Despertar

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Capítulo 20

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Una vez acabó esa mancha de fealdad me sentí, por primera vez en mi vida, nerviosa por ir de compras. No veía el momento de salir de aquel lugar oscuro, húmedo y frío que tanto me recordaba a mis odiados sótanos. Alejarme de aquel cadáver cuyas vibraciones me tenían los nervios de punta. Conseguir ropa cálida, tener comida de verdad, y un cuarto de baño auténtico, con jabón e inodoro. Mejor no preguntar cómo me las había arreglado con mis«necesidades corporales» hasta entonces; es mejor dejar la respuesta muda.

—Si logramos alejarnos lo suficiente estaremos a salvo, y quiero emplear mi tarjeta de crédito —dije—. Es probable que mi cuenta esté bloqueada, pero merece la pena intentarlo. Siempre podremos utilizar más dinero.

—Nosotros tenemos algo —apuntó Derek.

—De acuerdo, si no te parece seguro que lo intente…

—Tú no vas a salir, Chloe. Nosotros lo haremos. Tú te quedas aquí.

—Donde estarás a salvo —dijo Tori—. No querríamos que te rompieras una uña utilizando tu tarjeta.

—Tori… —replicó Derek, volviéndose—. Has sido advertida. Déjala en paz.

—La pulla iba dirigida a ti, niño lobo.

Su voz descendió otra octava, convirtiéndose casi en un gruñido.

—No me llames eso.

—Por favor, ¿podemos dejar de pelear? —tercié, poniéndome entre ellos—. Si hasta ahora no he demostrado que soy cuidadosa y puedo cuidar de mí misma…

—Lo has hecho —dijo Simon—. Ése es el problema.

Me tendió un periódico cortado. Leí el titular y después me agaché despacio hasta sentarme en un cajón con la vista fija en el artículo.

Mi padre ofrecía medio millón de dólares de recompensa por la información que me condujese a mi vuelta al hogar sana y salva. Había una foto de mí; una del último año de escuela. Y también una de él, que parecía pertenecer a una rueda de prensa.

Mi padre fue a verme al hospital la noche posterior a mi crisis en la escuela. Había regresado en avión desde Berlín y tenía muy mal aspecto; cansado, sin afeitar y preocupado. Aún lucía peor en el artículo del periódico, con esas bolsas oscuras bajo los ojos y las arrugas marcadas en su rostro.

No tenía idea de qué había planeado decirle el Grupo Edison a mi padre acerca de mi desaparición. Debieron de hacerle tragar algún cuento, quizá le dijesen que me habían trasladado y de momento no podía visitarme. Intentaron ocultar mi desaparición, pero fueron demasiado lentos.

Sin embargo, habían intentado ocultar sus huellas. Según las enfermeras y mi compañera de habitación, Rachelle Rogers, entrevistada en el artículo, me había fugado.

¿Se lo creyó mi padre? Supongo que sí. El artículo citaba sus palabras diciendo que estaba afrontando la situación muy mal; y quería con desesperación volver a disfrutar de una oportunidad. Al leer eso, mis lágrimas gotearon sobre el papel. Las sequé sacudiéndolo.

—¿Medio millón? —dijo Tori, leyendo por encima de mi hombro—. El Grupo Edison debe de ser quien paga, para hacernos volver.

Simon señaló la fecha; el día anterior por la mañana, cuando aún estábamos bajo su custodia.

—Vale —admitió Tori—. Le han dicho a tu padre que organice un buen lío con lo de la fuga de su hija para que nadie haga preguntas. Ofrece un dinero que jamás deberá pagar porque ya sabe dónde está.

Negué con la cabeza.

—Mi tía dijo que él no sabía nada acerca del Grupo Edison —me quedé mirando el artículo y después lo doblé rápido—. Tengo que avisarlo.

Derek se interpuso en mi camino.

—No puedes hacerlo, Chloe.

—Si él está haciendo esto —agité el papel—, se está poniendo en peligro y no lo sabe. Tengo que avisar…

—No está en peligro. Si se hubiesen adelantado a él en los medios, quizá. Pero ahora, si algo le sucediese sólo llamaría más la atención. Es obvio que no pone en duda su historia acerca de tu huida, así que lo dejarán en paz… Siempre y cuando no averigüe la verdad.

—Pero tengo que hacerle saber que estoy bien. Está preocupado.

—Y va a tener que estar preocupado un rato más.

—¿Sabemos seguro que no está metido en esto? —preguntó Tori—. ¿Qué dijo tu tía? ¿Engañó a tu madre para meterse en eso de la modificación genética? ¿O ya estaba involucrada?

Saqué mi carta y la recorrí con los dedos. Después les dije lo que ponía; bueno, las partes que les interesaban.

—¿Algo acerca de tu padre? —preguntó Derek.

Dudé, y después asentí.

—¿Qué cuenta?

—Que no estaba involucrado, como os he dicho.

—Lo cual significa que sería seguro para Chloe contactar con él, ¿verdad? —señaló Simon.

