Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 6

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Algunas veces me pregunto qué es lo que hago cuando escribo estas cosas. Leo lo que escribí sobre lo que sucedió y, entonces, intento recordar lo sucedido y, algunas veces, no logro recordar si recuerdo lo que sucedió realmente o sólo lo que escribí al respecto. Las palabras parecen hacer cosas por su cuenta. Se escabullen por ahí y dicen cosas que no estoy seguro de que sean reales.

El otro día escribí algo sobre un pedido de comestibles que llegó desde el este y, luego, oí que Taj Noteen hablaba de ello con Medoor Babji como si se hubiese tratado de una cosa completamente distinta. Siempre supuse que los hombres y yo veíamos las cosas del mismo modo, pero ahora aquí hay otras personas que parecen ver el mundo como si sus ojos fuesen diferentes a los míos. Si no lo hubiera anotado, no habría vuelto a pensar en ello y hubiese supuesto que se me escapó algo en aquel momento. Pero lo anoté, y lo que escribí no se parece en nada a lo que hablaban los Noor.

Por supuesto que sólo soy un marinero ignorante. Tal vez los sacerdotes y los Despertantes hayan aprendido a hacerlo mejor, pero a mí me parece que las palabras escritas pueden llegar a ser algo muy peligroso.

Del libro de Thrasne.

Mientras el

Obsequio de Potipur y los Noor aguardaban las provisiones, Thrasne pasó el tiempo haciendo cosas en el barco. Una nueva baranda en la cubierta del timón. Abajo, un pequeño camarote para él, ya que los Melancólicos utilizarían su casa. Un armazón entre las cuadernas de proa y las bodegas de popa. Y, después de discutirlo mucho consigo mismo, montó un alto mástil en la cubierta principal, justo detrás de la casa del patrón. Esto último se decidió poco después de que Obers-rom contratara a tres nuevos hombres que entendían de navegación.

—Solíamos ir y venir entre las islas —le dijo uno de ellos a Thrasne—. Hay cadenas de islas que no se pueden ver desde Costa Norte. Los barcos costeros no llegan hasta allí, patrón.

—¿Viajabais en contra de la corriente? —se asombró Thrasne.

—Bueno… contestaría una cosa u otra dependiendo de con quién estuviese hablando.

Y así se enteró Thrasne de que había tripulaciones enteras que no prestaban más atención a las mareas que a las nubecillas rosadas del atardecer.

—Usted planea llegar muy lejos, patrón Thrasne, y no sabe cómo se mueve la marea allí —añadió el hombre—. Ni lo sabe usted ni lo sé yo. Nunca logrará impulsar el barco a remo a través del Río Mundo, no hay duda de ello, y sugiero que sería buena idea buscar otra forma de impulsarlo.

Thrasne contemplaba el mástil con bastante desconfianza, pero no podía objetar lo que había dicho el hombre. Era cierto que no lograrían cruzar el Río Mundo a remo. Para cuando llegó el momento en que estuvieron listos para partir, ya hacía varios meses que Pamra se había marchado. Sin embargo, a Thou-ne llegaban noticias de ella. Era evidente que las Torres tenían un método para recibir información, y Haranjus Pandel le transmitía parte de ella a la viuda Flot, quien a su vez la transmitía a la mitad del poblado.

—Estuvo en Chirubel —le contó Thrasne a Medoor Babji, con estudiada indiferencia—. Cuando llegó allí, la seguían miles y miles de personas. Me pregunto cómo harán para alimentar a tanta gente.

En realidad, se preguntaba cómo se alimentaría Pamra, pero no lo mencionó. Pensar en ella era como una herida que no sanaría hasta que dejara de escarbarse.

—Por lo que he oído —contestó Medoor—, algunos no comen. Hay muchos muertos, Thrasne. En los poblados de aquí a Chirubel, los fosos de obreros están llenos. Se dice que algunas de las Torres están reclutando a más Despertantes de lo habitual.

—Apuesto a que los viejos comilones de huesos están encantados —observó Thrasne, girando los ojos hacia las grandes alas que sobrevolaban el poblado.

—Bueno —agregó ella, ensimismada, mirando su rostro—, si hay más muertos, podría haber también más voladores empollados, ¿no?, así que es probable que a ellos les guste la idea.

—No estarás insinuando que piensan, supongo. Seguramente te refieres a que habrá más polluelos que logren sobrevivir.

—¿Alguna vez has oído decir que hay voladores que pueden hablar?

