Dakota

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CAPÍTULO IX

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CAPÍTULO IX

ADIÓS A HAZEL

 

El coronel Carruthers llegó con el alba, acompañado de una pequeña escolta. Era un hombre alto y robusto, todavía joven, de rostro franco y sonrisa fácil. La intemperie de muchas campañas había curtido su piel y los años de lucha y de mando habían puesto en sus ojos un destello de dureza, pero sabía ser amable, cariñoso y cortés.

Su hija Hazel, los Thor, Ardilla y Molly, la cocinera, todos dormían, descansando de las recientes emociones. Carruthers golpeó repetidas veces la puerta de la casa, pero se vio obligado a aguardar algún tiempo antes de que se abriese. Al cabo, Molly apareció en el umbral. Había sueño y miedo en su cara mofletuda. Se había vestido a medias y no ofrecía un aspecto muy agradable.

El coronel se dio a conocer y la sirvienta le condujo al comedor, rogándole que esperase unos minutos. Poco después, Carruthers, emocionado, estrechaba a su hija entre los brazos.

Los Thor descendieron a la planta baja con bastante buen aspecto, habida cuenta de lo poco que habían dormido y de la rapidez con que se habían vestido y arreglado para recibir al visitante.

—¿Qué ha ocurrido, papá? —preguntó Hazel, transparentando angustia en su rostro tan bello pero tan inexpresivo—. ¡Oh, si supieras las horas que hemos pasado, viendo arder el pueblo a lo lejos, oyendo el tiroteo y aquellos horribles gritos!

—Sí, hija mía, ha sido penoso. Pero terminó ya. Hemos dado un buen escarmiento a esas alimañas… Trataban de huir hacia la Reserva pero los hemos cazado uno a uno. Sus bajas han sido enormes.

—¿Y la aldea? —intervino Sarah—. ¿Qué ha sido de aquellos infelices?

Los duros ojos del coronel centellearon.

—Prefiero no hablar de ello… En cuanto recibí el aviso me puse en marcha y, no obstante, llegué tarde. El espectáculo que esta noche he presenciado es quizá el peor de toda mi carrera. Muy poco queda en pie en el pueblo y muy pocas personas conservan la vida. Para algunas de estas, incluso, quizá hubiera sido mejor la muerte… El fuego ha consumido gran parte de la población… Por favor, no me obliguen a explicarlo. Desgraciadamente, lo verán con sus propios ojos. Ahora, aunque cansado, estoy aquí, entre amigos, abrazando a mi hija y parece que la guerra ha quedado muy lejos. Permítanme olvidarla por unos instantes.

—Sí —dijo mistress Thor—, está usted cansado. Acomódese… Encenderemos el fuego y prepararemos un refrigerio para usted y sus hombres. Han tenido una noche dura.

Carruthers miró a la mujer. Las líneas enérgicas de su rostro parecían haberse debilitado y todo su cuerpo estaba falto de vida, se echaba de menos en él aquella fuerza dominante que le era, característica. Muchos años habían pasado, en breve tiempo, para mistress Thor.

—También usted la ha tenido, señora Thor.

—Sí —replicó la mujer secamente.

Hazel tomó asiento junto a su padre, como si temiese, separarse de él. Mientras Molly se afanaba, ayudada por mistress Thor y Sarah, los tres niños salieron al exterior en busca de la compañía de los soldados.

Un abundante desayuno fue servido para todos, se bebió cerveza y también ron.

—¿Cuándo regresa usted a su base, coronel? —inquirió mistress Thor, una vez terminada la comida.

—Hoy mismo. La situación es tan delicada que no puedo alejarme mucho del Cuartel General ni distraer fuerzas. Graves acontecimientos se desarrollarán de un momento a otro; es preciso mantenerse a la expectativa. Resulta duro confesarlo, pero lo de esta noche no ha pasado de simple escaramuza sin excesiva importancia… Ni mis hombres ni yo descansaremos. Hemos cabalgado la noche entera y seguiremos cabalgando durante el día. Así debe ser.

—Podría usted llevarse a Hazel consigo.

—¿Cómo? —exclamó él, sorprendido por la brusquedad de aquella determinación. Miró a mistress Thor y después a su hija—. Yo pensaba…

—La situación ha cambiado, coronel. Sería peligroso para ella permanecer aquí y esta constante tensión, esta inquietud, le resultarían enervantes. Estaba decidido ya que partiría. Ayer, precisamente. Circunstancias imprevistas lo retrasaron… Ahora, con usted, iría segura, inmejorablemente acompañada.

—¿Es cierto que deseas abandonar esta casa, Hazel?