Derek buscó mi cara con la mirada. Después dijo en voz baja:

—Chloe…

—Ella dijo… Mi tía dijo que me mantuviese apartada de él.

* * *

Supongo que Derek confiaba en que no correría a la primera cabina y llamase a mi padre porque, después de eso, los tres nos fuimos de compras.

Ambos, mi tía y Derek, pensaban que debería mantenerme alejada de mi padre. Derek suponía que eso podría ponerlo en peligro; tía Lauren probablemente se figuraba que eso me pondría en peligro a mí.

Yo quería a mi padre. Quizá trabajase demasiado, no estuviese en casa lo suficiente y no supiese exactamente qué hacer conmigo, pero ponía todo su empeño. Dijo que se quedaría por allí mientras yo permaneciese en la Residencia Lyle, pero cuando una emergencia en los negocios se lo llevó lejos no me cabreé con él por marcharse. Él, como compensación, había dispuesto los arreglos necesarios para tomarse un mes libre después de que me diesen el alta, y para mí eso era mucho más importante. Creyó que estaría a salvo en la Residencia Lyle, bajo los cuidados de mi tía.

Debió de haber pensado que me había sentido tan herida y furiosa que me escapé. Y entonces su hija esquizofrénica vagaba por las calles de Búfalo. Quería llamarlo, aunque sólo fuese para decirle «estoy bien», pero Derek y tía Lauren tenían razón. Si lo hacía puede que no fuese bueno… Para ninguno de los dos.

* * *

Yo, para distraerme de los pensamientos acerca de mi padre, decidí investigar el cuerpo del difunto. Después de lo sucedido con los murciélagos debía afinar mi sentido para detectar cadáveres, si hubiese un método para eso, y necesitaba hacerlo de inmediato para poder saber de la existencia de cuerpos muertos en las cercanías antes de empujar a sus fantasmas de regreso a ellos.

Parecía funcionar como un radar. Cuanto más cerca estaba, más fuerza sentía. Eso podría hacer que pareciese fácil encontrar un cadáver, pero no lo era. La «sensación» sólo consistía en un vago sentimiento de incomodidad, un picor en la nuca y un dolor de cabeza sordo, y cuando éste parecía incrementar me resultaba imposible decir si estaba detectando un cuerpo, era cosa de mis nervios o de una corriente de aire.

No sabía decir qué clase de asuntos se habían llevado a cabo en aquel lugar. Búfalo está llena de edificios y casas abandonadas. Si uno conduce por la carretera I-90 los verá; edificios desvencijados, ventanas cerradas con tablones y patios vacíos. Aquel donde estábamos no era más alto que una casa, y con habitaciones como una vivienda aunque su exterior no lo pareciese. El interior estaba lleno de basura; cajas de cartón enmohecido, pedazos de madera, muebles rotos y montones de porquería.

Estoy segura de que podría haber encontrado el cuerpo sin emplear mis poderes, pues sólo había ocho habitaciones. Sin embargo, los empleé de todos modos, para practicar. Al final lo encontré en uno de los rincones traseros. Desde la entrada parecía sólo un montón de harapos. Al acercarme vi algo blanco sobresaliendo de entre esos harapos, una mano con su carne casi podrida y separada del hueso. Cuanto más me acercaba, más veía; una pierna, luego una calavera y el cuerpo casi convertido en esqueleto. Cualquiera que fuese el hedor que desprendía, mi olfato humano no era lo bastante bueno para detectarlo.

Los harapos, comprendí, en realidad eran ropas y en modo alguno harapos, sólo que se arrugaban alrededor de lo que quedaba del cuerpo. El cadáver vestía guantes, botas, pantalones vaqueros y una sudadera con un emblema desteñido. Unos cuantos mechones de cabello grisáceo asomaban bajo su gorra y ni su ropa ni su cuerpo lo identificaban como hombre o mujer, aunque yo, por instinto, pensaba en el cadáver como «él».

En algún momento del invierno pasado aquella persona se había arrastrado hasta allí con el fin de huir del frío, acurrucándose en una esquina para no volver a levantarse jamás. No podíamos haber sido los primeros en encontrarlo. ¿Los demás se habían limitado a mantenerse apartados, como hacíamos nosotros? ¿Nadie pensó en informar a las autoridades, sacarlo de allí, identificarlo y darle sepultura?

¿Estaba en la lista de personas desaparecidas? ¿Alguien esperaba que regresase al hogar? ¿Habrían ofrecido una recompensa, como mi padre?

Estaba segura de que no tanto. Medio millón de dólares. Eso haría salir a todos los tipos raros de Búfalo. ¿En qué estaba pensando mi padre?

No pensaba en nada. Sólo me quería en casa y a salvo.

Parpadeé quitándome las lágrimas. Genial. Ni siquiera examinar un cadáver me impedía preocuparme por mi padre.