Y, entonces, Thrasne recordó que el viejo Blint le dijo algo muy parecido a eso, justo antes de morir. Se lo mencionó a Medoor, intrigado.

—Habla con los Hombres del Río alguna vez, Thrasne. Ellos saben cosas.

Fue todo lo que ella comentó, pero le proporcionó una nueva preocupación. ¿Qué estaba haciendo Pamra? ¿No era Neff un volador… o algo así? Sin saberlo, ¿no estaría ella cumpliendo la voluntad de los voladores? Dejó de lado estas preocupaciones con la agitación de la partida.

• • • • •

El primer verano se aproximaba a su fin. Comenzaban las brumas y las brisas del otoño. Algunos días eran fríos y ventosos y, en un día así, el

Obsequio de Potipur abandonó los muelles de Thou-ne. Para quienes lo vieron zarpar, el barco lo habían alquilado los Melancólicos para realizar una exploración de las islas en busca de la especia Glizzee. Partieron debidamente en la dirección de la marea y, sólo cuando perdieron de vista el poblado, se impulsaron con los remos para alejarse de Costa Norte. Una vez estuvieron bien lejos, los nuevos marineros izaron las velas brillantes, haciendo que el barco se moviera por su cuenta, a través de la corriente, empujado por el viento que soplaba desde la parte alta del Río y que, por algún motivo, los hacía avanzar en forma transversal. Era por el modo en que estaba inclinada la vela, explicaron los nuevos tripulantes, y Thrasne prestó mucha atención a sus enseñanzas.

En las semanas que siguieron aprendió varias cosas sobre la navegación a vela, aunque los hombres se reían de la lentitud del barco y lo llamaban «señora gorda» y «vieja barcaza». Cuando Thrasne se quejó, se ofrecieron a mostrarle la clase de embarcación que viajaba rápidamente entre las islas, y él les dio permiso para detenerse en una isla boscosa por la que pasaban en ese momento. Allí estuvieron dos días cortando maderas para las cuadernas y los tablones. Iba a ser una cosa pequeña, algo que podría colocarse sobre el techo de la casa del patrón.

A partir de entonces, el viaje se vio animado por el interés general en la nueva embarcación; ya que, una vez dejaron atrás la cadena de islas, no había mucho más para entretenerse.

Con excepción de los nuevos tripulantes, ningún otro había perdido nunca de vista la orilla e, incluso, las experiencias de ellos habían sido breves y poco frecuentes, dado que las islas estaban muy cerca unas de otras y sólo unas pocas se encontraban lo bastante alejadas para que se requiriese un largo viaje sin tener a la vista montañas o colinas. Pero ya habían sobrepasado las últimas islas.

Cada día, al atardecer, el viento comenzaba a soplar detrás de ellos, desde Costa Norte. Se colocaban entonces las velas para aprovecharlo al máximo, mientras el timón los inclinaba contra la marea, y el vigía permanecía en guardia toda la noche mirando hacia delante, donde no había más que agua. Por las mañanas, el viento soplaba en sentido inverso, de frente a ellos, y los marineros maldecían mientras acomodaban la vela para que pudiesen avanzar lentamente con la marea. Así, se fueron alejando de Costa Norte, unas veces un poco hacia el este y otras hacia el oeste, pero siempre avanzando en dirección sur para encontrarse… ¿con qué? Ninguno de ellos lo sabía.

—A ese hombre que vio Costa Sur… ¿Fatterday…? ¿Por qué no lo contrató la Reina de los Noor para este viaje? —preguntó Thrasne después de una maniobra particularmente frustrante con la vela.

—Cuando fueron a buscarlo para que viniera a reunirse con nosotros había desaparecido. Los exploradores Noor lo buscaron por todas partes. Se corrió la voz entre todos los Melancólicos para que estuvieran alerta, pero no ha aparecido.

—Tal vez esté loco. Podría estar en un Albergue Jarbo en alguna parte.

Medoor Babji sacudió la cabeza.

—Entonces nunca saldrá, salvo como Mendicante.

—En ese caso no lo reconocerías. Con esas vestimentas que llevan y la pipa en la boca…

—Sólo cuando les ronda la locura, patrón Thrasne. Eso dicen. Fuman la raíz de Jarbo sólo cuando la locura ronda a su alrededor, porque son susceptibles a las visiones.

—¿Los Mendicantes? ¿De veras? Creía que se daba por supuesto que ellos eran los únicos probadamente cuerdos.

