Dakota

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CAPÍTULO II

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CAPÍTULO II

TU CORAZÓN HA COMPRENDIDO

 

Hazel Carruthers no tardó en bajar. Entró en el comedor calmosamente. Su aspecto era, el de antes, pero la extraña alegría con que había recibido a Ranke y los soldados estaba ausente de su rostro en aquel instante.

Todos la observaron mientras se aproximaba al fuego. Sus grandes ojos parecían presos en el bailoteo de las llamas. Se detuvo, y habló antes de que nadie lo hiciera.

—Le encontrarán bajo mi cama —dijo, con voz sin expresión—. Apenas puede moverse.

Joe vio a su madre como no la había visto jamás: emocionada. Había ido al encuentro de la muchacha y le rodeaba los hombros con un brazo. Era hermoso ver reunidas así a las dos mujeres más extraordinarias del mundo.

—Gracias, Hazel. Francamente, no esperaba tanto de ti. Ni siquiera había osado hablarte de ello —dijo mistress Thor.

Con súbita violencia, Sarah dio desahogo a sus nervios crispados y rompió a sollozar cubriéndose el rostro con las manos.

—¡Hubiera sido horrible! —gimió—. ¡Horrible! Ardilla y Tom la contemplaban con cierto asombro.

Snake y la cocinera permanecían inmóviles, obsesionados por las llamas; como lo que eran: dos viejos asustados a los que toda una vida no había podido dar la presencia de ánimo suficiente para afrontar las situaciones difíciles. Joe sé situó junto a su hermana y acarició con suavidad sus cabellos.

—Cálmate, Sarah… Todo ha pasado. No hay peligro ya.

Hazel miraba ante sí sin ver. Su rostro era una máscara.

—Le he visto desde la ventana de mi cuarto —explicó fríamente—. Se arrastraba entre la leñera y el soportal, buscando las sombras. Quizá trataba de apoderarse de uno de los caballos de los soldados, pero no tenía fuerzas ni para eso. No sé lo que me hizo bajar a su encuentro, introducirle en la casa mientras ustedes registraban las cuadras y esconderle en mi dormitorio. Le ayudé… Dejó un rastro de sangre en el vestíbulo y procuré disimularlo con los pies. Era un hombre sucio, repulsivo… No sé por qué lo hice, ni quiero saberlo.

—Nube Negra —dije mistress Thor—. Es un buen muchacho y un guerrero valiente y noble. Estaba en el pueblo, ti atando de averiguar los proyectos del Ejército; pero fue descubierto. Se defendió como un león, resultó herido y aun así consiguió huir. Vino a esta casa en busca de asilo, seguro de encontrarlo… y lo encontró. Pero nosotros sabíamos que sus perseguidores llegarían, tarde o temprano. Cuando esto ocurriese, solo de una manera podían terminar las cosas. Desde luego, muy mal para nosotros.

—Pero, ¿por qué? —exclamó Hazel—. ¿Por qué había de encontrar aquí asilo? Es un sioux, uno de esos terribles salvajes crueles, asesinos… Yo he oído a mi padre explicar de ellos cosas que me han horrorizado. Y he visto con mis propios ojos una caravana asaltada. Era… ¡Oh! ¡Aquellos hombres sin cuero cabelludo, aquellos niños degollados, aquellas mujeres con la angustia más espantosa grabada en sus pupilas muertas! ¡Nunca lo olvidaré!

—Yo he visto —replicó mistress Thor secamente— un poblado sans-arc después de haber pasado por él nuestro ejército. No creo que sea posible presenciar un espectáculo peor que aquel. Sin embargo, los soldados eran hombres blancos y se consideraban civilizados… Hazel, chiquilla, por cada uno de nosotros que muere a manos de los indios, miles de ellos son sacrificados. Seres inocentes que habían vivido felices hasta que nosotros asaltamos su tierra sin derecho ninguno. Hombres buenos a los que nuestra pretendida civilización ha corrompido y a los que no hemos transmitido más que lo peor que poseemos… Para mí son como hermanos, Hazel, y ellos lo saben. Mi casa es su hogar. Ocurra lo que ocurra, nunca les volveré la espalda. Ellos me han ayudado, me han protegido siempre, me han querido. Gracias a ellos yo he conseguido salir adelante de todas las dificultades y salvar esta granja y educar a mis hijos como se merecen. Gracias a su amistad. Fueron mi apoyo cuando ningún hombre blanco quiso serlo, cuando murió mi marido y aquellos que se decían sus amigos se apartaron de mí. En la aldea saben esto… Y por ello ha venido Rod Ranke con los soldados, ¿comprendes? Los sioux, Hazel, son todavía un gran pueblo, la más poderosa de las naciones indias. Yo me honro con su amistad.

—Pero ahora…

—Ahora se han alzado en armas a la voz de Toro Sentado. Están en su derecho, porque se les ha tratado ignominiosamente. Es una lucha suicida, desesperada: la lucha por el hogar, por la patria, por todo aquello que se quiere y se venera. ¿Qué hombre, blanco o rojo, no se lanzaría a la guerra como una bestia feroz al verse vergonzosamente insultado? La provocación ha sido más que suficiente, Hazel… Nube Negra no se equivocaba al encaminar sus pasos vacilantes a mi granja. Si alguien puede ayudarle, en esta comarca, soy yo. Lo sabe bien. Confía en mí. Por esconderle, me he expuesto a riesgos terribles… Tú no imaginas, chiquilla, lo que se hace aquí con los blancos amigos de los sioux. Se les llama traidores. Si Ranke le hubiese descubierto, nuestro fin habría llegado. Tú nos has salvado a todos con tu serenidad. Ahora, Nube Negra permanecerá en esta casa hasta que el momento oportuno de devolverle a la Reserva haya llegado… Hemos pasado terribles instantes esta noche. Yo tenía escondido a Nube Negra en la leñera porque no quería que tú conocieses su presencia aquí. Ardilla cuidaba de él. Cuando el chico entró, temí que lo revelase todo ante los soldados… Pero es muy listo. Más tarde, me convencí de que Ranke y los suyos descubrirían el refugio. Al hallarlo vacío no comprendí lo que había ocurrido. Pensé en Ardilla… y habías sido tú. Ardilla, aunque se ha criado a mi lado, es fiel a sus antepasados. Su corazón es el de un sioux y vive largas temporadas en Pine Ridge, con los oguelalás. Solo a medias es para mí un hijo más, crea Rod Ranke lo que crea.

—Yo he salvado a Nube Negra —dijo Hazel, pensativa—. Y no sé por qué. No debí hacerlo. Es un enemigo de mi padre. Quizá algún día sus hermanes le den muerte… ¡Era mi deber entregarlo al teniente!

—Pero no lo has hecho… porque tu corazón ha comprendido.

—Mi corazón no ha comprendido nada —replicó la muchacha con rudeza. Dio media vuelta y salió del comedor. Al trasponer el umbral, sus hombros se encogieron significativamente.

Mucho después, cuando ya se había retirado a su dormitorio y estaba a oscuras, llamando al sueño, Joe Thor recordó aquel encogimiento y deseó no haberlo visto nunca.

 

 

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