Despertar

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—¡Es su hija!

—¿De qué hablas? —preguntó Clay.

—Kirsten es su hija, la hija del inmortal. Haz cuentas: es nueve meses menor que Xin, a su madre la violaron, el inmortal los siguió, pero una vez que mi abuelo activó a los guardianes perdió su pista. Por eso lleva su misma marca. No es inmortal ya que ha nacido de una mortal, si lo fuera sabes que sus ojos serían color violeta.

—¿Qué hacemos?

—Sacadla de allí. Todo lo que vi es cierto. ¿Por qué vamos a dejar que sufra más? Cuando entré en su mente sentí lo mismo que ella; tenía miedo a que Kun la rechazara, y ahora sé por qué: él le habría dicho que el fuego es un elemento perverso.

—También pueden llegar a serlo el agua y el aire —añadió Clay pensativo—. Nunca me perdonaré lo que he hecho.

—Adora a Xin y nunca quiso herirlo; siente cada insulto que le dice, pero solo se protege. Quiere a Kun, siempre lo ha hecho, pero lo teme. Y ahora se encontrará en manos de los Ser’hi. ¿Sabes qué le harán? —preguntó alzando la voz—. He oído que el mayor ya tiene varios bastardos rondando por Serguilia y no de relaciones consentidas.

—¿Por qué no la han seguido hasta ahora? —preguntó indeciso.

—Las mujeres son diferentes a los hombres —dijo—. Es raro que una mujer nazca con una marca, tú conoces la profecía: solo chicos, nada de mujeres; pero siempre hay una excepción. Juraknar ignoraría que tenía una hija, o si lo sabía poco le importaría, ya sabes, sería normal. Pero estoy seguro de que empezó a sentir una señal de alguien que emanaba un poder parecido al suyo. La marca comenzó a aparecer con la primera menstruación, cuando su cuerpo comenzó a cambiar.

—Por favor, sé sincero. ¿Crees que la sacaremos de allí?

—No si la han llevado al castillo.

Los chicos aparecieron juntos a ellos cargando con tres finas espadas y una ballesta. Ellos se quedaron con dos de las espadas, Xinyu cogió la otra y Clay la ballesta. Salieron de la comodidad de su casa y se dirigieron al bosque. Allí Clay hizo abrir el vórtice y lo cruzaron sin demora, apareciendo en un bosque de cañas de bambú. Las tres lunas brillaban con intensidad en el cielo y los chicos se veían incapaces de apartar la vista de tal fenómeno. Habían oído hablar de las lunas, pero era la primera vez que las veían. Corrieron hacia la pagoda y, una vez en su interior, por los pasadizos se adentraron en un túnel circular, hasta que ante ellos encontraron la pesada puerta.

Shen se sorprendió al verlos. Xinyu se adelantó y comenzó a hablar con él, que contestó a todas sus preguntas con gestos.

—Hace casi una hora que la envió a Serguilia. Debemos irnos, pero antes os tenemos que dar algo —dijo Xinyu dirigiéndose a los chicos.

Shen desapareció por el pasadizo que minutos antes habían atravesado. Poco después volvió con varias prendas en las manos y se las ofreció.

—Son los trajes ceremoniales de los Dra’hi —explicó Xinyu—. Cambiaos y vayámonos. Todos os reconocerán y temerán al dragón; quizás así tengamos una oportunidad de cruzar los terrenos del inmortal.

Los chicos asintieron y se vistieron rápidamente. El atuendo estaba compuesto por unos cómodos pantalones negros que caían libremente hasta sus pies; pequeñas zapatillas que apretaban con fuerza sus pies y dos camisas distintas: la de Kun, verde y cerrada por un estrecho fajín azul que enrolló alrededor de su cintura, un dragón dorado que la rodeaba, coincidiendo la cabeza en la zona del corazón, con su enorme boca mostrando una lengua larga y fieros colmillos; la de Xin era exactamente igual, salvo que el color era azul oscuro y el fajín verde. Los cuatro se detuvieron ante la esfera y allí esperaron a que Shen posase sus manos sobre ella y el vórtice hacia Serguilia se abriese para cruzarlo sin demora.