Medoor Babji se sentó en la baranda y se balanceó de un lado al otro sin preocuparse por las aguas profundas que tenía debajo, colocándose en posición de disertar, lo cual solía proporcionarle gran placer.

—Te voy a contar lo que he oído al respecto. Hay dos tipos de personas en el ancho mundo, patrón Thrasne. Están los que son como tú, como yo y como la mayoría de las personas que conocemos, quienes vemos el mundo del mismo modo. Yo digo que hay mermelada de puncon sobre el pan, y tú también lo dices; ambos lo saboreamos. Pero habrá otros que afirmen que hay un ángel bailando en el pan y otros que aseguren que ni siquiera hay pan, que sólo es brillo de estrellas con forma de alimento. Ésos son los locos. Así pues, los locos van a un Albergue Jarbo y viven en medio del humo, y allí su vuelven como tú y yo, o sea que comen puncon en el pan. Pero, si salen del albergue, vuelven a ver ángeles o incluso pierden el pan por completo. Algunos de ellos salen con la pipa en la boca y la encienden cuando se sienten amenazados por la locura. Y así es como van por el mundo, vendiendo sus visiones de la realidad a aquellos que no están seguros de estar locos o no.

—Y con el dinero construyen Albergues Jarbo —concluyó Thrasne, divertido a pesar de sí mismo; la primera vez en mucho tiempo que se sentía así.

—¡No te rías! Es la verdad. Además, los que salen como Mendicantes pueden ver tanto el futuro como el presente, y es por eso por lo que les pagan. Vaya, he dicho que no te rieras.

—No me estaba riendo. Me gustaría que hubiese alguna manera de hacer que Pamra ingresara en un Albergue Jarbo.

—No. —Babji sacudió la cabeza agitando furiosamente sus mechones rizados y asegurándose de que él escuchara lo que iba de decirle—. Ésa es una esperanza vana, Thrasne. Ella no se quedaría allí. No es nuestro mundo el que desea ver.

• • • • •

Los días se sucedían en el barco. Al finalizar la primera semana hicieron una pequeña fiesta, y esto se convirtió en un hábito al concluir cada semana. A la mañana siguiente de una de estas celebraciones, un grito del vigía hizo que todos salieran a cubierta.

Las criaturas emergían del agua grasienta como montecillos, elevándose sobre la superficie del Río para flotar mirando al

Obsequio de Potipur. Todas tenían una especie de aleta y, en ella, una larga hilera de ojos, mayores cerca del cuerpo del ente y menores en la punta. Los ojos parpadeaban, pero no al unísono, de modo que las personas reunidas en la baranda del barco tenían la extraña sensación de hallarse ante una multitud, un comité, en lugar de una sola criatura. Uno de los montecillos aceitosos nadó hacia el barco y escupió huesos de ente sobre la cubierta.

—Un obsequio —cantó con su voz terrible, y giró sobre su espalda y se sumergió en las profundidades del Río con un remolino de agua turbia, como una vela henchida de seda pálida.

—¿Qué es eso? —preguntó Medoor Babji al ver lo rápido que los tripulantes del barco se inclinaban para recoger los huesos de ente.

—Especia Glizzee —le explicó Thrasne—. Crece dentro de ellos. Algunas veces la escupen en los barcos o en el agua de alrededor. El viejo Blint decía que lo hacían como un obsequio. Los entes observan mucho a los barcos. En ocasiones, un hombre cae por la borda y un ente se coloca debajo de él y lo sostiene hasta que el barco puede acercarse, o incluso lo llevan hasta allí si se ha alejado mucho.

—No parecen peces.

—Oh, no lo son, Medoor Babji. No tienen su tamaño ni su forma, y tampoco actúan como ellos. Una vez, cuando todavía vivía el viejo Blint, vi uno del tamaño de una isla. Toda la tripulación podría haberse subido en su lomo y construir un poblado encima.

—No sabía que el Glizzee provenía de los entes.

—La mayor parte de la gente no lo sabe. Piensan que crece en las islas y que por eso son los barcos los que lo traen. Y, ya sabes, hay algunos barcos a los que los entes no se acercan. Sus hábitos son de lo más extraño.

—Qué maravilla —murmuró Medoor—. Y probablemente ni siquiera se trate de huesos en realidad.

—Es probable. Pero lo fabrican en su interior o lo tragan en las profundidades del Río.

Él sabía que había algo más en todo aquello. Cuando llegó la noche, escribió todas las dudas que tenía en su libro, pero no habló con Medoor Babji al respecto.

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