Depravando a Livia:  27

Depravando a Livia:  27

@RelatosEroticosDRK


27. PACTO ENTRE PECADORES

LIVIA ALDAMA

Jueves 8 de diciembre

16:40 hrs.

Tuve una impresión tan fuerte que no pude evitar volver al asiento y echarme a llorar, cubriéndome la cara por la vergüenza que sentía. Quería morirme. Tirarme por esa terraza. ¡Que me aplastara un carro o simplemente que la cabeza me reventara! ¡Qué vergüenza! ¡Qué maldita vergüenza! ¡¿Cuántos lo sabían?! ¿Él y cuántos más sabían que yo me masturbaba en los baños de mujeres? ¿Por qué había cámaras, maldita sea? ¿Qué diablos iba hacer ahora? Encima lo del Ferrari rojo…

¡Después de intentar cuidar mi imagen ante la sociedad, lo había arruinado todo! Y mira frente a quien, ¡frente a Aníbal Abascal!

Era tan fuerte mi llanto y mi desesperación, que apenas me di cuenta que la sombra de Aníbal me cubría. Se había puesto de pie, desplazándose hasta mi posición, donde se situó a cuclillas para luego abrazarme. Sus brazos me rodearon cual niña, y yo, sin saber cómo reaccionar, me refugié en su perfumado pecho, donde gimoteé hasta cansarme.

—Tranquila, pequeña, yo te cuidaré, no dejaré que suceda nada. —Su voz paternal ya no tenía nada que ver con la exclamación acusatoria de antes. Por alguna extraña razón me sentí ligeramente tranquila, pero seguí llorando.

—¡Lo siento, señor! ¡Ni siquiera puedo mirarlo a la cara! ¡Por Dios! ¿Qué pensará ahora de mí? ¡Que soy indigna para Jorge…! ¡Yo entiendo si… se lo dirá! ¡Yo entiendo si me obliga a separarme de él y…! ¡Le juro que lo hice sin pensar! ¡Yo amo a Jorge, y nunca he pretendido hacerle daño! ¡Pero estoy tan confundida que…!

—No te hagas ideas raras en la cabeza, pequeña —me consolaba—. Es normal lo que has hecho, y no te estoy juzgando por ello. A lo mejor los baños no son el lugar más idóneo para auto complacerte, pero es normal. No llores, no te asustes, que no voy a decirle a Jorge nada.

Sus dedos intentaron levantarme el rostro, pero yo me negaba. No me sentía capaz de mirarlo a la cara. ¡No podía! Me moría de vergüenza.

—¡No me mire, por favor! ¡No me obligue a mirarlo!

—Hazlo, Livia, te lo estoy suplicando.

—¡No, no quiero, no puedo!

—Mírame a la cara, y encuentra en mí al confidente que necesitas.

De nuevo intentó levantarme la cara, y esta vez lo hizo con tal delicadeza que me dejé. Sus ojos azules se clavaron dentro de mí y perdí la respiración.

—Mírame… —lo miré, pero era tanto poder lo que había en sus ojos que me estremecía.

—¿Te sentirías mejor si te dijera que yo también me he portado mal? —me preguntó, limpiando mis mejillas con el frente de sus dedos.

Su aroma me ahogaba y me oprimía, mientras sus abrasadoras manos halagaban a mi piel.

—Tú crees que yo te chantajearé, ¿cierto, Livia? Que soy un monstruo y que soy capaz de hacer de tu vida un horror sabiendo todo lo que sé. No sé qué clase de percepción tienes hacia mí, pero te aseguro que estás equivocada. Yo sería incapaz de chantajearte de ninguna manera.

—Es que… no tiene sentido… señor…

—Aníbal —insistió, enjugándome el resto de mis lágrimas. Su tacto me quemó en la piel—. Si no me llamas Aníbal y no me tuteas, entonces sí que tendremos problemas. —Su amenaza fue amistosa. Le medio sonreí—. Y te repito que no, pequeña, yo no voy a chantajearte con decirle a Jorge nada, absolutamente nada.

—¿Por qué… señ… Aníbal?, ¿por qué harías eso por mí si no me conoces de nada, y a Jorge sí?, ¿qué me pedirás a cambio con tal de callar?

—Lo único que te pediré es que confíes en mí, ¿lo harás?

Él seguía allí, delante de mí, con sus manos frías en las mías, mirándome como si me consumiera.

—¿Sólo… eso me pedirás? ¿Confiar en ti? —No me lo podía creer. Algo faltaba. Estaba segura que algo faltaba para que el rompecabezas encajara—. Lo de Valentino fue un error…

—¿Él te obligó? —Su mirada fue la del demonio mismo.

—¿Qué? ¡No! Mire, señor Abas… Aníbal. Él, mi jefe no tiene nada que ver con esto, no me obligó, es que yo… me sentía vulnerable, había tomado un poco y… —Evité a toda cosa decirle lo de la cocaína—. ¡Por favor, no tome represalias contra él! No quiero hacer responsable a terceras personas por mis errores. Sólo fue un momento de debilidad y…

—Un momento de debilidad en el que mi cuñadito es el principal culpable —asumió, poniéndome un mechón de pelo detrás de la oreja—, por eso te preguntaba hace un rato si Jorge no te satisfacía, y tú lo tomaste a mal. Toma en cuenta que yo como hombre puedo intuir que una mujer saciada nunca busca en otro hombre lo que recibe en casa. Si tú encontraste en el Lobo, quiero decir, Valentino, ese faltante afectivo, es porque Jorge no te está dando la talla. Y tranquila, no tienes que decir nada. Yo lo entiendo. También tuve tu edad.

—Sé que hice mal, Aníbal, pero te juro que no volverá a ocurrir. Lo que me preocupa ahora es saber cómo te enteraste, porque si lo sabes tú, quiere decir que lo saben más personas.

—No pienses en ello, Livia; los videos de los baños han sido borrados. Le he ordenado a Federico que se deshiciera de ellos.

—¿Fede? ¿El amigo de Jor…? ¡Ay, por Dios!

—Me está llegando a ofender que pienses que no tengo todo bajo control, Livia.

—¡Es que… ese muchacho es novio de mi mejor amiga… y es el mejor amigo de Jor…!

—En el trabajo no hay lealtades entre amigos. La prioridad de mis trabajadores siempre es para conmigo. Ellos lo saben. Además, la lengua de Federico la tengo bien atada. No te preocupes.

—¿Tú…? ¿Tú… viste esos videos…?

—Tenía que reconocer a la infractora.

—¡Ay, por Dios… que vergüenza…!

—Vergüenza es robar y que te encuentren —me comentó—. Masturbarse es tan natural como respirar.

—¡Es que… eso significa que tú… me viste… en esa situación tan…!

—No estabas desnuda, Livia, lo que es una verdadera pena.

¿Qué significaba eso de «es una pena»?

—¿Y lo de Valentino… cómo lo supiste? ¿No será que te lo dijo él?

—No, no me lo dijo él, porque en ese preciso momento le habría arrancado la cabeza.

—¡Por Dios!

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