Despertar

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Libro Segundo » Capítulo 16

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Esa tarde, comenzó a soplar el viento. No era ninguna brisa ligera. Al principio se alegraron de tenerlo a sus espaldas, pero pronto los navegantes comenzaron a sacudir la cabeza. Recogieron la vela grande y dejaron sólo una pequeña en la punta del mástil, para mantener la dirección. Más tarde, el viento amainó, aunque los navegantes no volvieron a izar la vela.

—Tempestad —le anunció uno de ellos a Thrasne. Se llamaba Blange y era un hombre robusto y lacónico, no muy diferente del mismo Thrasne—. Recuerdo la última vez que vi unas nubes como ésas. —Señaló el horizonte, donde unas nubes bajas aumentaban progresivamente a cada hora que pasaba—. Aquella vez tuvimos la fortuna de colocarnos detrás de una isla y así pudimos salvar la tormenta. Cinco días duró, y el barco quedó bastante dañado cuando terminó. No me gusta su aspecto.

Por supuesto que, si se hubieran encontrado cerca de Costa Norte, Thrasne habría tratado de protegerse detrás de algo. A él tampoco le gustaba su aspecto. El cielo estaba morado y, de vez en cuando, las descargas eléctricas lo hacían brillar en forma ominosa, una cíclica vibración de luz pálida que parecía ser tragada por la oscuridad circundante.

La superficie del Río se veía lisa y aceitosa bajo esa luz, llena de unos extraños estremecimientos gelatinosos, como si algo invisible se deslizase sobre el agua. El oleaje comenzaba a mover el barco arriba y abajo.

—¿Qué crees que ocurrirá? —preguntó Thrasne.

—Me temo que vamos a recibir una buena tunda —respondió Blange.

—Bajemos ese pequeño barco del techo de la casa del patrón, entonces —ordenó Thrasne—. No hay necesidad de que comience a dar tumbos por ahí.

Bajaron el

Cheevle al agua y lo emplazaron a cierta distancia al final de un cabo. Los dos barcos iniciaron una especie de minué, meciéndose sobre la vítrea superficie del agua.

La barrera de nubes se acercaba cada vez más, vibrando con aquellas luces intermitentes y emitiendo un gruñido casi constante. Obers-rom y los otros marineros se ocupaban de sujetar con cuerdas todo lo que podía atarse y de guardar el resto en las bodegas y en las cajonadas.

—Será mejor coger un poco de lona y clavarla sobre los escotillones —dijo uno de los navegantes a Thrasne.

—¿Lo consideras necesario?

—Patrón, si quiere conservar su barco y nuestras vidas, yo se lo recomendaría. Le estoy diciendo todo lo que sé, y no sé ni la mitad de lo necesario.

Thrasne observó la barrera de nubes. Tal vez el hombre era uno de esos fatalistas que el Río engendraba de vez en cuando; pero, por otro lado, tal vez no lo fuese. Blange no era un hombre joven. Tenía cicatrices en el rostro y en los brazos; por coletazos de los cabos, decía él. Sus manos eran duras. Había algo que Blint siempre decía: «Le pagas a un hombre por algo más que por una espalda fuerte, Thrasne. Le pagas por su sentido común, si es que lo tiene.»

—Pídele a Obers-rom lo que necesites, Blange. Yo iré a ver qué está ocurriendo en la casa del patrón.

Lo que ocurría era un juego de naipes entre cuatro de sus habitantes, mientras otros dos dormían la siesta.

—Thrasne —farfulló Eenzie la Payasa—, échame una mano. Estoy perdiendo, pero tú podrías vencerlos…

—Sí, Thrasne —lo desafió Medoor Babji en un tono frío—, toma las cartas de Eenzie y libraremos batalla.

Él sacudió la cabeza, notando apenas su tono.

—No tengo tiempo, Medoor Babji. Los navegantes me han dicho que probablemente debamos atravesar una tormenta. Una fuerte tempestad. Deberías guardar cualquier cosa que haya suelta por aquí.

Se escucharon unos martillazos al otro lado de la pared y el viejo Porabji se incorporó, profiriendo una maldición.

