Dakota

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CAPÍTULO XX

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CAPÍTULO XX

DESPUÉS, LA PAZ

 

Mistress Thor acostumbraba a decirlo después muchas veces: aquella guerra no había proporcionado más que matrimonios. Y lo decía mirando a su hijo Joe y a Hazel Carruthers, unidos para siempre; mirando a su hija Sarah y a un joven teniente, Roberts, del que ella se había enamorado en las trágicas jornadas que siguieron al asalto al pueblo; pensando en Cy Bromton que se había construido una casa y cultivaba la tierra. Porque Bromton había estrechado entre sus brazos a una mujer cuando regresó de Pine Ridge. Era una mujer pelirroja y alegre que le había esperado y que, no obstante, se sorprendió al recibirle.

Y era mejor. Matrimonios felices que la guerra había forjado. Mistress Thor, dichosa, viendo la vida florecer en torno suyo, empezaba a pensar que muy pronto sería ya vieja. Y no le importaba.

Era curioso ver con qué prontitud se borraban las tragedias y su recuerdo. Aun estaban próximos los días terribles y, ahora, Tommy y Ardilla asistían a la escuela y habían olvidado sus quimeras de convertirse en caudillos sioux. Lágrimas costó aquel olvido: mistress Thor creía estar viendo aún a Ardilla refugiado entre sus brazos, llorando como ningún indio hubiera llorado, confesando su traición. Había querido avisar a los oguelalás el peligro que corrían y había ido hasta su aldea. Pero una vez en ella, se contuvo. Calló. Permitió que marchasen, al sacrificio y a la derrota sin, advertirles. Una fuerza superior a su voluntad sellaba sus labios.

Más tarde lloró su desespero. Pero pronto lo olvidó. Y grandes cosas habían ocurrido, ciertamente, cosas sangrientas. Un día, un «mustang» se detuvo ante la granja de los Thor…

—Buenas tardes, Abe Madison —le dijo mistress Thor al hombre que lo montaba.

—He venido en busca de mi hija June. Mi mujer y yo volvemos hoy a casa.

—¿Dónde habéis estado?

—¡Oh, por ahí! Nómadas como los indios, mistress Thor… Yo tengo algo de indio. Ciertos gustos, ciertas tendencias. ¿Ve usted? —golpeó significativamente su cinto de cuero. De él pendía un sucio despojo humano: una cabellera—. Debajo de esto hubo, hace algún tiempo, un hombre. Es curioso llevarlo ahora así, como un harapo más… Aquel hombre se llamó «Doscaras» Strong. ¿Acaso usted le conocía? Era un hombre merecedor de que alguien le hiciera esto. Y yo se lo hice. Escapó de Pine Ridge, pero no escapó de mí. Se lo hice. Aquí está la prueba.

Toda aquella época dura y feroz sé deslizó como un cortejo de fantasmas ante los ojos de la mujer. ¡No importaba! Tenía felicidad y su hogar no había cambiado, salvo por la ausencia de Snake, que ya nadie notaba. ¡Pobre buen viejo fanático, que se sacrificó en aras de una fidelidad más fuerte que sus ideales, que viajó por el bosque sin dejarse ver pero bien cerca de su dueño, para protegerle, para defenderle, para morir en su lugar…!

Mistress Thor miró a aquel hombre que enramaba toda su época y qué volvía en busca de su hija. Luego cerró los ojos para no verle. Aquel hombre era el pasado.

Que era cuanto se podía decir.

FIN

 

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