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La lluvia no cesaba y Kirsten estaba helada. Se había adentrado en un bosque donde los árboles eran tan negros como el carbón y retorcidos como nunca hasta entonces había visto; su sola imagen le producía escalofríos. Se arrepentía de haberse adentrado; temía que quizás algún rayo alcanzara un árbol y mucho más quedarse aprisionada en el barrizal que cruzaba. Su zapatilla se pegó al barro y soltó una maldición cuando no fue capaz de sacarla al levantar el pie, cubierto únicamente por un calcetín. Al rato le ocurrió lo mismo con el otro pie. Alzó la vista a través de las ramas secas y de la incesante lluvia y observó las tres lunas. Le parecieron muy bonitas, quizás lo único bello de aquel lugar: tres esferas de diferentes tonalidades, a cada cual más bella.

Suspiró entristecida y siguió caminando. Al menos nadie la seguía. Tras apartar algunas ramas secas, vio que había llegado a un barranco. Bajó la vista y apreció varias piedras salientes por las que podría bajar. Al fondo se extendían praderas, otro bosque y unos oscuros montes en la lejanía. No veía civilización, todo se encontraba sumido en silencio, únicamente interrumpido por la fuerte tormenta. Con sumo cuidado fue descendiendo, mirando dónde posaba los pies para no precipitarse al vacío, pero las piedras estaban muy resbaladizas debido a la lluvia. De pronto sus manos resbalaron y se deslizó varios metros por la pendiente, hasta que pudo agarrarse de nuevo. Le dolían los dedos y le sangraban las uñas, rotas algunas al intentar asirse a las piedras. Con suavidad fue bajando poco a poco y tímidamente alcanzó el suelo. Pero alguien la esperaba allí y su sola imagen le hizo temblar de pies a cabeza.

***

Nathair salió como nuevo de la sala de curas. Unos sabios curanderos habían sanado las quemaduras gracias a ungüentos y le habían dado de beber un brebaje que le había hecho sentir mucho mejor.

Tranquilo comenzó a caminar hacia una de las torres del castillo. Estaba feliz ya que su plan había funcionado. De momento había ganado tiempo, pues a pesar de lo que su hermano pensaba, no era torpe. Podría haber evitado con facilidad la magia de la chica, pero prefirió que no fuera así. Recibir el impacto y en consecuencia regresaron a Serguilia. De esa manera dejarían a la muchacha tranquila.

Una vez en la estancia de la torre, únicamente decorada con un pilar que sostenía una esfera, posó las manos sobre ella y pensó en la Tierra y en Kirsten. Normalmente la magia del objeto le ofrecería una imagen de la chica al instante, como había hecho en otras ocasiones, pero esta vez no funcionó.

Sintiendo como un sudor frío recorría su espalda pensó en Kun y Xin. Cuál fue su sorpresa al ver que la esfera comenzaba a mostrar a Draguilia. Y allí los encontró, solo a los Dra’hi, a ella no. Estaban listos para partir. Sobre la esfera que el monje tenía delante vio Serguilia, sus oscuros y agitados océanos, la gran isla que él ocupaba y las demás que la rodeaban. Un pensamiento se le cruzó en la mente. Con rapidez deslizó la mano por encima y volvió a posarla pensando en Serguilia, en su isla, su hogar, y en ella. La encontró bajando un precipicio. Lo conocía y temía lo que se encontraría cuando posara un pie en el suelo. Se apartó de la esfera y bajó con rapidez las escaleras hasta el segundo piso. Corrió por oscuros pasadizos iluminados por antorchas y sin llamar abrió la puerta de la sala del trono, lugar donde siempre se encontraba el inmortal. Sin aliento, se adentró y se encontró con un ceñudo Juraknar que lo miraba molesto.

—Señor, ella está aquí.

—¿Qué quieres decir?

—La chica, su hija, está aquí. La acabo de ver en la esfera. Ellos la han enviado y los he visto dirigirse aquí, a Serguilia.

—¿Dónde la has visto?

—Bajando el precipicio.

—¡Maldita sea! —exclamó molesto—. Busca a tu hermano, debemos ir a por ella

Nathair se retiró y corrió hasta el ala contraria, adornada de la misma manera; allí se dirigió hacia el fondo del pasillo, hacia la última habitación y entró sin llamar. Enseguida se arrepintió al sorprender a su hermano en pleno acto. Estaba desnudo, en pie y tenía a una chica inclinada sobre la cama, dándole la espalda. Avergonzado, apartó la vista de la escena.

—¡Vete! —gritó Nathrach sin mirarlo.

—No estaría aquí si no fuera urgente —dijo molesto—. Para nada me interesa ver tal espectáculo.