—Sí, papá. Casi es mi obligación. No creas… Los Thor y yo nos llevamos muy bien, estoy perfectamente aquí; pero, a disgusto, debo partir. Las circunstancias lo exigen.

—Está bien. Te llevaré conmigo.

—A Pierre3, si puede ser —subrayó mistress Thor—. O acaso a otra ciudad más lejana. Debe sacar a Hazel de este ambiente, coronel… ¡esta envenenado!

Carruthers hubiera querido escudriñar en la conciencia de aquella mujer extraordinaria hasta enterarse de cuál era el pasmoso cambio que había experimentado. La miraba fijamente, atento a cualquier gesto, a cualquier expresión desusada… Y nada descubría. El rostro de mistress Thor era una máscara helada.

—Agradezco mucho sus consejos. Así lo haré. Pero… he observado la ausencia de su hijo Joe. ¿No está aquí?

—Está en la montaña. Partió hace unos días, acompañando a Cy Bromton, un cazador. Acostumbra a hacerlo cuando necesita respirar aires puros, lo que ocurre muy frecuentemente.

—Ya entiendo: ¿conflictos sentimentales?

Carruthers había sonreído al hacer la pregunta, más mistress Thor no sonrió.

—Es posible.

—Joe no teme a los indios, ¿eh?

—Cree no tener motivos para temerles.

—¿Cree? —Carruthers frunció el entrecejo—. ¿Es que acaso los tiene?

—¿Quién sabe? Nadie puede estar seguro de los indios. Son traidores por temperamento y su odio a los blancos puede llegar hasta extremos que ninguno de nosotros concebiría si no presenciase después sus consecuencias. Los indios son…

Mistress Thor calló, interrumpiéndose bruscamente. Un leve rubor había asomado a sus mejillas y Carruthers lo advirtió. ¿Qué significaba aquello? ¿Qué querían dar a entender tales palabras en boca de una mujer que nunca había tenido más amigos que los sioux? Sabía que era así, y que esta fue una de las razones que le indujeron a confiarle a su hija.

Bien, a fin de cuentas, ¿qué le importaba a él?

Aquel mismo día se llevaría a Hazel y podía ser que tardase mucho tiempo en ver de nuevo a los Thor. Acaso nunca más…

Momentos después, el coronel partía hacia el pueblo con su escolta, prometiendo regresar en breve, para recoger a su hija. El sol se levantaba ya en el horizonte.

Ardilla vio en silencio partir a los soldados.

—Un guerrero oguelalá valer diez guerreros rostros pálidos —dijo después.

Y June y Tommy se mostraron de acuerdo con él.

Mucho antes de mediodía volvió Carruthers. Hazel estaba dispuesta ya y en el vestíbulo besó a Sarah como despedida, besó a June y estrechó formalmente la mano a los dos chicos. Luego se enfrentó a mistress Thor.

—Deseo sinceramente volver pronto junto a ustedes —dijo—. Cuando todo haya terminado, cuando todo esté en calma. Nunca olvidaré los días tan felices pasados en su casa.

Mistress Thor dudó un instante. Luego la estrechó contra su pecho.

—Gracias, hija mía —murmuró—. Gracias por haber callado.

—Todos tallaron. ¿Por qué no había de hacerlo yo? Si usted no avisó al pueblo que los sioux…

—¡No pude, Hazel! ¿Has advertido la ausencia de Snake? En el camino…

—No le he pedido explicaciones.

—Por favor, Hazel; prométeme que esto no nos distanciará.

—Se lo prometo. Siempre he respetado los criterios ajenos, y si usted creyó más conveniente…

—¡Por favor!

Fueron frases rápidas, cambiadas en un susurro. Las dos mujeres se separaron.

—Adiós —dijo Hazel, casi con dureza.

—¿No deseas que le diga algo a Joe en tu nombre?

—Me despedí ya de él —una chispa había bailado en los grandes ojos de la muchacha—. Gracias por todo, mistress Thor.

Carruthers se despidió amablemente y luego acompañó a su hija al coche descubierto, un vehículo viejo y sucio de polvo, que para ella se había destinado. Un escuadrón hacía caracolear sus caballos por las cercanías. Soldados… que en opinión de Ardilla valían la décima parte de un guerrero oguelalá.

Instantes después, los soldados, el coronel y su hija se alejaban de la granja de los Thor por la solitaria llanura.

Solo entonces Sarah, brillantes de lágrimas los ojos, fue al encuentro de su madre.

—¿Por qué no diste la alarma en el pueblo? ¿Dónde está Snake? —inquirió con voz en la que vibraba una ansiedad por largo tiempo contenida.

Y solo entonces su madre respondió.

 

 

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