Despertar

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Capítulo 10

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Viajamos en un monovolumen junto al doctor Davidoff, la madre de Tori y un conductor a quien no conocía; un tipo rubio del equipo de seguridad. Detrás de nosotros, en otro coche, estaba Sue, un conductor que se estaba quedando calvo y el hombre de cabello oscuro que empuñaba el arma la noche que huimos de la Residencia Lyle.

Había una cuarta persona en aquel coche: tía Lauren. Yo no la había visto… Sólo sabía de ella porque el doctor Davidoff me dijo que estaría. En cuanto se presentó, me escabullí dentro del monovolumen todo lo rápido que pude para no verla salir.

¿Cómo iba a enfrentarme con tía Lauren? Incluso pensar en eso hacía que me doliese el estómago. Había pasado las últimas veinticuatro horas intentando con todas mis fuerzas no pensar en ella, en lo que había hecho.

Mi madre murió cuando yo tenía cinco años. Tía Lauren era su hermana menor. Durante todos aquellos años pasados yendo con mi padre de mudanzas de un lado a otro, mientras él siempre estaba fuera en viajes de negocios, dejándome al cuidado de una sucesión de niñeras y criadas, tía Lauren era la única cosa segura en mi vida. La persona con la que podía contar. Por eso después de haber escapado, cuando resulté herida y Rae y yo fuimos separadas de los muchachos, acudimos a ella en busca de ayuda.

Y entonces tía Lauren me devolvió al doctor Davidoff. Si ella hubiese creído que enviaba a su desilusionada sobrina de regreso con los simpáticos amigos que podían ayudarla, entonces, por airada y herida que me hubiese sentido, lo habría comprendido. Pero aquella gente no había engañado a tía Lauren. Ella era una de ellos.

Ella me colocó a mí, y a mi madre, según sospechaba, dentro de su experimento. Había dejado matar a Brady, a Liz y a la otra chica, y quizás incluso ayudase a perpetrarlo. Y en ese momento, sabiendo todo eso, yo tenía que encararme con ella y simular que todo iba bien.

El monovolumen tenía en el medio un asiento giratorio y ése era donde se sentaba la madre de Tori. Durante la primera parte del viaje estuvo leyendo el

Wall Street Journal, levantando la mirada de vez en cuando para asegurarse de que no nos habíamos desvanecido en el aire. Tori y yo viajábamos con la mirada fija en nuestras respectivas ventanas como si el tinte de sus cristales no fuese lo bastante oscuro para ver algo más que las siluetas del exterior.

No hubo posibilidad de coger mi mochila. Ni siquiera a Tori se le había permitido llevar su monedero, a pesar de lo mucho que argumentó. Al menos yo tenía dinero. Había llegado a la Residencia Lyle con mi fajo de billetes de veinte dólares y mi tarjeta de crédito metida en el calzado, y allí estaba todo. Vestía vaqueros, una camisa de manga larga y zapatillas de deporte. Una muda de calcetines y ropa interior hubiese estado bien, pero, dadas las circunstancias, mi mayor preocupación era lo fina que resultaba mi camisa.

—Doctor Davidoff —me incliné hacia delante tanto como me permitía el cinturón de seguridad—, ¿me cogieron esa sudadera que les pedí?

—Ah, sí. Y la necesitarás. Está refrescando ahí fuera. ¿Diane? ¿Le puedes pasar esto a Chloe?

Al ver cómo llegaba al asiento el jersey verde con capucha, suspiré de alivio.

—¿Eso no es de Liz? —preguntó Tori.

—Creo que no.

—¿No? —me la arrancó de las manos y leyó la etiqueta—. ¿Desde cuándo usas la talla mediana en ropa de mujer? Apuesto a que todavía no has salido de la sección infantil.

—Muy graciosa. Sí, normalmente utilizo la talla pequeña…

—La talla extra pequeña.

—Ya, pero me gustan las sudaderas amplias, ¿vale?

—¿Crees que soy idiota? Éste es el mismo jersey con capucha que tomé prestado de Liz; por el que el otro día viniste a preguntar a mi habitación.

La madre de Tori bajó el periódico.

—Yo… Yo pensaba que Liz podría querer recuperarlo. Rae comentó que aún lo tenías tú y por eso…

—¿Por eso te nombraste guardiana de las cosas de mi amiga?

La madre de Tori dobló el periódico sobre su regazo, alisando el pliegue con sus largas uñas rojas.

—Chloe, ¿es ésa la sudadera de Liz?

—Qui-quizá. Cuando abandonamos la Residencia Lyle cogí ropa en medio de la oscuridad. Tenía una prenda que se le parecía. La llevaré hoy y después te la devolveré para que puedas dársela a Liz.

—Será mejor que lo hagas —dijo Tori, comenzando a tendérmela.

Su madre se la quitó de entre los dedos y la dobló en su regazo.

—Yo me ocuparé de dársela a Liz.

—¿Pu-puedo ponérmela hoy? El doctor Davidoff dijo que estaba fi-frío…

—Estarás bien.

Tori puso los ojos en blanco.

—Mamá, no es para tanto. Vamos, dásela.

—He dicho que no. ¿Qué palabra es la que no entiendes, Victoria?

