgas y se incorporó despacio sobre las rodillas.

Musitó una única palabra cargada de emoción:

—Sí.

Diablo la detuvo un centímetro antes que se saliese. Honoria sintió su vehemencia, el mismo deseo compulsivo que se agolpaba en ella. No necesitó instrucciones para volver a hundirse despacio, cautivada por el tacto del duro y acerado sexo que se deslizaba, resbaladizo y caliente, hacia sus profundidades.

Lo hizo una y otra vez, echando la cabeza atrás mientras se deslizaba eróticamente hacia abajo y abría del todo sus sentidos para saborear cada segundo. Ya no necesitaba que Diablo la guiase y las manos de este recorrieron su cuerpo reclamando sus pechos, las curvas exuberantes de sus nalgas, la sensible cara posterior de sus muslos. Toda incomodidad y reticencia habían desaparecido. Honoria alzó la cabeza y lo abrazó por el cuello, buscando sus labios. El movimiento de sus cuerpos, que se unían en un ritmo tan viejo como la luna, era exquisito. Se besaron con ardor y ella se apretó más contra él, cegada por la promesa contenida en aquel cuerpo poderoso, que, insaciable, pedía más.

Diablo interrumpió el beso y, sin dejar de acariciarle las nalgas, le preguntó:

—¿Estás bien?

En la cima de su ascenso, Honoria se detuvo y le sostuvo la mirada y, concentrándose en la rígida dureza que la invadía, volvió a hundirse despacio.

Él se estremeció y tensó la mandíbula. Sus ojos destellaban. Con audacia, Honoria lamió la vena que palpitaba en la base de su garganta.

—En realidad esto me parece de lo más… —Se interrumpió porque le faltaba el aire.

—¿Sorprendente? —graznó Diablo.

Honoria cerró los ojos y jadeó, desesperada.

—Subyugante.

La risa de él fue tan honda que Honoria la notó en lo más profundo de su ser.

—Pues todavía queda mucho placer por venir, créeme. —Le mordisqueó el lóbulo de la oreja.

—Oh, sí —murmuró Honoria intentando, desesperada, aferrarse a la lucidez—. Ahora veo que es cierto que eres un maestro en este arte. —Respiró hondo y se alzó sobre él—. ¿Esto me convierte en tu amante?

—No. —Diablo contuvo el aliento mientras ella se empalaba con torturante lentitud—. Te convierte en mi alumna. —La convertiría en su esclava, pero no tenía intención de decírselo, y tampoco que, si ella se aplicaba lo suficiente, también lo haría su esclavo.

En su siguiente movimiento descendente, Honoria presionó más fuerte, y él la penetró más hondo. Instintivamente, se cerró en tomo a él. Diablo soltó un gruñido entre dientes.

Con los ojos muy abiertos, Honoria lo miró jadeante.

—Me resulta tan… tan raro… tenerte… tenerte dentro de mí. —Con los pechos que subían y bajaban rozando su tórax, se relamió los labios—. La verdad es que no pensaba que fueras a… a caber.

Diablo tensó todos sus músculos. Después de un instante de silencio cargado, consiguió decir:

—Al final cabré.

—¿Al final?

Honoria vaciló un momento y él aprovechó la oportunidad: le dio un beso ardoroso y al mismo tiempo la tumbó boca arriba en el colchón.

Diablo había elegido la postura anterior para que ella marcara hasta dónde su miembro podía penetrar, pero el momento de las delicadezas había quedado atrás. Su rápido cambio de postura la había dejado con las caderas de Diablo entre los muslos y el tieso miembro dentro de ella.

Al notar que estaba atrapada, Honoria se tensó. Diablo hundió las manos a cada lado del edredón. Cuando el beso se interrumpió, Honoria abrió los ojos.

Diablo atrapó su mirada y se retiró de ella despacio, con cuidado. Luego flexionó las caderas y, con un solo movimiento, volvió a penetrarla.

La poseyó inexorablemente, centímetro a centímetro. Caliente y resbaladizo, el cuerpo de Honoria lo acogió, dilatándose para recibirlo. Diablo vio que el gris azulado de sus ojos se convertía en plateado y luego se empañaba al tiempo que él profundizaba en sus embestidas. Se sintió envuelto en su suavidad y la penetró hasta el límite. Luego reposó, engastado en ella, que lo contuvo como un abrasador y sedoso guante.

Se miraron a los ojos, inmóviles.

Honoria apenas podía respirar; él la llenaba por completo y la firme pulsión de su miembro le llegaba hasta el ombligo. Vio que sus facciones estaban teñidas de pasión controlada. Con sus ojos verdes oscurecidos y orlados de plata, la miraba como un conquistador al que ella se había entregado. La inundó un sentimiento que le dejó el corazón henchido.

Diablo esperaba. ¿Qué esperaba? ¿Otra señal de rendición? Al pensarlo, la invadió una gloriosa confianza. Sonrió despacio. Tenía las manos apoyadas en sus antebrazos. Las alzó, le tomó el rostro y lo atrajo hacia sí. En el instante en que sus labios se encontraron, Diablo emitió un gruñido, se apoyó en los codos y le apartó un mechón del rostro.