Nathrach suspiró, aunque no le importó que su hermano estuviera mirando. Tras un par de embestidas más, alcanzó el orgasmo y fue entonces cuando se dirigió a Nathair, sin tan siquiera cubrirse, pues si había algo de lo que estaba orgulloso era de su fibroso cuerpo. Mientras lo contemplaba, cabizbajo, avergonzado, reconocía que solo era un crío, y así parecía más niño incluso. Tendría que hacer algo para que eso cambiara. Recordaba que él a los quince años no era tan desgarbado y flacucho como su hermano; y además estaban sus rasgos, muy parecidos a los de su madre, quien los había abandonado porque les temía. Nunca le perdonaría tal cosa; ansiaba encontrarla y mirarla por encima del hombro: él era mejor que ella, una simple humana. Él era un Ser’hi.

—¡Habla! —exigió a su hermano, molesto por su inoportuna interrupción.

—Ella está aquí, los Dra’hi la han enviado a Serguilia cuando han descubierto la verdad. Y por algo que no entiendo, ellos también vienen hacia aquí.

—¿Dónde está?

—Bajando el precipicio. Juraknar quiere que vayamos a por ella.

—Está bien, enseguida estaré en la entrada.

Incapaz de mirarlo, asintió y sin demora salió de la habitación, topándose de bruces con la joven criada de cabello rojo que minutos antes hacía compañía a Juraknar. Llevaba su sucio cabello recogido en una cofia. Parecía triste desde su llegada al castillo; su pálido rostro mostraba ojeras y algunos mechones caían por su frente y alrededor de sus ojos cubriéndole el rostro. Desconocía su nombre, pero sabía que llevaba en el castillo seis meses e incluso había visto cómo su ánimo se iba apagando poco a poco. Al verla de cerca, se percató de que en sus brazos llevaba las ropas ceremoniales. Las de él, unos pantalones negros, camisa azul cruzada por una serpiente dorada y el fajín verde para la cintura. Las cogió y dejó las de su hermano en la puerta; después se encaminó hacia su habitación. No estaba muy lejos de la de su hermano, solo unas puertas les separaban. Era más pequeña que la de Nathrach. Tenía una cama doble en el centro de la habitación con doseles rojos, que se encontraban recogidos. El fuego crepitaba en la chimenea, frente a la cama, y al fondo junto a un ventanal que daba paso al balcón, se hallaba su escritorio, y sobre él libros de todo tipo. La biblioteca de Juraknar era muy extensa y él se había leído buena parte de los libros, incluidos algunos sobre el mundo en el que vivía la chica. Se dispuso a cambiarse con rapidez; dejó sus ropas en el suelo y vistió su traje ceremonial. Salió y en la puerta se encontró con Juraknar, que iba acompañado de Kany el jorobado, que también se unía a la búsqueda.

—¡Nathair, ven un momento! —pidió Juraknar sabiendo que se encontraba a su espalda.

Nathair caminó indeciso ante el frío tono de su voz, se detuvo frente a él y con esfuerzo miró a aquellos brillantes ojos violeta.

—Chico, he encargado esto para ti —dijo dejando sobre sus brazos dos pesadas espadas. Ambas eran rectas, anchas y pesadas; una línea las atravesaba y la empuñadura acababa en una cobra dorada. Las fundas eran rojas y las rodeaba por completo una serpiente dorada. Con ayuda del inmortal, las llevó a su espalda y las dispuso formando una cruz, sintiendo al instante el pesado acero sobre su espalda.

—¿Dónde está tu hermano?

—Estaba con una chica —respondió—. No creo que tarde.

Al inmortal se le dibujó un sonrisa de satisfacción y al joven Ser’hi se le encogió el estómago de puro asco. Ceñudo, clavó la vista en los montes que se distinguían en la lejanía. Ella se encontraba tras aquellos montes.

—Señor, preferiría adelantarme —pidió—. Quizás así tengamos más posibilidades de encontrarla cuanto antes.

—Está bien, será lo mejor, yo esperaré a tu hermano. Pero si la encuentras, haz una señal en el cielo.

Chasqueó los dedos y al instante un dragón negro apareció junto a él. Acarició su escamosa cabeza e hizo una señal al chico para que le obedeciera. Muchos eran los que se asombraban de su control sobre los dragones, pero él poseía su marca, era su señor y todos los dragones y demás seres le obedecían. Apremió al joven para que se subiera al animal y lo vio perderse tras los montes. Impaciente, esperó a Nathrach.