¿Qué pasaba con aquel tipo? Alguien debía de estar preocupado por él. Si fuese capaz de contactar con su fantasma quizá pudiese enviar un mensaje. Pero no podía arriesgarme a invocar a su espíritu de regreso al cadáver por accidente, como hice con los murciélagos.

Un golpecito en el hombro hizo que me volviese de un salto.

—Lo siento —dijo Simon—. Creí que me habías oído llegar. Veo que has encontrado a nuestro compañero de habitación. ¿Intentando comunicarte?

—Intentando no comunicarme.

—Parece como si hubiese pasado aquí una buena temporada —se agachó junto al cadáver—. Podríamos jugar a CSI y conjeturar cuánto tiempo lleva muerto. No veo ningún gusano.

—No es la época adecuada.

Hizo un gesto de dolor.

—Qué tonto, es cierto. Aquí todavía hace frío. Sin duda murió hace unos meses, lo que significa que no hay gusanos. Derek hizo un buen experimento científico hace unos años acerca de los gusanos y la descomposición —leyó mi mirada—. Ya, asqueroso. También tiene algún tipo de interés, ¿verdad?, pero yo no le preguntaría a Derek por eso. Estaba cabreado. Sólo obtuvo el segundo puesto en el campeonato de la ciudad.

—Un vago —retrocedí enderezándome—. Ya he terminado aquí, así que será mejor que me aleje un poco. Los cadáveres y yo no congeniamos —pensé en decirle lo de los murciélagos. Quería decírselo a alguien, hablar de ello, recibir algún consejo, pero…—. Sólo estaba comprobando si podría emplear mis poderes para encontrarlo.

—Supongo que la respuesta es sí.

Asentí y abandonamos la sala.

—Podemos encontrar otro sitio donde quedarnos —dijo—. A Derek le parece bien, de verdad.

—Estoy bien. Hablando de Derek, ¿dónde está?

—Todavía comprando. Me mandó volver para quedarme contigo —se inclinó acercándose a mi oído—. Creo que sólo quiere pasar más tiempo con Tori.

Reí.

—¿Quieres apuestas sobre cuál de los dos regresará vivo?

—Derek. No hay color. La última vez que lo vi le estaba ordenando que fuese a comprar más mantas. Ahora mismo lo más probable es que venga para acá y la haya dejado sola para que encuentre el camino de vuelta, confiando en que no lo consiga.

—¿Está muy cabreado porque ella esté con nosotros?

—¿Cabreado? De cero a diez, yo diría que cinco. ¿Molesto? Pues un once. Lo superará. Todos tendremos que hacerlo. Al menos hasta que ella se aburra y recuerde a una tía de Peoria a la que no ve desde hace mucho.

Al regresar a nuestra sala Simon realizó una exposición de los mejores productos de un minisúper; zumo, leche, yogur, manzanas, galletas de trigo y queso en lonchas.

—Todos los grupos alimenticios… Menos uno —me tendió una barra de caramelo—. Postres.

—Gracias.

—Y ahora, si me perdonas un segundo, te ahorraré el espectáculo de sangre y agujas antes de cenar.

—No te preocupes, esas cosas no me molestan.

De todos modos, se dio media vuelta, realizó una prueba de sangre y después se pinchó.

—Y yo que tenía por malas las vacunas anuales contra la gripe —comenté—. ¿Tienes que hacerlo todos los días?

—Tres veces con la aguja y otras tantas para las pruebas.

—¿Tres pinchazos de aguja?

Apartó el estuche.

—Estoy acostumbrado. Me la diagnosticaron a los tres años, así que ni siquiera recuerdo cuando comencé a recibirlos.

—¿Y siempre tienes que hacer eso?

—Hay una especie de bomba que podría utilizar. Se coloca en el muslo y ella se encarga de controlar el nivel de azúcar en la sangre e inyectar insulina. Tuve una al cumplir los trece, pero… —se encogió de hombros—. Tenía un trato con mi padre, podía tener una sólo si no la empleaba como licencia para comer todo lo que me diese la gana. Demasiada insulina no es buena. La cagué.

—¿Demasiado de esto? —pregunté agitando la barra de caramelo.

—Qué va. Demasiados carbohidratos en general. Salía a comer pizza con los del equipo y no quería ser el único que se comía dos porciones cuando todos los demás se atiborraban con seis. Te tomaban el pelo con eso de estar a dieta, de ser una niñita…

—Pero eso es un insulto.

—Oye, tenía trece años. Sé que era una estupidez pero, cuando siempre eres el tipo nuevo no quieres más que encajar. Supongo que sabes de qué va. Es probable que hayas pasado por tantas escuelas como nosotros.

—Diez… No, once.

—Es un vínculo. Mola —le dio un mordisco a su manzana—. Aunque ahora, que me acerco ya a la muy madura edad de dieciséis años, creo que lo he superado. Mi padre y yo estábamos negociando volver a ponerme la bomba de insulina cuando desapareció.

—¿Simon? —la voz de Tori resonó en el edificio.

—Demasiada paz y quietud —murmuró. Después gritó—: ¡Estamos aquí atrás!

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