Despertar

Despertar


Libro Primero » Capítulo 3

Página 9 de 79

—¿Dónde escuchó él eso?

—No lo sé. Nunca lo dijo.

Blint se mostraba impreciso, aferrado a su brazo como si le doliera, renuente a seguir hablando de ello.

Atravesaron sin incidentes el estrecho y echaron amarras en Shfor. Blint comenzó a mover un fardo de pamet, lanzó una exclamación de sorpresa y cayó. Respiró en forma agitada durante algunos momentos, miró a Thrasne con ojos asustados y perdió el conocimiento.

—Suban a bordo la pasarela —dijo Thrasne con voz tranquila.

—Acabamos de llegar —gruñó un marinero.

Thrasne le susurró algo de un modo imperativo y, con un movimiento de cabeza, señaló el muelle por el cual caminaban varios Despertantes. El hombre se dispuso a subir la pasarela. Otros dos tripulantes llevaron abajo a Blint mientras la esposa de Blint se lamentaba. Después, avanzaron rápidamente Río adentro.

—Lo siento, Thrasne —murmuró el marinero—. No estaba pensando. ¿Crees que se encuentra muy mal?

—No lo sé. Lo he estado observando. Se aprieta el corazón como si le doliera…

Blint recuperó el conocimiento durante sólo unos momentos, se enteró de que se encontraban Río adentro, se aferró a la mano de Thrasne con gratitud y murió. Lo colocaron en una pequeña red con piedras a modo de lastre y lo arrojaron en la parte más profunda de la corriente, mientras la esposa de Blint sollozaba.

Thrasne le dio tiempo para calmarse y, luego, se dirigió a la casa del patrón con el documento de Blint.

—Blint me pidió que cuidara de usted —dijo. Vio que, con sus palabras, el miedo desaparecía un poco de su rostro. Suspirra le había dicho que la esposa de Blint estaba asustada. Y entre ambos planearon esta forma de abordar la cuestión—. Yo acepté hacerlo, esposa de Blint. Él quería que tomase el mando como patrón.

—¡Tú! —gritó ella—. ¡Tú, muchacho! ¡No eres más que un niño que recogimos entre las rocas! ¿Por qué no yo, si he sido su esposa durante treinta años? ¡Dime por qué!

Él la dejó rabiar, sin decir nada. Finalmente, ella se calló y permaneció con los labios temblorosos.

—Porque los hombres no la obedecerán, esposa de Blint, y no podrá encontrar a otros que lo hagan. Si toma el mando del

Obsequio de Potipur, pronto lo hará encallar entre las rocas y no habrá nadie que lo salve. Y, si lo vende, no obtendrá lo suficiente para mantenerse el resto de su vida. Pero, si yo soy el patrón, le prometí a Blint dejarla sana y salva en la costa y entregarle una paga cada vez que el barco complete una ronda. Lo suficiente para vivir con comodidad. Eso fue lo que Blint planeó, y yo prometí cumplir su voluntad. A menos que usted tenga algún plan mejor.

No lo tenía. Su única preocupación fue la posibilidad de caer en manos de los Despertantes, pero Blint tenía pensado eso también.

Había dejado escrito: «En la mayoría de los poblados existen grupos secretos que se hacen llamar Hombres del Río; no son marineros, ya que no tienen nada que ver con los barcos. Ellos se encargan de que su gente acabe en el Río y no con los Despertantes. Ocúpate de que la esposa de Blint sea desembarcada cerca de uno de estos grupos, y entrégales los obsequios que pidan para cuidar de ella.» Eso era lo que Blint había escrito. Los hombres de los barcos escribían mucho más que los demás, y Thrasne no era el único que ocultaba libros a bordo. Blint guardaba algunos en la casa del patrón, sin preocuparse por los Despertantes.

Cuando inició su búsqueda, Thrasne se sorprendió al descubrir muchos grupos como los descritos por Blint. Eran clandestinos y secretos, pero se abrieron lo suficiente en cuanto supieron quién era y cómo había sido su vida. Los hombres de los barcos eran conocidos por su rebeldía en contra de las leyes de los Despertantes, y Thrasne no lo era menos que los demás. Desembarcó a la esposa de Blint en un bonito poblado llamado Zephyr, aproximadamente a mitad de camino entre Shfor y Baris, lleno de estanques donde crecían los lirios, en una casa pequeña pero sólida, cerca de donde habitaba un grupo de Hombres y Mujeres del Río.

—Tendrá que mantener la boca cerrada, esposa de Blint —le aconsejó Thrasne mientras llevaba sus pertenencias a la casa acompañado de su parloteo incesante—. De otro modo, delatará a aquellos que quieren ayudarla.

Ella guardó silencio y, unos momentos después, lo miró con el rostro lloroso.

—Lo sé, Thrasne. Puedes creerme. Me escucho a mí misma y lo sé. Es que me sentía tan sola allá en el Río siempre rodeada de hombres, sin una mujer o un niño con quienes hablar. Tan sola… Hubiera desembarcado mucho antes, de no haberle amado tanto. Blint. No me juzgues con tanta dureza, Thrasne. En nosotras, las viejas charlatanas, hay más dolor del que jamás llegarás a conocer.

