Despertar

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Capítulo 18

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En la versión cinematográfica de nuestra fuga habríamos ido directos a una trampa. Todos hubiesen sido apresados… Excepto yo, que era la heroína, y lo bastante inteligente para eludir la celada y después poder trazar un arriesgado plan para liberar a mis amigos. Pero no iba a ser fácil. Ni discreto. Tori y Simon tendrían que volar una manzana de viviendas empleando su magia. Derek lanzaría un camión contra nuestros perseguidores. Y yo reclutaría una sección de zombis de un cementerio dispuesto en el lugar adecuado.

No obstante, por mucho que molase ver todo eso en la gran pantalla, la verdad es que me apetecía más una fuga discreta. Y eso fue exactamente lo que hicimos. El Grupo Edison jamás se apartó del patio de la fábrica.

Caminamos al menos cinco kilómetros. Cuando estuvimos lo bastante lejos de la fábrica para dejar de andar a escondidas, Derek nos llevó a la zona comercial situada al otro lado del vecindario, donde cuatro adolescentes no parecerían tan fuera de lugar en un día de escuela.

—Muchachos, sé que os gustan todas esas historias envueltas en intrigas y misterio —dijo Tori, al final—, pero, ¿no podríamos limitarnos a coger un taxi?

Me aclaré la garganta.

—El taxi podría suponer un riesgo, pero si hubiese un camino más corto para llegar allí donde vamos mis pies lo agradecerían.

Derek se quedó plantado y choqué contra su espalda, no por primera vez, pues había insistido en caminar frente a mí. Me había pasado el camino tropezando con sus talones y farfullando disculpas. Al disminuir el paso para dejarle avanzar un poco más, me dijo con tono brusco que lo mantuviese.

—Casi hemos llegado —dijo Simon.

Iba a mi lado, pegándose al bordillo, caminando tan cerca como Derek. Aunque en condiciones normales no me habría quejado por tener a Simon tan cerca, tenía la extraña sensación de estar bloqueada.

Al reanudar la marcha intenté retrasarme quedándome con Tori, rezagada a nuestra espalda, pero Simon me sujetó el codo con los dedos volviéndome a colocar en mi puesto.

—Vale —dije—. Aquí pasa algo, ¿de qué va esto del paseo escoltado?

—Te protegen —dijo Tori—. Forman escudos frente al gigantesco y malvado mundo.

Ninguno de los chicos dijo una palabra. Fuese lo que fuese, no iban a decírmelo. Todavía no.

* * *

Nuestro destino era una especie de singular edificio industrial emplazado en el vecindario, tan ruinoso que incluso violadores en grupo y gente sin hogar parecían haberlo abandonado.

Liz me llamó justo cuando íbamos a entrar. Se colocó junto a la ausente puerta de entrada como si no pudiese cruzar el umbral. Le pregunté si alguna magia la mantenía fuera, pero me dijo que no, que sólo quería hablar conmigo. Así que les hice un gesto a Derek y Simon para que continuasen, diciéndoles que tenía que hablar con Liz.

Ella había permanecido en silencio desde que me reuniese con los demás, manteniéndose fuera de la vista. En ese momento se agachaba junto al sucio camino lindante al edificio para subirse uno de sus calcetines naranja y púrpura.

—Ya sabes, la verdad es que adoro estos calcetines, pero como tenga que verlos un solo día más pienso andar descalza toda la eternidad —intentó sonreír pero, tras un momento de lucha, lo dejó y se enderezó—. Me voy a ir ahora. Ya no me necesitáis.

—No. Qui-quiero decir, si quieres tú, claro, pero…

—Esto salió mal. Yo sólo… —levantó un pie para volver a ajustar el calcetín—. Debería irme. Pero volveré.

—No tengo tu sudadera. Necesitaremos concretar un lugar de reunión o algo así.

Rió. Entonces sonó casi genuina.

—No más lugares de reunión. Te encontraré. Siempre lo hago. Esto sólo… Puede que dure un rato. Tengo cosas que hacer. Y tú… —miró hacia el edificio y la nostalgia de sus ojos me atravesó como una puñalada—. Tú tienes cosas que hacer. Tú y los demás.

—Liz, yo…

—No pasa nada. Haz lo que tengas que hacer. Ya te pescaré.

—Te echaré de menos.

Se alejó y yo hubiese jurado sentir sus dedos acariciando los míos.

—Eres muy dulce, Chloe. No te preocupes por mí. Volveré.

Y dicho eso desapareció.

* * *

Los demás esperaban justo al otro lado de la entrada. Nos abrimos paso entre los escombros caminando en fila india hacia la oscura penumbra siguiendo a Derek.

Al movernos se me erizó el pelo de la nuca y comencé a sufrir un dolor punzante en la parte posterior del cráneo. Aminoré el paso y entonces le tocó a Tori chocar contra mí.

—Vamos, muévete —dijo—. Ah, está bien. Chloe le tiene miedo a la oscuridad. Simon, será mejor que la cojas de la mano y…

—Corta ya —Simon apartó a Tori y se situó a mi lado—. ¿Estás bien?

—Aquí… Hay algo. Puedo sentirlo.

—¿Fantasmas?

—No creo. Es como lo que sentí en el pasadizo de la Residencia Lyle.

Derek blasfemó.

Me volví para observarlo en la oscuridad.

—¿Qué?

—Hay un cuerpo.

—¿Cómo? —preguntó Simon, acompañado por Tori, con tono estridente.

—En alguna parte, por aquí, hay un cuerpo muerto. Lo olí ayer, después de que nos instalásemos.

—¿Y no te molestaste en decírmelo? —dijo Simon.