—¿Qué es lo que hacen? —preguntó Eenzie, con un tono de voz normal esta vez.

—Clavan lonas sobre los escotillones para impedir que entre el agua.

—¿Olas?

—No lo sé. Nunca he estado en medio de una tempestad. Lluvia, supongo. Torbellinos de agua, quizá. Los he visto alguna vez. —De pronto Thrasne se sintió muy deprimido. El

Obsequio de Potipur estaba a punto de ser asaltado y él no sabía qué hacer para protegerlo—. Si las cosas se vuelven demasiado violentas, es posible que tengáis que ataros a las literas.

Se dio la vuelta y salió de la casa del patrón, ya que necesitaba ver qué era lo que estaba haciendo Blange. Seguramente habría algo que él también pudiese hacer.

Al trasponer la puerta, quedó paralizado por la pared negra que tenía delante. El barco se mecía en una pequeña franja de agua clara. Sobre ellos, Potipur avanzaba hacia el oeste, empujando su poderosa figura hacia el ocaso en un diminuto círculo de cielo despejado. El resto no era más que nubes y el incesante murmullo de truenos. En la base de la nube había una línea blanca y Blange la señaló, con el rostro pálido.

—Allí está el viento. Ésas son las crestas de las olas al romper. Pronto estará sobre nosotros.

Se alejó gritando para que los hombres lo ayudasen a cubrir el otro escotillón.

—Los pozos de ventilación —gritó Thrasne de pronto—. Debemos cubrir los pozos de ventilación.

—Yo te ayudaré —oyó una voz suave a su lado: Medoor Babji—. Taj Noteen y yo te ayudaremos. Nos ocuparemos del pozo de proa.

Ella sabía muy bien dónde se encontraba, ya que durante la travesía había permanecido muchas horas sentada allí, observando, como Thrasne lo hiciera en otro tiempo. Pájaros. Olas. Los desechos que flotaban sobre el Río.

—Pídele herramientas a Obers-rom —le indicó Thrasne, y echó a correr hacia los conductos de popa, sin perder de vista las nubes amenazantes.

Obers-rom les entregó un martillo y clavos que valían cinco veces su peso en cualquier moneda no metálica.

—Cuídalos —gruñó—, no los dejes caer, Medoor Babji. Son los únicos que tenemos.

Ordenó a otro de los hombres que llevase las cornamusas.

Medoor y Taj Noteen se encaramaron al tejado de la casa del patrón y saltaron al enrejado sobre el pozo. Allí hubiesen tenido que tenderse e inclinarse para clavar las cornamusas sobre la lona. No había espacio para los dos.

—Vuelve a subir —exclamó ella—. Podrás alcanzarme las cornamusas a medida que las clavo.

Extendió la lona debajo de sí, la sujetó con su cuerpo y se volvió para coger la cornamusa.

El viento llegó. El barco se sacudió y comenzó a ladearse. Medoor Babji lanzó una maldición, colocó el martillo entre su cuerpo y la lona y se sujetó. Por encima de ella, Taj Noteen gritaba algo, pero Medoor no lograba comprender lo que decía.

El viento se introdujo bajo la lona y la levantó. Medoor estaba aferrada a ella con los ojos cerrados. Sólo Taj Noteen la vio elevarse sobre la tela inflada y ser lanzada al Río. Al sentir el agua, Medoor gritó, abrió los ojos y pudo ver entonces el barco aparecer por encima de ella. Debajo, la lona se hinchaba como una burbuja y la hacía flotar. Se alejaba del barco. Se alejaba. Volvió a gritar, pero el estruendo de la lluvia ahogó su voz.

Entonces, algo golpeó contra la tela, la rozó, se alejó y volvió a rozarla. El

Cheevle. Se meció hacia ella una vez más y Medoor pudo aferrarse a un costado de la embarcación. Una ola la levantó y la permitió subirse a ella. La lona estaba enredada alrededor de sus piernas. La seguía como una pesada cola, y Medoor rodó sobre la funda que cubría el

Cheevle. El viento se detuvo bruscamente y una calma vítrea se esparció sobre las aguas.

