Dante

Dante


6. Campaldino

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6. Campaldino

La paz civil que el astuto cardenal Latino había establecido en Florencia fue desacostumbradamente larga; este hecho posibilitó una evolución hacia el liberalismo democrático que la Iglesia ni había previsto ni veía con buenos ojos; el intento de interrumpir desde el exterior esta evolución en sus inicios fue rechazado, y durante un cierto periodo de tiempo —desgraciadamente corto— la hizo cobrar nuevos bríos. Ese intento de perturbación se inició con las revoluciones de Arezzo (1287) y Pisa (1288), en realidad golpes de Estado que derrocaron a los gobiernos güelfos aliados de Florencia y entregaron el poder a los gibelinos, hostiles a la ciudad. En las dos ciudades mencionadas, los güelfos fueron expulsados con cruel violencia y menosprecio de los tratados vigentes. El destino del conde Ugolino, el traidor traicionado, condenado por el arzobispo gibelino Ruggeri a morir de hambre junto con sus hijos y nietos (Inf. XXXII-XXXIII), es uno de los episodios de tales luchas. Dante se lo encuentra en el infierno de hielo royendo con voracidad el cráneo de su cruel enemigo. En Arezzo, fue también el obispo gibelino el que provocó el golpe de Estado, y este hecho demuestra las fluctuantes relaciones de ambos partidos con la Iglesia y la inexistencia de ideologías o convicciones políticas estables. En general, los güelfos apoyaban al papa, pero tan pronto como un régimen güelfo comenzaba a poner en práctica los principios democráticos de los derechos humanos o de la soberanía popular, los príncipes de la Iglesia se aliaban automáticamente con los gibelinos.

Así, cuando merced a estos golpes de Estado, se consolidó el poder conservador de los gibelinos en la Toscana, asentado básicamente sobre los señores feudales laicos y eclesiásticos todavía muy poderosos, estas fuerzas conservadoras se propusieron inmediatamente contrarrestar la preponderancia y el peso de la Florencia güelfa democrática. Reunieron un potente ejército, reclutado en su mayor parte en los castillos y fortalezas situadas en campo abierto, mandado por el obispo Guglielmo Ubertini y por el condotiero de la Romana Buonconte da Montefeltro (bien conocido por todo lector del Purgatorio), y desde Arezzo organizaron el ataque a Florencia. Pero los florentinos, alertados y decididos a defender las libertades recientemente conseguidas, movilizaron a todos sus aliados y, tras reunir un gran ejército, ganaron la espectacular y decisiva batalla de Campaldino. Es muy probable que Dante participara en la batalla desde las filas de la caballería florentina, dirigida por el conde francés Amerigo da Narbona (Gérard de Narbonne) y por su lugarteniente Guillaume de Durfort, muerto durante el combate y cuya tumba, adornada con una imagen suya montado a caballo y cubierto por la armadura y el resto del atalaje de la época, todavía puede verse hoy en la iglesia de la Santissima Annunziata.

Detalle del fresco de Giotto Expulsión de los demonios de Arezzo, anterior al año 1300. Iglesia de San Francesco, Asís.

El conde Ugolino entre sus hijos agonizantes. Escultura de Auguste Rodin. Museo Rodin, París.

La coherencia de las alusiones apenas deja lugar a dudas: Dante debió de participar en la lucha. El noveno capítulo de la Vita Nuova y el soneto «Cavalcando l’altr’ier per un cammino» («Cabalgando anteayer por un camino»), incluido en dicho capítulo, parecen referirse a esa campaña: «Y aunque me encontraba rodeado de numerosa compañía, me embargaba tal tristeza por ese viaje al que me sentía obligado, que ni los suspiros podían mitigar la congoja angustiada de mi corazón.» Pero, además, tenemos constancia de un soneto dirigido al poeta por el más importante antagonista del stil nuovo en esa época, el sienés Cecco Angiolieri, probablemente compañero de armas de Dante; en el soneto mencionado Angiolieri ataca con su sátira irrespetuosa a un jefe militar.[26] Asimismo, los versos iniciales del canto XXII del Infierno se relacionan claramente con esos recuerdos de la guerra:

Guillaume de Durfort en la batalla de Campaldino. Detalle de su tumba. Iglesia de la Santissima Annunziata, Florencia.