***

Un enorme ser de más de dos metros de altura se erguía frente a Kirsten. Brillaba como el fuego. Todo su cuerpo era de piedra y un extraño resplandor azul brotaba entre sus ranuras. Su único ojo, amarillo, tenía el mismo aspecto que el de los gatos; su mano derecha portaba un gran mazo, que alzaba como si no pasara nada. Intentó golpearla, pero la chica evitó el golpe agachándose y escurriéndose entre sus piernas. Se arrastró y trató de levantarse, pero el suelo vibraba por cada paso del monstruo. Giró hacia un lado cuando vio la maza caer, y a punto estuvo de rozarla. Se puso en pie y alargó la distancia que los separaba, pero enseguida el monstruo golpeó de nuevo con la maza formando una grieta a su lado. Ella se aferró al barro, pero este era demasiado resbaladizo y en unos segundos cayó al interior del agujero.

El frío era estremecedor; estaba mojada y le dolía todo el cuerpo. Oía el goteo del agua y algo más que no conseguía interpretar. Eran como desgarros, como si una bestia estuviera comiendo. Se levantó y esperó a que su vista se acostumbrada a la oscuridad. Había caído desde una gran altura. De repente descubrió frente a ella unos brillantes ojos rojos. Se giró y vio un par de pares de ojos más, aunque no la miraban. Alzó sus manos y se volvieron rojas, iluminando la estancia. Las miradas se volvieron hacia ella y apreció a unos seres que devoraban los restos de lo que había sido un hombre. Vestías capas negras hechas harapos que llegaban a cubrir su delgado cuerpo lleno de llagas; casi no tenían dientes y en su calva cabeza tan solo unos cuantos pelos. Su rostro se hallaba desfigurado y lleno de heridas, y su piel enrojecida y deformada, al igual que sus facciones.

Hundió sus manos en el escurridizo barro y con esfuerzo fue subiendo. Esperanzada, pensó que quizás no trepasen, pero miró hacia abajo y los vio andar a cuatro patas y dirigirse hacia el barranco con rapidez. Gritó y comenzó a escalar deprisa, pero por mucho que lo intentaba volvía a caer. Uno de los seres le agarró el pie y de una patada lo hizo caer; otro le alcanzó la pierna y tiró de ella, provocando que sus manos se soltaran. Sintió una mano pegajosa sobre la muñeca y cuando alzó la vista vio que un hombre desfigurado la tenía agarrada.

Kany empuñó la lanza y la lanzó contra el Deppho. Eran seres inmundos que vivían en el fango; se alimentaban de carne humana y de ellos mismos, y antaño habían sido humanos.

Sin soltar la mano de la joven, comenzó a arrastrarla por un túnel que él mismo había excavado hasta la superficie. Al salir se encontraron ante un pequeño lago del que caía una enorme cascada, separando dos partes del extenso bosque antes de llegar a los montes.

Kirsten tiraba de su brazo para librarse del hombre, pero se veía incapaz. Dirigió su mirada al cielo y vio un dragón negro; sus manos entonces se volvieron rojas y el terror se apoderó de ella al ver al joven Ser’hi montado en él. El hombre que la llevaba por las oscuras tierras lanzó un gruñido cuando su mano se quemó al contacto de las de Kirsten e inmediatamente la soltó. Ella aprovechó al verse libre y corrió hacia el pequeño lago, aunque su avance no se alargó mucho más al ver una gran serpiente.

—¡No te muevas! —gritó Nathair, que se había bajado del dragón—. Muy despacio saca las manos del agua.

Hizo lo que le pidió. El reptil seguía danzando a su alrededor y la sintió moverse entre sus piernas. Luego se irguió ante ella y Kirsten gritó y se cubrió la cabeza con las manos, como si con ello pudiera evitar que la serpiente la engullera.

—¡Sal! —gritó Nathair a su protector.

Otra enorme serpiente salió del colgante que portaba y se arrastró al agua, y con un solo gesto detuvo el golpe de la anaconda. Ambas comenzaron a enfrentarse mientras una paralizada Kirsten permanecía entre las dos.

—¡Sal del agua! —le gritó Nathair—. Ven conmigo.

La joven contempló la encarnizada lucha de las dos serpientes y aprovechó para salir, pero lo hizo en dirección contraria a donde el Ser’hi se encontraba. Volvió a adentrarse en el bosque, seguida por Nathair. Fue apartando las ramas que le impedían correr con facilidad, sintiendo que algunas hacían trizas sus ropas y arañaban su piel; pero poco a poco estas fueron haciéndose más escasas e intuyó que el final del bosque estaba cerca. De repente se detuvo para evitar caer por el terraplén que se encontraba a sus pies. A unos metros había unos enormes rosales que impedían ver lo que había más allá. Detrás de ella oyó pasos y enseguida supo que el Ser’hi estaba allí. Bajó por el terraplén y fue hasta los rosales y de rodillas se arrastró entre espinas que se le clavaban en los brazos, le hacía pedazos la ropa y casi le hacían imposible avanzar. Agotada, se dejó caer en el suelo oyendo de fondo las palabras del Ser’hi: quería que saliera de allí.