Sintiéndose avergonzado, Thrasne fue a ver a Suspirra para hablarle de esto.

—Ella sólo hablaba para escuchar una voz. Una voz de mujer —le confirmó Suspirra.

Lo cual no hizo que Thrasne se sintiera mejor al respecto. La esposa de Blint le regaló todos los libros de éste, y él empezó a sentir que había sido un desagradecido con ella durante todos esos años. Le escribió una carta para decírselo, a pesar de que no tenía ninguna forma de enviarla. No resultó de su agrado, así que escribió otra. Y, con el correr de los días, escribió otras más, tanto a la esposa de Blint como al propio Blint y a sí mismo. Con el tiempo, comenzó a reunirías en un libro secreto y privado, cuyo nombre era

El libro de Thrasne. Estaba seguro de que las cosas que escribía no significarían nada para nadie, excepto para él mismo.

Desde Shfor hasta Baris sólo había unos pocos días de viaje, si uno lo hacía sin detenerse. Suspirra le había vuelto a preguntar por su bebé, y ya habían pasado varios años desde que Thrasne vio a Pamra. Así pues, llegaron a Baris y el patrón Thrasne bajó a tierra y dejó el barco en las buenas manos del primer ayudante Birle. En la misma tienda encontró a un nuevo barbero quien, a juzgar por la diferencia que había entre ambos, bien podía haber sido el mismo.

—¿La hija menor de Fulder Don? Pues sorprendió a toda su parentela y se convirtió en una Despertante. Ya hace cuatro o cinco años que se encuentra en la Torre. El otro día, alguien me dijo que la habían visto dirigiendo a un puñado de obreros allá en los muelles.

Angustiado, Thrasne se dirigió a la casa que visitó la otra vez.

—¿Pamra? —preguntó Delia con sorpresa—. ¿Por qué, marinero, por qué vienes preguntando por Pamra? —Thrasne murmuró algo respecto a que llegó a conocer a su madre—. Oh, qué triste, qué triste. La madre de Pamra era la mujer más adorable que jamás he visto. Como una flor. Como un pájaro de fuego, alegre y llena de gracia y, al igual que un pájaro de fuego, partió demasiado pronto. ¡Ay! Bueno, ahora Pamra es una Despertante. Lo hizo por rebeldía, creo. Para vengarse de su abuela y de sus hermanastras. Ellas siempre la estaban atacando. Era porque se parecía a su madre, ¿sabe? —Limpió la nariz de la criatura que estaba meciendo y rápidamente dio algunas instrucciones a los dos pequeños que recogían hierbas. Después le explicó—: Ellos también han perdido a su madre y necesitaban un sitio por algunos días, hasta que su padre pudiera arreglar las cosas. Bueno, no has venido aquí para hablar de mis niños.

Y era verdad. Thrasne la dejó con palabras de agradecimiento y se dirigió a las cercanías de la Torre, lo suficientemente lejos para no ser interrogado por los Despertantes, pero lo bastante cerca para verla si ella salía. Cuando lo hizo, la reconoció de inmediato.

—Pamra —llamó, sin saber si le estaba permitido hablarle. Necesitaba hacer algo antes de que ella se alejase.

Pamra se volvió hacia él con aquella expresión que Thrasne recordaba tan bien, sólo que acrecentada esta vez. En su rostro se veía una actitud obstinada, ciega en su ingenuidad y que parecía decir: «¡Yo haré lo que quiera!»

—¿Te conozco? —preguntó con cierta arrogancia, como la que mostraban todos los Despertantes.

—Conocí a tu madre.

—Ella se arrojó al Río. —Su voz sonó fría y desagradable—. Era una cobarde, una hereje.

—Eso es muy duro —rechazó él, impactado con su tono.

—No más de lo que ella se merece. ¿Tenía usted algo que decirme?

—Nada —respondió. ¿Qué podía decirle?—. Nada. —Se volvió, sintiéndose confundido. La joven no le caía bien y, sin embargo, no quería irse—. Te pareces a ella —dijo por encima del hombro—. Eres exactamente igual. Y ella te amaba.

Listo, pensó. Que hiciera lo que quisiese con eso.

Completamente abatido, regresó al barco y escribió un nuevo mensaje para Suspirra: PAMRA ESTÁ BIEN. Y era cierto, se encontraba bien. Y tan hermosa que el corazón se le había subido a la garganta, en parte de deseo y en parte de ira por lo que ella había hecho. Tendría unos dieciséis o diecisiete años ya y era la copia perfecta de la mujer ahogada, sólo que Pamra estaba delgada, mientras que Suspirra tenía una figura redondeada, suavemente hinchada.

—¿Cómo ha podido hacerlo? —susurró Thrasne.

—Porque cree —dijo Suspirra—. Cree de verdad. No en mi amor, ya que yo la abandoné. No en el amor de su padre, pues en cierto modo él también la abandonó. Pero cree en el amor de Potipur, porque necesita creer en el amor… de alguna clase.

Asqueado, Thrasne no podía creer en el amor de Potipur y, con una mezcla de culpa y alivio, dejó atrás Baris.

Ir a la siguiente página

Report Page