El beso se volvió más profundo y los sentidos de Honoria se arremolinaron. El miembro de Diablo se movía dentro de ella y la llenaba de placer.

Se deslizaron juntos como las olas avanzando hacia la playa. Las sensaciones aumentaron como la marea, llegando el flujo cada vez más alto. Ella siguió el ritmo que marcaba él, dejando que su cuerpo lo acogiera, absorbiéndolo con fuerza durante un segundo para retirarse al siguiente. Una y otra vez formaron aquel abrazo íntimo. Cada embestida, cada acometida la llevaba más arriba, más lejos, hacia una orilla que la llamaba y que ella apenas distinguía. Sus pensamientos y sentimientos se fundieron y ascendieron, encerrados en un ímpetu aturdidor. Un calor y una luz corrieron por sus venas e irradiaron todos sus nervios. Enseguida, el calor se convirtió en fuego y la luz en esplendor incandescente.

Alimentada por sus cuerpos que se debatían, por cada respiración jadeante, por cada suave gemido, por cada gruñido gutural, la esfera ígnea de pasión aumentó y se volvió más brillante e intensa hasta que estalló en los dos al mismo tiempo.

Honoria se perdió en aquella energía primaria, todo fuego, luz y esplendor, que le encendía las entrañas. Cegada, no veía. Sorda, no oía. Lo único que podía hacer era sentir, sentirlo a él y saber que estaba allí, sentir la calidez que la llenaba y saber que era de él, sentir el sentimiento que los unía, que habían forjado en aquel estallido de estrellas, sabedora de que nada en el mundo podría cambiarlo.

El estallido se apagó y regresaron a la tierra, a los placeres terrenales de las sábanas de seda y las suaves almohadas, a los murmullos soñolientos y a los besos saciados. Y al bienestar de encontrarse uno en brazos del otro.

Cuando la última vela se fundió goteando, Diablo se movió. Antes incluso de alzar la cabeza, advirtió que debajo de él había una mujer, una mujer que dormía el sueño de los saciados. Ya antes incluso de mirarla, supo quién era aquella mujer.

La emoción que lo embargaba creció. Acarició su rostro, levente sonrosado, con la mirada. Tenía los labios henchidos y algo separados. Sus pechos desnudos subían y bajaban al compás de su respiración. Estaba profundamente dormida. Diablo saboreó la satisfacción del triunfo. Con una sonrisa que ella le habría recriminado de haberla visto, se levantó procurando no despertarla. Había intentado apartarse de Honoria hacía rato, antes de dormirse, pero ella había murmurado una queja y le había aferrado con tanta fuerza que él no se había atrevido a moverse. Pese al peso de su cuerpo, Honoria había querido prolongar la intimidad, algo a lo que él tampoco pudo oponerse con convicción.

Su intimidad había sido vibrante. Magnífica. Tan remarcable que hasta él se sorprendía.

Se tumbó boca abajo y notó el terso cuerpo de ella en el costado. La sensación tuvo el efecto inevitable pero decidió hacer caso omiso a él. Tenía todo el tiempo del mundo, toda la vida, en realidad, para explorar las posibilidades que ofrecía ella. La expectación había sustituido a la frustración. Desde el principio había notado en. Ella un conocimiento subyacente, una propensión sensual insólita en las mujeres de su clase. Ahora sabía que era real y se ocuparía de alimentarlo. A su cuidado, florecería. Entonces tendría tiempo suficiente para recoger los frutos de su control, de sus cuidados, de su experiencia, para saciar sus sentidos en ella, con ella, y para subyugarla.

Volvió la cabeza y observó su rostro. Le apartó un mechón de la mejilla. Ella se movió y se acurrucó de lado, pegándose a él, buscando con una mano hasta encontrar su espalda.

Diablo se quedó paralizado. La emoción que había despertado ese gesto era desconocida para él. Le quitó el aliento y lo dejó extrañamente sensibilizado, casi conmocionado. Frunció el entrecejo e intentó analizar esa emoción pero, para entonces, ya había pasado, No lo había abandonado sino que se había hundido de nuevo en él, en las profundidades de su ser.

Sacudió los hombros, vaciló unos instantes y pasó el brazo por la cintura de Honoria. Dormida, ella suspiró y se acurrucó más contra él. En los labios de Diablo se formó una sonrisa y sus ojos se cerraron.

Cuando volvió a despertar, estaba solo en la cama. Parpadeó, y miró el espacio vacío a su lado sin dar crédito a sus ojos. Entonces los cerró, hundió la cabeza en la almohada y gruñó.

Maldita fuera aquella mujer. ¿No sabía que…? Era evidente que no. Se trataba de una etiqueta conyugal sobre la que tendría que educarla. La esposa no debía dejar nunca la cama antes que el marido. Las cosas eran así. Serían así a partir de aquel momento.

Aquella mañana, sin embargo, tenía que hacer una larga excursión.

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