Medoor Babji gritó. En la baranda del

Obsequio de Potipur había figuras que la miraban. Blange le gritó algo:

—¡Métete bajo la cubierta, Babji! ¡Métete debajo y amárrala! ¡Va a volver a empezar el viento! ¡No hay tiempo para traerte…!

Ella apenas si alcanzó a comprender lo que le decía y obedecerlo, soltó rápidamente la cuerda a un costado de la pequeña embarcación y se metió dentro. Permaneció tendida en el fondo, encima de las mantas, tiró de la cuerda con todas sus fuerzas y volvió a cerrar la funda segundos antes de que el viento comenzara a soplar otra vez. Era como estar en el interior de un tambor, mientras la lluvia golpeaba sobre la tela y ella se aferraba a las cuerdas, lanzada de un lado al otro por el viento, protegida de los golpes por las mantas y por la lona húmeda que, después de estar a punto de matarla, la había salvado, impidiendo que se ahogase.

Se oía el retumbar de los truenos, unos estallidos como si unas inmensas ramas se estuviesen quebrando. Después de uno de estos estallidos, sus oídos le indicaron que el

Cheevle se estaba moviendo impulsado por el viento. Supuso que el

Obsequio de Potipur se movía también y, por un momento, se preguntó si uno de los dos barcos precedería al otro o si el viento los empujaría juntos en aquella travesía. Pasado un tiempo, las sacudidas violentas cesaron. La lluvia continuó cayendo en un frenesí de sonido. Arrullada por el ruido, por la oscuridad, por el miedo y por el dolor de sus golpes, Medoor se quedó dormida, siempre aferrada a las cuerdas de la cubierta como si en ellas hubiese estado la esperanza de su vida.

A bordo del

Obsequio de Potipur, la oscuridad cayó como una cortina, horrenda y llena de lluvia. El viento los abofeteaba. El viejo barco crujía y se quejaba, meciéndose furiosamente sobre las olas. Vieron a Medoor Babji introducirse bajo la cubierta del

Cheevle y, después, no tuvieron ya tiempo para preocuparse de ella. En las pausas de la tempestad lograron cubrir el pozo de ventilación de proa. El martillo y los clavos habían quedado atrapados entre el conducto y la pared de la casa del patrón. Con excepción de Thrasne y de los timoneles, que luchaban a brazo partido para mantener el rumbo entre las olas y el viento sin más que un fragmento de vela, los demás se cobijaron en la casa del patrón, esperando a que algo ocurriese. Thrasne se amarró a la baranda y escudriñó en la oscuridad, sin ver nada en absoluto, mientras la lluvia se confundía con las lágrimas en su rostro. Podía sentir el dolor del barco, y se sentía culpable por haberlo llevado en ese viaje.

Después de un tiempo que pareció interminable, el viento amainó. La lluvia continuaba cayendo en una cortina compacta. Algunos hombres bajaron y regresaron para informar que había filtraciones. Aunque ninguna era muy grande, el agua estaba entrando en las bodegas. Hicieron una cadena para achicar el agua y taparon las filtraciones con trozos de soga humedecida con savia de frag. La noche transcurrió lentamente. La lluvia se fue haciendo menos copiosa hasta que finalmente no cayeron más que unas pocas gotas. A lo lejos, hacia el oeste, las nubes se abrieron sobre Abricor, que descendió hacia el Río. Al este, el cielo se iluminó con un resplandor de color ámbar que se tornó rosado.

Thrasne desató los nudos que lo sujetaban a la baranda, enrolló la cuerda en sus manos y, con paso tambaleante, se dirigió al timón, donde relevó a los hombres que se encontraban allí y dio instrucciones para iniciar las reparaciones. Se encontraba en plena actividad, con Obers-rom en la bodega y Blange ocupándose del calafateo junto con otros tripulantes, cuando alzó la vista hacia el lugar desde donde el

Cheevle los seguía.

Desde donde debía haberlos seguido. La cuerda que lo mantenía amarrado yacía sobre la cubierta, rota por la tormenta. Del

Cheevle y de Medoor Babji, no había ni rastros.

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