Al parecer él había sido inteligente y no se había adentrado. Con cierto reparo, se puso de rodillas y posó sus manos sobre la tierra; respiró hondo, cerró los ojos y pensó en el fuego. Al instante sintió calor y escuchó las llamas quemando los rosales. Cuando abrió los ojos, se vio en un círculo de fuego que no le causaba ningún daño. Se puso en pie, liberada de los rosales y gritó satisfecha: el círculo de fuego se iba expandiendo, franqueándole el paso.

Nathair lo contemplaba atónito. El fuego le había lanzado con fuerza hacia atrás, pero no le había dañado, ya que su hermano había formado un escudo de hielo que lo protegió. Nathrach lo agarró con fuerza del brazo y lo puso en pie, y ambos caminaron entre rosales quemados en busca de la chica.

***

El círculo de fuego se divisaba a kilómetros de distancia. Kun, Xin, Xinyu y Clay lo vieron y se hicieron la misma pregunta: ¿había sido provocado por Kirsten o por el inmortal? Aun así, decidieron correr el riesgo: se dirigieron hacia el lugar, donde descubrieron lo que había sido un rosal. No muy lejos, en las proximidades de una cabaña, distinguieron a los Ser’hi y al inmortal; el menor de los Ser’hi llevaba en brazos a Kirsten. Subieron con ella a un dragón y emprendieron el vuelo hacia su castillo.

***

Kirsten, había avanzado casi a rastras entre los restos de los rosales, ansiando dejar atrás a los demás. Pero estaba extenuada, apenas tenía fuerzas para nada más. Ni siquiera para llegar a la cabaña que vio a cierta distancia. Agotada, dejó de pelear.

***

Los Ser’hi habían recorrido los restos del malogrado rosal buscando su cuerpo entre los chamuscados matorrales y no tardaron en encontrarla. Estaba llena de rasguños e inconsciente.

Nathair corrió hacia ella y le dio de beber agua, a la vez que la protegía en sus brazos, anhelando que volviera en sí.

—¿Qué va a pasar con ella? —preguntó Nathair. Su intuición le decía que ni su hermano ni Juraknar habían sido del todo sinceros con él.

—Es su hija, su bastarda, pero ha heredado su poder; es raro en una chica. Juraknar tiene cientos de bastardos y ninguno de ellos tiene su poder. En cambio, llega una joven nacida de una mortal y hereda buena parte de ese poder: controla el fuego. ¿Conoces a alguien que lo haga? Ninguno de nosotros dos lo hacemos, ni los Dra’hi, en cambio ella sí: un elemento despiadado y fuerte. Imagínate su unión con el nuestro. Eso es lo que quiere Juraknar.

—¿Quieres decir que la hemos traído para que engendre a nuestro hijos, niños que llegarían a controlar casi todo los elementos?

—Sí, y además ella debe continuar el linaje del inmortal. No ha engendrado más hijos con la marca y, aunque sea inmortal, ha de tener descendencia, fuertes aliados, y su unión con nosotros producirá una estirpe invencible. ¿Para qué creías que la habíamos traído?

—Quizás porque pertenece aquí, a este maldito lugar —concluyó lleno de rabia.

—Hermanito, esto no es tan malo, lo que pasa es que tú tienes la cabeza en otro sitio, quizás en esta preciosidad —admitió acariciándole la mandíbula—. Es guapa, pero, sinceramente, he estado con chicas que merecían más la pena.

—Espero que eso no te influya —intervino Juraknar, que apareció detrás de los hermanos.

—No, como ya he dicho es preciosa, y ten por seguro que adoraré cada minuto que esté con ella. —Divertido, se dirigió a su hermano, que ardía en furia—. Tranquilo, Nathair, también dejaré algo para ti.

—No quiero tus sobras, cerdo. ¡Ambos sois unos degenerados! —gritó desafiante y poniéndose en pie—. No voy a entrar en vuestro plan; es más, ella debería irse con los Dra’hi. No es justo lo que vais a hacerle. Es tu hija —añadió mirando a Juraknar—. ¿No te importa que Nathrach la vaya a poseer contra su voluntad, que la golpee y engendre su bastardo en ella? Solo tiene mi edad —gritó.

