Demasiadas mentiras

Demasiadas mentiras


Capítulo 5

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Capítulo 5

CLAUDIA

El fin de semana ha sido bastante agotador. Entre las jornadas de trabajo, poniendo copas en un bar que cada vez está más a tope de gente y las noches con Candela, me han dejado para el arrastre. Así que, cuando suena la alarma del teléfono móvil indicando que tengo que despertarme para perseguir al novio de Marta, casi lo tiro por la ventana.  

Mi compañera de piso aporrea la puerta de mi habitación como si la casa estuviese en llamas mientras trato de abrir los ojos con pereza y Candela abre la puerta del dormitorio alarmada por los golpes.

—¡Joder! ¿Puedes vestirte?—grita Marta al ver que la pobre Candela se ha precipitado a abrir la puerta sin ni siquiera ponerse algo de ropa en el cuerpo.

Mi pareja circunstancial del fin de semana me mira con asombro, encogiendo los hombros sin entender nada mientras le explico con prisas que Marta es un poco rarita y está muy estresada, aprovechando para indicarle que tiene que dejar la casa cuanto antes porque nos tenemos que ir.

—¿Esto va a ser siempre así?—grita Marta agitada en cuanto salgo de la ducha.

—¿Qué es lo que va a ser siempre así?

—Lo de los gritos por la noche los fines de semana—aclara mi compañera de piso.

—Candela es un poco ruidosa—respondo entornando los ojos mientras trato de secarme a toda velocidad.

—Joder, ha habido momentos en que no sabía si la estabas follando o matando—se queja ofendida—¿y puedes ponerte algo de ropa?

—Acabo de salir de la ducha y me has seguido hasta mi dormitorio, ¿qué quieres que haga? Sí que te has levantado estresada hoy—le recrimino molesta mientras ella aparta la mirada cuando dejo caer la toalla en el suelo.

Yo no entiendo el problema que tiene esta chica con los cuerpos desnudos. Si va al gimnasio todos los días, supongo que en el vestuario, por mucha privacidad que tengan, se verá algo.

Tomamos el café a toda velocidad, ambas con cara de pocos amigos, mientras Marta mira constantemente el reloj haciéndome señas de que debemos salir por la puerta.

Conduzco el coche medio dormida, con los ojos que se me cierran de sueño en cada semáforo, siguiendo las instrucciones de mi compañera de piso que me hace atravesar la ciudad hacia una zona de chalets carísimos a las afueras del casco urbano.

—¿Es aquí?—pregunto con asombro cuando me ordena detener el vehículo.

El tal Andrés vive en una auténtica mansión. Los altos muros no dejan ver lo que hay en el interior, pero lo poco que se deja ver, parece sacado de una película. Ahora entiendo que quisiera venir en mi coche, porque estamos rodeados de cámaras de seguridad por todas partes. Solo me faltaba ahora que llamen a la policía, porque mi coche tiene ya demasiados años y está totalmente fuera de lugar en este vecindario.

—Si yo viviese en esa casa tampoco me querría mudar—bromeo señalando con la barbilla la mansión de los padres de su novio.

Marta no responde, abre la boca un par de veces como queriendo hablar, sin que las palabras abandonen su garganta, hasta que, de pronto, se queda muy quieta al ver salir a su novio con una mochila de estudiante al hombro y vestido de manera informal.

—¿Trabaja en vaqueros y con zapatillas de deporte?—pregunto extrañada al esperar verle vestir de traje y corbata.

Mi compañera de piso se encoje de hombros, seguramente tan confusa o más que yo misma, hasta que su novio hace un rápido cambio de dirección y se dirige a grandes zancadas hacia donde está aparcado mi coche.

La cara de pánico de Marta es un auténtico poema y yo empiezo a ponerme muy nerviosa porque está ya a unos pocos metros y, a poco que se fije, nos va a pillar seguro. Sin saber muy bien qué hacer, me abalanzo sobre mi compañera de piso, cubriendo sus mejillas con mis manos y besándola con pasión para que su novio solamente pueda ver a dos tías dándose el lote dentro de un coche y no logre identificarla.

—¿Pero qué coño haces?—protesta Marta apartándome de un empujón en cuanto el tal Andrés se monta en un Mercedes que cuesta el sueldo de varios años de un trabajador normal.