Yo he visto alzar el campo a caballeros,

comenzar un asalto, hacer paradas;

y salvarse por pies los vi ligeros;

por vuestra tierra vi bandas armadas,

oh aretinos, y he visto justadores

chocar los escuadrones, y algaradas.

Los versos 94-96 del canto XXI del Infierno prueban de manera terminante la participación del poeta en otro episodio del conflicto: la rendición de la fortaleza pisana de Caprona al ejército de los aliados florentino y luqueses:

Así he visto temer a mucho infante

que huía, bajo pacto, de Caprona,

viendo a tanto enemigo vigilante.

Más aún: existe un fragmento de una carta de Dante —cuyo texto original en latín desgraciadamente se ha perdido, pero cuya autenticidad parece fuera de duda ya que está apoyada por numerosos indicios— traducido al italiano y citado por el humanista italiano Leonardo Bruni Aretino; en dicha carta, Dante, además de ofrecer la descripción gráfica de un testigo sobre el desarrollo de la batalla de Campaldino, hace precisiones importantes sobre acontecimientos de su vida posterior:

«Todas mis tribulaciones y desdichas —escribe Dante lanzando una mirada retrospectiva desde el exilio— tienen su causa y su origen en el desgraciado cargo de mi priorato; aunque quizá mi inteligencia no me hacía el más apropiado para el cargo, yo me sentía digno de ocuparlo por mis creencias y por mi edad, porque diez años antes yo no era ya ningún niño cuando participé en la batalla de Campaldino, en la que el partido gibelino fue aniquilado casi por completo; durante las diversas fases de la batalla, pasé un miedo atroz, pero al final me sentí henchido de alegría por el resultado.»[27]

Está claro que Dante no fue un soldado entusiasta ni un combatiente especialmente arrojado; sin duda, miedo y temblor estaban mucho más próximos a su propia naturaleza que el heroísmo; en la Commedia no se retrata jamás como héroe, e, incluso, en muchos pasajes realza con cierta discreción su miedo infantil, contando que necesitaba constantes exhortaciones más o menos enérgicas para poder superarlo. De sus palabras se desprende que, en la mayor parte de los casos, prefirió atenerse a la divisa de la prudencia y de la astucia antes que a la del ataque abierto, excepción hecha de cuando el orgullo o la cólera le jugaban una mala pasada. Su hostilidad a las empresas militares derivaba de su idea de la paz —base de su escrito sobre la monarquía—: Dante estaba completamente convencido de que la humanidad sólo lograría alcanzar el verdadero sentido de su existencia, es decir la consecución de su entelequia[28] según Aristóteles, mediante la colaboración pacífica de todos sus miembros; pero al mismo tiempo la profunda necesidad de libertad y su gran dignidad personal le provocaban aversión por la disciplina militar, en la que debía obedecer a hombres a los que se sabía superior tanto por su naturaleza como por su cultura. En este punto —aunque en los demás eran muy diferentes— Dante debió de coincidir con el goliardo Cecco Angiolieri de Siena (y así lo sugiere el soneto antes mencionado de este último). Por lo demás, Ceceo es, después de Dante, la figura más interesante de la literatura italiana de la época, una especie de Villon italiano, y desde luego el mejor representante del «estilo festivo». Se dice de él que, harto del oficio de la guerra, desertó de filas y empeñó su armadura, espada y lanza en un figón. En Alemania es conocido sobre todo por uno de sus sonetos, que comienza así: «Si fuera viento destrozaría el mundo»; he aquí el final: «Si fuera Ceceo…: ése soy precisamente; por eso prefiero las doncellas hermosas, y dejo de buen grado las feas a los otros.»[29]

Con todo, sería un craso error considerar a Ceceo una especie de anti-Dante; el lenguaje de la Commedia, en ocasiones, hace gala de licencias muy similares, y no le va a la zaga en cuanto a expresividad gráfica al del levantisco sienés siempre que trata asuntos parecidos: ¡Compañía feroz!: más con el clero / en misa, y con el hampa en los figones (Inf. XXII, 14-15). Este fenómeno dantesco hay que entenderlo como un puente para salvar el abismo que media entre la expresividad refinada y la áspera, es decir, entre el estilo sublime de los dos Guidos y la dureza de un Arnaut Daniel, pasando por el pintoresquismo jocoso y naturalista de Cecco.

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