—La suficiente para engendrar un hijo —respondió ceñudo ante el desafío del joven Ser’hi.

—Juraknar, ¿cómo explicas que no hayas encontrado a tu hija hasta que tuvo quince años?

—La única explicación que le encuentro está en su cuerpo —dijo. Se agachó junto a ella y descubrió su marca, igual que la suya aunque borrosa, cerca de su pecho—. Seguro que la marca no apareció hasta que no se convirtió en mujer. Quizás no haya sido hace mucho. Ahora llegó el momento de las explicaciones —añadió al verla despierta—. Que uno de vosotros la sujete.

Nathair apartó con brusquedad a su hermano, se agachó tras Kirsten y le inmovilizó los brazos por detrás de la espalda para no dañarla.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Juraknar a la chica.

Le dolía la garganta y tragar saliva era todo un suplicio, pero se obligó a seguir las órdenes. Quizás de esa manera encontrase una forma de escapar.

—¡Kirsten!

—Bonito, muy bonito. Me recuerdas a tu madre —dijo con una sonrisa ensanchada en sus labios—. Por si no lo has adivinado, soy tu padre. Sí, has oído bien: soy tu padre, tú eres mi pequeña bastarda, nacida de una mortal a la que conocí hace quince años. En defensa de tu madre diré que opuso mucha resistencia, pero no le sirvió de nada. Y ahora descubro que tengo una hija y que además ha sido la única que ha heredado parte de mi poder. Lástima que no hayas heredado mis ojos, y con ellos la inmortalidad: tus ojos son mortales, todo tu cuerpo lo es —advirtió al descubrir que sus heridas no sanaban como lo hacían las de él—. Ahora este es tu hogar. Debes alegrarte, vas a recibir un gran trato de mí, eres afortunada. Vestirás las mejores galas, vivirás como si fueras una princesa, aunque seas una bastarda, todo a cambio de un poco de comprensión hacia mis chicos. Solo una cosa, niña: nunca oses desafiarme, nadie lo hace —sentenció—. ¡Nathair, dame tus espadas!

El joven Ser’hi dejó de sujetar a la joven durante unos segundos y le ofreció al inmortal las armas, sabiendo lo que iba a hacer a continuación.

—Por favor, no te asustes —le susurró Nathair débilmente.

—¡Nathrach! —gritó el inmortal al joven ofreciéndole las armas.

Este las empuñó con fuerza y de un solo gesto cortó la cabeza del inmortal. Kirsten quiso gritar, pero la escena que veía era tan horrorosa que no pudo articular palabra. Quiso escapar, pero Nathair la tenía sujeta y lo único que hizo fue apartar la mirada de tal visión y esperar a que le terminara de salir una cabeza idéntica a la anterior.

—Niña, es muy molesto, así que si intentas quemarme con esas débiles manos te azotaré hasta que no puedas ni caminar. Nadie en el castillo te pegará, pero si insistes en desobedecerme o escapar ten por seguro que te levantaré la mano. Ahora vamos a prepararte para los chicos.

Se agachó ante ella y apretó fuertemente su nuca, provocando que cayera dormida. El Ser’hi, la tomó en brazos y se dirigieron a un dragón, que los llevó de vuelta al castillo. Allí les esperaban tres jóvenes. Por orden del inmortal, Nathair dejó a la joven inconsciente a su cargo.

—Quiero que le deis un baño y que la preparéis para los chicos. Llevadla a la torre este.

Lyris, una joven pálida y demacrada de cabello rubio claro, asintió y, seguida de las demás mujeres, desapareció tras un tapiz oculto en una pared.

—En diez minutos estará lista —les dijo a los Ser´hi—. Dirigíos a la torre. Y os quiero ver más tarde, a ambos —añadió serio, dirigiéndose en especial al menor de los Ser’hi, del que no quería volver a escuchar ninguna réplica más.

Los dos asintieron y vieron al inmortal desaparecer tras un oscuro tapiz situado a su derecha.

***

La culpa reconcomía a Kun. No podía creer que hubiera desconfiado de ella y que por culpa de ese sentimiento hubiera sido capturada. Impotente, golpeó la corteza de un árbol. Frustrado, apoyó su cabeza en el árbol diciéndose que era un miserable

—Aún podéis recuperarla —dijo una dulce voz de mujer.

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