Dakota

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CAPÍTULO XVI

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CAPÍTULO XVI

EL SUEÑO DE ARDILLA

 

Tommy Thor y Ardilla cabalgaron sin descanso durante toda la primera jornada de su viaje a los bosques. Solo con las sombras de la noche se detuvieron. La enorme y negra vitalidad de la selva les envolvía, pero no se atemorizaron. El muchacho sioux, poseedor ya de gran parte de la ciencia y experiencia de sus hermanos de raza, encendió una hoguera y dispuso un pequeño campamento. Allí cenaron frugalmente y se tendieron para dormir sin importarles el frío ni la incomodidad.

Tommy no pudo cerrar los ojos en mucho tiempo. Se sentía preso en el encanto de la aventura y todos sus sentidos parecían sobreexcitados, prestos a captar cada uno de los mil cambiantes matices de aquella noche en la Naturaleza. Iba al encuentro de los oguelalás, para ser uno más entre sus guerreros. Quizá en el transcurso de los años su nombre sonaría, mitad leyenda, mitad historia, como sonaban los de Cuervo Pequeño, Nube Roja, Cola Manchada, Caballo Loco, Hiel, Toro Sentado y todos los jefes que habían consagrado su vida a la libertad y la grandeza de la raza india. Sus hazañas y las de Ardilla correrían de boca en boca a través de aquel grandioso y terrible país que se extendía desde el Mississippi al Océano, se transmitirían de generación en generación…

El muchacho sabía que la Tierra era una gran isla y qué muy lejos, al Oeste, estaba el misterioso mundo de los espíritus. Allí, en lo alto de una montaña, se alzaba una mansión mágica con cuatro puercas guardadas por cuatro monstruosos animales donde habitaban los Wakinijan, los truenos. Sabía que los Wakinijan y el gran dios Sol, al conjuro de las palabras del Hombre Rojo del Oeste que resucitaban las viejas profecías, habían de abatirse sobre la Tierra y unirse a la lucha, por el esplendor de las naciones indias. Con su ayuda, esta lucha terminaría en decisiva victoria. Así lo decían los sioux y Tommy comprendía que estaban en lo cierto. Tenía confianza en el futuro. Sentía tranquilo el espíritu. La aurora de un día glorioso se estaba alzando.

Volando su imaginación hacia heroicas y doradas quimeras, Tommy Thor se durmió.

Ardilla tuvo que zarandearle para que despertase. Ya el sol acariciaba las copas de los árboles, pero el frío era aún intenso.

—Nosotros partir inmediatamente —dijo el indio. Los rasgos infantiles de su rostro estaban deformados por una mueca de preocupación—. No perder tiempo. Gran desgracia poder ocurrir.

Tommy se puso en pie alarmado. Temblaba. El frío parecía haberse introducido hasta sus huesos, pero a pesar de ello, no se sentía a disgusto. Era aquella una mañana muy hermosa, infinitamente tranquila. El leve soplo de la brisa entre el ramaje, el canto de los pájaros y el susurro de los insectos parecían componer una primitiva sinfonía.

Pero algo preocupaba a Ardilla.

—¿Qué ocurre? ¿A qué desgracia te refieres?

—Ardilla no saber. Gran desgracia venir pronto. Nosotros correr hacia oguelalás, o ser demasiado tarde.

El muchacho vio que la hoguera llameaba alegremente y que el indio había ya puesto a cocer en ella unas tortas de harina. Se mojó el rostro con el agua de su cantimplora, hasta despejarse y alejar los últimos residuos de sueño y luego tomó asiento junto a Ardilla, quien vigilaba con cara seria sus prodigios culinarios.

—Dime la verdad —suplicó—. Algo sabes, Ardilla… ¿Quién ha estado aquí? ¿Quién te ha dicho qué una desgracia se aproxima? Yo pensaba… que hoy podríamos cazar linces u osos grises, o seguir pistas en el bosque, o divertirnos con algo. ¿Por qué no esperamos unos días antes de buscar a los oguelalás? No hay prisa.

—Sí haber prisa. Nosotros cabalgar sin descanso, o ser demasiado tarde.

—Pero ¿por qué?

El indio contempló la danza de las llamas como si pudiese ver en ellas algo muy interesante. Después retiró las tortas del fuego y no habló hasta haber comprobado que se hallaban en su punto.

—Ardilla soñar esta noche —dijo entonces—. Gran sueño, terrible sueño. Ardilla despertar asustado.

Tommy se puso alerta, súbitamente excitado su interés. Sabía lo que los sueños significaban para los sioux: eran presagios infalibles, en los que él, bajo la influencia de Ardilla, se había acostumbrado también a creer.

—Hombre rojo correr por desierto —prosiguió el indio, lenta y solemnemente—. Desierto ser blanco y liso, muy grande. Hombre rojo huir de Gran Serpiente, pero Gran Serpiente correr más que él. Al fin, alcanzarle. Hombre rojo luchar. Serpiente vencerle y devorarle… Entonces Ardilla despertar y comprender que desgracia estar próxima.

—¿Para quién será la desgracia? —inquirió Tom sobrecogido—. ¿Lo sabes, Ardilla?

—Ser para nación sioux. Gran Serpiente, enemiga suya…

El indio se cubrió el rostro con las manos.

—¿Qué podemos hacer?

—No saber. Avisar oguelalás… No saber.

Tommy inspeccionó las tortas. Podían comerse ya, y se apresuró a hacerlo. Pese a su preocupación, Ardilla le imitó.

—¿Cómo era la serpiente?

—Grande y blanca como desierto. Devorar hombre rojo.

El muchacho asintió pensativo.

—Buenas tortas, Ardilla, ¿eh? Pero… ¿tú sabes lo que la serpiente significa? ¿Entiendes tu sueño?

—Yo entender. Gran desgracia llegar para hombres rojos. Serpiente ser rostro pálido. Yo saber. Mi hermano blanco comer tortas aprisa y partir hacia aldea oguelalá.

—Muy bien —Tommy aceleró el proceso de la engullición—, nos daremos toda la prisa que quieras.

Poco después habían levantado el campo y cabalgaban entre los árboles, silenciosos, participando ambos de una misma y opresiva obsesión.

 

 

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