Tori murmuró algo entre dientes y se volvió hacia su ventana.

Su madre me miró con una expresión que me resultó indescifrable.

—Te aseguro que estarás bien sin ella.

* * *

Mis dientes castañeteaban cuando el conductor nos dejó en la calle, detrás del complejo de la fábrica, y no sólo por el frío. La madre de Tori sabía por qué tenía yo esa sudadera… Y que había comprendido que Liz estaba muerta. ¿Qué otra razón podría tener un nigromante para coger un artículo personal de ella?

Primero fue el doctor Davidoff y después la madre de Tori. ¿Había alguien que no detectase mis maniobras?

Quizás una persona. La única que aún podía verme como la pequeña y dulce Chloe. La única que pensaba que, en realidad, yo no había querido fugarme de la Residencia Lyle, sino que fui atrapada en medio de los planes de aquellos muchachos.

—¿Tía Lauren?

Caminé en su dirección mientras salía del coche con Sue. Me sentí como si estuviese mirando a una desconocida que hubiera adoptado la imagen de mi tía Lauren.

—Estás congelándote —dijo, frotándome los brazos, teniendo cuidado con el herido—. ¿Dónde tienes tu abrigo?

Vi a la madre de Tori vigilando. Si me chivaba a tía Lauren, ella le diría por qué quería la sudadera de Liz.

—Lo olvidé. La semana pasada hacía más calor.

Miró a su alrededor.

—¿A alguien le sobra un…?

El hombre del cabello oscuro del sábado por la noche salió del asiento delantero y nos tendió una chaqueta de nailon.

—Gracias, Mike —dijo tía Lauren, y después me ayudó a ponérmela.

Los puños de sus mangas me colgaban casi un palmo más allá de la punta de mis dedos. Los recogí con la esperanza de que unos cuantos pliegues más me diesen más calor, pero la chaqueta era tan fina que no parecía capaz ni siquiera de cortar el viento.

—¿Tienes la insulina?

—La tengo, cari. No te preocupes.

Yo permanecí cerca de tía Lauren mientras el grupo se preparaba para la búsqueda. A ella le gustaba, y mantuvo su brazo a mi alrededor, frotándome el hombro como para proporcionarme calor. Apreté los dientes y la dejé hacer.

—Y ahora, Chloe —dijo el doctor Davidoff en cuanto todos estuvieron dispuestos—, dinos dónde buscar.

El verdadero punto de encuentro era el almacén más cercano a la fábrica, así que el objetivo consistía en mantenerlos tan alejados del lugar como fuese posible, por si acaso los chicos decidiesen que era un buen momento para comprobar el sitio.

—Comenzamos en el almacén donde ustedes nos encontraron y a mí me pasó esto… —alcé mi brazo herido.

—Saliendo por la ventana —dijo el doctor Davidoff. Asentí.

—No supe que me había herido, por eso salimos corriendo. Derek quería llevarnos tan lejos de ese depósito como fuese posible. Parecía como si hubiésemos corrido y corrido alrededor de esos edificios de almacenamiento, tratando de encontrar un lugar donde escondernos. Yo n-no prestaba demasiada atención. Estaba oscuro y no podía ver, pero Derek sí, por eso lo seguí.

—Un hombre lobo está provisto de visión nocturna —murmuró el doctor Davidoff.

—Al final encontramos un sitio que, según dijo Derek, podría ser un buen lugar para esconderse, y donde debíamos quedarnos hasta que ustedes se marchasen, pero entonces él olió la sangre…

La mano de tía Lauren se tensó alrededor de mi hombro, como si me imaginase a escasos segundos de ser devorada.

—Así que me ayudó —continué—. Me lo vendó, pero me dijo que iba a necesitar puntos. Después olió a Simon. Por eso nos fuimos, por lo de mi brazo y por Simon; pero antes dijo que el sitio sería un buen lugar para esconderse, y que debíamos recordarlo.

—Y no lo hiciste —terció Tori—. Bonita situación.

—Estaba oscuro y me encontraba confusa. Supuse que quería decir que él se acordaría…

—Lo entendemos, Chloe —dijo el doctor Davidoff—. Y tienes razón. Sin duda suena más prometedor que tus otras propuestas. Y, en cuanto a si lo recordarías si lo vieses, creo que…

—Tuvimos que desgarrar mi camisa para vendarme el brazo. El resto de la prenda aún debería estar por ahí.

—Entonces, bien, Chloe, tú ve con la señora Enright… Las manos de tía Lauren se aferraron a mis hombros.

—Yo me llevaré a Chloe.

—No, tú te llevarás a Victoria.

—Pero…

La madre de Tori la interrumpió.

—¿Tienes poder para camuflarte?

—No, pero…

—¿Tienes alguna clase de poder?

El agarre de tía Lauren alrededor de mis hombros se endureció.

—Sí, Diane. Tengo el poder de la medicina, que es la razón por la que debería ser la primera en entrar en escena cuando Simon sea encontrado…

—Estarás cerca —intervino el doctor Davidoff—. Necesito que Chloe lleve una escolta, pero no podemos permitir que los muchachos vean a su guardián. Diane se ocupará de eso.

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