—¿Preferirías que te hubiese pillado?—me quejo arrancando el motor y colocándome detrás de él a una distancia prudencial.

—Joder, pero no hace falta que me comas los morros. Tengo novio—insiste Marta ofendida.

Prefiero no contestarle y dejo escapar un fuerte bufido sacudiendo la cabeza mientras persigo a su novio por media ciudad. Lo cierto es que no se me ocurrió ninguna solución mejor para que no nos pillasen y, una vez superado el desconcierto inicial, el beso no estuvo nada mal. Marta tiene la piel interior de los labios extremadamente suave, nunca había pasado la lengua por una piel tan lisa y, mientras nos besábamos, no pareció haberle importado demasiado. No sé si ella se ha dado cuenta, pero sus pezones marcándose a través de la blusa dejan bastante claro que nuestro beso no debió ser tan malo como quiere aparentar.

MARTA

Apenas puedo dormir en toda la noche. Un duermevela continuo con el nerviosismo de lo de seguir a Andrés al día siguiente y los gritos de la loca esa que Claudia ha vuelto a traer a casa. Joder, es que la gente normal gime, pero ella grita como si le estuviesen clavando un cuchillo.

Miro el reloj una y otra vez hasta que, por fin, es tiempo de levantarse y me doy una ducha de agua muy caliente que me ayuda a relajarme un poco. Para mi desgracia, al salir de la ducha y vestirme, observo que Claudia aún no se ha levantado, así que llamo a la puerta de su dormitorio, quizá con un poco más de fuerza de la necesaria al ver que no me hace caso.

Cuando por fin se abre la puerta, me encuentro a escasos centímetros con el cuerpo de la loca de su pareja, desnuda y sudorosa después de la noche de desenfreno que han tenido las dos hasta altas horas de la madrugada. Algo nerviosa, corro hasta la cocina a preparar unas tostadas, dejando escapar un soplido de alivio al observar que la tal Candela abandona la casa.

El tiempo parece volar y Claudia sigue en el baño, así que, en cuanto la veo salir, corro tras ella para indicarle que se dé prisa, y ahora es mi compañera de piso la que se queda completamente desnuda delante de mí sin el mayor recato. Joder, yo no sé si lo que pretenden estas dos es ponerme nerviosa con tanto cuerpo desnudo, pero lo están consiguiendo. ¡Qué puta manía tienen de desnudarse sin recato!

Cuando por fin llegamos a la casa de los padres de Andrés, en una zona residencial a las afueras de la ciudad, miro el reloj preocupada temiendo que ya haya salido hasta que Claudia me indica que acaba de abrir la puerta de la casa.

Me sorprende verle vestir de manera muy informal. Trabaja en un despacho de abogados de mucho prestigio, llevando los casos de algunas de las personas más influyentes de la isla y siempre he supuesto que vestiría de traje y corbata a diario. Quizá los lunes les permiten vestir de manera informal como hacen algunas empresas americanas, aunque eso suele ser los viernes. No sé, prefiero quitármelo de la cabeza y no darle más importancia hasta que se me hiela la sangre cuando Andrés cambia de dirección dirigiéndose con decisión hacia el lugar en el que estamos aparcadas.

Dejo escapar un suspiro de preocupación y voy a decirle a Claudia que arranque el coche cuando ella se abalanza sobre mí, cubriendo mi cara con las manos y regalándome un pasional beso que me hace temblar. Sin apenas darme cuenta, abro la boca al sentir sus labios y cuando su lengua explora el interior de los míos, mi corazón late tan fuerte que parece que se me va a salir del pecho.

Por fortuna, soy capaz de recuperar la cordura y aparto su cuerpo de un empujón pidiéndole que se comporte. Esta chica debe pensar que todas las mujeres vamos a caer rendidas a sus pies o que somos unas salidas como las que lleva los fines de semana a su dormitorio. Joder, yo tengo novio y soy totalmente hetero, no pienso entrar en sus jueguecitos sáficos por mucho que me asegure que lo ha hecho solo para que Andrés no pudiese identificarme, aunque mis manos aún tiemblan recordando ese beso.