—Es un cuerpo. Lleva mucho tiempo muerto. Un tipo sin hogar. Por otra parte, éste es un buen sitio.

—¿Por otra parte? Un escondrijo oscuro como el betún, lleno de basura, con cadáveres y ratas. Desde luego que sabes elegirlos, tronco.

—¿Ra-ratas? —tartamudeé, pensando en los murciélagos.

—Genial —murmuró Tori—. También les tiene miedo a las ratas.

—Se mantendrán apartadas mientras yo esté aquí —afirmó Derek.

No eran las ratas vivas las que me preocupaban a mí. Prosiguió.

—Pero no pensé en lo del cuerpo. ¿Es un problema, Chloe?

Lo era. Debería haber dicho algo acerca de los murciélagos, de cómo los había levantado sin querer mientras me ocupaba del fantasma. Pero los miré a los tres, observé su aspecto cansado y lo impacientes que esperaban para encontrar un sitio donde descansar, hablar y averiguar lo que sabía. Podía manejar aquello. Mientras no invocase a Liz, no levantaría aquel cuerpo.

Por tanto, eso dije.

—Pero te molesta estar cerca de eso —señaló Simon—. Deberíamos…

—Estoy convencida de que no es fácil encontrar lugares seguros —forcé una sonrisa—. Será una buena experiencia. Necesito aprender a reconocer la sensación.

—Ah, por supuesto —intervino Tori—. Chloe va a aprender de eso. ¿Paras alguna vez? Eres como uno de esos alegres conejitos de Energizer…

Simon se volvió para darle una contestación, pero Derek nos hizo entrar con un gesto. Llegamos a una habitación en el medio del edificio, sin ventanas. Derek encendió una linterna. Emitía una luz temblorosa, pero suficiente para ver. Antes los chicos se habían ocupado de colocar embalajes para sentarse y alfombrar el suelo cochambroso con papeles de periódico. Las mochilas nuevas estaban ocultas bajo los embalajes junto a un ordenado montón de mantas baratas. No era exactamente el Hilton, ni la Residencia Lyle, pero sí mucho mejor que el lugar donde había dormido la noche anterior.

En cuanto nos sentamos, Derek sacó del bolsillo un puñado de barritas energéticas y me dio una.

—Ah, bien, debes de estar muriéndote de hambre —dijo Simon, rebuscando en sus bolsillos—. Yo puedo ofrecer una manzana mareada y un plátano maduro. Esos minisúper no son el lugar donde comprar fruta, como no hago más que decirle a alguien que sé yo.

—De todos modos, Simon, para ti es mejor que esto. Derek le pasó una barrita a Tori.

—Porque se supone que no puedes comerlas, ¿verdad? —pregunté—. Lo cual me recuerda… —saqué la insulina—. Derek dijo que era tu reserva.

—Así que mi oscuro secreto ha salido a la luz.

—No sabía que fuese un secreto.

—No del todo. Sólo que no es algo que vaya pregonando por ahí.

En otras palabras, si los chicos sabían que padecía una enfermedad crónica podrían tratarlo de modo diferente. Él la mantenía controlada, de modo que no había razón para que nadie supiese de ella.

—¿Reserva? —dijo Tori—. ¿Quieres decir que no necesitaba eso?

—Al parecer, no —murmuré.

Simon pasaba la vista de ella a mí, confuso, y entonces comprendió.

—Chicas, vosotros creísteis…

—¿Que si no tomabas tu medicina en las próximas veinticuatro horas estabas muerto? —detallé—. No exactamente, pero casi. Ya sabes, el viejo truco de subir la apuesta recurriendo a una enfermedad mortal que necesita medicación. Al parecer aún funciona.

—Menuda decepción, ¿eh?

—No estoy de broma. Nos plantamos aquí esperando verte al borde de la muerte. Y ni siquiera jadeas.

Se puso en pie, trastabilló, cayó en redondo y levantó la cabeza con debilidad.

—Chloe, ¿eres tú? —tosió—. ¿Tienes mi insulina?

La coloqué en su mano extendida.

—Me has salvado la vida —dijo—. ¿Cómo podría pagártelo?

—Olvidándote de la obediencia eterna, eso estaría bien. A mí me gustan los huevos revueltos.

Levantó una pieza de fruta.

—¿Te conformas con una manzana mareada?

Reí.

—Vosotros, chavales, sois un poco raros —dijo Tori. Simon se sentó en un embalaje a mi lado.

—Eso es cierto. Somos de lo más estrafalario y no molamos nada. Tu índice de popularidad se desploma sólo por estar cerca de nosotros. Así que, ¿por qué no…?

—Chloe —interrumpió Derek—, ¿cómo tienes el brazo?

—¿Su…? —Simon rezongó ente dientes—. Menuda manera de darme las noticias. Primero la comida y luego el brazo —se volvió hacia mí—. ¿Cómo está?

—Bien, con puntos y vendado.

—Deberíamos echarle un vistazo —señaló Derek. Simon me ayudó a quitarme la chaqueta.

—¿Es todo lo que llevas? —preguntó Derek—. ¿Dónde está tu sudadera?

—No nos dieron oportunidad de coger nada, pero tengo dinero. Compraré una.

—Dos —apuntó Simon—. Hace mucho frío cuando se pone el sol. Anoche debiste de quedar tiesa.

Me encogí de hombros.

—Tenía otras cosas en la cabeza.

—A su tía, y a Rae —intervino Tori.

—Ya lle-llegaremos a eso —dije cuando Simon me miró—. Hay un montón de noticias. Comenzad vosotros, chicos.

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