Atravesamos la ciudad hasta que Andrés aparca su Mercedes en una zona del centro que no queda cerca de su despacho y entra en un bajo aparentemente con bastante prisa.

—¿Acaba de entrar en un local de apuestas?—inquiere Claudia extrañada.

—Seguramente son clientes de su despacho—le disculpo, tratando de no darle mucha importancia.  

Sin embargo, Claudia demuestra ser tozuda como una mula, se baja del coche y, ni corta ni perezosa, entra en el local ante mi sorpresa. Joder, para tener solo veintidós años, esta chica está super suelta, porque a mí todavía me daría miedo entrar en un local de apuestas yo sola. No sé el tipo de gente que entrará en esos sitios.

Respiro aliviada al verla salir casi media hora más tarde, esperando que me diga que mi novio se estaba ocupando de algún asunto de importancia con el encargado de la empresa, pero se me hiela la sangre al escucharla cómo me describe que Andrés está allí tranquilamente jugando a las máquinas tragaperras.

—En el tiempo que he estado allí dentro no ha ganado ni una sola vez—afirma Claudia con naturalidad, sin darse cuenta de que está consiguiendo ponerme de los nervios.

Permanecemos aparcadas en el mismo lugar otras dos horas, hasta que Andrés abandona el local y conduce su coche de nuevo hasta la casa de sus padres. Allí permanecemos otras dos horas hasta que Claudia insiste en que, no solo está muerta de hambre, sino que tiene que prepararse para ir a poner copas en el bar al que acude cada tarde.

Pondero la idea de quedarme por mi cuenta a hacer la vigilancia como tenía pensado, pero mi cabreo es tan grande en estos momentos que decido volver a casa con ella. Joder, es que no entiendo nada de nada. Quiero pensar que Andrés hoy tenía el día libre y se le ha olvidado decírmelo. O quizá realmente había entrado en el local de apuestas para hablar con un cliente del despacho y, mientras esperaba, metió algunas monedas en las máquinas tragaperras. Rebusco con desesperación en mi mente una posible explicación sin lograr encontrarla, y eso es lo que más me cabrea.

A las seis y media de la tarde, ya no puedo más. La cabeza me va a estallar en cualquier momento y ni la pastilla de ibuprofeno que he tomado consigue quitarme el martilleo continuo que golpea mi sien. En un arrebato, decido llamar a mi novio para preguntarle por su día, sé que a estas horas estará muy ocupado en el trabajo, porque siempre me dice que sale tarde cada día, pero necesito escuchar su voz para tranquilizarme. Solamente él puede aportar algo de luz a lo que hemos visto esta mañana.

—Marta, cariño, no puedo hablar, estoy reunido con un cliente—escucho al otro lado de la línea de teléfono.

—Solo quería escuchar tu voz, nada más. ¿Quieres que vayamos a cenar juntos? Te echo de menos—admito con un hilo de voz.

—Lo siento, amor, llevo un día de locos. Desde que he entrado en el despacho a primera hora de la mañana no he podido parar ni para comer. Llevo aquí todo el día y no creo que pueda salir hasta más allá de las once. Los jefes me han dado unos casos muy importantes para ver qué tal los llevo antes de hacerme el socio más joven de la historia del despacho. Ya sabes cómo van estas cosas—miente Andrés sin saber que le hemos estado siguiendo.

Sus palabras son como una daga que atraviesa mi corazón, cada una de sus sílabas un castigo que consigue romperme por dentro. Me quedo callada, sin ser capaz de articular una sola palabra, queriendo decirle que sé que eso es mentira. Sin atreverme a hacerlo.

—Marta, ¿te pasa algo?—inquiere extrañado.

—No, nada.

—Bueno, te dejo que estoy muy liado. Te quiero mucho—insiste Andrés antes de colgar su teléfono, dejándome con el corazón en un puño.

Sin poder replicar, trato de meter aire en mis pulmones que se niegan a cooperar. Tiemblo, las lágrimas brotan en mis ojos de manera incontrolada, rodando por mis mejillas sin que me moleste ni siquiera en secarlas. Me encierro en el dormitorio, dejándome caer sobre la cama, abrazada a la almohada en posición fetal, llorando hasta que me voy quedando dormida.

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